jueves, 17 de noviembre de 2011

qUiNtO cOnTaCtO



Trabajosamente retorno al blog. Bajo a la mina a escribir un nuevo post. Retomo el tema que había dejado interrumpido: los motivos para no escribir, para sumirse uno en el silencio.

Ya he hablado de los lectores en el post anterior, de cómo -para bien o para mal- condicionan lo que uno escribe y cuenta, tanto como lo que ni cuenta ni escribe. Otra de las razones (distinta a la anterior) para tomarse un respiro y abdicar del blog por un tiempo indefinido puede tener que ver con cierta sensación de saturación virtual.

Hace mucho tiempo, en una edad que se me antoja hoy cercana al Pleistoceno, se inventó algo sorprende y maravilloso, un prodigio de la tecnología, absolutamente novedoso y futurista: el chat. Era una época en la que nadie había oído hablar todavía de Facebook, de Tuenti, de MySpace, de Twitter ni de ninguna otra red social. Tampoco existían los blogs y el correo electrónico no se había generalizado ni democratizado aún. Sin embargo, la comunicación a distancia a través de los chats con personas desconocidas ya era posible. Más aun que posible, era real, y además... fascinante.


Recuerdo cómo era aquel chat antediluviano de Olé (el primer buscador de Internet en lengua castellana). Si querías chatear debías elegir un apodo o nickname y solicitar tu acceso a uno de los "cuartos" (creo recordar que no se hablaba de grupos de discusión sino de "rooms"). Esos cuartos o rooms eran temáticos y también por edad. Así, debías elegir entre "Sexo", Amor", "Amistad", "Política", "Tecnología", ·Religión",  "Literatura", etc. (No hace falta aclarar que los he escrito en el orden de la popularidad que tenían entonces). La otra posibilidad era elegir tu room en función de la edad: "Menos de veinte", "Veinteañeros", "Treintañeros", "Más de 40", "De 40 a 50", "De 50 a 60", etc.

Recuerdo meterme en aquellos "rooms", entrar y salir, alternando con avidez fáustica y promiscua, y experimentar por primera vez con el simulacro de las identidades, con la transgresión de los límites espaciales y con la sensación de libertad y sorpresa que aquella comunicación virtual con desconocidos hacía posible.

Aquello era entonces totalmente novedoso e insólito; hoy los chats me producen hastío e indiferencia. Pero lo cierto es que en aquel tiempo pude pasarme toda una tarde hipnotozado por la pantalla del ordenador y por el feedback que aquellos desconocidos daban a lo que mis dedos escribían con embelesamiento en el teclado.

Y aquí retomo el argumento: aquellas sesiones de chat me dejaban exhausto, con la cabeza embotada y el alma vacía. El tiempo se me había escapado vertiginosamente entre el teclear frenético de mis dedos y en todas esas horas (en las que había dejado de respirar el aire puro de la calle, o de leer un libro, o de besar y acariciar un cuerpo, o de zambullirme en el océano de mi isla), en todo ese tiempo malgastado, sólo había intercambiado algunas frases tontas, o inútiles confesiones con desconocidos; había desperdiciado cumplidos y emborronado las horas con frases banales y predecibles. En definitiva, la tarde se habían diluido en una especie de burbuja virtual, adicto a aquel mundo de simulacros y apariencias. Sólo al salir de allí y respirar el aire del mundo real podía volver a pensarlo todo desde fuera, tomar distancia, y jurarme que nunca más volvería a malgastar mi tiempo en el chat de Olé.

Aquella fue mi primera experiencia de saturación virtual.



Hoy es mucho más sencillo saturarse virtualmente que antaño, pues al chat han venido a sumarse los blogs y, fundamentalmente, las redes sociales. Hoy hay quien se levanta por las mañanas y se conecta al Facebook o al Tuenti con adicta ansiedad, para informar al mundo del desayuno especial que piensa ingerir, o para ser el primero en enlazar y compartir una noticia, o para divulgar la canción que acaba de escuchar o la última fotografía que ha sacado a través del Iphone.

Los empachos de vida virtual en los chats de mi adolescencia, vistos a la luz del presente, no son más que el preludio de lo que nos esperaba. Hoy los teléfonos inteligentes o las redes sociales como Twitter nos han instalado de lleno en un universo de saturación virtual. Quien los maneja lo sabe. Quien los sufre también.

