sábado, 25 de septiembre de 2010

hUeLgA GeNeRaL 1


Esta mañana mis alumnos me preguntaron:  

-Profe ¿vas a ir a la huelga?

-Pues, la verdad, no lo sé todavía.

Como el miércoles tengo a primera hora con ellos, me he comprometido a decidirme y aclarar mis ideas, para avisarles desde el martes y no hacerles madrugar innecesariamente el 29-S.

Así que la cuestión es ésa: ¿debo ir a la huelga?

Hace unas dos semanas decidí que iría, debido a los siguientes motivos:

a) La reforma laboral aprobada por el gobierno supone una desprotección de los trabajadores muy peligrosa. Por una parte, se abarata el despido (pasando la indemnización por despido de 45 a 20 días). Por otra parte, se introduce un nuevo motivo del empresario para despedir al trabajador: los malos resultados de la empresa, o los posibles malos resultados de la empresa. Es decir, se le otorga al empresario un cheque en blanco para despedir al trabajador por motivos no atribuibles al trabajador. Este cheque en blanco puede traducirse en una coartada del empresario para imponer unas condiciones laborales de semiesclavitud... so pena de despido.

b) Los recortes de Zapatero han empezado por abajo. Se han congelado las pensiones, se nos ha bajado el sueldo a los funcionarios y finalmente (una semana antes de la huelga) se ha aprobado una subida de impuestos para las rentas más altas.

c) Si no le doy mi voto a Zapatero en las próximas generales (que es lo más probable) es precisamente por este giro neoliberal o esta derechización de su política económica, tan frecuente por otra parte en la historia de este partido cuyas siglas incorporan la palabra "obrero". Por lo tanto, ir a la huelga el día 29 me parece un modo de expresar el porqué de mi previsible falta de apoyo a Zapatero en las elecciones del 2012. O visto de otra manera: ir a la huelga el día 29 es la manera de concederle a Zapatero el beneficio de la duda y la posibilidad de rectificar y volver a reconciliarse con los votantes de izquierda que ha ido perdiendo a lo largo de esta legislatura.

Tales son mis argumentos, aunque soy consciente de que no son los únicos:





¿Por qué entonces mis dudas?

¿Por qué no les he dicho a mis alumnos: "Sí, iré a la huelga, pueden dormir una horita más el miércoles"?

a) Tengo la sensación de que la huelga va a ser un fracaso. Quizás no tan estrepitoso como la huelga de funcionarios del 8 de junio, pero un fracaso al fin y al cabo. Habrá la habitual guerra de cifras entre las dos partes: los sindicatos y el gobierno, básicamente. Pero a la postre el 29-S pasará sin pena ni gloria, sin el efecto necesario como para que el gobierno se vea obligado a dar marcha atrás y revocar sus últimas reformas.

b) Tanto si es un fracaso la huelga como si no lo es tanto, tengo la sensación de que Zapatero no va a rectificar. Es decir, no soy inmune a ese sentimiento generalizado de que nada va a cambiar tras el 29-S y que el gobierno seguirá en sus trece. Hay un tufillo a inexorabilidad en este asunto.

c) Me da rabia cómo se debe estar frotando las manos el PP. Si la huelga es un fracaso, se alegrarán, porque ello supondrá un varapalo para los sindicatos (a los que llevan demonizando durante las últimas semanas... y siempre), así como un espaldarazo a la política económica neoliberal que Zapatero les está haciendo. Si la huelga es un éxito, en cambio, también se alegrarán, porque ello significará un varapalo para Zapatero del que sabrán sacar rédito político a base de demagogía tertuliana y otros desmanes.

d) Creo que los sindicatos son necesarios y me preocupa el ataque furibundo al que la derecha los está sometiendo en los últimos días. Pero he de admitir que coincido en gran parte de los reproches que he oído: que se han dormido en los laureles durante este tiempo, que se han dedicado a pastelear y ahora quieren salvar la cara a última hora, que sus liberados no siempre justifican con su trabajo lo que nos cuestan, que los intereses que defienden son muchas veces espúreos, que no representan sino a una parte de los trabajadores (por ejemplo, en educación, en Canarias, a los interinos), etc.

