domingo, 29 de julio de 2007

DuDaS mEtAbLoGuíStiCaS

Llevo una semana sin escribir nada en el blog.

Una semana con dudas metabloguísticas de todo tipo.

¿Por qué escribo? ¿para quién? ¿sobre qué? ¿cómo?

Algunas de estas preguntas hacen que me deslice hacia otro tipo de interrogantes: ¿quién soy? ¿cómo soy? ¿qué pretendo hacer y ser? Preguntas difíciles de responder de un plumazo, siempre revisables y, en otro orden de cosas, tremendamente íntimas.

Y así, recogiendo este cabo, el de lo tremendamente íntimo, volvemos a las dudas metabloguísticas: ¿por qué o para qué escribo? ¿para quién?

Recuerdo haber intentado responder a estas preguntas en un cuaderno de tapas negras. Me levanto a buscarlo. No lo encuentro, debe de estar en casa de mis padres (qué raro me resulta no decir simplemente "en mi casa"), en Tenerife. Recuerdo a grandes rasgos lo que albergan las cuadrículas de aquel cuaderno: una defensa del onanismo, algunos comentarios algo ingenuos sobre la estética de las "tribus urbanas", poemas de amor adolescente, delirios, reflexiones del género que podríamos bautizar "contra el tiempo" (preludio de estas notas) y, también (no pierdas el hilo, andriu), alguna metareflexión, algún escrito sobre la escritura y su sentido.

Aquellas páginas no tenían destinatario imediato alguno. Se trataba de un mero diario. Pasaría todavía un tiempo antes de que la fiebre de las bitácoras o blogs inundara la red. El terreno era por tanto menos movedizo que éste de los blog, con su carácter bífido o bifronte, en el que se conjugan frágilmente el ensimismamiento introspectivo y el exhibicionismo desvergonzado.

Y sin embargo, pese a ser terreno conocido, las preguntas acerca del sentido de la escritura estaban ahí. Lo más sencillo hubiera sido responder: escribo para mí mismo. Y argumentar: eso me permite desahogarme, eso me relaja, eso me libera, eso me permite ser más libre, más iconoclasta, no venderme, no ceñirme a un código, a un estilo, a un canon determinado.

Pero no sería verdad. Aunque quedara mejor (¿ante quién? ¿ante mí mismo? ¿ante la galería?) proclamándome un paladín de la libertad absoluta en cuanto a la forma y el contenido de lo que uno escribe, aunque afirmase que escribo sin pensar en quién me leerá, dictado exclusivamente por el propio instinto, esto no sería verdad. Mentiría como un bellaco.

"Escribo para que me quieran".

Creo que fue a Saramago a quien se lo oí decir. Y creo que es verdad. Creo que la escritura no está exenta de este elemento narcicista. Este afán de gustar y ser queridos condiciona inevitablemente nuestro modo de escribir. Hace que, por ejemplo, ahora mismo, trate de hacer un esfuerzo de contención, de síntesis, para no cansarte ni aburrirte y que me sigas leyendo... si es que has llegado hasta aquí.

Yo también, como Saramago, escribo para que me quieran. Obviamente -qué presunción la mía- lo único que comparto con él es la intención... no los resultados. Pero no es el único móvil:

"Escribir es una forma de enmendar nuestra ignorancia".

Ésta no es de Saramago, sino mía. Creo que escribir me sirve para descubrir y conocer. El famoso "conócete a ti mismo" socrático siempre me ha resultado un poco sospechoso, quizás por haber sido tan manoseado y haber abusado de él las pseudofiosofías a lo "pequeño saltamontes" y la literatura de autoayuda. Pero en definitiva, conocerse a uno mismo es lo más difícil y apasionante que pueda haber. Alguien tan antisocrático como Nietzsche lo expresó así:

"Sólo cuando el hombre haya adquirido el conocimiento de todas las cosas podrá conocerse a sí mismo. Pues las cosas no son sino las fronteras del hombre".

Las cosas son relativamente fáciles de conocer, tardan en cambiar y en dejar de ser lo que son. Pero los hombres estamos en continua metamorfosis y, más importante aún, es al conocernos mejor cuando más cambiamos y cuando, por tanto, necesitamos volver a conocernos... Pues bien, la escritura ayuda a propiciar ese conocimiento y ese cambio sobre uno mismo. En eso mismo estoy ahora mismo embarcado, sin rumbo definido, aunque inmerso en los cauces que marca el encontrarle sentido a este blog.

Como apenas he empezado a sacar a la luz (como hacía Sócrates con las ideas ajenas y su matrona madre con los hijos ajenos) esta madeja que lleva poco a poco enrrollándose a lo largo de la semana, te recomiendo que hagas una pausa para hacer un pis o comer algo (si es que no eres tú quien tiene mi cuaderno de tapas negras y ese escrito a favor del onanismo) mientras yo me cocino un arroz.

(MÁS DE 10 HORAS DESPUÉS: ¿Qué pasó anoché? ¿qué cené? Desde luego, no fue arroz: lo recordaría y habría un caldero más que lavar en el fregadero... Al final me lié con algo, o me entró sueño, o me olvidé. Retomo el post. Por cierto acabo de percatarme de lo absurdo que resulta eso de "aprovecha para hacer un pis mientras yo cocino un arroz", como si tú pudieras hacer una pausa en la lectura antes de que yo publique el post)

1ª DUDA METABLOGUÏSTICA: ¿De qué coño va todo este rollo sobre la muerte y el paso del tiempo? ¿este tipo tiene realmente 30 años o 90? ¿a qué se dedica cuando no escribe en el blog? ¿hace necrológicas? ¿vende ataúdes en una funerararia?

