sábado, 30 de agosto de 2008

mAiL CoLecTiVo


Reconozco que los posts que me gusta escribir tienen a veces como protagonista un puñado de cereales disperso.

O algo similar.

Me gusta tomar un objeto anodino e inerte y darle vida mediante una historia o anécdota.

Sin embargo, percibo síntomas de que mi gente está ávida de información.

Mi madre se dedica a ampliar las fotos para escudriñar lo que pone un documento del cole.

Mi amigo Santi me pide desesperadamente datos sobre mi vida cotidiana y alguna historia picante, lo cual va a ser de momento harto difícil aquí en Tyler.

Es verdad: llevo ya más de un mes aquí y sólo he llamado 4 o 5 veces por teléfono a España...

Está la diferencia horaria.

Está lo liado que he estado y estoy.

Está la dificultad a veces para contactar con las tarjetas prepago...

Y está, también, cierta desidia por mi parte.

Así que se los debo:

No voy a hablarles de cereales, ni de latas de sardinas, ni de precintos de cierre de botellas de agua Lanjarón.

Voy a escribir, más que un post, un mail colectivo.

Voy a resumir estas tres semanas (creo) en Tyler, proporcionando información e imágenes representativas, ajenas a todo frikismo fotográfico o literario, tratando de trazar un retrato sobrio y contenido de la ciudad, de mi rutina diaria y semanal, de mi cotidianeidad.



Ésta es Frances, la coordinadora del proyecto bilingüe del distrito escolar de Tyler, una de las personas que me entrevistó en Madrid durante el proceso de selección.

Punto; prometí sobriedad y contención.

Está rodeada de los siete profesores españoles visitantes que este año ha contratado el distrito escolar de Tyler.

La foto está tomada en la guagua que nos condujo de Austin hasta Tyler.

Durante las cinco horas de camino, atravesando la planicie de East Texas, cultivos de maíz y campos petrolíferos, pensé para mí:

"¿Dónde coño te has metido?"

Ahora pienso sinceramente que no es para tanto.

De derecha a izquierda tenemos a: Pepe, Raquel, Paula, Alejandra, Flor, Javi y yo.



Todos vivimos en un apartamento como éste, excepto Javi y Flor, que viven en otro complejo.

Pasamos muchísimo tiempo juntos.

Hemos tenido que hacer toda una serie de gestiones del género "intendencia" para las que nos ha facilitado las cosas el hacerlas juntos.

Pepe es de Secundaria, de Economía, y le ha tocado 2º de Primaria.

Raquel es de Física y Química, y le ha tocado Kindergarten.

Como comprenderán, tenemos un destino común: vivencias, impresiones, expectativas, temores e ilusiones compartidas.

Paula y Alejandra, las gemelas, han estado ya en el pasado como profes de Primaria en Texas durante 3 años.

Tener tan cerca a veteranas ha hecho, de nuevo, todo más sencillo.

Javi es profe de Primaria y Flor orientadora. También ellos se están estrenanando en este país.

Me llevo muy bien con todos ellos, aunque aún no les he enseñado a jugar al Continental.



El exterior de los apartamentos es bastante recoleto: espacioso y verde.

Eso sí: te puede tocar un apartamento situado frente a una torreta de aire acondicionado que hace tanto ruido como el extractor de humos de la cocina de un restaurante chino.

Es lo que me pasó a mí la primera semana, hasta que conseguí que me cambiaran.



En Tyler no hay aceras, sino grandes, anchas y atestadas carreteras.

En USA en general y en Tyler en particular no se puede vivir sin coche ni driven licence.

Un día quise dar un paseo por los alrededores de mi apartamento.

Sólo alcancé a dar la vuelta a la manzana pero tardé una hora y media.

Una hora y media caminando pegadito al arcén, escoltado por coches que me adelantaban a toda pastilla y conductores que me miraban atónitos.



Fui el último en comprarme el coche.

El mercado, la oferta automovilística de vehículos de segunda mano es aquí impresionante.

Tyler está rodeada de una circunvalación gigante, un anillo denominado el Loop.