Así pues, aunque escribir el post me ha servido para ordenar mis ideas y decantarme por SÍ ir a la huelga y darle una alegría a mis alumnos, lo cierto es que la duda persiste, y que como la semana próxima nos toca estudiar a los sofistas y a Sócrates, me encuentro en una actitud muy pero que muy socrática, que me gustaría compatir con ustedes, lectores de este blog. 

Así pues, como si en Sócrates me hubiera encarnado, les diré que:

a) Sólo sé (respecto a ir a la huelga o no) que no sé nada.

b) Me gustaría que me ayudaran con argumentos a descubrir si lo justo es ir el miércoles al instituto, quedarme en casa o salir a la calle pancarta en mano. 

c) He hecho afirmaciones en este post que puede que sean incorrectas. Les animo a refutarlas y a hacerme ver que me equivoco y que se puede pensar más rectamente.

d) Encaro este dilema con absoluta libertad, dispuesto a abrirme a cualquier curso de acción u opción que se revele como más razonable.

e) Tengo tiempo hasta el lunes por la noche. No pretendo beber entonces zumo de cicuta pero sí es el plazo que me he marcado para poder avisar a mis alumnos el martes. Por tanto, si desean interrogarme, llevarme a contradicciones, ejercer la mayeútica conmigo o simplemente darme un consejo, les agradezco lo hagan antes de ese día.

Y para terminar les dejo con un video simpático sobre el asunto:






miércoles, 22 de septiembre de 2010

PaRa PeNsAr...


"Dios es el silencio del universo, y el ser humano, el grito que da sentido a ese silencio"

(José Saramago)

domingo, 19 de septiembre de 2010

LeCtUrA ObLiGaToRiA


La niña del anuncio debe rondar los 12 o los 13.

El periódico EL PAÍS lanza una campaña dirigida a sus padres y les anima a adquirir esas "obras imprescindibles de la literatura que todos deberíamos leer".

A esto en la jerga del gremio se le llama el canon.

Leo los títulos del canon que amenazan con aplastar la algo enclenque cabecita de Sara.

(¿y por qué no Sara?)

El corazón de las tinieblas, Don Juan Tenorio, Doña Rosita, La transformación, La abadía de Northanger, Otra vuelta de tuerca y La Celestina.

Luego me fijo en la expresión de Sara:

¿Se la ve ilusionada con los centrímetros de altura que la lectura de estos libros (según reza el eslogan) le hará ganar?

Más bien la encuentro abrumada por el peso del canon.

Si yo fuera Sara y me viera a mí misma con esa cara no me compraría ninguno de esos libros.

Sin embargo, el anuncio se dirige a sus padres.

Ellos quieren que Sara lea, les preocupa que Sara lea, están empeñados en que Sara lea.

El eslogan dice: 

"Libros que les harán crecer"

El publicista habilidoso sabe que el inconsciente de los padres de Sara leerá otra cosa:

"Libros que les harán leer"

Los padres de Sara desconfían de su capacidad para hacer leer a su hija, pero confían en que estos libros la harán leer.

La letra pequeña reitera que estos libros "fomentarán en tus hijos el hábito de la lectura".

Pienso en Sara, a quien quizás todavía le apasione leer, y en su experiencia con los libros a partir de este viernes, en que EL PAÍS le brinda su primer contacto con el canon de la literatura occidental.

Ese primer contacto se llama "Otra vuelta de tuerca", de Henry James, una novela corta y enigmática que no sabría si calificar o no como de fantasmas.

La leí por primera vez con 30 años durante una acampada veraniega en La Graciosa. Me pareció un tanto farragosa y con falta de ritmo, surcada por una prosa sinuosa y algo añeja. Pero lo atribuí al contexto en el que yo me hallaba. El tórrido sol veraniego no casaba bien con la brumosa y húmeda atmósfera de la novela, ni el viejo caserón habitado por espectros conseguía imponerse a la presencia tosca y palpable de la caseta de campaña.

