sábado, 31 de mayo de 2008

cArTa aL FuTuRo 10


"Antes mi íntimo amigo era Quin, pero ahora es Isidro, después Alberto, Quin o Santiago que ahora suele estar mucho con nosotros".

Me asombra y llena de orgullo comprobar hasta qué tiempos remotos se remonta la amistad que tengo con algunos de mis mejores amigos.

En realidad, me asombra y llena de orgullo poder decir que tengo mejores amigos, una expresión un tanto pueril y dogmática, pero que me reconforta.

Han llegado -luego- nuevos amigos y amigas.

Pero aquellos, mis mejores amigos, ahí están, aquí, refutando este blog en su título.

Estuve buscando sin éxito alguna foto del curso 89/90, en que escribí esta carta. Sólo encontré ésta del curso 86/87. Efectivamente, ahí estoy yo, sentado junto a mi íntimo amigo Quin, antes de que le restara algunas décimas a nuestra amistad y le sobrepasara en el ranking Isidro, con quien había pasado un verano de perrerías en un campamento de inglés en Agaete, muy cerca de donde el próximo 4 de octubre se casará, mientras yo estaré muy muy lejos, al otro lado del Atlántico, perdido en tierras tejanas.

Cuando uno crece se pregunta asombrado cómo se podían clasificar a los amigos en un orden variable de preferencias, como si de singles de los 40 principales se tratara. Era, supongo, la época en la que nos hacíamos preguntas como:

"¿Tú a quién quieres más: a tu padre o a tu madre?"

"¿Quién es más fuerte: tu padre o el mío?"

La época en que casi todos los padres o eran karatekas o tenían en casa una ametralladora. La época del "rebota, rebota y en tu cara explota" o del "cruz y raya para toda la batalla"...

Bueno, ya saben a qué me refiero.

Intentaré recordar los nombres de mis compañeros de clase en la época en la que tenía 9 años:

En la fila de arriba, de pie, de izquierda a derecha:

Eduardo, Lalo (Ladislao), José Esteban, Esteban, Gustavo, Ana Dácil, la seño, Victoria, Concheta, Ana, XXX, Judith, Carmen Pilar y Mª José.

En la fila de abajo, sentados en el banco:

Dani, Rafa, yo, Quin, YYY, Alberto, Pachi, Carlos, Alberto Manuel, Tahiche, Gregorio y ZZZ.

¡Vaya! No consigo acordarme de los nombres de ZZZ y de YYY.

Respecto a XXX podría ser Inés pero no consigo ampliar la foto y no distingo bien su cara.

Excepto a Vicky, Concheta, Ana, Tahiche y, por supuesto, Alberto y Quin, a los demás les he perdido completamente la pista.

¡Cómo me gustaría volver a saber de ellos!

Hace ya un tiempo, durante la carrera, me propuse volver a reunir a los compañeros de clase de 8º de EGB de la Aneja. Me puse manos a la obra, con la ayuda de Alberto. Visitamos casas de familiares, preguntamos teléfonos, hicimos correr la voz. Al final conseguimos reunir a un grupito de veinte y fuimos a cenar a un restaurante chino.

Recuerdo que propuse pasarle el testigo de la organización a alguien para repetirlo en años sucesivos, pero la gente estaba demasiado eufórica con las cervezas y el licor de hierbas como para tomárselo en serio. Alguien dijo que no hacía falta organización, que ya nos iríamos encontrando y corriendo la voz para repetirlo el año siguiente...

Ignoraban lo que nos costó reunir aquella noche a gente tan diversa y que había tomado caminos tan diferentes.

No hemos vuelto a hacerlo.

"Ya sólo queda un curso y un día (mañana que es cuando acaban las clases) para despedirse de los amigos queridos del colegio con los que alegres y tristes ratos pasé y que seguramente no los veré ya nunca más a muchos de ellos, por eso voy a poner los nombres de los chicos de la clase para acordarme de ellos, aunque no sean ellos los únicos con que me lleve. Alberto, Isidro, Quin, Patricia, Lorena, Xerach, Silvia, Rebeca, Mónica, Esteban, Victor, José Esteban, Alberto M., Ginés, Ana, Yaiza Perez, Concheta, Inés, Carmen, Eva, Yaiza Peraza y yo".

