martes, 28 de abril de 2009

gAnSaDiTa LiTeRaRiA


Hoy Jorge ha vuelto a pedirme un folio en la hora del snack para poder dibujar, en vez de jugar y comer galletas.

Ha dibujado a Pegaso.



Desde hace unas semanas he empezado a hablarles de mitología.

Ya hemos conocido a Cancerbero, al Centauro Chiron, a Medusa, Perseo, Pegaso y la Quimera.

Todo empezó aquel día en el que fuimos a la biblioteca de la escuela a ver los nuevos libros que habían adquirido.

Había una mesa toda dedicada a literatura religiosa para niños.

Allí pude encontrar joyas pedagógicas tan alucinantes como esta del Brick Testament.

Los gansitos disfrutan con el material bíblico, pues conecta con sus experiencias previas: "aprendizaje significativo" lo llaman.

Sin embargo, había allí, en aquella mesa -cual polizón- una suerte de intruso, de rara avis: un libro de mitología grecolatina.

-Maestro, maestro, maestro, mire: ¡un hombre con patas de chivo!

-Maestro, maestro, maestro, venga, maestro: ¡una mujer encuerada!

Me pareció increíble: a pesar de Harry Potter, mis alumnos estaban pez en todo ese mundo maravilloso de los seres mitológicos y fantásticos.

Me propuse tratar de llenar esa laguna.



Me resultó gracioso volver a hablarles a mis alumnos de los mitos y de la antigua Grecia, como en los viejos tiempos.

¡Y qué placer quedarnos en el mito y no llegar al logos!

Para estos niños los mitos son como el resto de los cuentos e historias que leemos en clase:

Son verdad.

Estos mitos de los griegos son tan reales como el propio Chucky, Santa Clos o la Llorona.

Todavía no se han perfilado para ellos las fronteras entre la ficción y lo real.

Por eso, quizás, aman tanto las historias de los cuentos.

Por eso les gusta tanto leer, aunque apenas sepan.

Son pequeños Don Quijotes para los que no hay oposición alguna entre gigantes y molinos, pues ambos existen y con ambos conviven.



Ellos, por cierto, conocen mucho mejor que yo los libros que tenemos en clase.

No soy un maestro 10 y por tanto no me he puesto a clasificar -como debiera- los libros de nuestra pequeña biblioteca de aula.

El otro día Isaura dio con esta joya, algunas de cuyas páginas están censuradas a lápiz por algún maestro predecesor.

Es comprensible: su contenido altamente pornográfico y obsceno puede herir la sensibilidad de mis niños.

-¡¡¡Maestro!!! -volvió a reprender Isaura- ¡este libro tiene que sacarlo de aquí!

Esta niña tan feliz, tan graciosa y risueña tiene sin embargo alma de Torquemada.



Sin yo saberlo, los libros de nuestra biblioteca de clase habían tenido que pasar cierto filtro, similar al que tiene la conexión a internet de la escuela.

¿Sería por eso que no había ningún libro de mitología, mas que los que he ido trayendo yo a clase en los últimos días?

Cada día, en sigilosa clandestinidad, como quien traficara con literatura comunista, dedicamos un rato a hablar de seres insólitos y anécdotas picantes o tenebrosas.

Junto a ello, los mitos "de los habitantes de esa tierra lejanísima, más aún que las Islas Canarias, donde vive Mayco, de esa tierra llamada Grecia" nos aportan nuevo vocabulario, dilemas, ejemplos de amor, de heroismo, de lealtad y de flaqueza, por dejarlo aquí.

Si el año que viene el maestro o maestra vuelve a tachar senos y belleza en los libros, no me importa.

El bien ya está hecho:

Los gansitos habrán oído hablar ya de "los dioses" y ya no sólo de diosito.

Los gansitos habrán visto imágenes de centauros contra hombres, ambos a torso descubierto.

Los gansitos habrán visto un power point con imagénes de Medusa sin que nadie grite al ver sus senos al aire: "¡Está encuerada!"



Mientras tanto, la rutina -escolar- sigue.

El curso se divide en 6 periodos de 6 semanas cada uno y ya estamos en la segunda de las últimas 6 semanas.

Se siguen cayendo dientes de leche, mientras afuera comienza el calor.

El milagro del aprendizaje, con sus diferentes ritmos, se va repartiendo aquí y allá entre los gansitos, mientras las carreteras se llenan de blue bonnet, la flor típica de Texas.