A lo largo del Loop puede haber más de veinte dealers, esto es: tiendas de ventas de coche de segunda mano.

¡Y es como en las películas!

Allí te encuentras al típico vendedor que te intenta embaucar y vender ese coche que no tiene salida o que tiene una avería que sólo tú desconoces y que tardará sólo unas semanas en manifestarse...

Allí están esas hileras interminables de coches, entre los que no sabes cuál elegir.

El vendedor te deja las llaves del que tú quieras, para que te des un paseo y lo pruebes.

Dicen que lo más recomendable es haber concertado una cita con un mecánico de confianza para llevarlo a una inspección express durante esos 20 minutos de paseo.

Demasiado coñazo; nosotros compramos a ciegas.

Algunos dealers te dan una garantía de tres meses, otros de dos o de uno.

Y muchos de ellos te lo venden con un cartelito que reza: "As it´s".

Es decir, te venden el coche "tal y como está", sin garantía alguna.

Por supuesto, como en China, como en Marruecos, los precios de los coches de segunda mano en los dealers norteamericanos están sujetos a la desconcertante y apasionante práctica del regateo.

Quizás por tener cierta práctica en el asunto me entretuve más que el resto y tardé casi una semana en encontrar el coche.



Pero al final lo hallé.

Es un GMC Envoy del 2003 con 77.000 millas.

Me pedían 10.600 dólares y lo acabé comprando por 9.250.

No es mucha la rebaja, pero en una página especializada está tasado ese modelo con esas millas y esa antigüedad en 13.000 y pico dólares.

Aparte de eso, me encapriché con él.

Llevaba tiempo queriendo tener un jeep.

La garantía que me han dado es de tres meses.

Luego, a cruzar los dedos...



Es viernes por la tarde, la semana ha sido dura e intensa.

Por eso me cuesta mirar esta foto directamente.

Paso muchas, muchas, muchas horas en este pasillo y alrededores.

No es el corredor de la muerte.

Pero ha llegado el fin de semana y prefiero desconectar algo del curro.

Al menos, por hoy...



Por lo demás, Tyler es un lugar muy religioso.

Hay iglesias por todas partes.

Crucifijos en todos los escotes.

Y una presencia omniabarcante de la religión.

Sorprendentemente, cuando más me percaté de ello fue tras haber comprado en coche.

Y es que al encender la radio y darle vueltas y revueltas al dial sólo encontré y encuentro:

a) música country.
b) publicidad.
c) predicadores, misas retransmitidas y canciones religiosas.

Al principio, la cosa tenía su gracia, su exotismo, su sabor local.

Pero ya estoy un poco hasta los cojones de lo mismo.

En serio: qué difícil resulta toparse con un boletín de noticias.



También resulta difícil tomarse una cerveza en Tyler.

Aunque no imposible.

De un modo u otro nos las hemos arreglado para hacerlo cada jueves y cada viernes desde la llegada a Tyler.

A veces, por ganas.

Otras veces por rebeldía.

Y casi siempre por ambas cosas.

Pero dejo el tema para un post monográfico, porque la cosa tiene tela.



Creo y espero haber despejado algunas dudas y cubierto algunos vacíos o lagunas informativas acerca de los asuntos más domésticos, pero también más representativos y relevantes del día a día. Creo que he puesto algo de orden en lo que hasta la fecha ha sido una suerte de amalgama informativa dispersa y desconexa.

Para los más inquisitivos, ofrezco respuestas puntuales a modo de postdata:

PD1: Castora, se trata del horario de las clases de PE (Phisical Education), que afectan al resto del profesorado en la medida en la que a esa hora descansa uno de los chicos y puede comer algo, respirar, hacer pis y poco más.

PD2: Santi, creo que para encontrar algo del estilo de "abierto hasta el amanecer" va a hacer falta salirme del Estado... Estoy jugando a tenis con relativa frecuencia, sí. Y aunque no me he apuntado a ninguna página de contactos, he oído de una tal "christianitymeetings" que tiene buena pinta. Me la han recomendado las profes de nutrición y de bowling.