A muchos de ellos no los veo desde aquella noche de reencuentros en el chino.




viernes, 30 de mayo de 2008

martes, 27 de mayo de 2008

sábado, 24 de mayo de 2008

MeDiO MeMe


Mi amigo Ricardo me ha metido -como él dice- en "el embolao" de ser uno de los profes a los que pasa el testigo de este meme titulado Passion Quilt.

Ya participé, hace unos meses, en esta extraordinaria herramienta de difusión e interacción social a través de la red que son los memes, con ocasión de aquel Thinking blogger award.

Este meme tiene las siguientes características:

1. Postear una imagen o hacer/tomar/crear una propia que capture lo que más te apasione que sea aprendido por los estudiantes.

2. Darle a la imagen un breve título.

3. Titula el post “Meme: Passion Quilt”.

4. Enlaza esta entrada.

5. Incluye enlaces a 5 o más maestros.

La foto que he elegido está tomada anteayer, durante el paro de 30 minutos que organizaron los alumnos del IES Blas Cabrera Felipe, para exigir un acuerdo ya entre las partes del conflicto que desde hace más de un año tiene el profesorado de Canarias con la Consejería de Educación en torno a su reivindicación de una homologación salarial.

Lo más que me apasiona del alumnado es lo bien que saben hacer las cosas cuando la iniciativa sale de ellos y cuando se les da -o simplemente se arrogan- el protagonismo que muy a menudo les negamos.

Lo he contado algo mejor aquí.

El título de la imagen podría ser:

"Ellos y ellas solitos"

El título del post es, frente a lo que exige el punto 3, "MeDiO MeMe".

Y es que aquí muere esta rama, esta bifurcación.

Los memes están destinados a circular y crecer por la red en proporción exponencial pero, por eso mismo, llega un punto en que las vías y senderos más recónditos e insignificantes (tal que este modesto blog) topan con los cruces de caminos iniciales, con las grandes circunvalaciones.

Eso me ha ocurrido a mí: he visitado las cinco o seis páginas de profes que tengo grabadas en la carpeta Favoritos y ya todos ellos han recogido el testigo del Passion Quilt.

He llegado tarde.

Volviendo a los protagonistas de hoy:

¿Qué opinan de su reciente movilización a raíz de la huelga de profesores?

¿Qué opinan de la huelga misma?

¿Acudirán a la manifestación que parece hay convocada para el 28 de mayo?

Yo, personalmente... cada vez lo tengo menos claro.

PD: Por cierto, estoy seguro de que los más perspicaces no tendrán ninguna dificultad para identificar a José Luis.

lunes, 19 de mayo de 2008

miércoles, 14 de mayo de 2008

cArTa aL FuTuRo 9


"Aprovecho este momento para contar cosas malas que mis padres no saben y por supuesto dentro del plazo que he fijado al principio de la carta no creo que mi madre / padre me riña por lo que hice hace 12 años. Bueno, en el colegio hacemos (yo y mis amigos) cantidad de gamberradas, mejor dicho hacíamos, porque los dos últimos trimestres nos hemos portado bien. Pero en el primer trimestre si que eramos el terror de séptimo aunque a veces nos echaban culpas de cosas que no habiamos hecho puesto que teniamos la fama. Todo esto me refiero a Isidro, Alberto, Quin y yo, que son con los que mejor me llevo y con los que siempre estoy".

¡Quién iba a decirme a mí, al gamberro de 12 años de 7º A, que acabaría yo de profesor!

¡Quién iba a decirme que acabaría de jefe de estudios!

Ahora parte de mi labor consiste en lidiar con gamberrillos como el que yo fui, con aquellos considerados por profes y alumnos como "el terror de 1º"... ó 2º, ó 3º de ESO.

Y ello me hace reflexionar...

Siempre fui un alumno estudioso, aplicado, de buenas notas. Dicho con el lenguaje pomposo de las abuelas y de algunos profesores: un alumno brillante.

Siempre lo diré: tuve y he tenido la suerte, la ventaja, el privilegio de ser hijo de profesores.

Hoy todavía sigue siendo cierto que los alumnos con padre o madre dedicados a la enseñanza lo tienen más fácil en la escuela.

Sin embargo, también fui un alumno hablador, juguetón, que me lo pasaba pipa en clase, y del que los tutores apostillaban siempre: "Se despista con sus compañeros".

Y a mis 12 años fui, en efecto, muy gamberro.

