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viernes, 2 de enero de 2009
jueves, 1 de enero de 2009
GeNtE RaRa

Hay japoneses, y gente en general, que recorre los museos a toda velocidad. Pertrechados con su cámara digital, disparan e inmortalizan a discreción, sin pararse apenas unos segundos en cada cuadro o escultura, como si tales obras no estuvieran ya perfectamente disponibles en postales, álbumes, catálogos o en internet mismo.

Otros japoneses, otra gente en general, prefieren salir ellos mismos retratados, de escuderos de la obra. Recorren el museo con idéntica celeridad e irreflexión, pero acompañados de un fotógafo que da testimonio de que efectivamente estuvieron allí.

Los hay, también, con espíritu enciclopédico: fotografían la plaquita explicativa, con minuciosidad de coleccionista. Como aspiran a abarcar el todo y llevarse a casa el museo entero en megapíxeles, no tienen tiempo de leer el texto y menos aún de contemplar la obra de arte en cuestión.

Hay finalmente, otro tipo de gente, no menos rara, que se dedica en cambio a fotografiar y fijarse en las gentes que visitan los museos. Hay tanto que ver y tanto que aprender en un museo de arte; máxime si es navidad y está lleno de turistas.
miércoles, 31 de diciembre de 2008
martes, 30 de diciembre de 2008
PaRóN iNtErrUmPiDo

Me retracto: ¿por qué parar?
Salimos por el día, caminamos, comemos, caminamos, hacemos colas y fotos...
...y todavía queda tiempo por las tardes para ver la tele, leer, responder mails pendientes.
Así que: ¿por qué parar?
Nada como llegar a casa y escribir un post o colgar unas fotos.
Queda el parón vacacional oficialmente interrumpido.
domingo, 28 de diciembre de 2008
GéLiDa CiUdAd

Llegamos y hacía un frío polar en New York Planet.

Había caído una buena nevada la noche anterior y el JFK Airport había tenido que cancelar 650 vuelos en un sólo día.

El agua, helada: en sentido literal.

Había que salir muy abrigado a la calle e incluso así el frío se te metía por dentro y no había forma de sacudírselo de encima.
jueves, 21 de agosto de 2008
cOnTrAsTeS uRbAnOs
New York es ante todo una ciudad de contrastes.
Me empeñé en visitar la Public Library, seducido por la descripción que hace de ella Mario Vargas Llosa.
En Nueva York se respira cultura, arte, inteligencia.
Aunque también acoge a quién no está de acuerdo con aquello de que es más poderosa la pluma que la espada.
sábado, 16 de agosto de 2008
DiViNo BiStEc

"Lo que hoy se llama Peter Luger fue fundado en 1887 por un inmigrante alemán, Peter Luger, que puso a su estableciminto el nombre de Peter´s Tavern. Era una taverna como cualquier otra. Luger murió al poco de concluir la Segunda Guerra Mundial y el local quedó vacío. La antigua clientela alemana se había largado. A nadie le interesaba quedarse con un mal negocio en un mal lugar, un pasaje inhóspito de solares y caserones decaídos de entre los que emergía, y emerge, blanca e inapropiada como un pastel de boda en un McDonalds, la silueta del Victorian Kings Co. Savings Bank, de arquitetura tan pomposa como el nombre.

Junto al banco, frente a la taberna cerrada, había una fábrica de cacerolas y cafeteras cuyo dueño, Sol Forman, tuvo una iluminación: iba a comprar el local abandonado, iba a rebautizarlo con el nombre del fundador, Peter Luger, e iba a servir el alimento supremo de loa americanos, la koiné, por utilizar el término montalbanesco, de todas las culturas gástricas del continente: carne de vacuno asada con fuego. Dentro del género cárnico, en Estados Unidos el steak adquiere a condición de joya máxima, de non plus ultra del comer.