PD3: Qué coño, cuánto hace falta una profe de nutrición en el cole. No sólo por mí, también por los chicos, a los que atiborran de fast food en la cantina. Bueno, quien dice nutrición dice pretecnología...


miércoles, 27 de agosto de 2008

MeRo OrNaTo


Quise darle la bienvenida a mis chicos con un cartel alegre en la puerta del aula.

El primer día de cole para unos enanos de 1º no es moco de pavo.



Y es que sobran los carteles y anuncios amedrentadores.



Pero antes de eso, mucho antes, hube de enfrentarme al reto de convertir esta aula desnuda y fría en un lugar acogedor en el que sentirse a gusto.

Ahora lo sé:

Si alguna vez regreso a la Secundaria, no volveré a saltarme el ritual iniciático de decorar y humanizar el aula.


Las aulas de Primaria en USA están decoradísimas, curradísimas, elaboradísimas.

Algunos profes llegan 10 0 15 días antes del final de sus vacaciones para ir haciendo algunos arreglos.

Cada uno tiene una llave del aula y son muchos los que van a currar los sábados e incluso los domingos.

En el caso de Tyler, los domingos por la tarde.

Por las mañanas sus habitantes se entregan a otra actividad cuya naturaleza, a estas alturas, creo no es necesario aclarar.

Cuando un profe se muda de cole deja su aula de nuevo vacía y desangelada, como el inquilino que abandona el piso y se lleva consigo sus muebles.

Mete todo en cajas y armarios.

Desnuda las paredes.

Arrastra el mobiliario hasta los extremos del aula, con el fin de no condicionar la distribución del futuro profesor-inquilino.


Fue duro, pero entretenido.

Aprendí a utilizar estas pistolas de silicona en 6º de EGB, con Fabiola, la profesora de pretecnología de generoso escote.

Nunca imaginé que la siguiente vez que tuviera una pistola similar entre mis manos fuera 20 años después y en calidad de profe de Primaria, también.



Fue duro por la cantidad de horas invertidas.



Lo que nunca tuve que hacer como jefe de estudios, ir al cole sábados y domingos, lo hice decorando el aula.

¿Soy lento?


¿o perfeccionista?



Mientras más hacía, más cosas quedaban por hacer.

Siempre surgía algún detalle, alguna idea nueva que llevar a la práctica.



Me arriesgué con el rojo como color de fondo, pese a ser consciente de que no es precisamente un color que propicie la concentración.



El resultado: más que satisfactorio.



Por supuesto, las comparaciones son odiosas.

Por eso evito fijarme demasiado en la decoración de las otras aulas del pasillo.

Soy consciente de que en comparación con ellas mi aula es sobria, modesta, suficiente.

En castizo: apañaa.

Hago de la necesidad virtud y me digo: minimalista.


Y es que más allá de la decoración hay vida.

Más allá de la mera forma y ornato hay unos contenidos, un curriculum que seguir.

Y en mi casillero alguien va dejando continuamente nuevos materiales que me dejan a veces perplejo, al no saber si son complementos del temario o una indirecta de mis compañeros para que engorde más rapido.



Y más allá del mero ornato estan ellos y ellas: mis estudiantes, mis alumnos, a los que ya desde el segundo día se les coge cariño.

Va a ser este un curso de cambios, de entrega, de perplejidades, de anécdotas, de descubrimientos e ilusiones.


viernes, 22 de agosto de 2008

MiStEr FaJaRdO


Hoy han venido las primeras mamás mexicanas con sus retoños al aula, para conocer a Mr. Fajardo.

¡Son pequeñísimos!

¡Enanos!

¡Liliputienses!

El lunes 25 es el primer día de clase.

Llevo varios días estresado, explorando, ordenando, limpiando y decorando el aula.

Topándome con artefactos y juguetes de lo más variopintos con los que dar mis clases.

Por otra parte, no dejan de llegarme al aula cajas y cajas de libros y material escolar, para los que no encuentro espacio alguno. En cuanto libero algún cajón o estante me llega más material.

Mientras tanto, nos tupen a cursos en los que se nos explica por encima toda la burocracia, todo el papeleo, todo el trabajo que se nos viene encima.

