Todo empezó con una carrera por Madrid.
Zas, zas, zas -rozaba la tela de mis bermudas a cada zancada.
No había salido a correr, sino que tenía que llegar al Templo de Debod antes de que anocheciera.
Flap, flap, flap -sonaban mis tenis al golpear el pavimento de las aceras.
Había visto las últimas tardes unas puestas de sol increíbles desde allí pero no había llevado la cámara.
Llevaba dos semanas sacando fotografías de todo tipo, algunas de ellas un poco tontas, así que me dije que ya era hora de inmortalizar un atardecer desde el Templo de Debod.
Seguí corriendo hacia el oeste.
Frente a un paso de pearones me paré.
La calle Princesa era un río imposible de cruzar en ese momento: un tráfico denso de coches la atravesaba sin tregua.
Había una chica a mi lado y enseñándole la foto le pregunté:
-¿Adivinas lo que es?
Tuvo que pensarlo un rato pero acertó:
-Parece un semáforo en verde.
No suelo hacerle estas preguntas a desconocidos pero esa tarde andaba un poco eufórico.
-¿Y en ésta que ves?-Un semáforo en rojo, ésta es muy fácil -me dijo, algo divertida.
La noche anterior había visto
el video del argentino vendedor de sueños que me recomendaba Carse en un comentario.
El argentino, en el video, recorría las calles de Buenos Aires y se dirigía a los tristes y apáticos rostros que poblaban los transportes públicos de esa gran ciudad y les ofrecía alegría, optimismo, humor y el cumplimiento de un sueño.
Creo que inconscientemente andaba yo esa tarde contagiado de la dicha de aquel cortometraje y veía detrás de cada mirada y cada rostro un sueño, un anhelo, una felicidad oculta que habría de manifestarse con tan solo rascar un poco.
Cambió el semáforo de color y crucé el paso de cebras corriendo hacia el atardecer en fuga.
Y llegué a tiempo, más o menos.
Piedra, cielo, agua, luz, tiempo...
En una esquina varias personas sacaban la misma foto, como en un museo.
Alguién dijo:
-Joder, aquí cualquiera saca buenas fotos.
Y era verdad.
Me relajé a medida que iba sacando instantáneas, casi nocturnas.
El disco solar se había esfumado pero todavía el cielo mostraba unos colores cálidos que cambiaban por segundos.
Pero entonces me palpé el bolsillo del suéter y noté una ausencia.
Revisé los bolsillos laterales de las bermudas: tampoco.
-Nooooooo -pensé, intentando mantener la calma.
-No puedo haberlo perdido mientras corría -me dije, contra toda evidencia.
Pero era justamente eso lo que había ocurrido:
¡Había perdido el móvil!
Empecé a auscultar el suelo, a volver a cada uno de los sitios del parque en los que me había parado a sacar fotos.
Rehice el camino mientras pensaba en la ingente libreta de direcciones que acababa de perder para siempre.
Pensé en todas aquellas personas de las que sólo tenía eso: un número de teléfono.
Seguí buscando mientras me hacía a la idea de que aquello era una despedida de todas esas personas.
La vida estaba llena de despedidas, ésta era una más simplemente.
Volví a casa desandando el camino que me había llevado a casa.
Rumiaba mi rabia y me lamentaba de lo grande que se me antojaba entonces esta ciudad llena de gentes y de rincones insospechados en los que podría haber caído mi móvil.
Y me acordé de aquel otro móvil que encontramos una noche de marcha en Fariones...
Recuerdo que estábamos ya un poco borrachos y marcamos los números que aparecían como llamadas recientes:
-
Wanchis, fanchis, wonch...
Aquello debía de ser inglés pero yo no había estado en Texas todavía y al otro lado de la línea habían bebido todavía más que yo.
Conseguimos no obstante hablar con una amiga de la dueña del móvil a la que se entendía un poco mejor.
La dueña del teléfono estaba muy perjudicada.
Le di mi número y mis señas y le dije que viniera a recogerlo cuando quisiera.
Mientras el Cizañas y yo leímos todos los sms del móvil y nos inventamos a partir de aquellos mensajes una novela:
-¡La chica era una auténtica psicópata!
Pero esto es ya otra historia: a los dos días la guiri y su amigo se acercaron a La Caleta para recuperar el móvil. No pude aceptar la botella de vino que me trajeron como agradecimiento, pues aparte de violar su intimidad nos habíamos dedicado a sacar fotos chorras con su móvil y no las habíamos borrado
. He de reconocerlo: me encantan este tipo de gamberradas surrealistas.
El caso es que ahora estaba yo del otro lado, aquí en Madrid.
Quise que alguien encontrara mi móvil, que alguien leyera todos mis sms e inventara a partir de ellos una novela y que esa misma persona me devolviera el teléfono con la memoria llena de fotos surrealistas.
Pero todo esto era improbable: mi móvil llevaba unos meses fallándome, apagándose sin previo aviso, al menor golpe, difícilmente habría aguantado encendido tras la caída desde el bolsillo de mi suéter.