(Por cierto. Algunos extranjeros pronunciamos steak como "stick", y hacemos mal. Conviene decir "stéic", con una "e" notoria. Lo tengo muy presente desde que un amigo me contó que había ocasionado un revuelo al pedir en un restaurante mustard for the stick, literalmente "mostaza para el palo" o, con un poco de malevolencia, "mostaza para el pene"; frases de ese tipo tienden a divertir a los camareros y a inquietar a los demás comensales.)

Volvamos a Forman. Su plan era disparatado. Nueva York es una ciudad de carnívoros, cuenta desde siempre con excelentes steakhouses y no parecía probable que la gente fuera a comer chuletones a aquel rincón extraño, junto a las rampas del puente.

Sol Forman quería ganarse un puesto junto a los grandes. Sabía sobre ganado, mataderos, despiece de vacuno y parrillas todo lo que puede saber un fabricante de cacerolas y cafeteras: nada de nada, Pero trabajó a conciencia. O, al menos, hizo tabajar a conciencia a los demás. Contrató a un funcionario jubilado del Departamento de Agricultura que había pasado 40 años entre matarifes y le encargó que le enseñara a su esposa, Marsha, toda su ciencia. Marsha dedicó dos años al aprendizaje. Cuando el jubilado murió, la mujer se había doctorado.

La carne vacuna en Estados Unidos es distinta a la del resto del mundo. Durante la Gran Depresión, el gobieron de Franklin Roosevelt ayudó a los cerealistas con na ley que obligaba a alimentar al ganado con grano, no con hierba. Desde entonces, el beef americano tiene una grasa amarillenta y con un punto dulzón; bien cortada y razonablemente madurada, en seco o en húmedo (ahí entramos ya en honduras de especialistas), es una carne sensacional. La que sirven en Peter Luger es adictiva, fantástica, mágica.

Cuando la revista Time Out de Nueva York editó su primera guía de restaurantes, Peter Luger fue catalogado como el mejor steakhouse de la ciudad. Al año siguiente, lo mismo. Cinco guías después, Time Out dejó de conceder el premio anual en la categoría steakhose y anunció que sólo la repondría cuando no ganara Peter Luger, o sea, no en un futuro previsible.

En Peter Luger rige una filosofía digamos que espartana. Tiene el suelo de tablones y aspecto de cantina ferroviaria Los camareros son alemanes de origen o de corazón y de carácter hosco. No se aceptan tarjetas de crédito. Y la carta es una trampa: quien la abre recibe una mirada de conmiseración. En realidad, la casa sólo existe para servir porterhouse, la pieza que reúne solomillo y entrecôte, y no se puede comer en soledad: el tamaño exige compartir.

A mediodía se sirven hamburguesas, las mejores de la ciudad. Como acompañamiento, tomate, cebolla, patatas y espinacas. Eso es todo. Se oye por ahí que los camareros alemanes están en condiciones de arrojar sobre la mesa un plato con salmón si un cliente es carnófobo y por error se ha metido en el establecimiento; no estoy seguro, nunca se me ha ocurrid comprobarlo.

La clientela de Peter Luger es una muestra de la población neoyorquina, sin exquisiteces tontas. Hay parejas gordísimas que devoran entre arrumacos, ejecutivos dispuestos a alcanzar el más allá en materia de colesterol, grupos de amigos, marineros de paso con dinero suficiente para pagar 30 dólares por un steak, fontaneros, familias en domingo, turistas japoneses. Por alguna razón, que no sabría explicar, con un simple vistazo al personal uno podría adivinar que Peter Luger está en Brooklyn, y no en Manhattan. Sin embargo, la mayor parte de la gente viene de Manhattan. Es curioso.
La obsesión por la calidad del porterhouse es absoluta. En primavera de 2003, tras un invierno de sequía que había perjudicado la cosecha de cereales, Jody Storch, la nieta de Sol Forman, comprobó que escaseaban las maravillas en las cámaras frigoríficas del Meat Packing District y tuvo que reducir la compra a una tonelada semanal: por unos meses, sólo se sirvieron porterhouses previamente reservados por teléfono. Cuando no había, no había. La clientela tomaba un martini melancólico en la barra y se iba de paseo a ver ultraortodoxos.
La obsesión por la calidad del porterhouse es absoluta. En primavera de 2003, tras un invierno de sequía que había perjudicado la cosecha de cereales, Jody Storch, la nieta de Sol Forman, comprobó que escaseaban las maravillas en las cámaras frigoríficas del Meat Packing District y tuvo que reducir la compra a una tonelada semanal: por unos meses, sólo se sirvieron porterhouses previamente reservados por teléfono. Cuando no había, no había. La clientela tomaba un martini melancólico en la barra y se iba de paseo a ver ultraortodoxos.