No sé si me verán así quienes me conocen, pero la verdad es que leyéndome esta es la imagen que cualquiera se hace. No consigo recordar en qué novela había un personaje que escribía una tesis doctoral sobre la muerte. Se desarrollaba en Lisboa y Pessoa estaba de algún modo presente. No era La última noche de Ricardo Reis porque no la he leído. Hay premio para quien la acierte. Pues bien, me veo a veces a mí mismo escribiendo este blog como ese personaje: gris, ensimismado, acogotado por la parca, muerto en vida.

¿Cómo empezó todo? ¿cómo empezó este blog? Fue una especie de proyecto para el 2007: "La foto de la semana". Me propuse hacer una foto semanal que resumiera lo ocurrido o reflejara lo más importante de los últimos siete días. Y un comentario a la foto. Quería por una parte seguir en contacto con un puñado de buenos amigos (Tenerife, Madrid, Barcelona, Méjico) y por otra parte, supongo, registrar, almacenar, coleccionar imágenes, sucesos, momentos. Ahí estaba en germen el blog. Se trataba ya de medir el tiempo, de detener un poco el ritmo vertiginoso de los días, de trastocar la monotonía de las semanas siempre iguales con el fogonazo de un hito que la hiciese diferente a la anterior, a la siguiente y a todas las por venir. Supongo que este es el precio a pagar por no gustarme el fútbol...

Entonces uno de esos buenos amigos me dio la idea de sustituir esa foto con comentario a pie de página enviada a Mis favoritos vía e-mail por un blog de blogger. A mí eso me sonó un poco complicado. "Buff, crear una página web, con lo coñazo que es ese lenguaje html y toda esa vaina". Me sonroja decirlo, pero aceptémoslo: era y soy un analfabeto informático (aunque con propósito de enmienda). Cuando me di cuenta que hacer un post era más fácil que enviar un mail, cuando descubrí el inabarcable y ancho y extraordinario mundo de la blogosfera... sentí cuán maravilloso universo de posibilidades y nuevos horizontes se abría ante mí... y cuán limitado nuestro tiempo para intentar siquiera otearlo. La blogosfera: Gran Biblioteca mutante aquejada de una metástasis que la hace multiplicarse y crecer incesantemente. ¡Cuántas perlas por descubrir en este océano! ¡y todas ellas en constante proceso de fornicación creadora! Gracias, amigo, por el consejo, por el hallazgo.

¿Un blog? Siempre había querido hacer una página web. Y siempre, supongo, me había amparado en mi inutilidad tecnológica como pretexto para no hacerlo. Ya no había excusa: al menos bajo este formato, estaba chupado. Ahora bien: ¿qué poner? ¿para quién? ¿para qué? Todas estas preguntas estaban ligadas y eran cruciales. Creo que mucha gente escribe blogs sin planteárselas en serio, al menos las dos últimas. Yo preferí no planteármelas, lanzarme a escribir sin más, dejarlas de momento en suspenso.

Y pensé que mi blog había de tener un perfil propio, una especie de leit motiv, de ideario, de código genético, de hilo coductor, de... bueno, creo que se ha entendido. Desde el primer momento, creo que sin otro candidato a la vista, me decidí: el tiempo. Es fácil relacionar casi cualquier tema con esa constante. Eso me daría libertad y flexibilidad a la hora de elegir los temas. Además, creo que el tiempo, el pasado, la memoria y criaturas semejantes están emparentadas de un modo esencial con la escritura. Por otra parte, para qué negarlo, se trata de un asunto ineludible, que el hombre desde que es tal no ha podido dejar de plantearse: tempus fugit, carpe diem, etc... Y al menos en mi caso he de reconocer que debo de tener un corazón melancólico, sensible a la pérdida, a la aniquilación, a la devastación que el tiempo imprime en todo lo que toca... cuando no está la escritura y el recuerdo que la vertebra dispuesta a disimular o a enmendar dicha pérdida (otra vez el mismo verbo: la escritura es enmienda).

Y como es enmienda, creo que escribiendo me he aclarado un poco y he encontrado mis respuestas a la duda metabloguïstica nº 1. Son éstas: a) me importa una mierda lo que piensen los demás (me conozcan o no) acerca de si mi comportamiento y opiniones son de nonagenario en vez de treintañero; b) me importa lo que YO piense al respecto, que después de pensarlo un poco es esto: ¡menos mal que pienso y actúo -casi siempre- como suelen hacerlo los de mi edad y mayores! La adolescencia es una enfermedad que es mejor pasar cuanto antes: ¿qué modelos iba a encontrar ahí? Por otra parte, lo que hay de elogiable en la juventud (dejando aparte la plenitud física que representa) no depende de la edad ni disminuye necesariamente a medida que ésta aumenta: la ilusión, la energía, la esperanza, el optimismo, la entrega, la capacidad de soñar. Anoche Eduardo Galeano afirmaba en una entrevista en la radio: "El único pecado que no tiene redención es el pecado contra la esperanza". Tiene 65 años. Mis alumnos con 15 años son infinitamente más cínicos y desencantados. Y no precisamente porque hayan visto -frente a Galeano- cuán cruel es el mundo; y c) pero no obstante no veo por qué ceñirme inncesariamente a moldes autoimpuestos; cuando el "tiempo" se vuelva un corsé castrador e incómodo, dejaré libremente de alumbrarlo desde estas páginas demasiado graves a veces.

2ª DUDA METABLOGUÍSTICA: ¿es éste un blog anónimo o un blog con nombre y apellido?

Sin lugar a dudas, lo mejor que he leído nunca acerca de los blogs se lo debo a Southmac en su Diariodeunimpresentable
. Allí advierte que sobre blogs no hay nada escrito: no hay normas, leyes, criterios que definan lo que es blog y lo que no lo es. Y sí infinitos géneros de blogs: cuerdos, dementes, esquizoides, sexuales, paternalistas, solitarios, "blogs que parecen la puta Gran Vía a hora punta"... No obstante, yo haría una clasificación importantísima: hay blogs anónimos y blogs con nombre y apellido.


