Volveré a Tyler, dentro de unos años:
Aproximadamente quince.
O quizás mejor,
doce.
Estábamos mi madre y yo almorzando en el bar mexicano
"La cosina", pequeño tugurio en el que se come estupendamente pese a que no sea la ortografía una de sus especialidades.
Estabámos hablando de ellos y le dije:
-¡Cómo me gustaría saber cómo serán de mayores, dentro de 15 o 20 años!-
Lo estaba pensando ayer mismo -me confesó ella-.
Antes de irte de Tyler tienes que llevarte todos sus datos, domicilio, números de teléfonos, todo lo que tengas... y volver un día a ver si los encuentras.
Qué buena idea.
Volveré a Tyler, me quedaré en un hotel de carretera (¿y qué es Tyler sino una carretera?) y husmearé como un sabueso, hasta encontrarlos.
Husmearé para saciar esta morbosa curiosidad de averiguar qué habrá hecho con ellos el tiempo...
Kelly ha sido el último en llegar; mi madre ni siquiera lo conoció.
Ya somos veinte, sin contarme a mí.
Nahum habla bajíiiiiiiiiiiiiiiiisimo.
Cuando quiero que su voz sea mínimamente audible, le digo:
-Chíllame, Nahum, chíllame.
Es de los que pasa desapercibido, de los invisibles.
¿Seguirá siendo así dentro de 15 años?
¿Está ya latente nuestra futura personalidad en los niños de 6 años que algún día fuimos o, por contra, la adolescencia lo desbarata todo y es germen de un nuevo yo, de lo que serán los rasgos principales de nuestro carácter e idiosincracia?
Octavio no cupo de gozo al ver el puente terminado.
Es probablemente quien más vaya a echar de menos a mi madre, su maestra particular.
Llegó hace dos meses y los padres no lo habían matriculado en
kinder. No sabía nada: ni los colores, ni contar del 1 al 5, ni reconocer las letras (ni distinguir una letra de un número), ni hacer un dibujo. El resto de gansitos ya leían, con mayor o menor fluidez (a excepción de Chris), ya escribían, ya sumaban, restaban, contaban hasta 100 y habían adquirido muchas otras destrezas y habilidades.
Gracias a mi madre, Octavio pudo tener -durante unos días- la atención necesaria para
progresar adecuadamente.
Sin ella ahora mismo yo no puedo dársela.
Eso sí, construí su puente, haciéndole creer que lo habíamos hecho entre los dos.
Fue inevitable:
Mientras que el resto apenas había traído de casa una caja de zapatos, un rollo de papel higiénico y unos "popotes" (pajitas, en mexicano), Octavio había venido con dos bolsas llenas de material para construir un puente. Cuando lo vi pasmado frente a tanto material de constucción, mientras los demás se afanaban vertiginosamente en la construcción de su puente, le dije:
-Vente, Octavio, el tuyo lo vamos a construir los dos juntos.
Moisés es lento como los mexicanos de los chistes.
No es cuestión de capacidad: lee y escribe aceptablemente y en matemáticas está dentro de la media.
Pero cuando esperas de él una respuesta a una pregunta que le has formulado se demora como un
perezoso. No sé lo que pasa en esos momentos por su cabecita. Pero sea lo que sea parece que ocurre a cámara lenta.
Armándose uno de paciencia, al final, habla.
Christopher Mendoza es de los más inteligentes y de los más "cultos".
Hace unos meses me hubiera parecido inapropiado el adjetivo "culto" para unos niños de seis y siete años.
Ahora me parece de lo más afortunado.
Christopher sabe qué es un girasol, quién es el presidente de USA, cuándo se acerca un día feriado y cómo expresarse en inglés.
Cuando el resto de niños no sabe eso que él si sabe me doy cuenta de que además de inteligente es culto.
Magdalena es la timidez personificada.
Y también la excitabilidad hecha niña.
