domingo, 28 de junio de 2009

miércoles, 24 de junio de 2009

PaRaiSo nUbLaDo


LLegamos al paraiso nublado de la Costa Chica de Marquelia, un pueblito costero a unos cien kilómetros al sur de Acapulco.

Nuestro plan: pasar allí cinco días de descanso y paz, bañados por las cálidas aguas del pacífico.

Allí estaba Hermes, con sus cabañas de madera y hojas de palmera; con su hospitalidad sin tacha y su disposición a llevarnos en plena noche a ver el deshueve de alguna tortuga.

Allí estaba Olga, su hermana, con sus exquisitos guisos mexicanos y su conversación sin pausa.



La playa prácticamente para nosotros cinco:

Junio, época de lluvias, temporada baja.



Una vez instalados, cada cual se entregó a la exquisita soledad de su hamaca:

¨De hacer túneles a dibujar sin rumbo en la arena, del infierno a la vida simple... Barcelona, qué lejos quedas de todo esto, de la naturaleza, de los cocos, de los baños en el océano: Vanesa ¿tú te vendrías conmigo?"



Los paraisos son buenos lugares para desconectar:

"Desconectar del estrés del museo, del teléfono que no para, del ritmo frenético del DF... y disfrutar de estos días con los nenes... qué cerca los tengo... por ahora"



En cada hamaca un mundo:

"Tribu canibal, Patty, espero que me salga lo de las elecciones en Mexico, bruagg, 50 flexiones, Mensa a las 7 de la mañana, ¿y el año que viene?, a tomar por culo: ¡vive el paraiso!"



Pues cada quien es un mundo:

"No tenemos Risk, pero sí libros, cartas, ajedrez, mar, arena, amigos y mil alicientes para filosofar y construir una visión poética de la realidad... Hermes: ¿tienes leche condensada?"




Las horas se sucedían a nuestras espaldas, invisibles y anónimas.

No sé si el tiempo volaba o estaba estancado.

En el paraíso -incluso nublado- no corre el tiempo.



Las sobremesas de los desayunos podían prolongarse hasta la hora del almuerzo...

¿Acaso alguien tenía algo que hacer?

No: decidimos prohibir por decreto ley el verbo "tener que".



La frase del primer día fue:

-La verdad es que se agradece que esté nublado el primer día, para no quemarnos como perros.

La frase del segundo día fue:

-La verdad es que se agradece que esté nublado el segundo día, para no quemarnos como perros.

La frase del tercer día fue:

-La verdad es que se agradece que esté nublado el tercer día, para no quemarnos como perros.

Claro que, salvo el primer día, lo decíamos de coña, conjurando con humor el mal tiempo.



También una playa nublada sabe posar para una foto.



Cuando la lluvia se ponía cabrona nos íbamos a la mesita de adentro a continuar la partida de cartas.



Allí donde vamos va con nosotros una baraja.



Allí donde va Quin, un ajedrez.



Y para deportes más dinámicos: el lanzamiento de coco.



Y de nuevo al vaivén de la hamaca y la conciencia:

"Qué burbuja la de esta playa, qué lejos queda Texas ya, qué lejos queda Canarias todavía, dónde estoy, da igual: ¿unas chelas?"



Pero el último día fue el acabose:

Nos levantamos con un bloque de cemento en el estómago, con cagalera y vómitos.

El agua tras la lluvia o alguna comida en mal estado nos sentó mal.

Olga me hizo un masaje en la cabeza: agradable, aunque insuficiente ante la fiebre y las náuseas.



Con la salud bajo mínimos y la borrasca instalada definitivamente en nuestro paraiso, decidimos abandonarlo y volver al DF.



Las siete horas de trayecto en coche fueron horribles: teníamos fiebre, estábamos débiles y la tormenta Andrés estaba ya desatada.



En algún tramo tuvimos que bajarnos del coche e ir a pie, pisando descalzos el lodo blando y hediondo de la carretera.



Aún así valió la pena.

Los paraisos, no por nublados dejan de ser paraísos.


viernes, 19 de junio de 2009

RuTa OaXaQuEñA


Llegamos a Oaxaca en guagua, en la madrugada del lunes.