Ésa fue otra de las decisiones que no tomé, que preferí postergar. Al final, al menos por ahora, la cosa se ha quedado en una solución intermedia. Por una parte, en "mi perfil" no aparece una foto mía, sino un retrato de una exposición de pintura expresionista que visité en Madrid hace unos meses; tampoco hay datos personales. Por otra parte, casi todos los posts tienen un carácter autobiográfico o, sencilla y directamente, hablan sobre mí y cuento en ellos cosas sobre mí que hacen que puedan fácilmente identificarme.


Lo del anonimato tiene sus ventajas. Básicamente, es más fácil desnudarse cuando nadie sabe quien eres. Ten ven así, en pelotas, tal cual eres, y no pasa nada: no hay nadie que te saque una fotografía y la lleve al curro y todos digan "¡es andriu! ¡qué pequeña la tiene!". Bajo el anonimato uno es más libre y escribe sin el yugo del qué dirán los que me conocen, los que saben que bajo el nick de "andriu" se esconde un hombre de carne y hueso llamado Jaime Peralta Pompidou, que trabaja en un intituto de la isla de Lanzarote y que en el post de ayer ha dicho muchas palabrotas y ha contado con prolija obscenidad cómo desvirgaba a una alumna quinceañera, cínica y desencantada cuyo mejor pecado no era precisamente, no obstante, contra la esperanza, sino contra el decoro.


Pero no sólo ventajas. El anonimato también nos esclaviza. Nos hace en principio más libres, mostrarnos tal cual somos. Pero en seguida nos expone a la tentación del exhibicionismo y la sobreactuación para complacer a un público que le interesa más que le mientan con esa historia de la quinceañera pecaminosa y no que le cuenten las pajas mentales que se hace un tal Jaime Peralta o un tal andriu (que para el caso es lo mismo) a medida que envejece. Qué fácil es venderse desde el anonimato, qué fácil masturbarse en público, porque eso es lo que pide ver la masa incondicional.


¿Para quién se escribe? La pregunta es crucial y su respuesta cambia, pues, en función del tipo de blog: anónimo o con rúbrica. Pero siempre se escribe, en parte, para alguien. Siempre buscamos que alguien nos quiera. Y como a mi entender este es un fin legítimo de la escritura pero no el único, es importante estar alerta para evitar que se convierta en el único fin y pervierta el otro pilar de la misma: la autenticidad, la originalidad, la honestidad. Acaso la síntesis de ambos polos es lo siguiente: hay que esforzarse en escribir para quererse uno más a uno mismo; sólo así resulta legítimo buscar la aprobación y el calor y comprensión de los demás: tras haberla encontrado en nuestro "yo ideal", que viene a abrazar y lamer las heridas del "yo real".


(Breve paréntesis para que me bajen los colores: esto es lo que tiene de malo un blog, que tarde o temprano acabaré pulsando el botón de "PUBLICAR ENTRADA" y todos los que conozcan a Jaime P.P. se acordarán de estas cursiladas que parecen pretender emular a Harold Bloom pero se quedan en un refrito de Paulo Coehlo y Jorge Bucay; y al hacerlo dejarán escapar una sonrisita...)

¿Qué hacer, pues, al respecto? ¿cómo resolver el dilema que plantea la 2ª duda matabloguística? Este fin de semana fantaseé con la idea de crear otro blog con una identidad anónima y no darle a nadie conocido la dirección; en todo caso colgarlo como un link más en mi sección de afinidadades electivas. Pero finalmente he desechado la idea por dos motivos: 1) ¿de dónde sacar el tiempo? Podría hacerlo ahora, en mis vacaciones (que, por cierto, empiezo oficialmente mañana) pero ¿y luego? ¿qué pasaría en septiembre? ¿qué sería de mis 2 blogs cuando la esclavitud de mi absorvente curro me atenace de nuevo?; y 2) creo que es más interesante, al menos por ahora, no ir a refugiarme en el anonimato; creo que me resulta más estimulante y un reto mayor ir desnudando poco a poco aquí al verdadero Jaime, consciente de que no hay nada que deba, al menos por ahora, ocultarse. Siempre tenemos 2 caras, qué digo 2, 200 en realidad, en función de a quién se la mostremos: mamá y papá, la abuela, los colegas, el ligue de una noche, el ligue de tres meses, la novia, los alumnos, los profes, el camarero que te sirve los cafés por la mañana, los cuatro gatos que leen este blog... El número de caras que adoptamos varía en función de cómo somos. Supongo que mientras más fuerte es nuestra personalidad y menos necesidad de aceptación tengamos, menos caretas habremos de gastar. Yo soy un ser introspectivo y algo tímido, con muchas caras, aunque a a alguno le parezca lo contrario. Voy a seguir como "andriu", como el autor de NaDa PeRmAnEcE, sin saber bien si así me voy alejar o no de J.P.P., del nombre que delata mi DNI. No me interesa la cáscara, el caparazón: el DNI. Me importa encontrar y
no ocultar al verdadero andriu: quiero ir quitándome caretas, disfraces, sonrisas innecesarias, palabras de más: quiero verme la cara, la de andriu: y quiero que se vea.

Duda resuelta.

3ª DUDA METABLOGUÍSTICA: ¿Tengo talento para escribir? ¿tiene valor lo que escribo?

Tengo un hermano que estudió guión. Quiere ser guionista o director de cine o ambas cosas. Está en Madrid, buscándose la vida, haciendo sus primeros pinitos. Supongo que alguna vez se preguntará: ¿Tengo talento para escribir? ¿puedo ser un buen guionista o un director de cine?