Con una buena noticia (vámonos al playground, mi mamá les dejó unos regalos) se emociona como una yegua desbocada, la cara se le ilumina y el pulso -adivino- se le acelera como si hubiera desayunado con red-bull.
Israel es diminuto.
Mi madre y yo, entre nosotros, lo llamamos "el enano pimentón".
Apenas lee nada ni escribe.
Habla casi como los indios de las películas, sin conjugar correctamente el lenguaje.
Le cuesta, le cuesta mucho.
Y sin embargo, a su ritmo, algo aprende.
Ya se sabe los días de la semana. Recuerdo que estuve los dos primeros meses repitiéndolos con él todos los días. Cuando me los había recitado bien, le decía:
-Mira, Isreal, por la ventana: ¡un burro volando!
Acto seguido le volvía a preguntar y se había olvidado de todo.
Eso sí, le pone muchas ganas y quiere aprender, hacer las cosas bien.
¡Qué diferentes son todas estas cabecitas!
Isreal es uno de los que más me intriga saber qué será de él en estos años por venir.
Alex es también bajito, aunque listo como una tea.
Me hace mucha gracia ver con qué pintas llega a la escuela, arrastrando ropas cinco tallas mayor que la suya.
Hoy fue viernes (casual day) y a los profes nos dejan venir en vaqueros y a los alumnos prescindir del uniforme. Alex trajo una camisa hawaiana de chulo de discoteca, descomunal.
-¡Wow, Alex! Y esa camisa tan chula que traes ¿de dónde la has sacado? -le pregunté.
-
Es de mi hermano -me dijo emocionado.
Son muchos en casa y me consta que los hermanos en muchas ocasiones son los que ejercen de papás.
Aaliyah vive perdida en su mundo, eternamente en la inopia.
Es todo sonrisas, sin embargo.
Se lo debe pasar muy bien allá arriba, dondequiera que esté mientras yo estoy explicando.
¿Cómo será Aaliyah cuando cruce esa frontera en la que termina la niñez?
Salvador es bueeeeeeeeeno.
¿Cómo se puede ser tan ingenuo, tan cándido, tan manso, tan niño?
Su hermano Jorge no se queda atrás.
Los niños de seis años son un laboratorio perfecto para aprender cosas acerca de la inteligencia.
Jorge es el artista de la clase. Nadie hay que dibuje como él y todos le reconocen unánimemente dicha autoridad. Todo lo que sea manipular y crear le apasiona y se le da estupéndamente.
Hoy les dejé a última hora un rato para jugar (pues nos han quitado el playground debido a la construcción de la nueva escuela) y Jorge me dijo que había tenido una idea y que si le dejaba "glue"y purpurina plateada.
Al rato, ya había dibujado un fabuloso dinosaurio azul con la cornamenta plateada.
También es de los mejores en matemáticas.
No obstante, está repitiendo; es un año mayor que Salvador. Y es que en lectura es muy flojito.
Su hermano Salvador, en cambio, lee estupendamente, cada día mejor, pero le cuesta bastante en matemáticas.
Mismos padres, misma educación en casa.
Distintas inteligencias.
Cindy me encanta.
Es la mejor que lee con diferencia.
Devora los libros y los exprime.
Cuando hacemos "Guided Reading" (si un día tengo tiempo y ganas ya hablaré acerca de las diferentes metodologías que utilizamos en clase) me lee absolutamente todo el libro, incluida la letra pequeña relativa a la editorial, el lugar y fecha de impresión o los datos de la portada:
-No, Cindy, eso no me lo tienes que leer.
Pero a ella le da igual:
-Pero sí, maestro -protesta- yo sí quiero leerlo.
Por las mañanas les doy la mano a todos y los buenos días.
Cindy no responde, entra como si la cosa no fuera con ella.
Un día le dije:
-Cindy, cuando te dan los buenos días hay que responder: "Buenos días".