La pregunta es:

¿Tan gamberro como los más gamberros de ahora? ¿menos gamberro? ¿más? ¿Quizás ni más ni menos sino gamberro en un sentido diferente?

Recuerdo un año en el que teníamos las tutorías los viernes e invariablemente ese día la tutora nos llamaba a capítulo. Seguramente fue durante ese 7º de EGB al que me refiero en la carta. Cada viernes la tutora nos transmitía las quejas que recibía de nosotros por parte tanto de otros alumnos como del resto de profesores.

Recuerdo cómo nos pasábamos con algunos profesores, como con Mari Carmen, la de matemáticas. Durante ese año teníamos una especie de competición para ver a quién echaba más veces del aula. Aquella competición la gané yo y acaso debido a todas esas clases que perdí, muerto de risa en el pasillo con algún que otro expulsado, las matemáticas ha sido siempre para mí una asignatura árida que con frecuencia se me ha resistido.

En una ocasión nos pusimos de acuerdo para que cuando yo volviera del baño y tocara la puerta, todos los alumnos se levantaran corriendo de su sitio para abrir la puerta al mismo tiempo. Ese día vimos a Mari Carmen enfadada como nunca.

En Educación Física teníamos prohibido correr como bólidos hacia la pila de colchonetas para tirarnos en plancha sobre ellas gozosamente; y precisamente por eso, y por lo blanditas que eran, aprovechábamos cualquier despiste del profesor para lanzarnos en tropel, uno encima de otro.

Hasta que un día la caída en plancha fue algo más aparatosa y multitudinaria de lo habitual y uno de nosotros, Alberto, rompió el cristal de la ventana y se quedó con el pie enganchado a la misma...

Aún me da risa y pena recordar la cara de susto de Alberto cuando entró el profesor al gimnasio y lo vio tumbado en la colchoneta con el pie en alto, cual conejo atrapado en su cepo.

Muchos años más tarde ese mismo gimnasio (que llamábamos el prefabricado) volvió a darle mala suerte a mi amigo Alberto; y volví a reirme de nuevo y a sentir lástima por él. Fue en Carnavales, en una mañana de domingo electoral, previa al sábado de piñata. A Alberto le había tocado ser suplente del vocal de la mesa electoral y tras un largo y arduo proceso de persuasión conseguí convencerlo de que saliera de marcha esa noche y de que siendo el suplente era muy improbable que le tocara quedarse.

Por la mañana, a eso de las 8, entramos al prefabricado, muertos de risa, borrachos, disfrazados él de enfermera y yo de arlequin, o viceversa, exitados por volver después de tantos años a nuestro querido colegio Aneja. En la mesa todo el mundo estaba muy serio, muy aseado y circunspecto. Pese a todo, nosotros entramos allí llenos de júbilo y de buen humor:

-¡Buenos días! Soy el suplente del vocal -dijo la enfermera.
-Y yo el suplente de la consonante -añadí entre risas.

Allí nadie se rió. Al contrario, el presidente le cortó tajante:

-Pues vete a casa a cambiarte porque el vocal no ha venido y debes quedarte tú. Tienes media hora.

A Alberto se le cayó el mundo encima y a ambos se nos convirtió de súbito la borrachera en una resaca en vida y en un sueño y cansancio infinitos. Mientras él se duchaba y cambiaba en casa yo le compré algo de desayuno. Una vez dentro, en la mesa, luchando contra el sueño, recibía periódicas visitas mías cada hora u hora y media. Le había prometido la noche anterior que si el vocal no acudía yo me quedaría con él hasta el final, haciendo guardia, sufriendo la misma penitencia.

¡Qué largas se me hicieron aquellas horas de sol abrasador, disfrazado de arlequín o de enfermera y dando vueltas sin sentido por el patio de mi antiguo colegio, cual presidiario sin rumbo posible!

A eso de las 14 la mirada de mi amigo dejó de destilar tanto odio y me dijo:

-Ya te puedes ir cacho cabrón.

Yo aguanté todavía media hora más, pero me di cuenta de que aquello era absurdo. Vencido por el sueño y la fatiga me fui a casa, soñando con mi cama, con el permiso de mi amigo debajo del brazo...

También respecto a otros compañeros fuimos un poco malos.

Teníamos nombretes para todos: Víctor era el vampiro (por lo mal que tenía la dentadura); Alberto Manuel era Pumuki (por lo enano e infantil que era); José Esteban era el empollón por antonomasia pero todos lo llamábamos el leche por el color de su piel.