Tengo un amigo que quiere ser actor. Tiró a la basura unas oposiciones a la Caja de Ahorros y su licenciatura en Derecho para ingresar en la Escuela Oficial de Actores. Está haciendo sus primeros pinitos e intentando realizar su sueño. Supongo que alguna vez se preguntará: ¿Tengo talento para actuar? ¿puedo ser un buen actor?

Tengo otro amigo que, siendo aparejador, mide casi 2 metros y siempre ha jugado al baloncesto en equipos de ámbito regional aunque a veces como profesional. Tras haberlo dejado durante 2 años ahora han vuelto a ficharlo para la próxima temporada. Es consciente de hasta donde puede llegar y hasta donde no. Con 30 años, salvo en deportes como el ajedrez o el tiro al blanco, no suele haber grandes sorpresas ni incertidumbres. No obstante, cuando empezó a jugar y a despegar, cuando lo fichaban ya para los mejores equipos de la isla y uno seguía de suplente en el equipucho del mismo colegio público al que asistíamos, supongo que algua vez se preguntaría: ¿Tengo talento para el basket? ¿puedo convertirme en un jugador de élite?

Soy profesor de filosofía en un instituto, pero lo que en realidad me gustaría es ser escritor.

La frase es pretenciosa, ingenua, casi infantil. Pero honesta. En ella se desnuda andriu.

Acaso suena más realista y más pedestre simplemente decir: "me gustaría escribir". Pero eso es compatible con cualquier otra profesión, desde profesor de filosofía hasta deshollinador (especialmente con esta última: hoy los deshollinadores no tienen tanto curro como en los tiempos de Mary Poppins). Y yo quiero sólo escribir, escribir y leer, leer y escribir. ¿Filosofía? Sí ¿por qué no? Pero sobre todo ficción, literatura. Ése es mi ideal de vida: ganármela escribiendo, vivir de ello, aunque sea modestamente.

No obstante, yo también me pregunto: ¿Tengo talento para escribir? ¿puedo ser un buen escritor? Supongo que entenderán que yo también me lo pregunte.

Miro a mi alrededor y me siento como una anoréxica (o bueno, como un anoréxico) acomplejado por la belleza que ve en otros cuerpos (en otros textos) y que le niega su espejo. Así, cada vez que miro a Southmac, o al Pequeño Nefastófeles o a Ezcritor.

A la anoréxica no le provoca angustia la exultante belleza (o delgadez) de una Martina Klein, de una Linda Evangelista o de una Naomi Campbell. Ellas son profesionales, top models, están en otro nivel, en otra categoría. Lo que la deprime es pasearse por unas galerías comerciales cualesquiera y ver que todas están más delgadas y guapas y felices que ella.

Del mismo modo, leer a Vargas Llosa, a Proust o a Alejo Carpentier no me produce angustia alguna sino placer y admiración. Pero encontrar "escritores amateurs" como los linkeados más arriba que me dan mil vueltas y ello tan sólo con mirar en rededor de un modo casual y fortuito, es decir, a partir de escasos y puntuales escarceos por la red, me acompleja, me dice que no sirvo, que no valgo, que puedo agradar a amigos y familiares y ganar algún concursito regional, pero no dedicarme a esto, ganarme la vida escribiendo.

Me consuela pensar una cosa: que acaso Southmac, el Pequeño Nefastófeles y Ezcritor son verdaderos filones, verdaderos escritores que -si quisieran: ¿y quién de ellos no quiere cuando se nota a la legua que les apasiona escribir?- podrían dedicarse a ello, subsistir con ello. De hecho, Ezcritor ya va en camino, a raíz de haber ganado el concurso "20blogs" del periódico "20 minutos". Quizás por azar, sin necesidad de buscar, tropecé con tres perlas, con tres diamantes brutos. Quizás pertenecen también a ese otro nivel, a esa otra categoría, y no hay razón para crearse complejos y hacerse sangre...

Creo que por hoy es suficiente.

Creo haber resuelto algunas dudas...

Otras no.

Creo que he desatascado el blog.



lunes, 23 de julio de 2007

MuErTe MeDiÁtiCa


"Saber que somos mortales nos convierte en hombres, negarnos a admitirlo confirma que lo somos"

(Fernando Savater, La vida eterna).

domingo, 22 de julio de 2007

LuZ eXiGeNtE

Suena Lhasa de Sela. Suena su lamento mexicano y henchido de orgullo. Son las 9:00 am. Eso marca mi móvil y confirma la luz de domigo que se cuela por la cristalera, por el balcón abierto de par en par.

Sobre el mantel, vasos a medias: de ron cola, de cerveza tibia, incluso aún del vino de las primeras horas de la noche.

Un sillón cama en el que duermen dos, el gallego y la vasca. Una cama con angelito, el otro. Todos duermen, a pesar de la luz, a pesar de la música, a pesar de las drogas.

Y yo velo. No hay sueño que me derrumbe aún, que me lleve a la cama, a despedir la luz que entra a raudales.

Sólo siento sed, pero no hay agua. Tomo otra cerveza más.

Suena Lhasa, suena su voz cadenciosa y cómplice, única compañía mientras duermen todos, Ramón, Pampín, Angelito.

Marca ya mi mi móvil las 9:15. No sé qué marcará blogger.

Me entretuve mirándolos. Duermen, pese a la luz y la música. Quizás porque ésta es sólo una noche de marcha más, como otra cualquiera.

Para mí no. Soplé las velas: un tres y un cero.

Un tres y un cero tras los cuales hay muchas noches y muchas amanecidas como éstas, ebrias y acaso no tan metafísicas, no tan melancólicas.

Treinta. Pero si hago un balance no acabo.

