
Al principio pensé que no sería sino un amasijo de hierros célebre y cinematográfico.

Pese a su ubicuidad y su adivinada presencia en la sombra, no nos acercamos a él hasta el penúltimo día en San Francisco.
Es cierto que el objetivo de la cámara siempre se las arreglaba para apuntar allí, como al norte lo hace la aguja de una brújula.
Pero el instinto repudiaba inconscientemente toda cercanía y trato.
Quizás debido al prejuicio no explícito de que había algo de vulgar y borreguil en ir desde el primer día a embelesarse y postrarse ante él.
Quizás, al contrario, algo me decía que el encuentro no habría de dejarme indiferente...
Cierta prudencia, cierto recato y una lenta aproximación me parecieron obligatorios.
Es cierto que el objetivo de la cámara siempre se las arreglaba para apuntar allí, como al norte lo hace la aguja de una brújula.
Pero el instinto repudiaba inconscientemente toda cercanía y trato.
Quizás debido al prejuicio no explícito de que había algo de vulgar y borreguil en ir desde el primer día a embelesarse y postrarse ante él.
Quizás, al contrario, algo me decía que el encuentro no habría de dejarme indiferente...
Cierta prudencia, cierto recato y una lenta aproximación me parecieron obligatorios.

Había que cortejarlo lentamente y con sutileza, como a una mujer.
Lo miraría de soslayo.
Lo amaría desde la distancia, de refilón.
No era cuestión de venir, vencer y romper hímenes.
Muy al contrario, me demoraría en los preliminares.
Hasta que su inexorable magnetismo me llevase a él.
Lo miraría de soslayo.
Lo amaría desde la distancia, de refilón.
No era cuestión de venir, vencer y romper hímenes.
Muy al contrario, me demoraría en los preliminares.
Hasta que su inexorable magnetismo me llevase a él.

Fue entonces que me postré ante lo que la cámara era incapaz de captar.
Recordé el risco de Famara, esas peñas con alma y lenguaje.
Él ahora también me hablaba, desde su entraña inoxidable.
Pero el idioma y los megapixeles eran demasiado torpes y escasos como para expresar su belleza.
Recordé el risco de Famara, esas peñas con alma y lenguaje.
Él ahora también me hablaba, desde su entraña inoxidable.
Pero el idioma y los megapixeles eran demasiado torpes y escasos como para expresar su belleza.

Lo recorrimos en bici, cruzando el estrecho, esa segunda puerta dorada; muchos años después de haber cruzado en Estambul la primera, con mis amigos.

Con los miles de coches que lo recorrían diariamente había acumulado desde hacía más de siete décadas la sabiduría de una montaña, de un templo, de una prostituta.

Aunque por su en-verga-dura y robutez se me antojó, pese a todo, macho.

Sólidos e infatigables músculos sujetaban su pesada arquitectura sobre la bahía.


¿Cuántos habrían dado ya ese último paso como para que le hubieran conectado al pecho un teléfono de asesoramiento vital?

Desde la otra orilla, su silueta se dulcificó y volvió a ser, de nuevo, hembra.

Seguí mi camino y lo dejé coqueteando con el agua del océano.

Al día siguiente volví a alquilar la bici y me vine, solo, a verlo.
La bruma se había despejado, hacía calor, el cielo exhibió su azul.
Era otro y el mismo a un tiempo.
¡Cómo se transformaba con sus cambios de humor!
Siempre elegante y majestuoso, presumía no obstante de cierta jovialidad e indiferencia veraniega.
Irradiaba alegría.
Y sin embargo...
Su presencia contradictoriamente frágil e incorruptible me hablaba del cambio constante e incorregible de las cosas.
Su volumen y su duración me devolvieron, tras el éxtasis amatorio, a la condición de hormiga.
La bruma se había despejado, hacía calor, el cielo exhibió su azul.
Era otro y el mismo a un tiempo.
¡Cómo se transformaba con sus cambios de humor!
Siempre elegante y majestuoso, presumía no obstante de cierta jovialidad e indiferencia veraniega.
Irradiaba alegría.
Y sin embargo...
Su presencia contradictoriamente frágil e incorruptible me hablaba del cambio constante e incorregible de las cosas.
Su volumen y su duración me devolvieron, tras el éxtasis amatorio, a la condición de hormiga.

Me alejé lentamente, con el ánimo ajustado en ese punto preciso e imposible entre la exaltación dichosa y la melancolía.
Me alejé de ese centro magnético sin saber muy bien hasta cuándo.
-No cruzarás dos veces el mismo puente -me dije.
Y un instante después yo tampoco era el mismo.
Me alejé de ese centro magnético sin saber muy bien hasta cuándo.
-No cruzarás dos veces el mismo puente -me dije.
Y un instante después yo tampoco era el mismo.