Monica-ca, Dani caballo, Carlos higo pico, Lalo-Lalona, Patri la gorda...

A veces me pregunto si a lo que hacíamos hoy se le llamaría acoso.

Éramos malos, aunque no malísimos.

De eso me doy cuenta al recordar cómo nunca sentí ni mostré agresividad alguna hacia mis profesores y, sobre todo, cuán insólita e inconcebible me resultó verla en ciertos alumnos, muy pocos y raros, a los que todos temíamos.

Por ejemplo, nunca podré olvidar el enfrentamiento entre El Rata, el matón indiscutible que repetía o tripitía octavo cuando nosotros estábamos en quinto o sexto (y que actualmente está en silla de ruedas por un accidente de tráfico) y La Mala, la cuidadora del comedor con más mala leche que haya tenido el colegio.

No recuerdo el origen del rifi-rafe, sólo el final, el desenlace:

Tras una bronca de La Mala hacia los alumnos de la mesa en que comían El Rata y los suyos, éste se dio la vuelta y le espetó:

-Eres una coneja.

La Mala
se acercó de nuevo a la mesa, cargada como estaba con dos jarras llenas de agua, y sin pronunciar ni una sola palabra, sin que se le tensara el más mínimo músculo de la cara, vació el contenido helado de una de las jarras sobre la cabeza díscola de El Rata.

Todo el comedor estalló en una risa colectiva y en una competición de aplausos y silbidos. Aquello sirvió de catarsis colectiva y de resarcimiento para todos aquellos que en una u otra ocasión habíamos sido víctimas de los abusos e intimidaciones de El Rata y de su inseparable secuaz El Frankestein.

Aquel día fueron muchos los que odiamos un poquito menos a La Mala.

Aquellos fueron sin duda unos años maravillosos, trufados de anécdotas inolvidables.

Hoy me cuesta trabajo entender la aversión que tantos alumnos sienten hacia el colegio.

Y cuando como jefe de estudios me sorprendo a mí mismo indignado y cabreado por alguna perrería cometida en el Blas, traigo de nuevo a la memoria mis gamberradas de pubertad, e intento así ser más comprensivo, más indulgente o condescendiente.




sábado, 10 de mayo de 2008

PeRSoNaS SiNgULaReS 1


José Luis tiene dentro de sí un universo raro e insólito.

Hace cosa de un año para mí no era sino un alumno más.

Un alumno, eso sí, con el que había que contar de un modo especial a la hora de formar los grupos, siguiendo las recomendaciones de Mª Eugenia y teniendo en cuenta que, por causa de su discapacidad derivada de déficit psíquico, era, junto a los sordos, el tipo de alumno que reduce en 5 la ratio de alumnos establecida para la ESO, que es 30.

Ahí quedaba todo.

Mª Eugenia, la profesora de P.T. (pedagogía terapéutica) se encargaba de casi todo lo demás: supervisaba las adaptaciones curriculares, se ponía en contacto con la madre y le ofrecía a José Luis clases de apoyo y mucha comprensión y cariño.

Mª Eugenia habla siempre muy bajito, es delgada, camina como de puntillas, como si no le importase poder ser invisible. Tantos años tratando con niños y niñas especiales le ha modificado, creo, la mirada. Sus grandes ojos claros parece que escuchan. Cuando uno termina una frase, siempre pasan algunos segundos antes de que ella vuelva a hablar, como si con su silencio y con su mirada estuviese animando a su interlocutor a decir algo más, a encontrar algo más en su interior. Así es como, creo, habla y escucha a sus alumnos. Tiene muy pocos, en comparación con cualquier otro profesor, pero su labor es ingente.

Supongo que sí, que también ella es una persona singular; pero volvamos a José Luis, que es de quién trata este post.

Durante este curso José Luis ha dado un cambio; supongo que a peor.

Ha empezado a tirar tizas y bolas de papel en clase, o a insultar y molestar a sus compañeros. Se ha vuelto un tanto rebelde e indomeñable respecto a sus profesores. Y consciente o no de ello, su idiosincracia psíquica le sirve de pretexto o de salvoconducto.

Su mayor fuente de problemas ha sido su obsesión con las madres ajenas. Prácticamente desde el comienzo del curso, empezaron a llegar las primeras quejas de alumnos: "Profe, ese niño me llama hijo de puta cada vez que me ve" o "Profe, José Luis me está llamando puta".