No conozco sino los rudimentos básicos de Twitter. Pero por lo que sé propicia la información instantánea y el presentismo. En Twitter, a diferencia de los blogs, lo que cuenta es lo que está sucediendo y se cuenta o retransmite en tiempo real.

 El martes fui a un acto en la Facultad de Bellas Artes en donde los candidatos al 20-N por la provincia de Santa Cruz de Tenerife explicaban sus programas a la luz de las reivindicaciones de los indignados o del 15-M, que eran quienes organizaron el acto. (Por cierto, las 12 fuerzas concurrentes por la provincia fueron invitadas al acto, pero sólo asistieron 6, entre las que no estaban ni PSOE ni PP ni CC, que son las únicas con representación política en el Parlamento). Pues bien, tras la mesa de debate, en una pantalla gigante, todo el acto se iba resumiendo vía Twitter a tiempo real. La experiencia fue fantástica, pues los que estábamos allí pudimos comparar -y contrastar- el devenir de los dos universos simultáneos que teníamos ante nosotros: el real y el virtual, el de la experiencia sensitiva (visual, sonora, olfativa, táctil) del Salón de Actos de Bellas Artes y el de los "tuits" de 140 caracteres en que se trataba de encorsetar todo lo anterior.


Los smart phones no hacen más que acentuar esta tendencia hacia la "virtualización" de nuestras vidas. Al ser portátiles, ligeros y cómodos nos permiten acceder al mundo virtual desde casi cualquier lugar en el que nos encontremos: la cola de un banco, el aula de un instituto o la playa desde la que accedo al océano de mi isla. Y así es posible levantarse por las mañanas y empezar el día publicando en Facebook una foto del desayuno que pretendemos zamparnos, de tal forma que sin darnos cuenta abandonamos el mundo irreal de los sueños e ingresamos en el mundo virtual de Internet sin apenas detenernos a paladear el otro mundo, el simplemente real.

Con el blog a veces me ha ocurrido y me ocurre algo parecido. Siento que las horas que paso escribiendo en NaDa PeRmAnEcE, leyendo otros blogs e interaccionando con otros blogueros o lectores consumen y reprimen la posibilidad de paladear la vida real en toda su plenitud...

lunes, 24 de octubre de 2011

CuArTo cOnTaCto


Hay una amalgama de razones que explican, supongo, estos cinco meses de silencio. Hay otra amalgama de razones de signo contrario, que me impulsan a retomar el blog, aunque con cautela. Al final seguiré escribiendo, supongo, pues la falta de tiempo no puede ser sino un pretexto absolutamente eludible, y al fin y al cabo comunicarme y explorar el mundo con la palabra y la imagen me gusta demasiado como para dejar morir sin lucha esta pasión.

Sin embargo, hay un problema que persiste aún, que no he solucionado o dilucidado: los lectores, el público, los amigos, conocidos o simples merodeadores de este blog. En otras palabras: ustedes. Intentaré explicarme.

No concibo NaDa PeRmAnEcE como otra cosa que como una bitácora personal. No es un blog temático: sobre fútbol, sobre filosofía, sobre actualidad o educación. Es un blog personal, bastante variado en su contenido y con mucha miscelánea: amigos, gatos, religión, alumnos, fotos, manías, ficciones, poesía y, por supuesto, el incesante transcurrir del tiempo, que desgasta y barre las cosas en la eterna sucesión de pleamares y bajamares. 

Pero algo hay de común en toda esa miscelánea: Andriu, mi persona, yo. Aunque lo que llega al blog es un porcentaje ínfimo de mi vida, lo cierto es que eso que llega es puro y casi sin filtrar, pues está escrito desde la intimidad de quien se mira al espejo sin voluntad de engañarse a sí mismo. Así he entendido siempre la escritura: como una exploración hacia la verdad, como un descubrimiento íntimo de una realidad que nos tienta y se resiste a ser comprendida; pero también como una confesión y como un acto de comunicación.

Los diarios personales que siempre he escrito, desde que era pequeño, cumplían la primera función: la de nombrar y explorar y conocer el mundo. La posibilidad de publicar todo ello en un blog personal como NaDa PeRmAnEcE satisfizo la inherente necesidad de comunicación o comunión.

¿Comunicación con quién?