Ahora sólo cuenta esta luz de domingo que no cesa ni ceja. Luz que me impide abandonarme al sueño, que no llega. Luz que bosqueja y configura lo que he de aguardar tras el tres y el cero. Luz que me exige lealtad y me mantiene en vilo, en vela.

sábado, 21 de julio de 2007

MuNdO iNtEriOr

El hombre de acción y el hombre de contemplación se complementaban el uno al otro.

El hombre de acción había probado todos los medios de comunicación imaginables para -surcando mares, cielos, desiertos- alcanzar nuevos lugares inimaginables. La angustia de no haber días suficientes para conocerlos todos invadía sus noches.

El hombre de contemplación viajaba con los libros y con el pensamiento. Había frecuentado y amado todos los géneros literarios y discutido todas las doctrinas filosóficas. Pero cada día llegaba a sus manos un nuevo ejemplar, un nuevo hallazgo. La angustia de no haber días suficientes para leerlos y meditarlos todos concienzudamente invadía sus noches.

El uno tenía don de gentes, gustaba a las mujeres y a los niños. Seducía con facilidad a las masas aunque también era capaz de desarmarte en las distancias cortas. Le gustaba el vino y la comida, el buen sexo, la espontaneidad.

El otro era tímido e introvertido. Solitario. Hermético, críptico, casi inaccesible. A menudo filosofaba a destiempo. Se volvía grave cuando los demás reían.

El hombre de acción gastaba su tiempo en trivialidades, pero no sufría por ello. Hacía de todo en muy poco tiempo, a gran velocidad, pero sin percatarse de nada. También los sonámbulos recorren muchos metros en sus andanadas nocturnas, mas sin enterarse.

El hombre de contemplación se levantaba, desayunaba y toda la jornada -hasta quedar dormido, de nuevo, al terminar el día, con un libro abierto entre las manos- la pasaba en casa enfundado en un albornoz a cuadros y unas pantuflas raídas, sin salir de su breve casucha. Y sin embargo abismos insondables, goces extáticos, atroces temores, remansos de dicha y dolorosas punzadas de melancolía lo escoltaban hasta acabar exhausto al final del día.

El hombre de acción y el de contemplación.

Uno y otro conformaban la cara y el envés de uno y el mismo individuo.

sábado, 14 de julio de 2007

TiEmPo EsCaSo


"La única interpretación inteligible de lo que llamamos "dar sentido a la vida" es la administración orientada hacia esto o aquello de la escasez del tiempo de que disponemos"

(Fernando Savater: La vida eterna)

jueves, 12 de julio de 2007

EsTaMpAs RoMeRaS

Cada vez que vuelvo a La Laguna, mi ciudad, de vacaciones, de fin de semana, tiemblo. Ante todo, el kit de supervivencia: suéter abrigado, tapacuellos, pastillas para la garganta. De último siempre que vuelvo llueve. Me dicen que no: "Pero si se ha cubierto hoy mismito; llevamos unos días con un tiempo estupendo". Me da por pensar que soy un cenizo, un gafe, que ahuyento los días de sol. O que La Laguna es así y que son mis padres los que me mienten con eso de "hoy mismito", para que mis visitas se vuelvan más frecuentes.

Ahora, no obstante, he descubierto al culpable de la lluvias laguneras. Ocurrió en el año 1532. Los agricultores de la Vega no recordaban una sequía tan asoladora desde hacía tiempo (y ello mucho antes de la era del cambio climático). El fértil campo lagunero estaba yermo, olvidado de las gracias y dones de Dios, o de los elementos. El gremio de agricultores decidieron entonces elegir por sorteo un santo que intercediera y al que encomendarse en sus plegarias. Una vez decidido el santo en cuestión, el milagro se produjo: llovió. Y agradecidos, los agricultores salieron ese año a ofrecer al santo en romería los productos de la reanimada tierra.

Este cartel anuncia la romería en su edición de 1949, año en que se volvió a retomar la festiva tradición tras una época de olvido. Desde entonces, en mi ciudad llueve. Desde entonces, sólo hay un día al año en que festejo con todos mis conciudadanos la ofrenda líquida del cielo: es el segundo domingo de julio, día de San Benito.

Por ahí se acerca el santo en cuestión, San Benito Abad, 475 años después de haber ganado por sorteo el favor de los habitantes de La Laguna.

Y aquí llega al fin el santo, custodiado por un mago canario. El mago es un ser con el que más vale tener cierta mano izquierda. Podrás invitarle a lo que sea e incluso pedírselo: papas, gofio, vino, fruta, huevos duros... Ahora bien, nunca intentes invadir el espacio vital de su carreta ni molestar a sus vacas. Eso es sagrado. Por como escolta este mago al santo, supongo que con San Benito ocurre otro tanto... Ni a Kevin Costner en El guardaespaldas se le veía tan reconcentrado.
Casi tan sagradas como las de la India, las vacas o bueyes son protagonistas absolutos de esta fiesta agrícola y ganadera. Siempre van de dos en dos, en pareja.

Pero no son los únicos...


Hay prometidos...

Hay hermanos...


... y gente que se dedica a ligar.


Las ovejas, como es de todos conocidos, van en cambio en rebaño. No las cuentes, que te quedas dormido y aún queda romería por delante.


En la romería cada cual recorre la ciudad en fiesta montado en su particular carreta, casi siempre tirada por bestias.


Encima de ellas van las bellas.


Hay carretas realmente dignas de ver, como aquellas que simulan ser un barquito de vela. En ellas se hermana el monte y la playa, el medio rural y el marino, como en la pizza mar y monti.

O como esta en la que para subirse hace falta una escalera. No veía una estampa así desde la época en la que devoraba cómics de Asterix y Obelix.


Luego están los que corriendo y a última hora lo organizan todo y sólo les da tiempo de ponerle una manta y unas hojas de palmera a un carrito de supermercado.