Aunque los alumnos son conscientes, por lo general, de que su discapacidad le exime en parte de culpa, no siempre es así. No sólo se trata de que a esas edades cualquier insulto está permitido excepto el dirigido a lo más sagrado: la madre. También está ese sentimiento intuitivo de equidad que con frecuencia manifiestan los alumnos: "Profe, no es justo que a José Luis se le deje hacer esto y lo otro y no pasa nada y en cambio a mí me pongan un parte".

Muchos alumnos no lo conocen de nada y a punto han estado de partirle la cara cuando al cruzarse con él les ha llamado sin más hijo de puta. Sólo una risita loca que acompaña al insulto les ha hecho contenerse y percatarse de que algo anormal estaba pasando: un equívoco, un malentendido, un sueño. Luego alguien se ha apresurado a advertirle: "Tranquilo, relájate, no le hagas nada, déjalo". Y luego, en voz baja, o no: "¿No ves que es tonto?". O algo parecido.

Cuando yo tenía esa edad éramos igual de crueles e insensibles. En nuestra escuela, el colegio Aneja, había un grupo de alumnos de educación especial. Arturo, el jorobado, el bola-del-mundo... Todos nos referíamos a ellos como los subnormales.

En una ocasión los insultos de José Luis provocaron que otros dos alumnos, también de P.T., se enzarzaran con él, pegándole.

Mª Eugenia ha hecho todo lo posible para corregir esta peligrosa manía de José Luis. Hasta la fecha, parece que ha conseguido algo: sustituir el "hijo de puta" por un inofensivo "déjame en paz".

¿Qué está pasando dentro de la mente de José Luis?

Hace unos meses su tutor me comentó que José Luis estaba saliendo el último del aula al tocar el timbre para ir al recreo y que, en ocasiones, intentaba o conseguía quedarse arriba -en el aula o en los pasillos- durante el mismo. Yo le comenté que sería conveniente estar pendiente de ello y que había que tener cuidado con que nadie se quedara arriba durante el recreo (es una de las normas del Centro) porque se estaban produciendo muchos robos en mochilas de alumnos últimamente.

José Luis no sólo se quedaba arriba todo el tiempo que podía, eludiendo la vigilancia del profesor de guardia, sino que nunca se quita la mochila, pese a disponer como el resto de alumnos de una taquilla en donde guardarla.

Una semana después de esta conversación el tutor entró a Jefatura, muy alterado, seguido de José Luis y su mochila. El tutor consiguió contagiarme su enfado y alarma:

"He encontrado a este alumno metido en el baño de profesores a pesar de que sabe que no puede andar por los pasillos de arriba durante el recreo. Creo que tiene algo en la mochila y no me lo quiere enseñar".

Últimamente alguien había robado teléfonos móviles, dinero, estuches...

Estaba claro que José Luis tenía todas las papeletas de llevar algo que no era suyo en su mochila, pues se negaba a abrirla. Intentamos persuadirlo por las buenas, por las malas y por las regulares. Él se negaba a defenderse, a razonar. Simplemente su lenguaje no era nuestro lenguaje. Pensamos en llamar a la madre para que viniera y abriera la mochila delante de José Luis. Pero no había tiempo de hacer las cosas como deben hacerse las cosas: otras urgencias, otras demandas, otros problemas se agolpaban a la vera de la puerta del despacho.

Creo que acabamos abriendo la cremallera de la mochila por la fuerza, o algo parecido.

Cuál fue nuestra sorpresa al descubrir lo que llevaba allí escondido José Luis:

¡cinco rollos de papel higiénico!

El tutor le echó un sermón a su alumno mientras yo me mordía la lengua para no reirme.

Devolvimos los rollos de papel higiénico al baño de profesores y la cosa se quedó en eso. Pero desde ese día intenté interesarme un poco más por José Luis y por su singular cabecita.

Cuando me lo cruzo por los pasillos lo miro, lo saludo, lo miro.

Él responde muy vagamente a mi saludo, pero me sigue mirando de modo intermitente, au después de habernos alejado.