En Peter Luger nunca se pudo fumar, ni siquiera antes de la prohibición municipal, ni pedir la carne muy hecha. Encender un cigarrillo es falta leve; pedir la carne muy hecha, falta gravísima. El camarero observa con pena al cliente desaprensivo y llama al jefe Wolfang Zwiener, cuarenta años sirviendo porterhouses en la casa, para que se encargue personalmente del asunto. Zwiener, alemán de Bremen, sabe ser severo. Pero quien paga decide: si quiere "carne seca", si quiere "causar dolor" al cocinero (estas frases forman parte de la línea argumental de Zwiener), allá él. Será servido en silencio y se le dejará marchar en paz.

Sol Forman comía casi cada día en su restaurante, en una mesa apartada, y fue longevo. Murió a los noventa y ocho años, en octubre de 2001. The New York Times dedicó una necrológica en la que reveló un secreto atroz. A Formn sólo le gustaba la carne muy, muy hecha, casi carbonizada".
(Enric González: Historias de Nueva York)
viernes, 15 de agosto de 2008
HaMbUrGuEsA SaGrADa

Ahora que estoy en Tyler, la ciudad de las iglesias y de las mujeres con ostentosos crucifijos en el pecho (cubierto), me acuerdo de aquel pintoresco almuerzo en Nueva York en el que religión y fast food se entrelazaron tan estrechamente que mi hamburguesa llegó a antojárseme comida con propiedades beatíficas, como a los cristianos se les antoja el cuerpo de Cristo esa oblea, esa hostia de pan ázimo.
Aunque esta vez la cosa iba de judíos.
Nos extrañó ver en las paredes estrellas de David y otros diseños poco frecuentes para tratarse al fin y al cabo de una hamburguesería.
Pero a poco que empezamos a fijarnos nos dimos cuenta:
¡Todo allí era judío!
Repartidos por todo el local había pequeños ejemplares en hebreo, supongo, de la Torá, supongo.
Los clientes que entraban y salían llevaban algunos signos distintivos, como la kipá o los tirabuzones.
Nos extrañó ver en las paredes estrellas de David y otros diseños poco frecuentes para tratarse al fin y al cabo de una hamburguesería.
Pero a poco que empezamos a fijarnos nos dimos cuenta:
¡Todo allí era judío!
Repartidos por todo el local había pequeños ejemplares en hebreo, supongo, de la Torá, supongo.
Los clientes que entraban y salían llevaban algunos signos distintivos, como la kipá o los tirabuzones.

¡Incluso la Coca-cola era diferente!
El camarero nos mostró cómo la tapa de la botella llevaba el signo distintivo (una especie de "c") indicando que dicho "alimento" o producto podía ser expedido en comercios judíos sin peligro de violación de la ley judía.
Y es que José, por inconsciencia o por irreverencia, se había atrevido...
¡a pedir una cheeseburguer!
El camarero, que aparte de mexicano era de lo poco que había allí que no fuera judío, nos explicó que la carne no podía mezclarse con la leche y que por tanto podía pedir la hamburguesa con lo que fuera excepto con queso o excepto con, por supuesto, cerdo.
Al parecer en la Torá quedó dicho que:
"No cocinarás el cabrito en la leche de su madre"
Pero se ve que el día que lo explicaron algunos nos fugamos de la clase de religión.
Pero se ve que el día que lo explicaron algunos nos fugamos de la clase de religión.