En algunos momentos me lamento y pienso:

"Buff, dónde me he metido"

Pero casi siempre termino repitiéndome lo mismo:

"Ánimo, Mister Fajardo, a por ellos, que tú puedes"

jueves, 21 de agosto de 2008

cOnTrAsTeS uRbAnOs


New York es ante todo una ciudad de contrastes.


Me empeñé en visitar la Public Library, seducido por la descripción que hace de ella Mario Vargas Llosa.


En Nueva York se respira cultura, arte, inteligencia.




Aunque también acoge a quién no está de acuerdo con aquello de que es más poderosa la pluma que la espada.


miércoles, 20 de agosto de 2008

aDiViNa aDiViNaNzA


Uno de estos dos coches es mío...


¿Adivinas cuál de ellos?


domingo, 17 de agosto de 2008

sábado, 16 de agosto de 2008

DiViNo BiStEc


"Lo que hoy se llama Peter Luger fue fundado en 1887 por un inmigrante alemán, Peter Luger, que puso a su estableciminto el nombre de Peter´s Tavern. Era una taverna como cualquier otra. Luger murió al poco de concluir la Segunda Guerra Mundial y el local quedó vacío. La antigua clientela alemana se había largado. A nadie le interesaba quedarse con un mal negocio en un mal lugar, un pasaje inhóspito de solares y caserones decaídos de entre los que emergía, y emerge, blanca e inapropiada como un pastel de boda en un McDonalds, la silueta del Victorian Kings Co. Savings Bank, de arquitetura tan pomposa como el nombre.



Junto al banco, frente a la taberna cerrada, había una fábrica de cacerolas y cafeteras cuyo dueño, Sol Forman, tuvo una iluminación: iba a comprar el local abandonado, iba a rebautizarlo con el nombre del fundador, Peter Luger, e iba a servir el alimento supremo de loa americanos, la koiné, por utilizar el término montalbanesco, de todas las culturas gástricas del continente: carne de vacuno asada con fuego. Dentro del género cárnico, en Estados Unidos el steak adquiere a condición de joya máxima, de non plus ultra del comer.



(Por cierto. Algunos extranjeros pronunciamos steak como "stick", y hacemos mal. Conviene decir "stéic", con una "e" notoria. Lo tengo muy presente desde que un amigo me contó que había ocasionado un revuelo al pedir en un restaurante mustard for the stick, literalmente "mostaza para el palo" o, con un poco de malevolencia, "mostaza para el pene"; frases de ese tipo tienden a divertir a los camareros y a inquietar a los demás comensales.)



Volvamos a Forman. Su plan era disparatado. Nueva York es una ciudad de carnívoros, cuenta desde siempre con excelentes steakhouses y no parecía probable que la gente fuera a comer chuletones a aquel rincón extraño, junto a las rampas del puente.



Sol Forman quería ganarse un puesto junto a los grandes. Sabía sobre ganado, mataderos, despiece de vacuno y parrillas todo lo que puede saber un fabricante de cacerolas y cafeteras: nada de nada, Pero trabajó a conciencia. O, al menos, hizo tabajar a conciencia a los demás. Contrató a un funcionario jubilado del Departamento de Agricultura que había pasado 40 años entre matarifes y le encargó que le enseñara a su esposa, Marsha, toda su ciencia. Marsha dedicó dos años al aprendizaje. Cuando el jubilado murió, la mujer se había doctorado.



La carne vacuna en Estados Unidos es distinta a la del resto del mundo. Durante la Gran Depresión, el gobieron de Franklin Roosevelt ayudó a los cerealistas con na ley que obligaba a alimentar al ganado con grano, no con hierba. Desde entonces, el beef americano tiene una grasa amarillenta y con un punto dulzón; bien cortada y razonablemente madurada, en seco o en húmedo (ahí entramos ya en honduras de especialistas), es una carne sensacional. La que sirven en Peter Luger es adictiva, fantástica, mágica.



