Llegamos a Oaxaca en guagua, en la madrugada del lunes.
Salvo el medio de transporte, todo recordaba a nuestros viejos interrails: abre mochila, cierra mochila, carga mochila... y una baraja para decidir -según la carta menor- quién lleva la mochila pequeña.
Salvo el medio de transporte, todo recordaba a nuestros viejos interrails: abre mochila, cierra mochila, carga mochila... y una baraja para decidir -según la carta menor- quién lleva la mochila pequeña.
Oaxaca resultó ser una tranquila ciudad de aspecto colonial, salpicada de iglesias, casonas de coloridas fachadas, plazas y calles empedradas.
Paseamos por ella como por La Laguna, hablando de nuestras cosas, sin dejar por ello de ser sensibles a lo que el nuevo ambiente nos iba ofreciendo: con un pie en Canarias y otro en México, un pie en el pasado y otro en el presente.
Paseamos por ella como por La Laguna, hablando de nuestras cosas, sin dejar por ello de ser sensibles a lo que el nuevo ambiente nos iba ofreciendo: con un pie en Canarias y otro en México, un pie en el pasado y otro en el presente.
Desde Oaxaca, a seis horas y media en guagua al sur de la Ciudad de México, hicimos pequeñas excursiones a poblaciones cercanas.
Así: el Tule, en donde se conserva este inmenso árbol milenario, de inabarcable perímetro y frondosa copa.
La iglesia a su lado se me antojó de juguete: la Naturaleza, una vez más, empequeñeciendo al hombre y sus dioses.
Así: el Tule, en donde se conserva este inmenso árbol milenario, de inabarcable perímetro y frondosa copa.
La iglesia a su lado se me antojó de juguete: la Naturaleza, una vez más, empequeñeciendo al hombre y sus dioses.
La iglesia encalada y con pintura azul celeste y ocre, como en pueblo marinero.
Otra de las excursiones desde el campamento base de Oaxaca fue al sitio arqueológico de Monte Albán.
Ruinas zapotecas, ciudad fantasma, solitario vestigio de otro tiempo.
Desde el siglo VI antes de Cristo hasta el año 750 vivió la civilización zapoteca en esta ciudad-estado de unos 20,000 habitantes.
Y hablando de música canaria: en realidad nuestro viaje a Oaxaca tenía como misión fundamental supervisar los ensayos de esta agrupación folklórica.
Callejeando probábamos todo lo que se nos antojase:
¡Deliciosos elotes!
Esta foto marca el ritmo del viaje.
Y ésta.
La Catedral de Oaxaca: Santo Domingo de Guzmán.
Su presencia señorea la plaza de Santo Domingo, sembrada de agaves.
El interior barroco, rica en oros, molduras y cargado ornato, conservaba no obstante -pese al órgano de fondo- esa paz de las iglesias, de los cementerios y de ciertas calles de Oaxaca.
Tal que la calle Alcalá, remanso peatonal que la atraviesa de norte a sur.
Tres días en Oaxaca dieron para ir más allá de los monumentos esenciales y vagabundear un poco, con el fin o el resultado de aprehender parte del aroma cotidiano de sus calles.
Junto a la Catedral, el convento de Santo Domingo alberga el Museo de las Culturas: imprescindible, ameno, bellísimo en su enclave; un recorrido histórico por las épocas de Oaxaca, desde sus primeros hasta sus actuales habitantes; una historia de poder y ambición ininterrumpida, de vida y muerte, dioses y armas; y muchas incógnitas.
Los balcones del convento-museo se asomaban a un jardín botánico con la flora autóctona de la región.
O a sus patios interiores, de clausura, de aspecto penitenciario.
A la salida del museo, una orquesta amenizaba un baile popular:
"El solitario mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos"
(El laberinto de la soledad; Octavio Paz)
"El solitario mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos"
(El laberinto de la soledad; Octavio Paz)
El miércoles por la noche cogimos la guagua de las 12:00 de la noche rumbo a Ciudad de México, de regreso.
Ya un poco huérfanos, sin hostal ni cuarto, matamos el tiempo en el parque Benito Juárez, héroe nacional.
Ya un poco huérfanos, sin hostal ni cuarto, matamos el tiempo en el parque Benito Juárez, héroe nacional.
Nuestros viajes tienen siempre un momento homeless que los hace entrañables.
(Eso sí: qué fácil es jugar a ser pobre)
(Eso sí: qué fácil es jugar a ser pobre)
La guagua nos dejó en la estación del norte, muy de mañana, y con la misma nos fuimos a las monumentales ruinas de Teotihuacán, donde se encuentran las pirámides más grandes de México.
Ocupadas por varias civilizaciones, sus piedras están impregnadas con el recuerdo de los colores de la sangre y el fuego ritual, con las ofrendas funerarias, con los ecos de los gritos de guerra y los de adoración a los más diversos e impronunciables dioses.
Hay lugares que no se visitan: se contemplan.
Al final, el cansancio y el sueño se apoderan esporádicamente de cada uno de nosotros.
Allí nos reunimos con los seres queridos, con el pasado de las pirámides, con los proyectos de futuro, con las quimeras mesoamericanas, con las conversaciones enrevesadas y con el dios Quetzalcóatl.
Allí nos reunimos con los seres queridos, con el pasado de las pirámides, con los proyectos de futuro, con las quimeras mesoamericanas, con las conversaciones enrevesadas y con el dios Quetzalcóatl.
3 comentarios:
Que padre viaje! Me encanta Oaxaca, yo le tengo mucho aprecio porque vivir ahi mi adolescencia y las fotos que veo me recuerdan mis dias de "teenager" y mis rutas diarias a la escuela, al cafe o a casa de amigos....ay, la nostalgia de esos dias donde nada importaba todo era facil!!!
Un beso grandisimo,
Gaby
Andriu,
muy chulo otra vez. Gracias por compartirlo; mola.
Rbc
Gaby, sabía que la pasaste en el sur, pero no recordaba que fuera precisamente en Oaxaca. Es verdad lo que me contabas: todos indios y tú la única huerita. Besos.
Es un placer, Rbc, salvo por lo lenta de la conexión que hace que tarde horrores en subir las fotos.
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