Mi primer diario no era de Hello Kitty pero sí tenía una cerradura minúscula para guardar bajo llave los secretos más inconfesables y prohibidos que imaginarse pudiera. Aquel diario con llave me gustaba. Me sentía importante con él, guardián de una valiosísima intimidad que había que proteger de las pérfidas miradas de los posibles espías que pudieran rondar mi dormitorio. Con la llave en mi bolsillo me sentía tranquilo y confiado. (Hoy las cosas han cambiado; los niños de hoy seguramente han oído hablar de Julien Assange y les genera éste más angustia que a los niños de entonces el hombre del saco).

Sin embargo, muy pronto me di cuenta de que lo que quería escribir y de hecho escribía en aquel diario no tenía nada de prohibido, de inconfesable o de tabú. Podría haber escrito por aquel entonces cómo descubrí la masturbación o qué chica de clase me gustaba más (si mi diario hubiera sido de Hello Kitty me hubiera entregado en cuerpo y alma a ese tipo de literatura). Pero tales temas, con ser privados, no me parecían tan interesantes como para dejar de ellos constancia escrita.

No, mis diarios infantiles no eran del género rosa. Sin embargo, lo que escribía en ellos era absolutamente íntimo, pues eran asuntos que me importaban e interesaban de verdad, frente a los cuales yo estaba obligado a posicionarme o definirme, y que brotaban del corazón. Eran íntimos, pero no secretos ni prohibidos. Por eso, poco a poco comencé a ser más descuidado con la celosa llavecita. Poco a poco dejé de utilizarla y fantaseé con que alguien leyera el contenido de esos diarios. (Creo que incluso llegué a imaginarme mi propia muerte y la conveniencia o no de dejar el diario cerrado con llave, para no hacer del todo imposible una lectura póstuma de aquellas páginas de caligrafía infantil). Porque comencé a sentir entonces, creo, la imperiosa necesidad de comunicación con los otros que anida detrás del impulso o compulsión a la escritura.

¿Comunicación con quién, con qué otros?

El problema no resuelto (ahora que no escribo diarios cerrados con llave sino blogs abiertos) son los otros, es decir: ustedes. Y no me refiero a ustedes en concreto, los que ahora mismo están leyendo este post, sino al conjunto de lectores o espectadores reales y potenciales que un blog posibilita.

Los otros de un blog son a veces voyeurs silenciosos. Otras veces son comentaristas fieles. O esporádicos visitantes. O críticos acérrimos, o trolls (afortunadamente NaDa PeRmAnEcE no ha tenido ninguno). A veces son completos desconocidos y a veces amigos del alma, o cualquiera de las casi infinitas posibilidades que caben en la gama comprendida entre ambos extemos.

Quien posee un blog lo sabe, pero yo nunca he terminado de acostumbrarme a esta particular relación que los otros de un blog introducen entre uno mismo y lo que escribe. En ocasiones he desnudado mi alma aquí mismo, en algún post, y me he quedado tan ancho. Otras veces, en cambio, me he mostrado reservado, pudoroso, críptico o esquivo. En ocasiones he sucumbido a la tentación de satisfacer a los lectores del blog, y les he dado lo que querían (o creía yo que querían): entradas breves, videos y alguna que otra confesión escabrosa. Otras veces me he rebelado contra ello, y he escrito acerca de lo que realmente me apetecía, sin eludir los textos interminables o los temas menos mediáticos. Siempre me he encontrado haciendo equilibrio entre Andriu y los otros, entre la exploración expresiva y la comunicación, entre ustedes y yo.

Empecé este post diciendo que hay una amalgama de razones que explican estos cinco meses de silencio (y que hay otra amalgama de razones de signo contrario, que me impulsan a retomar el blog). Parte de esas razones para el silencio tienen que ver con la perplejidad que me producen los otros, ustedes, y mi indecisión en cuanto a si proseguir o no con el blog ha tenido que ver, en parte, con esa relación ambivalente que el autor de un blog mantiene con sus lectores y comentadores.

Supongo que seguiré así, sin terminar de acostumbrarme a escribir en un blog (pese a haber comenzado a hacerlo en febrero de 2007), sin dejar de sentirme fascinado por esa extraña relación que uno crea con los otros, ustedes, cuando los goznes del candado ceden y la cerradura salta en pedazos porque aquel diario con llave infantil es Historia y se ha transformado en un blog personal abierto -y expuesto- al resto del mundo.



domingo, 16 de octubre de 2011

TeRcEr cOnTaCtO



Me veo obligado a retornar al blog con toda una serie de cautelas, indecisiones y aparentes fintas. Pero no hay ánimo de engaño en ello sino, al contrario: voluntad de verdad y de honestidad conmigo mismo y con quienes se han asomado por aquí durante estos meses y no han encontrado sino el débil eco del pasado.