-Ahh, vale maestro, no sabía.
No he querido insistir. Me gusta el modo en que me ignora y no me devuelve los buenos días, como si anduviera abstraída o todavía metida en su último sueño.
Chris...
¿Que será de Chris en 15 años?
No lee, no escribe ni su nombre, apenas se le entiende su lenguaje escasamente articulado.
Su inteligencia es de un niño de ¿de 2 años? ¿de 3?
O simplemente diferente.
Desde hace unos días la mamá le está dando la medicación.
Y al menos está más tranquilo y hasta más centrado.
No obstante, en mi clase siento que lo he perdido.
Me hacen falta dos o tres madres para atenderlo adecuadamente, licenciadas en psicología, psicopedagogía y educación especial.
Mónica es un encanto.
Empezó el curso y a las dos semanas se rompió el fémur. Estuvo dos meses sin venir. Luego la traía su papá en brazos, entraba a la clase y la depositaba dulcemente en su asiento, ayudándola con las muletas.
Pronto recuperó el tiempo perdido, destacando en lectura, escritura y matemáticas.
También en habilidades sociales: no sé cómo puede aguantar a Yessenia como compañera de mesa.
Sólo por esto se merece un monumento.
Timoteo es juguetón, pícaro, despistado, pillo, gamberrete.
Y al mismo tiempo adorable.
Samantha llegó hace tan poco como Kelly.
Tuve que ir al "Family Dollar" a comprar dos libretitas para ellos, idénticas a las que mi madre les había regalado antes de irse.
Es morenísima y tímida.
Va a tener mucho que recuperar, pero creo que tiene ganas y capacidad para aprender.
Hoy le pregunté por la quemadura que tiene en la mano:
-Me la hice planchando -me dijo.
Jacob es todo lo contrario que Nahum: nunca pasa ni creo pasará desapercibido.
Es impulsivo, apasionado con todo lo que hace y dice, siempre con la carcajada en la boca.
Es un desvergonzado: llegó con un mes de retraso y desde el primer día, a la hora del snack, se dedicó a coger en peso a Isreal, a levantarlo del suelo mientras le decía:
-¿Por qué eres tan chiquitito? ¡Mira que fuerte soy!
Es el único de mis alumnos -que yo sepa- que necesita llevar gafas, pero no las trae.
De hecho, ya se trate de tareas o documentos para ser firmados por sus padres, son pocas las cosas que trae de casa.
A veces viene bañado y peinado, con el pelo perfumado con el jugo de limón que las mamás mexicanas utilizan a modo de laca o fijador.
Otras, no, como casi la mitad de ellos.
Mi madre se ha percatado mucho mejor que yo de lo sucios y desaliñados que llegan algunos gansitos a la escuela.
Yessenia es
tremenda.
Ella y Jacob son las personalidades más fuertes de la clase.
Siempre quieren intervenir, mandar, organizar, decidir, ayudar al maestro, ser líderes en la fila y en todo lo demás.
Yessenia es la única alumna de la que he tenido que hablar con sus padres por su mal comportamiento.
Es lista como el demonio y además servicial, resabida, cumplidora... siempre y cuando no se le lleve la contraria.
Yessenia no soporta la idea de ser igual que los demás ni por tanto tener que hacer lo mismo que ellos.
Su vocación es mandar, ser la segunda de a bordo, mi ayudante predilecta.
Al principio de curso sólo conocí su lado angelical:
-Maestro, yo sieeeenpre te voy a ayudar. Siempre, maestro, en todo lo que tú quieras. Porque yo en mi casa ayudo muy bien a mis papás y a ti que eres mi maestro te voy ayudar también, porque yo soy muy buena ¿verdad que sí, maestro?
Yo asentía mientras me moría de risa por dentro.
Pero pronto me di cuenta de cómo disfrutaba ejerciendo tiránicamente su poder sobre los otros.