Salvo el medio de transporte, todo recordaba a nuestros viejos interrails: abre mochila, cierra mochila, carga mochila... y una baraja para decidir -según la carta menor- quién lleva la mochila pequeña.



Oaxaca resultó ser una tranquila ciudad de aspecto colonial, salpicada de iglesias, casonas de coloridas fachadas, plazas y calles empedradas.

Paseamos por ella como por La Laguna, hablando de nuestras cosas, sin dejar por ello de ser sensibles a lo que el nuevo ambiente nos iba ofreciendo: con un pie en Canarias y otro en México, un pie en el pasado y otro en el presente.



Desde Oaxaca, a seis horas y media en guagua al sur de la Ciudad de México, hicimos pequeñas excursiones a poblaciones cercanas.

Así: el Tule, en donde se conserva este inmenso árbol milenario, de inabarcable perímetro y frondosa copa.

La iglesia a su lado se me antojó de juguete: la Naturaleza, una vez más, empequeñeciendo al hombre y sus dioses.



La iglesia encalada y con pintura azul celeste y ocre, como en pueblo marinero.



Otra de las excursiones desde el campamento base de Oaxaca fue al sitio arqueológico de Monte Albán.



Ruinas zapotecas, ciudad fantasma, solitario vestigio de otro tiempo.



Desde el siglo VI antes de Cristo hasta el año 750 vivió la civilización zapoteca en esta ciudad-estado de unos 20,000 habitantes.



En la foto de rigor parecemos el cuarteto de los Alegres Colombinos.



Y hablando de música canaria: en realidad nuestro viaje a Oaxaca tenía como misión fundamental supervisar los ensayos de esta agrupación folklórica.



Callejeando probábamos todo lo que se nos antojase:



¡Deliciosos elotes!



Esta foto marca el ritmo del viaje.



Y ésta.



La Catedral de Oaxaca: Santo Domingo de Guzmán.



Su presencia señorea la plaza de Santo Domingo, sembrada de agaves.



El interior barroco, rica en oros, molduras y cargado ornato, conservaba no obstante -pese al órgano de fondo- esa paz de las iglesias, de los cementerios y de ciertas calles de Oaxaca.



Tal que la calle Alcalá, remanso peatonal que la atraviesa de norte a sur.



Tres días en Oaxaca dieron para ir más allá de los monumentos esenciales y vagabundear un poco, con el fin o el resultado de aprehender parte del aroma cotidiano de sus calles.



Junto a la Catedral, el convento de Santo Domingo alberga el Museo de las Culturas: imprescindible, ameno, bellísimo en su enclave; un recorrido histórico por las épocas de Oaxaca, desde sus primeros hasta sus actuales habitantes; una historia de poder y ambición ininterrumpida, de vida y muerte, dioses y armas; y muchas incógnitas.



Los balcones del convento-museo se asomaban a un jardín botánico con la flora autóctona de la región.



O a sus patios interiores, de clausura, de aspecto penitenciario.



A la salida del museo, una orquesta amenizaba un baile popular:

"El solitario mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos"

(
El laberinto de la soledad; Octavio Paz)



El miércoles por la noche cogimos la guagua de las 12:00 de la noche rumbo a Ciudad de México, de regreso.

Ya un poco huérfanos, sin hostal ni cuarto, matamos el tiempo en el parque Benito Juárez, héroe nacional.



Nuestros viajes tienen siempre un momento homeless que los hace entrañables.

(Eso sí: qué fácil es jugar a ser pobre)


La guagua nos dejó en la estación del norte, muy de mañana, y con la misma nos fuimos a las monumentales ruinas de Teotihuacán, donde se encuentran las pirámides más grandes de México.



Ocupadas por varias civilizaciones, sus piedras están impregnadas con el recuerdo de los colores de la sangre y el fuego ritual, con las ofrendas funerarias, con los ecos de los gritos de guerra y los de adoración a los más diversos e impronunciables dioses.



Hay lugares que no se visitan: se contemplan.



Al final, el cansancio y el sueño se apoderan esporádicamente de cada uno de nosotros.

Allí nos reunimos con los seres queridos, con el pasado de las pirámides, con los proyectos de futuro, con las quimeras mesoamericanas, con las conversaciones enrevesadas y con el dios Quetzalcóatl.