Un blog es como una casa de campo. Desde allí nos contemplamos a nosotros mismos y al mundo circundante desde otro ángulo y con un sosiego y detenimiento que la ciudad nos hurta. Alejados de los ruidos y del frenético ritmo de la gran urbe, desde la casa de campo tomamos la distancia necesaria para comprender lo que pasa.

Un blog es una casa de retiro. Hay quien pasa en ella los fines de semana. Hay quien la visita casi a diario, o quien la habita en largas y fecundas temporadas. Algunos incluso se mudan allí definitivamente y apenas mantienen trato con el mundo real de la ciudad.

Yo llevo cinco meses sin abrir la cerradura oxidada del candado de mi casa de campo. El jardín se ha llenado de maleza y de malas hierbas. El interior está sucio, polvoriento y con olor a encierro. Durante estos meses, de vez en cuando, un paseante aparecía y le tiraba piedrecitas a los cristales, para ver si alguien contestaba:

-¿Qué pasa con tu blog? -me preguntaban- ¿Lo tienes parado?

-Pues sí -contestaba yo, lacónicamente, sin dar más explicaciones.

Pensé que vendrían solos. Pensé que los motivos para dejar de escribir se me aparecerían un buen día delante de mí: evidentes, claros y distintos. El tiempo acabaría por perfilarlos y definirlos. Uno no deja de visitar hasta el abandono su casa de campo sin ningún motivo.

Pero los días en la ciudad pasaban y los motivos para no ir al campo seguían sin aparecer. Simplemente notaba que mientras más tiempo transcurría más me afianzaba en la ciudad. No iba ya a la casa de campo y, pese a no tener motivos para ello (o pese a no tenerlos claros), persistía en mi inmovilidad de urbanita.

Hace una semana que he interrumpido mi exilio en la ciudad y que he venido a respirar este aire limpio y preciso. Ha sido un acto irracional, inmotivado, de pura voluntad irreflexiva. Ha sido un salto al vacío, un movimiento casi instintivo.

Me resulta imposible todavía escribir un post normal y corriente (sobre actualidad política, literatura, religión, amor o crítica social). Sería como llegar a la casa de campo -destartalada como está- y en lugar de hacerle una limpieza a fondo y arreglar el jardín y el polvo interior, adornar las paredes con cuadros.

Sólo concibo ir retomando el contacto de nuevo muy poco a poco. Y es por ello que me veo obligado a retornar al blog con toda una serie de cautelas, indecisiones y aparentes fintas.

lunes, 10 de octubre de 2011

SeGuNdO cOnTaCtO


Hay blogs que súbitamente mueren. Tras un comienzo trufado de proyectos, ilusiones y promesas de continuidad se interrumpen un buen día y no vuelven a actualizarse jamás, o bien poco a poco se desvanecen, espaciándose cada vez más unas entradas de otras, hasta extinguirse. He visto varios casos de éstos. De hecho, al parecer, la duración media de la vida de un blog es de 15 meses (463,7 días, para ser más exactos, o más pedantes).

Las razones para que esto ocurra (que los blogs tampoco permanezcan) son muchas y variadas. Los blogueros que abandonan pueden hacerlo por falta de tiempo, por falta (o exceso) de lectores, por no encontrarle sentido a lo que hacen, o porque la vida les tiene demasiado entretenidos. 

También la propia muerte se inmiscuye a veces entre un bloguero y su blog. El caso más dramático al que he asistido es el de un profesor de filosofía al que nunca conocí en persona, pero cuyo blog seguía esporádicamente. Un día aciago dejó de publicar. En un comentario a su última entrada, dejado por alguien cercano (familiar o amigo, no lo recuerdo), se informaba escuetamente a los lectores del blog del fallecimiento del autor y se enlazaba a otro blog en el que se ofrecía una crónica de los últimos días en el hospital, de la operación y del fatal desenlace.