Mª Eugenia me lo ha explicado hace poco. Me ha dicho que cuando toca el timbre que marca el final de su clase José Luis recoge sus cosas y se ajusta esa su segunda piel con asas y cremallera... Pero no se va, o no del todo. Mientras Mª Eugenia lo siga mirando no termina de irse, sino que sale del aula y vuelve a entrar, y se queda mirándola desde el dintel de la puerta. Así podía pasarse horas Mª Eugenia, diciéndole a su alumno "Pero vete ya", como a un perro al que se quiere pero al que no podemos llevarnos de viaje. Hasta que a base de ensayo y error ha terminado Mª Eugenia descifrando el insólito código. Tan sólo tiene que decir "Adiós José Luis" y mirar para otra parte, fingir quedarse ensimismada con otros asuntos o tareas que ya no competen a José Luis. Entonces él se va... y ya no vuelve, hasta la siguiente clase.

Esta semana Mª Eugenia vino a hablar conmigo en relación a José Luis. Me contó que cuando toca el timbre de las 14:00 horas no sale con el resto del alumnado -cual estampida de búfalos enloquecidos- sino que se queda rezagado y espera a que ya no quede nadie en el Centro. Al principio, su cabecita asomaba por detrás de alguna esquina a partir de las 14:15 o 14:20. Su madre, mientras tanto, lo espera pacientemente, absolutamente sola ya, frente a la verja de la entrada, el tiempo que haga falta.

Sin embargo -me cuenta Mª Eugenia preocupada- la cosa cada vez está yendo a peor: José Luis se esconde y se adentra e los jardines del instituto, se sienta en algún rincón apartado, junto al invernadero, y allí se queda, cada día un poco más tarde.

Mª Eugenia me ha pedido que hable con su madre, reacia desde siempre a aceptar la singularidad de su hijo, para que ésta vea que no es ella la única persona que piensa que José Luis no es alumno como cualquier otro y que necesita, por tanto, una atención especializada y la supervisión de un experto en salud mental.

El viernes eran ya las 14:30 y en la verja de entrada estaba aún, sola, la madre de José Luis. Me acerqué a ella y le pregunté -como si no estuviera al corriente del asunto- que si quería entrar o si estaba esperando a alguien. Me dijo que esperaba a José Luis. Yo fingí cierta sorpresa y preocupación porque aún no hubiera salido: el instituto ese día a esa hora parecía haber estado desde hacía siglos deshabitado. Le invité a recorrer el instituto juntos y buscarlo. Ofreció cierta resistencia: "Y si sale y no me ve aquí...". Decidió quedarse cerca d la entrada mientras yo lo buscaba.

A pesar de que registré todos los rincones posibles del patio y jardines, no había ni rastro de José Luis y su mochila.

Finalmente, a las 14:45, apareció -como de la nada, como salido de una trampilla secreta en el suelo- tranquilo y tímido al verme por allí, junto a su madre.

-¡Vamos, José Luis! ¿Dónde estabas metido? -preguntó la madre, como si aquello no fuera algo que de un tiempo a esta parte sucediera un día sí y otro también.

José Luis tiene dentro de sí un universo raro e insólito.

Me pregunto qué palanca hay que pulsar, qué mirada de más o de menos nos falta o nos sobra, qué signo revelador nos está pasando desapercibido a la hora de entender este breve capítulo de tan vasto universo.

miércoles, 7 de mayo de 2008

cArTa aL FuTuRo 8


Diversos menesteres me han mantenido un tanto apartado del blog últimamente y hasta esta CaRta aL FuTuRo, que ahora reanudo, se ha visto interrumpida:

"Este verano Quin me ha invitado a (Calzada de Calatrava) en Ciudad Real. Mido 1,47 m. y peso 54 kg. Aunque la gente diga que no yo creo que estoy un poco gordo. Aunque... ¿Quién sabe? Alomejor dentro de unos años está de moda estar rellenito"

Recuerdo nítidamente aquel verano en Calzada de hace casi 20 años.

Recuerdo el calor abrasador, que obligaba a todos a practicar al mediodía una siesta por decreto y a cerrar a cal y canto puertas y ventanas hasta bien entrada la tarde. Yo no conseguía dormirme, daba vueltas sin cesar en mi cama, ansioso porque pasaran los minutos y las horas veloces para poder salir a la calle y asistir a aquella vespertina resurrección colectiva.

Recuerdo las granizadas de limón y las berenjenas en vinagre como los protagonistas culinarios de aquel verano. Hay comidas que uno prueba en algún momento de su vida y que se le quedan grabadas a fuego en la memoria del paladar; platos que uno sabe que jamás volverá a saborear del mismo modo, pues son deudoras de un contexto y de un momento; manjares irreales y fabulosos que nuestra imaginación y nuestro recuerdo han idealizado hasta el extremo de volverlos irrepetibles.