Yessenia los mantenía a todos calladitos y en silencio, concentrados en su trabajo, pero a costa de un trato vejatorio e injusto.
Una vez cogió el palo con el que señalamos los números para contar y le pegó a Chris en la cabeza.
Yessenia era como ese matoncete eficaz pero algo brutote al que se le va la mano al tratar de ejecutar algún encarguito del capo mayor.
Yessenia es muy buena... de buenas.
Y muy mala cuando está de malas.
Rebelde y retorcida.
Un día le llevé la contraria y no le dejé levantarse y trabajar de pie, apoyando su cuaderno en el atril donde leemos los
Big books, pues de hacerlo todos los demás hubieran querido hacer lo mismo.
Ese día estuvo de morros conmigo.
A la hora de
"Guided Reading" empezó a leerme como una niña chica, como si no supiese leer:
-Es que ya no sé leer, maestro. Mi mamá no me enseñó.
Al hacer el "Texas Lee", un examen estatal de lectura, ocurrió lo mismo y sus resultados fueron catastróficos.
Yessenia tiene más cuento que
Calleja.
Ella ha estado en África; la llevaron allí sus papás cuando ella era muy chiquitita, en barco; allí fue donde vio delfines; no en el mar, sino en los lagos.
Todo eso, con tal de hacerse escuchar y de arañar unos minutos de protagonismo.
Edward también aguanta a Yessenia estoicamente, con mucha diplomacia y mano izquierda.
Si ella se excede, siempre está Timoteo, su protector, cerca para defenderlo.
Curiosa simbiosis la de Timoteo y Edward.
Edward deja que Timoteo se asome a su cuaderno y copie lo que hay que hacer, cuando no le ayuda directamente.
A cambio, Timoteo le ofrece simbólicas y periódicas pruebas de amistad:
Cuando se gana el privilegio de ser el primero de la fila, sonríe y tras encontrar con la mirada a Edward lo señala y me dice:
-Mejor que sea él, que también quiere.
Isaura es adorable, simpatiquísima, probablemente la más graciosa de todos.
Mi madre la definió como "una niña feliz".
También es la más santurrona.
-No, ayer no pudo ser domingo -le dije a un alumno, corrigiéndole- pues ayer vinimos al colegio y los domingos no se viene al colegio.
Isaura intervino veloz y, subrayando bien sus palabras, remató:
-Los domingos no vamos al colegio, vamos a la Iglesia. El domingo -continuó, alzando su dedo índice y agitándolo admonitoriamente- es día de doctrina ¿queda claro? ¡D-e d-o-c-t-r-i-n-a!
De todos me asombra sus ojos enormes y llenos de vida.
Su sonrisa y su risa incondicional.
Su pureza y su ingenuidad.
Sé que no tienen vidas fáciles muchos de ellos.
Sus papás no tienen siempre todo el tiempo para ellos que sería deseable, siendo la mayoría inmigrantes en un país en el que se trabaja demasiado.
Por las mañanas, cuando llegan enlegañados, con la cara sucia o con la misma mancha de mostaza en el polo de la semana pasada, me pregunto dónde están sus mamás (queridas lectoras suspicaces: en la cultura mexicana aún resulta inconcebible que los papás se ocupen de estos menesteres).
A algunos les pegan.
O están expuestos a situaciones familiares indeseables: alcoholismo, droga, malos tratos, pobreza, cárcel.
A uno de ellos lo violó un adulto, con un palo.
La naturaleza está, todavía, de su parte.
Les protege la infancia y su ceguera hacia el mal que la circunda.
Les protege esa dosis de felicidad natural con la que nacemos todos.
Me pregunto qué será de ellos cuando crezcan y se rompa la membrana de ese mundo de dicha del que fueron miembros.
Me pregunto qué, a quién me encontraré cuando regrese a Tyler, después de tanto tiempo, con un recuerdo desenfocado de mi estancia aquí junto a mis queridos gansitos.