Cuando la revista Time Out de Nueva York editó su primera guía de restaurantes, Peter Luger fue catalogado como el mejor steakhouse de la ciudad. Al año siguiente, lo mismo. Cinco guías después, Time Out dejó de conceder el premio anual en la categoría steakhose y anunció que sólo la repondría cuando no ganara Peter Luger, o sea, no en un futuro previsible.



En Peter Luger rige una filosofía digamos que espartana. Tiene el suelo de tablones y aspecto de cantina ferroviaria Los camareros son alemanes de origen o de corazón y de carácter hosco. No se aceptan tarjetas de crédito. Y la carta es una trampa: quien la abre recibe una mirada de conmiseración. En realidad, la casa sólo existe para servir porterhouse, la pieza que reúne solomillo y entrecôte, y no se puede comer en soledad: el tamaño exige compartir.



A mediodía se sirven hamburguesas, las mejores de la ciudad. Como acompañamiento, tomate, cebolla, patatas y espinacas. Eso es todo. Se oye por ahí que los camareros alemanes están en condiciones de arrojar sobre la mesa un plato con salmón si un cliente es carnófobo y por error se ha metido en el establecimiento; no estoy seguro, nunca se me ha ocurrid comprobarlo.


La clientela de Peter Luger es una muestra de la población neoyorquina, sin exquisiteces tontas. Hay parejas gordísimas que devoran entre arrumacos, ejecutivos dispuestos a alcanzar el más allá en materia de colesterol, grupos de amigos, marineros de paso con dinero suficiente para pagar 30 dólares por un steak, fontaneros, familias en domingo, turistas japoneses. Por alguna razón, que no sabría explicar, con un simple vistazo al personal uno podría adivinar que Peter Luger está en Brooklyn, y no en Manhattan. Sin embargo, la mayor parte de la gente viene de Manhattan. Es curioso.

La obsesión por la calidad del porterhouse es absoluta. En primavera de 2003, tras un invierno de sequía que había perjudicado la cosecha de cereales, Jody Storch, la nieta de Sol Forman, comprobó que escaseaban las maravillas en las cámaras frigoríficas del Meat Packing District y tuvo que reducir la compra a una tonelada semanal: por unos meses, sólo se sirvieron porterhouses previamente reservados por teléfono. Cuando no había, no había. La clientela tomaba un martini melancólico en la barra y se iba de paseo a ver ultraortodoxos.



En Peter Luger nunca se pudo fumar, ni siquiera antes de la prohibición municipal, ni pedir la carne muy hecha. Encender un cigarrillo es falta leve; pedir la carne muy hecha, falta gravísima. El camarero observa con pena al cliente desaprensivo y llama al jefe Wolfang Zwiener, cuarenta años sirviendo porterhouses en la casa, para que se encargue personalmente del asunto. Zwiener, alemán de Bremen, sabe ser severo. Pero quien paga decide: si quiere "carne seca", si quiere "causar dolor" al cocinero (estas frases forman parte de la línea argumental de Zwiener), allá él. Será servido en silencio y se le dejará marchar en paz.


Sol Forman comía casi cada día en su restaurante, en una mesa apartada, y fue longevo. Murió a los noventa y ocho años, en octubre de 2001. The New York Times dedicó una necrológica en la que reveló un secreto atroz. A Formn sólo le gustaba la carne muy, muy hecha, casi carbonizada".

(Enric González: Historias de Nueva York)





viernes, 15 de agosto de 2008

HaMbUrGuEsA SaGrADa


Ahora que estoy en Tyler, la ciudad de las iglesias y de las mujeres con ostentosos crucifijos en el pecho (cubierto), me acuerdo de aquel pintoresco almuerzo en Nueva York en el que religión y fast food se entrelazaron tan estrechamente que mi hamburguesa llegó a antojárseme comida con propiedades beatíficas, como a los cristianos se les antoja el cuerpo de Cristo esa oblea, esa hostia de pan ázimo.

Aunque esta vez la cosa iba de judíos.

Nos extrañó ver en las paredes estrellas de David y otros diseños poco frecuentes para tratarse al fin y al cabo de una hamburguesería.

Pero a poco que empezamos a fijarnos nos dimos cuenta:

¡Todo allí era judío!