Así, las albóndigas que un día probé en la casa de mi amigo Isidro, allá por mis 12 años (de nuevo), cuya receta pidió mi madre a la de Isidro, pero que no pudo emular.

O las napolitanas de chocolate de la panadería de Caleta de Sebo, en La Graciosa. Qué decepción cuando me enteré de que eran congeladas: bollería industrial congelada de la que tanto abunda en las islas.

O el cochinillo de "Casa Cándido" en Segovia, pura mantequilla, aquel invierno en que mi tío Nando nos llevó a mi prima María, a mi hermano y a mí de excursión desde el Madrid en el que estrenábamos vida fuera del calor del hogar.

Las granizadas de limón, sorbidas con pajita a todas horas, pertenecen, junto a las berenjenas en vinagre que vendían en la calle y que comíamos enzartadas en un palito, a esa colección de joyas alimenticias que -como la magdalena de Proust- despiertan en mí toda una serie de evocaciones y remembranzas colindantes.

Recuerdo las excursiones en bici, en esas bicicletas antiguas, grandes y rápidas. Recuerdo recorrer el pueblo a toda velocidad. O salir de él y embarcarnos en esas carreteras eternas, solitarias, monótonas y abrasadoras.

Íbamos a Almagro, o a algún castillo abandonado por los alrededores.

Aprendí allí a amar ese paisaje llano, seco y sin fin.

Un paisaje que aparecería más tarde en parte de la poesía que estudiaríamos en 2º de BUP.

Un preludio, en cierto modo, de mis años en Lanzarote, con sus pueblos aislados entre sí, con sus áridas llanuras y sus noches negras y estrelladas.

Como era el pueblo de Almodóvar, en el cine de verano que había detrás de la casa las pelis del cineasta manchego las pasaban gratis o a un precio simbólico. Creo que sólo fuimos a ver una e ignoro si era o no de Almodóvar. Detrás nuestro se nos sentó un grupito de chicos que se dedicaron a incordiarnos durante toda la película. No recuerdo qué nos decían, ni si nos insultaron. Puede que a mí me susurraran:

¡Gordito!

Recuerdo lo mal que me sentí esa noche al volver a casa: humillado y cobarde por no haberme dado la vuelta y haberles dado un par de puñetazos a cada uno de ellos.

Guardo en mi memoria alguna escena parecida a esta, en la que opté por escabullirme con el rabo entre las piernas. La humillación y el desprecio por mí mismo que pude sentir en tales ocasiones me hace comprender a mis alumnos, cuando responden con golpes a los golpes o insultos, para dejar indemne su amor propio.

Aunque también recuerdo haberme visto implicado en peleas y agresiones, algo que retrospectivamente me sorprende, de tan pacífico que soy.

Recuerdo un día en el que me peleé con un caletero en la orilla de la playa y, luego, apenas unas horas más tarde, lo hice con mi amigo Santi. Recuerdo que mi padre me echó una gran bronca y hasta creo que me dio una bofetada. Me preguntó muy enfadado y retóricamente que si me creía un "gallito de pelea".

Otra vez -en el colegio- me acerqué corriendo a mi amigo Quin y le di un puñetazo en la cara. Creo recordar que el motivo fue tan sólo que me había quitado la mochila de clase y la había tirado por los aires...

Recuerdo que me sentí tan despreciable como cuando me quedé sin responder a los provocativos manchegos de Calzada de Calatrava. Aún a día de hoy me causa sonrojo recordarlo y saber que en su momento fui capaz de cosas como éstas, de las que tanto me arrepiento.

Nunca podré compartir esa idea tan extendida de negarse a sentir arrepentimiento por lo que en algún momento de nuestras vidas pensamos o hicimos.

Al amigo que me llevó a ver murciélagos en castillos en ruinas.

Al amigo con el que compartí en casa de Adela Castillo el colchón más blando de La Mancha.

Al amigo con el que nadé en Las Lagunas de Ruidera.

A ése, pues al de hoy que vive en Barcelona no hace falta.

A ése, al de la gorra fucsia calada hacia atrás y el rostro acalorado.

Al Quin de mis 12 años le pido perdón, después de tantos años, por aquel puñetazo miserable.


viernes, 2 de mayo de 2008