Sin embargo, hace unos meses volví a leer la novela, con más calma, al ser una de las lecturas obligatorias del máster de Escritura del Hotel Kafka. Y he de decir que no me sirvió para reconciliarme con el texto. 

Pienso en Sara leyendo a partir del viernes "Otra vuelta de tuerca" y me entra la risa, que oficia a veces de sustituto del llanto.

Y es que el argumento oculto o el subtexto de la novela es una historia de pederastia, que cuenta en primera persona la institutriz de dos infantes, hacia los que siente unos sentimientos contradictorios y preñados de líbido. La institutriz es (lo que en la jerga del gremio llaman) una narradora poco fiable, que cuenta los abusos sexuales a los que somete a la pareja de hermanos que tiene a su cargo, sus dudas y remordimientos, y finalmente el modo en que asesina a uno de ellos.

Sin embargo, y esto es lo más gracioso del asunto, el lector medio, por lo general, no se dará cuenta de nada. La prosa sinuosa de Henry James es en esta novela tan sutil y ambigua que estos desmanes de la institutriz pasarán desapercibidos para quien lea la novela sin una previa advertencia en este sentido, o sin prestarle demasiada atención, o con las defensas críticas bajo mínimos, o de acampada bajo el relajante sol de La Graciosa...

Si un lector de 30 años más o menos experimentado no percibió nada de lo que Henry James (influido por el psicoanálisis) quiso hacer entrever en su novela, me pregunto:

¿Qué habra de aprovechar Sara, con sus 12 o 13 años?

Porque en tanto que historia de fantasmas (que es la lectura más superficial o básica de la novela) el texto de James no tiene, en mi opinión, demasiado valor. Es una historia muy descafeinada y sosa, que no es capaz de producir pavor alguno, con fantasmas decimonónicos que parecen de mentirijillas.

En fin, que ni en una lectura superficial del texto ni en una lectura avanzada me parece la novela una buena elección para enganchar a Sara o "fomentar" en ella -según reza EL PAÍS- "el hábito de la lectura".

Pienso en Sara por última vez e imagino su cara tras haber concluido la lectura de "Otra vuelta de tuerca".

Y me pregunto si tendrá ánimos para proseguir la exploración del canon con "Don Juan Tenorio", "La Celestina", "La transformación"  y el resto de títulos...


PD: Este post ha sido inspirado por o es deudor de esta magnífica entrada de Joselu y por el debate suscitado en los comentarios al mismo.


viernes, 17 de septiembre de 2010

aNiMaL EtErNo


Me pregunto si Tales de Mileto se quedaba mirando al mar cada mañana, como yo.

A Tales se le tiene como al primer filósofo occidental: el padre de la filosofía.

Por tanto, parece incuestionable que efectivamente pasó muchas horas de su vida mirando al mar que se extendía desde las costas de Mileto hasta el horizonte inexpugnable.

Es imposible contemplar el mar y no filosofar.

Cada mañana me levanto y abro la ventana de mi cuarto.

Como una anticipación de la filosofía de Heráclito, según la cual nada permanece ni se repite, siendo imposible zambullirnos dos veces en el mismo río, del mismo modo, cada mañana la ventana abierta de par en par me ofrece siempre un paisaje y un mar diferentes.

El otro día la abrí y el océano se escapaba, como por un sumidero, entre los brazos del dique y del muelle de la Caleta de Famara.
Eran las mareas del Pino.

Entonces se me ocurrió pensar que Tales de Mileto tuvo la genuina ocurrencia de que todo era agua y de que el agua era el principio y origen de todo lo existente, precisamente, mirando el mar, contemplando el desconcertante espectáculo de una de aquellas bajamares.

Y es que el mar (pensé yo que pensó Tales) es un animal, que sube y baja: un ser vivo y animado.

Las mareas son el símbolo o la metáfora de la vida, con sus ciclos y regularidades.

Todo el que tenga una experiencia más o menos cercana con el mar sabrá que las olas vienen por rachas regulares y predecibles.

Una ola es un día de la vida de un jilguero.