Repartidos por todo el local había pequeños ejemplares en hebreo, supongo, de la Torá, supongo.

Los clientes que entraban y salían llevaban algunos signos distintivos, como la kipá o los tirabuzones.



¡Incluso la Coca-cola era diferente!

El camarero nos mostró cómo la tapa de la botella llevaba el signo distintivo (una especie de "c") indicando que dicho "alimento" o producto podía ser expedido en comercios judíos sin peligro de violación de la ley judía.

Y es que José, por inconsciencia o por irreverencia, se había atrevido...

¡a pedir una cheeseburguer!

El camarero, que aparte de mexicano era de lo poco que había allí que no fuera judío, nos explicó que la carne no podía mezclarse con la leche y que por tanto podía pedir la hamburguesa con lo que fuera excepto con queso o excepto con, por supuesto, cerdo.

Al parecer en la Torá quedó dicho que:

"No cocinarás el cabrito en la leche de su madre"

Pero se ve que el día que lo explicaron algunos nos fugamos de la clase de religión.



El camarero nos trajo este pan, esta ensalada de col y estos pepinillos gigantes.

Por la cara.

Es decir, que pides la hamburguesa y, mientras se cocina, te traen este "aperitivo" para abrir boca. No me había tomado ni la mitad y ya estaba casi lleno...

El caso es que mientras tanto el camarero entró en confianza, básicamente tras decirle nosotros que no éramos judíos, pese a la longitud de mis patillas, que en un primer momento le había llevado a error.

El pobre hombre andaba muy despistado:

¡Menuda pinta de españolitos llevábamos (yendo a almorzar a las 4 de la tarde)!

De las anécdotas que nos contó el camarero me quedo con ésta:

Un día el local estaba a reventar de gente, era hora punta. Una de las funciones de los camareros es la de vigilar que no entre nadie de la calle con comida. Lo cual se traduce en realidad en: que no entre nadie con alimentos prohibidos, tal que leche o un bocata de lomo o de serrano. Pero ese día, como decía, aquello estaba a reventar. Así que a nuestro dicharachero camarero se le coló aquel hombre que, insensato, se sentó en una mesa del fondo con su vaso de café con leche traído de la calle...

¡Dios se apiade de él y de toda la gran manzana de la ciudad de Nueva York!

El caso es que ocurrió lo peor: el vaso se volcó y el café con leche se derramó.

El camarero se dio cuenta.

El dueño del local se dio cuenta.

Los clientes se dieron cuenta.

El dueño del local se dio cuenta de que los clientes se habían dado cuenta.

Así que ni corto ni perezoso recorrió su local hasta llegar al lugar del infractor y sin mediar palabra cogió en peso la mesa, la sacó del local y la tiró violentamente a la calle, deshaciéndose en pedazos.

Luego entró, volvió junto al herético y atónito cliente y le gritó:

"No quiero leche en mi local ¿entiendes? Por ser la primera vez, no te voy a hacer pagar la mesa, pero quiero que lo entiendas para la próxima vez: ¡No quiero leche en mi local!"

Cuando terminó de contarnos la anécdota me dieron ganas de aplaudirle.

Ese día el dueño del local perdió un cliente, pero se ganó la fidelidad de por vida de los judíos allí presentes.


Las hamburguesas llegaron y nos pusimos bonitos.

Ese día nos ocurrió algo insólito:

Caminamos, pateamos, recorrimos Manhattan de arriba abajo, bebiendo agua como descosidos, con una sed mortal, como de diáspora.

Pero el hambre no llegaba, no retornaba, como si esa función vital, esa necesidad, la de alimentarnos, hubiera desaparecido.

Esa noche ninguno de nosotros pudo cenar; tal era el hartazgo.

A la mañana siguiente, en el desayuno, apenas pudimos probar bocado.

Todavía hoy me pregunto qué diablos tendría aquella hamburguesa sagrada y superenergética.


lunes, 11 de agosto de 2008

MuY MuChO


Claro que sí.


Claro que

les echo

de menos

mucho,

muy mucho...