El sábado por la tarde -a las 13:40, para ser más exactos- fuimos al cine Gabi y yo. No era el supermulticine al uso, sino un sitio relativamente pequeño y bastante viejo. Un cine de los de antes, con su moqueta gastada y sus lámparas de araña decadentes y algo pretenciosas. Un lugar poco concurrido (o quizás fuera la hora), ajeno a las aglomeraciones de los centros comerciales. Un cine con encanto y probablemente con muchas historias a sus espaldas; algo así como el Cine Víctor en Santa Cruz, el Cine Wood en Tafira o el... ¡mecachis! ¿Cómo se llamaba aquella sala de mi infancia, sito en Heraclio Sánchez, frente a deportes Discóbolo, en el que hacían descanso y había que hacer una cola de horrores para conseguir que te despacharan aquellos legendarios cortes?
Sea como fuere, el día estaba frío y ya habíamos estado bastante tiempo puertas adentro, así que un cine se presentó como la mejor opción: "Te voy a llevar a uno que hay cerca de casa, está de madre, con unos sofás muy grandes para sentarse; además cuesta la entrada 3 dólares menos". Me pareció perfecto; sobre todo porque echaban esa película que mi madre me había recomendado y que no había podido ver en Tyler: "The reader".
En efecto, la película me encantó. Una historia hermosa, una interpretación impecable por parte de Ralph Fiennes y de Kate Winslet, un argumento con sustancia, rico en temas y preguntas que hacerse y con las que entretenerse un rato:
¿Pueden amarse dos personas radicalmente diferentes? ¿De qué manera se aman dos amantes de edades tan diferentes: un joven principiante y una mujer ya madura, curtida por experiencias singularmente dramáticas? ¿Quién era realmente Hanna Smith, el personaje interpretado por Kate Winslet? ¿Qué circunstancias y azares la explicaban? ¿Somos los seres humanos susceptibles de explicación o, por contra, inasequibles a la comprensión? ¿Puede una persona entusiasmarse con Homero, emocionarse con las voces de un coro infantil en una iglesia de pueblo, necesitar de la literatura como quien necesita del agua o el sexo y, sin embargo, ser en apariencia insensible al sufrimiento ajeno hasta el punto de convertirse en propiciador de la muerte de otros? ¿Es compatible el refinamiento de la sensibilidad estética con la insensibilidad y torpeza moral más absoluta? ¿Qué sucedió en la Alemania nazi? ¿Cómo hacer para comprender lo incomprensible? ¿Qué es la justicia y, por otra parte, qué se dirime en los juicios o tribunales de justicia? ¿Qué ocurre con las personas a lo largo del tiempo, aparte de hacerse más viejos por fuera? ¿Qué continuidades y lealtades, qué rupturas y desmentidos albergamos en nuestro fuero interno con los años? ¿Qué valor siguen teniendo los primeros amores u otro tipo de experiencias cruciales de nuestra niñez o adolescencia? ¿Son reevaluados por nuestros nuevos y sucesivos "yoes" o por el contrario preservan su aurea inmarcesible e impoluta, invulnerable al desengaño? ¿Puede uno enamorarse de una persona mala? ¿Era mala Hanna Smith? ¿Qué es una persona mala?
Sea como fuere, el día estaba frío y ya habíamos estado bastante tiempo puertas adentro, así que un cine se presentó como la mejor opción: "Te voy a llevar a uno que hay cerca de casa, está de madre, con unos sofás muy grandes para sentarse; además cuesta la entrada 3 dólares menos". Me pareció perfecto; sobre todo porque echaban esa película que mi madre me había recomendado y que no había podido ver en Tyler: "The reader".
En efecto, la película me encantó. Una historia hermosa, una interpretación impecable por parte de Ralph Fiennes y de Kate Winslet, un argumento con sustancia, rico en temas y preguntas que hacerse y con las que entretenerse un rato:
¿Pueden amarse dos personas radicalmente diferentes? ¿De qué manera se aman dos amantes de edades tan diferentes: un joven principiante y una mujer ya madura, curtida por experiencias singularmente dramáticas? ¿Quién era realmente Hanna Smith, el personaje interpretado por Kate Winslet? ¿Qué circunstancias y azares la explicaban? ¿Somos los seres humanos susceptibles de explicación o, por contra, inasequibles a la comprensión? ¿Puede una persona entusiasmarse con Homero, emocionarse con las voces de un coro infantil en una iglesia de pueblo, necesitar de la literatura como quien necesita del agua o el sexo y, sin embargo, ser en apariencia insensible al sufrimiento ajeno hasta el punto de convertirse en propiciador de la muerte de otros? ¿Es compatible el refinamiento de la sensibilidad estética con la insensibilidad y torpeza moral más absoluta? ¿Qué sucedió en la Alemania nazi? ¿Cómo hacer para comprender lo incomprensible? ¿Qué es la justicia y, por otra parte, qué se dirime en los juicios o tribunales de justicia? ¿Qué ocurre con las personas a lo largo del tiempo, aparte de hacerse más viejos por fuera? ¿Qué continuidades y lealtades, qué rupturas y desmentidos albergamos en nuestro fuero interno con los años? ¿Qué valor siguen teniendo los primeros amores u otro tipo de experiencias cruciales de nuestra niñez o adolescencia? ¿Son reevaluados por nuestros nuevos y sucesivos "yoes" o por el contrario preservan su aurea inmarcesible e impoluta, invulnerable al desengaño? ¿Puede uno enamorarse de una persona mala? ¿Era mala Hanna Smith? ¿Qué es una persona mala?
Pero, por encima de todas estas preguntas, quedó sin responderse una elemental y simple:
¿Cómo termina la película?
Y es que durante el transcurso de la misma, justo en ese momento álgido de justicia poética, en el que Ralph Fiennes vuelve a leerle a su antigua amante -ahora una anciana- toda la bibliografía con la que alimentaron ese extraño e imposible idilio de juventud, justo entonces, ocurrió lo impensable, la ruptura de la magia, el cese del tiempo, el despertar del hipnótico sueño en que consiste el buen transcurrir cinematográfico:
Se jodió la película.
Se jodió la cinta, el rollo de película, el celuloide o cómo coño se llame el carrete en que se yuxtaponen los fotogramas para conseguir la ilusión del movimiento. Tras un extraño temblor de la imagen, tras una súbita e insólita coloración, una luz como de llama comenzó a quemar la película hasta que ésta se quebró y se quedó inmóvil y abierta en canal, estúpidamente, cual víctima de un asesinato atroz y macabro, exhibiendo delante de todos nosotros, espectadores atónitos, unas vísceras absurdas con forma como de dinosaurio.
Tras encenderse las luces entró en la sala un joven e incomodado acomodador, quien tras disculparse y tratar de explicar lo inexplicable nos repartió un pase gratuito para otra función.
De allí salimos todos con cara de pringados, absolutamente estupefactos y desconcertados, sin saber como digerir lo ocurrido: emocionados por el espectáculo de la película consumiéndose en llamas y frustrados por quedarnos sin ver el final.
En fin, por 3 dólares menos, qué otra cosa cabía esperar.
¡Qué genuinamente auténticos son los cines añejos en América!
En fin, por 3 dólares menos, qué otra cosa cabía esperar.
¡Qué genuinamente auténticos son los cines añejos en América!
No sé qué extraño pálpito me había llevado a coger conmigo la cámara en el último momento.
Gracias a ello, pude filmar el final de todo.
Bueno, no exactamente el final: ése, nos lo perdimos.