Se les ve contentos.


Lo bueno de las fiestas populares es que no hay límite de edad para participar en ellas...


Ni por debajo...


...Ni por arriba.


Cada cual participa a su manera...


tocando isas, folías, malagueñas...


cantando...


bailando...


y hasta tocando las castañuelas


Este es el mago, el otro gran protagonista (junto a las vacas que él gobierna) de esta fiesta popular que es la romería lagunera.

Sobre la idiosincracia del mago podríamos escribir páginas enteras trufadas de cariño e ironía, pero la romería va ágil, con paso raudo, y no podemos detenernos en exceso.


Lo que sí que no conocía yo era la maga y su idiosincracia. Había que verla cómo manejaba el palo y dirigía las vacas. La maestría con la que tomaron la curva de acceso a la calle San Agustín era como para dejar boquiabierto a cualquiera de los que hoy se pierden por el automovismo.

Con esta piloto y esta máquina... ¿a quién le hace falta fichar por Mercedes?

Otra de mis debilidades: los personajes insólitos.

Yo le ofrecí un vaso-vino y él me ofreció una calada de su cachimba. Supe declinar la invitación con bastante diplomacia y savoir faire.

Este otro personaje insólito era una mezcla de freaky del rollito celta y hippie de Woostock.

Y estos dos... ¡Vaya par! Uno lleva puesto el equipaje del San Isidro, que subió de categoría hace un par de semanas. Y el otro no sé si lleva en la muñeca un pañuelo del mismo equipo... o un tapacuellos.

Y aquí están otra vez los del carrito de supermercado. Parece que tienen una barbacoa encima...

Buff, tirar de eso sin la ayuda de una yunta tiene que ser jodido.

Aunque, oiga usted, qué les quiten lo bailado.


Se están poniendo bonitos.

Y más que los bueyes y las carretas... lo que corre es el vino.

Buen tinto. De Tacoronte de Acentejo para más señas.


El canario pide (véase CC respecto a Madrid)...


...y el canario da.


Esta es la viva imagen de la canariedad: una maga comiéndose un plátano de las islas.

Parece un anuncio de yogures Celgán.

Mi niña, no abras la boca. A ver si va a resultar que eres de Burgos y me jodes el invento.

¿Quién dijo que los del carrito eran unos arrastrados y unos muertos de hambre?

Se están poniendo las botas.

Creo que se corrió la voz de que en la esquina de La Carrera con Núñez de la Peña se estaba montando una barbacoa muy chula, porque al olor de la sardina...

...diez mil moscas acudieron.


Y este caballero airado, que te señala con expresión de reproche: ¿qué te dice?

"Que muy mal, que no has venido,
que me siento muy dolido
y aunque no me coma el tarro...
¡te toca empujar el carro!"

Vaso en mano se despiden ellos, también, los del carrito.

Pero no van a acostarse aún, parece. Ya ha terminado la romería y ellos andan buscando una casa a la que ir, un chiringuito, una parranda, algo.

Si es que hay gente que no se conforma con nada.


Estampas romeras.

Imágenes desvaídas por el paso del tiempo, que hoy se repiten, levemente alteradas.

Porque mucho ha cambiado, pero también algo permanece, o es preciso -más bien, pues no es cuestión de refutar a estas alturas el título de este blog- es preciso que algo permanezca.

El timplista canario Benito Cabrera reflexiona en torno a ello con ocasión de la Romería de San Benito del año pasado. Sus palabras son el broche de despedida por hoy:

"Sin embargo, seguimos manteniendo la romería. Ya no existe el gremio de agricultores, ni hubo sequía este año... y nuestros problemas tienen más que ver con la inmigración ilegal, el cemento, las listas de espera sanitarias y los aparcamientos. Pero nos pondremos trajes que se usaban hace dos siglos, cantaremos canciones centenarias, engalanaremos nuestras casas como si sintiéramos de verdad que somos de "campo" y haremos las ofrendas correspondientes al santo patrón, aunque muchos no seamos creyentes".

"Por otra parte
-prosigue el timplista- en cada generación, las personas tendemos a sentir que el devenir del tiempo termina en nosotros mismos, que todos los sucesos pasados y futuros tienen por objeto desembocar en nuesta contemporaneidad. Somos el futuro del pasado, pero no debemos perder la perspectiva de que la palabra "presente" es una quimera lingüística y que, cada segundo que pasa, nos vamos también convirtiendo en el pasado del futuro. Somos un pequeño eslabón de una cadena que dibuja, con el diseño del tiempo, la historia de la humanidad, pero también la de nuestra tierra, la de nuestra ciudad, que se define sobre una esencia, con una identidad diferenciada y singular".

"No perdamos, pues -
concluye- nuestra memoria, nuestra esencia vital, cayendo en un altzeimer colectivo que nos conduzca a no reconocernos ni a nosotros mismos. No olvidemos a nuestros escritores, poetas, pintores, investigadores, intelectuales y creadores, vástagos de una pequeña tierra que ha esparcido su fecunda semilla por tantas latitudes. Pero no olvidemos tampoco a los anónimos personajes que con sus manos labraron la tierra, cantaron la música que no se escribe y la poesía que no se edita, a los que bailaron la danza que no se graba más que en la retina... a todos los que habitaron la vida que en este "ahora" y en esta ciudad nos pertenece por un breve espacio de tiempo. Recordemos, volvamos a pasar por el corazón, lo que hemos sido, para que tenga sentido lo que lleguemos a ser. Y hagámoslo de la mejor manera posible: festejando, bailando, riendo, cantando, disfrutando del rito de la comensalidad comunal y generosa".

lunes, 2 de julio de 2007

ViDa EtErNa

Fernando Savater comienza irónicamente su libro titulado "Las preguntas de la vida" con un capítulo dedicado a la muerte. Y es que una y otra son el complemento de lo mismo. Frente a lo que podría parecer, la reflexión sobre la muerte no es necesariamente el pasatiempo de los sosos y sobrios, de los aburridos, de los viejos de espíritu, de los pusilánimes: de los ya muertos en vida.