Hay también otros blogs que, sin llegar a morir, se detienen, languidecen, dejan de latir, pasan a un estado de hibernación, entran en coma. Devolverles el vigor de antaño, o al menos insuflarles vida, para que de sus cenizas vuelva a emprender el vuelo el ave Fénix, no es imposible... pero cuesta.

Y en ésas estoy.
   

domingo, 9 de octubre de 2011

pRiMeR cOnTaCtO



Cuánto cuesta volver a empezar, y reparar lo que hemos por largo tiempo descuidado.

lunes, 2 de mayo de 2011

aDiÓs, SáBaTo


"Existe cierto tipo de ficciones mediante las cuales el autor intenta liberarse de una obsesión que no resulta clara ni para él mismo. Para bien y para mal, son las únicas que puedo escribir. Más, todavía, son las incomprensibles historias que me vi forzado a escribir desde que era un adolescente".

(Sobre héroes y tumbas: Ernesto Sábato)

"El principal problema del escritor tal vez sea el de evitar la tentación de juntar palabras para hacer una obra. Dijo Claudel que no fueron las palabras las que hicieron la Odisea, sino al revés"

(El escritor y sus fantasmas: Ernesto Sábato)

Nota: el retrato de Sábato lo tomo prestado de este blog.

sábado, 23 de abril de 2011

¿InTiMiDaD VioLAdA 3?


Escenario 1:

 El año pasado, por estas mismas fechas, salí a recorrer las calles de La Laguna, cámara en mano, con el propósito de captar en imágenes el espíritu de la Semana Santa a través de sus procesiones. El resultado es este post sin texto: son sólo fotos.

En varias de esas fotos (cuatro para ser más exactos) se ve a niños a los que, al estar en primer plano, se les puede identificar perfectamente. En el resto de imágenes se ve a personas adultas claramente identificables (sólo los capuchinos constituyen la ineludible excepción). Ni a los niños ni a los adultos les pedí autorización alguna: para ser fotografiados, para subir a internet sus imágenes, para enlazar el post un año más tarde.

¿Debería haberlo hecho? Detener la procesión para cumplir con dicha formalidad hubiera resultado un tanto heterodoxo. ¿Debería haber renunciado a crear aquel post? Me asomo a mi balcón, contemplo las procesiones de este 2011, me fijo en la cantidad de personas que sacan fotografías o graban videos con sus cámaras o teléfonos móviles... ¿Cuántas de esas fotografías y videos están ya en la red, para ser compartidas -exhibidas- en blogs o a través de las prolíficas redes sociales? ¿Cuántas de esas personas detuvieron la procesión para explicarles lo que pretendían hacer con esas fotos o videos a los afectados en cuestión: penitentes, monaguillos, músicos, obispos, políticos, niños?

Cambio de escenario:

Hace un mes les mandé a hacer un trabajo en grupo a mis alumnos de Ética sobre alguno de los Derechos Humanos: un mural, un sketch, un video, un power-point, una canción. Varios de los grupos decidieron hacer videos caseros. Los grababan en casa, o en el recreo, o en alguna hora libre. Hasta que llegó el asunto a oídas de la directota. Ésta habló con el grupo de alumnos que pretendía hacer entrevistas a profesores y alumnos acerca del Derecho Humano que habían elegido: no podían llevarlas a cabo sin una autorización de sus padres.

Fui a hablar con la directora, para explicarle en qué consistía el trabajo, así como su exhibición: sólo pretendía utilizar los videos en clase, sólo lo verían los alumnos del grupo. La directora me insistió en que sólo podrían salir imágenes de aquellos alumnos cuyos padres hubieran firmado un documento de autorización a principio de curso. Además, para evitar que las imágenes fueran subidas a internet y de ahí circularan incontroladamente, yo debía ser quien lo grabara todo (con la cámara del instituto), sin darle copia del documento ¡a los propios creadores y actores!

Estábamos en su despacho. Empecé a sentirme incómodo en el asiento. Hacía tan sólo unos días acababa de subir a la red el video sobre los dos chinijos caleteros comiendo pipas y filosofando:

-Isabel ¿tienes acceso a Internet? -le dije, señalando a su ordenador.
Ella asintió.

-Te voy a enseñar una cosa. 