Una racha de olas es una estación, una etapa crucial en la existencia del jilguero.

Cuando sube la marea y alcanza su punto álgido, el jilguero muere.

Pero el mar reanuda entonces, impasible, su ciclo eterno.

¿Dónde sino en el mar pudo haberse Tales asomado a la eternidad?

Cuando miro al mar por las mañanas no pienso en la luna ni en las mareas.

Pienso en ese animal eterno, del que venimos.

El mar que nos escolta y espera, pacientemente...


miércoles, 15 de septiembre de 2010

De vUeLtA


En un acto de renovado narcicismo me he dicho a mí mismo: ¡Escribe!

Fue el otro día, y me lo pedí por móvil, mediante el insólito procedimiento de telefonearme a mí mismo.
La primera noticia que tuve de mí mismo desde el otro lado del auricular fue a mediados de mayo, en Madrid.

Ocurrió en el piso de Limón, dos meses antes de regresar a Canarias. 

Ocurrió en torno a las cinco de la mañana, mientras trataba de acertar a introducir la llave en la cerradura de la puerta de entrada al piso, torpe de ebriedades.
De repente me sonó el teléfono.

Busqué en la pantalla del móvil quién podría llamarme a esas horas.
En la pantalla sólo ponía: "Desconocido".

Pero al coger el teléfono era yo.

Era mi voz, que decía: 

"Hola qué tal, mira, soy Andrés. Nada, que te llamaba para que... Sfthyt*dfdf*... Vale, pues mira... que es algo urgente, algo que contarte, venga, venga, hasta luego, chao".

Atónito, perplejo, borracho y algo asustado volví a escuchar el mensaje, que se repetía una y otra vez, como una serpiente que se muerde la cola. 

Decidí despertar a Santi. Le acerqué el teléfono a la almohada:

-Santi, escucha: ¿soy yo?

Él me dijo que sí y siguió durmiendo. Pero su sueño era tan profundo que aunque le hubiera propuesto cancelar para siempre el amigo invisible me hubiera dicho lo mismo, que sí. Su testimonio no era válido.

Sin embargo dos meses más tarde volvió a ocurrir, volvió a sonar el teléfono, volví a leer "Desconocido" en la pantalla y a escuchar mi voz decir y repetir el mismo mensaje.

Esta segunda vez estaba con Santi y con su madre, a la salida del cine. La película era Origen, eran las 00:30 y nadie estaba borracho. Transcribo los detalles de las circunstancias con esta precisión con el objeto de encontrar algún patrón, alguna clave explicativa.

Las circunstancias habían, pues, variado, pero el mensaje que me decía yo a mí mismo seguía siendo el mismo.

La tercera vez que me telefoneé estaban conmigo Pablo, Olivia, Patri Villena y mi primo Luis.

Todos escucharon el mensaje y estuvieron de acuerdo en que la voz era la mía, y no la de un farsante.

Olivia y Pablo añadieron además lo siguiente: 

Que el indescifrable "Sfthyt*dfdf*"  era en realidad: "Sube a La Laguna".

Sin embargo, por mucho que volvía a escuchar el mensaje una y otra vez yo era incapaz de entender "Sube a La Laguna". 

Muy al contrario, seguía con torpe obstinación escuchando lo mismo:

"Sfthyt*dfdf*" 

Y así terminó el verano en Tenerife.

Terminó este extraño paréntesis laboral de algo más de un año.
Regresé a Lanzarote, una vez más.

Y mientras tanto, con cada vez más frecuencia, mi telefóno sonaba y era de nuevo yo, con la misma cantinela.
Hasta que ayer lo he descifrado al fin, creo.

No es "Sfthyt*dfdf*"  sino "¡Escribe!" lo que me digo.

Así que aquí estoy, de vuelta, tras casi dos meses sin escribir ni una palabra.

Las razones que me hicieron parar son tan absurdas como las que me hacen ahora volver.

Pero espero por lo menos que a partir de ahora mi teléfono deje de sonar.

A sonar (quiero decir) conmigo mismo al otro lado de la línea.