Savater es en este punto el contraejemplo perfecto. De todos es conocido su vitalismo: su optimismo inasequible al desaliento, su coraje moral y político, su defensa del hedonismo, su afición al ocio (desde la lectura hasta las carreras de caballo), su debilidad por Nietzsche. Y sin embargo, comienza hablando de la muerte, dedicándole un monográfico capítulo a tan lúgubre asunto. Porque pensar acerca de lo insondable e inevitable de la muerte nos deja en un estado de tensión y de alerta, de vigilante expectación, de lúcida conciencia, que es el óptimo e idóneo para surcar con éxito las irregulares aguas de la vida: sin perder detalles, sin naufragios innecesarios, sin que la corriente nos lleve a su antojo como a un sonámbulo su síndrome. Pensar la muerte es el reverso de pensar la vida, condición indispensable para vivirla mejor.

En "La vida eterna" acomete Savater esta tarea de un modo más prolijo y sistemático; y ello en el contexto de una obra centrada en el tema de las religiones, con las que la vida y la muerte tienen y han tenido no poco trato. Este blog contra el tiempo no puede dejar escapar la ocasión de reproducir aquí algunas de las ideas que he leído en esta nueva entrega de Fernando Savater, como siempre recomendable.

Hace unos días mantuve una conversación -llamémosle palique- con una amiga acerca de lo humano y lo divino. Comenzamos con lo humano y acabamos con lo divino. (Luego nos entregamos de nuevo a lo humano, con fruición y alevosía... pero eso ya es harina de otro costal). Todo empezó con una anécdota: la de un cura de su pueblo que se había casado, que había colgado el hábito, que había tratado de inculcar a su familia cristianísimos valores y pautas y que, al casarse su cuñada con un noruego bastante pagano y reticente a los ritos de rigor, había secuestrado a los hijos de éste durante quince minutos para, desnudos, llevarlos a la bañera y, allí, sin la pompa del templo santo ni el perfume catedralicio, entre botes de champú anticaspa y cremas anticelulíticas, bautizarlos. "Confío -le dije a mi amiga- en que se haya limitado a eso, cualquiera sabe. Yo creo que por si acaso mis padres prefirieron no bautizarme".

La anécdota sirvió para hacer boca en el fecundo tema de conversación de las religiones. Hablaba el pagano: "¿Quién puede creerse que esa breve inmersión clandestina en la bañera puede haber protegido a esos niños de algo o contra algo? ¿quién puede creer que el agua de la pila bautismal tiene alguna propiedad especial? ¿quién puede creer que un señor cualquiera puede en virtud de un gesto y una oración convertir el agua corriente en bendita? ¿quién puede creer que la hostia es algo más que una hoja insípida de pan ázimo? ¿quién puede creer?". Hablaba ella, creyente: "No es la razón sino la fe la que hace que podamos creer en todo ello. Aunque la razón te diga una cosa, la fe te puede hacer pensar lo contrario. El creyente puede efectivamente saber que no hay nada de especial en la composición química del agua bendita y de la hostia con la que hace la comunión, pero su fe le convence de que tales ingredientes son esenciales para entrar en el juego que está teniendo lugar, en el rito en cuestión que está aconteciendo, mediante el cual su fe se ve reforzada". Y otra vez el pagano: "Pero si no hay ninguna propiedad objetiva en esa agua y todo se reduce a una especie de autoengaño subjetivo: ¿qué pretendía el concuñado cura del noruego?".

Siempre me ha parecido fraudulento este recurso de la religión a una suerte de "doble verdad": la idea de que aunque la ciencia y la religión digan cosas contradictorias, ambas son verdaderas, en distintos planos, en distintos ámbitos... Siempre he sospechado que sólo en un sentido muy figurado y desvirtuado del término se puede aquí seguir hablando de "verdad" o "verdadero". Me ha reconfortado leer que a Savater le ocurre otro tanto: "Pero en cambio me cuesta comprender a quienes se dicen creyentes, aunque afirman serlo de un modo simbólico o alegórico. Y aún más si sostienen que tal es la forma mayoritaria de la creencia religiosa".

Tras dejar de lado la anécdota del cura reincidente y de los niños del noruego bautizados a hurtadillas, mi amiga y yo nos enzarzamos en lo esencial: ¿existe Dios?.

Hay conversaciones que se nos quedan grabadas a fuego en la memoria. Cuando tenía 16 años pasé 10 meses en Francia. Tengo muchos recuerdos de esa etapa de mi adolescencia, que me marcó hasta el punto de precipitar inexorablemente el final de la misma. Y sin embargo son pocos, poquísimos, para lo que caben en 10 meses de vida. Misterios, trucos, estratagemas de la memoria, supongo. Quizás cuando me coma la magdalena de Proust vuelva de pronto a mí toda esa época, como un torrente encabritado que hace trizas por fin la enclusa de contención.