Entonces le enseñé el último post de mi blog de Filosofía. Era una crónica de la fiesta de Carnavales del IES Agustín Espinosa. Allí se veía a alumnos de todos los cursos y edades. Como en el caso de las procesiones de Semana Santa, no le había pedido autorización a nadie para publicarlas. Tan sólo les había dicho a mis alumnos de 2º de bachillerato que se metieran en el blog para que se descargaran las fotos más fácilmente (tengo el correo electrónico de todos ellos, pero es más sencillo enviarles un link que 20 fotos).

-¿Crees que debo borrar este post? -le pregunté.

Lo hice desde el mismo ordenador de su despacho. Ese post carnavalero ya no existe (últimamente no hay post carnavalero que resista la censura).

Le dije a la directora que repartiría a todos los alumnos que hicieran un video como trabajo de Ética un impreso para que sus padres autorizaran por escrito la toma de imágenes de sus hijos con fines educativos.

Meta-escenario:

Acabo de reproducir una conversación privada entre la directora de mi Centro y yo. Sin su consentimiento. Me pregunto si al hacerlo estoy violando, de nuevo, la ley de Protección de Datos de Carácter Personal (a la que se refirió ella durante dicha conversación). Al difundir sin su permiso nuestra charla: ¿Estoy violando el artículo número 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos?

Escenario 3:

El origen de todas estas dudas y disquisiciones fue el video de los chinijos caleteros. Empecé aquel post con esta pregunta: "¿Debo eliminar este post?". Casi todos los lectores coincidieron en que el video violaba la intimidad de los dos chiquillos. 

Ricardo propuso, entre otras cosas, distorsionar la imagen. También contó cómo él había hecho lo mismo en fotos de su instituto que había colgado en su blog. Bajé -censuré- el video y lo modifiqué con Movie Maker. Ya no se distinguía la imagen de los dos peques, ni -¡ay!- el azul nítido del cielo caletero, la ondulación de la toalla emulando el mar, la luz primaveral. Pero el tono de voz de los chinijos, inconfundiblemente caletero, seguía siendo delicioso: transmitía tranquilidad, dicha, reminiscencias de una época pretérita e irrecuperable.

Carse opinó entonces que también la voz debía distorsionarse, a fin de no poder identificar a los infantes. Y aminuscula dio una vuelta de tuerca: ni siquiera era legítimo reproducir el contenido de una conversación que era privada. ¿Acaso los niños no debían ser tomados tan en serio como los adultos?

Ante las dudas, decidí no volver a subir el video de los chinijos caleteros, ni siquiera en la versión en la que éstos eran casi inidentificables. Y empecé a escribir post monotemáticos, con el título entre signos de interrogación, sin tener ya claro los límites de una buena praxis en materia de blogs...

lunes, 18 de abril de 2011

¿InTiMiDaD VioLAdA 2?


Hay que reconocer que la Caleta de Famara is different:

¡Montar un Carnaval a mediados de marzo, casi en Semana Santa!


Fue hace tan sólo dos fines de semana (es verdad: llevo una buena temporada ausente del blog), y lo pasé bastante bien.
 
Lo mejor fue dormir en casa y no tener que conducir borracho a horas intempestivas: bastaba con cruzar la calle para ponerle a la noche su punto final.



No me esperaba para nada ver a Pepe Benavente en el Carnaval de Famara.  

Yo le dije a Nico (mi primo):

-Chacho, ése se parece a Pepe Benavente.

-¿Te puedes creer que nunca he visto al Pepe Benavente ese?

(Mi primo es abogado, le gusta la literatura fantástica, el ajedrez y participa esporádicamente en misiones internacionales como observador electoral... No sé si todo ello explica el que no conozca a Pepe Benavente. Algo debe de explicar)

-Naycol, vamos a acercarnos al escenario porque me da que es él.

Y en efecto, allí estaba el Pepe más famoso de la TV Autónomica Canaria, haciendo retruécanos y meneando la cintura a ritmo de bolero en el escenario del Llano de Famara.

"Altamente surrealista" -pensé- "Como todo lo que ocurre en este pueblo"



Media hora antes mi primo Nico se había rociado la camiseta con Betadine (para darle más verosimilitud al disfraz de zombie) y yo me había puesto una gorra de flores y unas gafas plateadas (para que me entrara la gorra había tenido que quitarme, por cierto, la peluca rubia, tras treinta y dos días de exhibición ininterrumpida).

Ya estábamos, pues,  listos para darlo todo.


Por supuesto, como me temía, lo primero que me encontré fue a mis alumnos.