El camarero nos trajo este pan, esta ensalada de col y estos pepinillos gigantes.
Por la cara.
Es decir, que pides la hamburguesa y, mientras se cocina, te traen este "aperitivo" para abrir boca. No me había tomado ni la mitad y ya estaba casi lleno...
El caso es que mientras tanto el camarero entró en confianza, básicamente tras decirle nosotros que no éramos judíos, pese a la longitud de mis patillas, que en un primer momento le había llevado a error.
El pobre hombre andaba muy despistado:
¡Menuda pinta de españolitos llevábamos (yendo a almorzar a las 4 de la tarde)!
De las anécdotas que nos contó el camarero me quedo con ésta:
Por la cara.
Es decir, que pides la hamburguesa y, mientras se cocina, te traen este "aperitivo" para abrir boca. No me había tomado ni la mitad y ya estaba casi lleno...
El caso es que mientras tanto el camarero entró en confianza, básicamente tras decirle nosotros que no éramos judíos, pese a la longitud de mis patillas, que en un primer momento le había llevado a error.
El pobre hombre andaba muy despistado:
¡Menuda pinta de españolitos llevábamos (yendo a almorzar a las 4 de la tarde)!
De las anécdotas que nos contó el camarero me quedo con ésta:
Un día el local estaba a reventar de gente, era hora punta. Una de las funciones de los camareros es la de vigilar que no entre nadie de la calle con comida. Lo cual se traduce en realidad en: que no entre nadie con alimentos prohibidos, tal que leche o un bocata de lomo o de serrano. Pero ese día, como decía, aquello estaba a reventar. Así que a nuestro dicharachero camarero se le coló aquel hombre que, insensato, se sentó en una mesa del fondo con su vaso de café con leche traído de la calle...
¡Dios se apiade de él y de toda la gran manzana de la ciudad de Nueva York!
El caso es que ocurrió lo peor: el vaso se volcó y el café con leche se derramó.
El camarero se dio cuenta.
El dueño del local se dio cuenta.
Los clientes se dieron cuenta.
El dueño del local se dio cuenta de que los clientes se habían dado cuenta.
El caso es que ocurrió lo peor: el vaso se volcó y el café con leche se derramó.
El camarero se dio cuenta.
El dueño del local se dio cuenta.
Los clientes se dieron cuenta.
El dueño del local se dio cuenta de que los clientes se habían dado cuenta.
Así que ni corto ni perezoso recorrió su local hasta llegar al lugar del infractor y sin mediar palabra cogió en peso la mesa, la sacó del local y la tiró violentamente a la calle, deshaciéndose en pedazos.
Luego entró, volvió junto al herético y atónito cliente y le gritó:
"No quiero leche en mi local ¿entiendes? Por ser la primera vez, no te voy a hacer pagar la mesa, pero quiero que lo entiendas para la próxima vez: ¡No quiero leche en mi local!"
Cuando terminó de contarnos la anécdota me dieron ganas de aplaudirle.
Ese día el dueño del local perdió un cliente, pero se ganó la fidelidad de por vida de los judíos allí presentes.
"No quiero leche en mi local ¿entiendes? Por ser la primera vez, no te voy a hacer pagar la mesa, pero quiero que lo entiendas para la próxima vez: ¡No quiero leche en mi local!"
Cuando terminó de contarnos la anécdota me dieron ganas de aplaudirle.
Ese día el dueño del local perdió un cliente, pero se ganó la fidelidad de por vida de los judíos allí presentes.