Uno de esos recuerdos es el de una de esas conversaciones grabadas a fuego, porque constituye para mí el prototipo de conversación en torno a esa cuestión: ¿Dios existe?. Fue con Isabel, la única española con la que tuve trato durante aquellos 10 meses, y a la que fui a visitar desde la pacata y rural Brive-la-Gallarde hasta la -por mero contraste- cosmopolita y liberal Bourdeaux. Me pregunto qué habrá sido de Isabel, de Madrid. Tras el año en Francia nos escribimos durante un tiempo, en papel. Para cuando llegó la época de la telefonía móvil y del correo electrónico ya habíamos perdido el contacto y nos habíamos perdido la pista. Aunque pasé una noche -¿quizá dos?- en su casa de Burdeos sólo tengo dos recuerdos de ese fin de semana: la discoteca cutre a la que fuimos (y en la que bailamos, rodeados de vejestorios de 30 años) y la interminable conversación que mantuvimos al llegar a su casa acerca de la existencia o no del altísimo. La adolescencia es una época propicia para la especulación metafísica. Lo pienso ahora y me causa extrañeza: dos adolescentes sexualmente hiperhormonados, atractivos y lozanos, posiblemente algo embriagados por la ingesta de las últimas horas, con una casa sin adultos para hacer y deshacer -¿y desflorar?- a su antojo... que sin embargo se dedican a debatir durante horas si Dios existe o no hasta caer exhaustos. No sé si la escena me causa risa o todo lo contrario. No sé quién es mejor, si el Andriu de hoy, que hubiera besado a la chica, o el de ayer, apasionado por lo infinito, por la verdad a la que en sublime comunión la chica y él pensaban estarse aproximando, pese a la distancia de sus cuerpos... Decidido: hoy mismo pienso atreverme a revisitar parte de la correspondencia de esa época y escribirle a la dirección de Pozuelo de Alarcón. Necesito saber si aún existe y si recuerda aquella conversación.

Dije que constituía para mí el modelo de conversación acerca de la existencia de Dios, que todos en alguna vez en la vida hemos mantenido, aunque sólo sea con uno mismo. La que sostuve hace unos días con mi amiga me hizo acordarme de aquella con Isabel a altas horas de la noche, en un pais ajeno, en una ciudad nueva, en una casa desconocida. Cualquier lugar es válido para hablar de Dios.

El libro de Savater aborda de un modo exhaustivo y sistemático el paisaje que a dos manos dibujan los interlocutores de una conversación tal. Constituye una guía para adentrarse en dicho terreno con mayor seguridad y con el inestimable equipaje de una lúcida reflexión. Su contenido también se relaciona con alguno de los leit motiv de "NaDa PeRmAnEcE".


Savater subraya 3 funciones principales que las religiones desempeñan: explicar el origen del universo y de lo que somos, brindar un vínculo moral para la comunidad de pertenencia y, por último, confortarnos ante la muerte. Las dos primeras son hoy cuestionadas, respectivamente, por los conocimientos científicos y por los códigos morales de índole laica. La tercera función, no obstante, sigue plenamente vigente, sin que parezca haber un competidor que en estas lides (ofrecer consuelo ante la muerte que el paso inexorable del tiempo promete) pueda hacerle sombra. Savater cita a Feuerbach, para quien esta tercera función constituye el verdadero principio de la creencia en Dios:

"Un dios es por tanto esencialmente un ser que satisface los deseos de los hombres. Pero a los deseos del hombre, de ese hombre, al menos, que no limita sus propios deseos a la necesidad natural, pertenece más que ningún otro el deseo de no morir, de vivir eternamente; este deseo es el último y sumo deseo del hombre, el deseo de todos los deseos, como la vida es el compendio de todos los bienes; porque un dios que no satisface este deseo, que no supera la muerte o al menos la compensa con otra vida, con una neva vida, no es un dios, por lo menos no es un verdadero dios, que corresponde al concepto de dios".

La religión presenta una "oferta de inmortalidad" -afirma Savater- "que sigue garantizándole una cuota importante de interés popular". Tras largas aunque amenas disquisiciones en torno al sentido que pueda tener esa presunta vida eterna que las religiones prometen, Savater acaba preguntándose si para las personas no creyentes (entre las que se incluye él mismo) habrá algún tipo de esperanza, "cualquier atisbo de la universalmente apetecida inmortalidad". Y responde con la enigmática sentencia de su aliado filosófico Baruch Spinoza, para quien, el hombre puede, pese a su incontrovertible mortalidad, "saberse y experimentarse eterno".

¿Cómo entender el enigmático dictamen de Spinoza? Savater avanza dos posibles interpretaciones. La primera: que el hombre es el único ser racional, lo cual le faculta para asomarse a aquello que no depende del tiempo ni está sometido a su desgaste: las ideas. Expresado por el propio Savater: "Por medio de nuestra comprensión intelectual de lo que no depende del tiempo, hemos atisbado una ráfaga de eternidad: somos capaces de ideas que no padecen nuestras limitaciones, ni en cuanto a la necesidad ni en cuanto al tiempo". Se trata de una interpretación platónica a más no poder.

La segunda interpretación de la sentencia de Spinoza según la cual el hombre puede saberse y experimentarse eterno me gusta más. Consiste en hacernos patente que todo lo que llega a ser, de algún modo, es imborrable, en tanto que ocurrió. "Esa eternidad -subraya Savater- es la de quien ha existido una vez, por fugazmente que sea: el presente de su vida no lo podrá borrar ni la inexistencia pasada ni la aniquilación del porvenir... La vida es transitoria, pero quien ha vivido, vivió para siempre".

Por eso aquella charla nocturna con Isabel está ahí, de modo indeleble y absolutamente presente para mí. Por eso es eterno ese momento: los dos en pijama, bebiendo en tazas de desayuno, embriagados por el calor de la conversación. Por eso la vida -finita, breve, limitada, truncada en el peor de los casos- está plagada de vivencias y de momentos eternos. Y aunque existan grandes lagunas en el caprichoso archivo de la memoria, zonas en penumbra, fragmentos quizás cruciales de nuestras vidas cercenados como de un hachazo, nada está perdido para siempre, nada es absolutamente irrecuperable. Sólo hay que esperar a que nos llegue a cada uno nuestra particular magdalena.