Nota aclaratoria nº1: A todo profesor/a le resulta incómodo tropezarse a sus alumnos/as mientras está de marcha. Se trata de una Ley Universal del Cosmos y las explicaciones son muy variadas (Montse: sospecho que tú eres una excepción ¿me equivoco?).

Nota aclaratoria nº2: Hube de aclararle a mis alumnos que lo de haberme quitado la peluca era algo meramente transitorio. Volvería a ponérmela en cuanto terminara el Carnaval.



El desfile no era el coso de Santa Cruz, vale, pero las carrozas, la batucada y la gente disfrazada animaron las calles de este pueblito surfero como si de Rio de Janeiro se tratara.

 

¡Y sí! ¡Es Lidel!

Cuando lo vi, jugando con los niños, me acerqué disimuladamente, sin pronunciar su nombre (el dueño estaba cerca), su verdadero nombre (el dueño lo llama de otra forma), y Lidel se abalanzó sobre mí, mientras me llenaba de lamidos y besos.

Menos mal que en esto apareció mi primo Nico, que aunque amante de los perros, iba disfrazado de zombie: Lidel huyó como de la pólvora, mientras ladraba, farruco pero en retirada. Conseguimos así que el dueño  (mi vecino) no se enterara "de lo nuestro".




¡Ni idea quiénes son éstos!

Uno en Carnavales se junta con lo peor de cada casa. Voy a imprimir la imagen y titularla: "Foto de familia: Family Monster".


Al final todo termina.

El Carnaval de Famara es un mes más tarde que en el resto del mundo. Al principio cuesta calzarse un disfraz con estos calores que preludian el verano. Es como comer peladillas en agosto. Pero al final uno se acostumbra, como a todo. El fin del Carnaval chicharrero produce melancolía y desconsuelo. (Y una monumental resaca). Menos mal que existe el de Famara, prolongación desesperada del primero, sucedáneo delirante y deliciosamente extravagante.

Los caleteros ya están, también, en Semana Santa. Su cuaresma es la más breve del mundo: sólo dura una semana.

Nota aclaratoria nº3: Este es uno de mis clásicos posts en los que hago una crónica fotográfica de alguna festividad, tradición o viaje. Como he querido cumplir con la legalidad vigente (con la Ley de Protección de Datos de Carácter Personal), según la cual no puedo sacar y publicar fotos o videos de personas que no hayan dado su consentimiento expresamente, me he visto obligado a sustituir las fotos originales por otras realizadas en los mismos lugares pero a diferente hora, cuando las calles estaban desiertas. Confío en que el cumplimiento de la ley y la adecuación a lo moralmente preferible no escatime o mengüe el interés de la crónica carnavalera.

domingo, 3 de abril de 2011

¿InTiMiDaD VioLAdA 1?



NOTA PREVIA: He decidido suprimir el video que encabezaba este post, en el que se veía y escuchaba a dos "chinijos" (así se llama en Lanzarote a los niños pequeños) comiendo pipas y filosofando. El video violaba la Ley de Protección de Datos de Carácter Personal, al no contar con el consentimiento de sus padres. El texto, la reflexión acerca de las dificultades de cumplir con esta ley con la llegada de Internet, sigue siendo válido, así que lo dejo.  

¿Les parece que debo eliminar este post?

Cuando oí la conversación que estaban teniendo estos niños, estos chinijos caleteros, no pude evitar coger la cámara para grabar desde mi toalla, como un espía, todo lo que se decían. 

En cuanto agucé el oído me sentí fascinado por poder ser testigo de esa concepción del mundo que tienen los niños y que tan bien se muestra cuando éstos hablan entre sí, y no con adultos. Además me sentí transportado a la infancia: a los días y vacaciones eternas, al ocio como lo más importante en el mundo, a ver la vida a un metro y poco del suelo. Pero tras haber editado el video he tardado bastante en decidirme a publicarlo en el blog.

¿Por qué?

En el post anterior aparecía Andriu haciendo el payaso en el Natural History Museum junto a unas niñas inglesas que habían ido allí con el colegio. Nadie dijo nada, nadie protestó por sacar a esas niñas en NaDa PeRmAnEcE sin su consentimiento. Y sin embargo es posible que a sus padres, en el improbable caso de que algún día se topen con este blog, no les haga ninguna gracia esa entrada.