Había no obstante que intentarlo:
Me dirigí a unas chicas que estaban apoyadas en la boca de metro de Ventura Rodríguez y les conté la historia:
-Sólo les pido llamar a mi móvil para ver si da tono.Con cierta desconfiaza accedió una de ellas a hacerme el favor: marcó ella el número que yo le dicté, sin atreverse a dejarme a mí su teléfono.
-Da señal -me dijo.
(Uff, bien, menos mal, vamos, vamos, suena, sigue sonando)
-Alguien lo ha cogido -y me dejó acercarme al auricular, mas sin soltar ella su móvil.
(Milagro, milagro, Dios existe y es grande y bueno)-Alo ¿vos sos Andrés, el dueño del móvil?-
Sí, soy yo, uff, menos mal que alguien lo ha encontrado ¿por dónde está usted?-Yo estoy en el Templo de Debod, acabo de hablar con su madre...(Doble seis, doble seis...)
-Muchisimas gracias, no me lo puedo creer, menos mal que hay gente como usted... Ahora mismo estoy allí, en cuatro minutos, llego enseguida -le dije, eufórico y acelerado-
Le tengo que contar el corto que vi anoche sobre un argentino que... porque usted es argentino ¿no?... Bueno, ahora mismito llego allí y le cuento en persona -y acordamos vernos en la esquina del Templo desde el que todo el mundo saca las fotos.
Le agradecí la ayuda a las chicas, que se quedaron atónitas, y salí corriendo nuevamente.
Allí en el lugar acordado estaba Silvio, con una chica.
-Andrés ¿verdad?-... Síii... -contesté jadeando, sin aire en los pulmones casi- ...
llegué lo antes que pude.
Me explicó que habían estado mirando la libreta de direcciones hasta encontrar "Casa". Les había salido una señora que les había dicho que ella no había perdido ningún móvil. Mi madre tenía el suyo delante mientras contestaba por el fijo y no sabía que la llamaban desde Madrid. Tampoco cayó en que mi hermano y yo también tenemos el número de "Casa" en la agenda telefónica.
Silvio y la chica llamaron entonces -al azar intuyo- a mi prima Fátima, que al ver en la pantalla mi nombre pudo comprender de golpe lo que había ocurrido.
Fátima llamó a mi madre pero para entonces yo ya había localizado a Silvio:
-Oigan, se los agradezco infinitamente ¿qué puedo hacer por ustedes? Lo que quieran, en serio, les invito a una copa, a un café, tomen -dije, sacando un billete del bolsillo, aunque medio avergonzado.
Ellos supieron mantenerse en su sitio:
-¿Cómo era esa historia del argentino? -me preguntaron.
Les conté con más detalle el contenido del corto. Entonces me acordé de
aquella canción de Sabina, en que como agradecimiento a los rateros con los que pasa la noche les dedica una canción. Y les dije:
-Aunque sea, aceptarán que les dedique unas palabras de gratitud. Busquen en Google "Nada permanece". Les saldrá mi blog, voy a dedicarles un post y me encantaría que lo leyesen.
Se sonrieron los dos con cierta complicidad. Yo me sentí un poco tonto, o loco. Pero estaba feliz. Y escribiría ese post, lo leyeran ellos o no.
Pero antes de poder escribirlo, el viernes muy de mañana, justo antes de coger el AVE a Barcelona, encendí el ordenador, abrí mi correo y leí el siguiente mail:
"Hola Andrés. Soy Silvio, ayer te devolví el móvil, supongo que no lo has olvidado, se te veía muy contento y nos contaste eso del tipo que vende sueños en el colectivo. Por cierto, no lo he encontrado el corto en Youtube, como me dijiste. Encontré tu dirección de mail en el blog tuyo. Te escribo por lo siguiente: he cambiado de opinión. He estado echando un vistazo a tu blog y he decidido que sí, que acepto ese contrafavor que tan amablemente nos ofreciste a Valeria y a mí. Sería para mí estupendo que me dejases escribir en tu blog por un tiempo, no sé, un par de meses. Ya te contaré, me han recomendado que escriba y creo que aquí el destino me manda una señal.
Espero que no consideres que abuso por esta petición, pero ya que dijiste que harías por nosotros lo que quisiéramos entiendo que aceptarás gustoso. Si no quieres sabré entenderlo, espero tu respuesta"
Me fui a Barcelona sin responder el mail del argentino, de Silvio. Necesitaba meditar su propuesta.
Pero al final, sopesando pros y contras, decidí aceptar.
Anoche lo invité, como administrador del blog, a participar en calidad de autor, explicándole lo que tenía que hacer: abrirse una cuenta en gmail, crearse un perfil, etc.
No sospeché que a la mañana siguiente se habría estrenado ya con dos posts o, bueno, uno y medio.
¡Bienvenido Silvio, espero que te hayas sentido a gusto!
En cuanto a la prueba de agudeza visual, ya ven el resultado:
Cuando la luz roja de un semáforo se mezcla, en un collage, con la luz verde se obtiene una miríada impresionante e inimaginable de objetos:
Una bolsa de la compra, una manta, un pájaro, un fragmento fotográfico de la pluma del ave Simurgh, una cortina de cuentas y hasta unas cholas de levantar...