Las hamburguesas llegaron y nos pusimos bonitos.
Ese día nos ocurrió algo insólito:
Caminamos, pateamos, recorrimos Manhattan de arriba abajo, bebiendo agua como descosidos, con una sed mortal, como de diáspora.
Pero el hambre no llegaba, no retornaba, como si esa función vital, esa necesidad, la de alimentarnos, hubiera desaparecido.
Esa noche ninguno de nosotros pudo cenar; tal era el hartazgo.
A la mañana siguiente, en el desayuno, apenas pudimos probar bocado.
Todavía hoy me pregunto qué diablos tendría aquella hamburguesa sagrada y superenergética.
Ese día nos ocurrió algo insólito:
Caminamos, pateamos, recorrimos Manhattan de arriba abajo, bebiendo agua como descosidos, con una sed mortal, como de diáspora.
Pero el hambre no llegaba, no retornaba, como si esa función vital, esa necesidad, la de alimentarnos, hubiera desaparecido.
Esa noche ninguno de nosotros pudo cenar; tal era el hartazgo.
A la mañana siguiente, en el desayuno, apenas pudimos probar bocado.
Todavía hoy me pregunto qué diablos tendría aquella hamburguesa sagrada y superenergética.
sábado, 9 de agosto de 2008
NeW YoRk 2

Dije que mis compañeros de ruta durante los cinco días que pasé en Nueva York fueron Laura, Julio y José.
Laura y Julio están casados; son dos cordobeses con mucha gracia y salero, típicamente andaluces. Muy buena gente. Él canta y toca la guitarra y ella baila flamenco. Durante la estancia en Austin nos deleitaron con un recital y con unas sevillanas. Los dos van a ser profesores en Austin, capital de Texas, de la cual más adelante -en otro post- no me quedará más remedio que hablar.
José es un tío muy simpático; y un pedazo de pan. El compañero ideal de viajes: entusiasta, flexible y capaz de adaptarse a lo que sea y a asumir con gusto la decisión de la mayoría. Es de Valladolid y estará en Dallas este año.
Cuando decidí irme a ciegas con ellos a Nueva York, sin conocerlos en absoluto, nada de ellos sabía. Así que puedo decir que tuve bastante suerte.

Nos hospedamos en un hotelito cutre del barrio chino. Salir a la calle y merodear por los alrededores en poco difería de hacerlo en el centro de Shangai o Pekín. Posiblemente si no hubiera estado en China este barrio me habría impresionado e impactado más. Aún así, se trata del mayor barrio chino del mundo.

Desde Ellis Island, islote vecino a Liberty Island, en el que se encuentra la estatua de la libertad, se tiene una vista impresionante del sur de Manhattan, uno de los focos en los que germinan cual champiñones los rascacielos.
Hay una ausencia, no obstante.
Se echa de menos la presencia colosal de las torres gemelas.
Este toro se ha erigido en el símbolo de Wall Street y de las finanzas. Los turistas se sacan fotos junto al bicho de bronce y le acarician el cuerno, gastado ya de tanto manoseo. En Europa ocurre lo mismo con las manos de las vírgenes de iglesias y catedrales.

Es hermosa; una Venus de Milo a la americana.

Dicen las guías que Times Square es el centro del mundo.
Es una especie de Picadilly Circus pero a lo grande.
¿Cómo puede circular tanta y tanta y tanta gente por la misma acera?
Es realmente hipnotizante.

Sobre la comida, sobre la comida rápida, ya habrá ocasión de hablar con más detenimiento y amplitud.
Tengo mucho, muuuuucho que decir; y que quemar.
¡Negracas en acción en la Quinta Avenida!
¡Qué bien bailaban estos fieras!
Si vas de turismo a Nueva York y no tienes posibilidad de quedarte a vivir allí, te doy un consejo:
No visites Central Park.
Querrás perder tu avión de vuelta y quedarte por siempre jamás en esta ciudad.
Si aún no sabs de mi debilidad por los mininos es que no me conoces lo suficiente.
Me asomé adentro para ver si estaba Bart Simpson pero ese día se había fugado del cole.
En una palabra:
¡Guauuuuuuuuuuuuuu!
Me asomé adentro para ver si estaba Bart Simpson pero ese día se había fugado del cole.
Espero que mis chicos de Orr Elementary School no sean tan lajillas.
Lo pasamos muy bien: seguiré informando desde Tyler.
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