En el pasado  a "mis gansitos" siempre los saqué desenfocados. Los estadounidenses son tan histéricos con los niños que me pareció que hacer que sus rasgos no se identificaran era la mínima de las precauciones. Ahora no sé si aquellos posts hubieran ganado más con las caras de mis alumnos al natural, mostrando a través de sus expresivas facciones sus sentimientos, ocurrencias y... en suma, sus "gansaditas".

Lo cierto es que hay un problema legal en todo ello. La Ley de Protección de Datos de carácter personal no permite publicar o difundir imágenes de menores sin su consentimiento. Cuando éstos son menores de 14 años serán sus padres quienes otorguen o nieguen dicho consentimiento.

Así que el video en el Natural History y éste en el muelle de Famara son claramente ilegales.

¿Qué hacer? Lo correcto sería hablar con los padres y pedirles su autorización para subir a la red estas imágenes de sus hijos...

Tan sólo tener que explicarles a los padres el asunto me da pereza (no se trata de un corto o una película o un anuncio, sino de un simple post). Y además ¿Es realista pensar que no tendrían inconveniente en hacerlo? Francamente, no. 

Imagínense la escena: Andriu se acerca al tipo de la bici y le aborda (después de haberse quitado la peluca rubia) y le explica que quiere subir a internet un video en cámara oculta que ha hecho de su hijo, en bañador, mientras mantiene una charla de carácter privado con otro niño en bañador.

Sinceramente, no me veo con tal capacidad de persuasión como para no salir con un ojo morado.

Así que... ¿qué hacer entonces? ¿renunciar a publicar todas aquellas fotos o videos en los que aparezcan menores identificables, a no ser que se obtenga por parte de sus padres una costosa o improbable autorización?  Si de lo que se trata es de cumplir con la ley... habrá que renunciar a ello.

 Sin embargo, como han repetido los internautas anti-Sinde a lo largo de los últimos meses, con la llegada de internet es imposible ponerle puertas al campo. En efecto, la red está llena de fotos e imágenes de menores que se envían, copian, publican, descargan y suben a través de blogs, periódicos, redes sociales o cadenas de mails. No hablo de imágenes vinculadas a la pornografía infantil, sino de fotos de niños de todo tipo. Apuesto a que es elevadísimo el porcentaje de esas fotografías que han sido introducidas o reutilizadas en la red sin autorización alguna.

Por ejemplo, ésta:



He escrito "Niños" en Google-Imágenes. Me han salido tropecientas mil fotos e imágenes de niños y niñas disponibles para hacer con ellas lo que crea conveninte. Pues bien, aquí está, colgada a NaDa PeRmAnEcE, esta fotografía. Los padres de los tres retoños seguramente dieron una autorización al fotógrafo para darle a la imagen un uso determinado (aun anuncio de cursos de verano, por ejemplo). Pero una vez que la fotografía se ha subido a la red, cualquier persona puede hacer con ella infinidad de cosas. Yo, por ejemplo, tan sólo la he utilizado como ejemplo de mi argumentación. Pero podría escribir un post explicando que estos son mis tres hijos, o hablando de la grave enfermedad de Tommy, o del ligero retraso mental de Carol, la niña rubia que está subida a la pela, o... ya pueden imaginar todo lo que se puede hacer jugando con la realidad y la ficción. 

¿Qué hacer pues? ¿Es correcto infringir la ley aduciendo que la intención con la que uno sube a la red este video caletero es inofensiva, o arguyendo que tiene un interés como documento audiovisual debido a su gran poder sugestivo y evocador? ¿Son esto razones válidas o una mera racionalización?

El domingo que viene eliminaré este post o lo dejaré tal cual está. Todo depende de lo que ustedes opinen al respecto. Así que, dicho esto, les reitero la pregunta del principio:

¿Les parece que debo eliminar este post?

viernes, 25 de marzo de 2011

eLeGaNciA bRiTáNiCa



A las escolares del Reino Unido no les interesa la vida y las ideas de los prohombres que apuntalaron el conocimiento y la ciencia de su país. Me acerqué a estas estudiantes con la intención de hablarles acerca de John Dalton, pero huyeron de mi explicación como de la peste.

Eso sí, lo hicieron con gran disimulo, sin grandes aspavientos, y haciendo gala de una prudencia circunspecta y sobria que me atrevería a calificar de muy británica.