Al final de las últimas seis semanas habrá que hacer un balance final, pese a que llevamos examinando a los alumnos todo el año, con precisión milimétrica.

En principio, el nivel de lectura con el que llegaban los alumnos a 1st Grade era el nivel "C".

En principio, al final del año deberían estar leyendo en un nivel "H".

En principio, cada semana cada alumno debería ser examinado para comprobar el nivel de lectura y actuar en consecuencia.

Son todos ellos -supongo- demasiados "en principio".



También hemos de medir el nivel de escritura, que va esta vez desde el 1 hasta el 6.

Mis alumnos, durante 15 minutos al día, son escritores de verdad.

Cada uno de ellos tiene su folder de escritor, en donde guarda las historias que tiene a medias.

Esos 15 minutos son sagrados o al menos el silencio que durante ese rato exijo.

Para poderse inspirar han de concitarse ciertas condiciones.

Y hablando de ello, la semana pasada, al hilo de Pegaso, me vi obligado a hablar de las nueve Musas.



Toda esta parafernalia alrededor del proceso creativo de los alumnos, toda esta ceremonia y método que la rodea, no es cosa mía, pese a que así me hubiera gustado a mí. Pero no; se trata de un sistema que desarrolla esta colección de libros, que -en principio- debemos seguir al pie de la letra. En ellos se explica cómo orientar al alumno, qué decirle para que explote todo su potencial creativo y cómo convertirlo en un amante de la escritura.

¡Cómo me hubiera gustado a mí haber sido educado bajo las directrices que dictan estos libros!



Los aprendices de escritores, así, van poco a poco comprendiendo el mundo que les rodea, a fuerza de tratar de expresarlo y nombrarlo.



Periódicamente sus historias se van publicando en una pared habilitada para ello.

Y así van conociendo también -al leerlas- los mundos que habitan los otros, sus compañeros y escritores.

En todos esos mundos, sobra decirlo, hay papás, mamás, juguetes, perros, aviones, arco iris, flores, maestros y todo tipo de animales.

Pero de un tiempo a esta parte han empezado a aparecer Pegasos y otras criaturas mitológicas...



viernes, 24 de abril de 2009

DuDaS PaRaLiZaNtEs


Fueron dos semanas de dudas.

Dos semanas para alternar la cara...




y la cruz,



el haz...



y el envés de esta disyuntiva.



Y todo para acabar pensando:

¡ni idea qué hacer!



Partido en dos.

Equisdistante.

Desequilibrándome en mi equilibrio.



Dos semanas de barajar los contras...



y los pros.



Total para nada:

Para terminar igual.



Igual de dubitativo e inseguro.

Igual de tan poco convencido de nada que no fuera mi pertinaz indecisión.



Probé a mesarme la -media- barba.



Probé a concentrarme con dedicación, entrega y método.



Pero aquello tampoco dio resultados.



Seguía igual de esquizofrénicamente dividido.



-Ni puta idea qué hacer -me decía.

Mientras, el día 24 se cernía sobre mí, como una sombra.

Quizás fue debido a eso, a la presión del calendario, que una mañana me levanté raro...



como agilipollado,

como majareta;

medio ido.



O completamente:

Al mirarme al espejo ya tan sólo podía verme la punta de la nariz.



A pesar de todo decidí ir a trabajar y no gastar ninguno de los sick days que me quedaban.

Como ocurriera en aquel viejo y querido cuento infantil, ninguno de mis compañeros pareció darse cuenta de nada. Me saludaron tal y como solían hacerlo cada mañana: con una sonrisa de oreja a oreja y canturreando maravillas sobre el espléndido wonderful day que teníamos la fortuna de estar estrenando.

Sólo los gansitos se quedaron con la copla.

Sólo ellos se percataron de que el maestro andaba desnudo, es decir: tonto perdido.

Con esa bondad natural que sólo tienen los niños, fingieron no haberse dado cuenta de nada.

Simplemente, optaron por portarse mejor, por susurrar y por no tirarse tantos pedos.

Así pasaron tres, cuatro, quizás cinco días...



Hasta que una mañana me levanté con el espíritu trastocado, con un atisbo de decisión.



Por la noche ya lo tenía claro: tocaba volver.

Toca volver.

Y no me queda ya ninguna de esas dudas agotadoras y paralizantes.


martes, 21 de abril de 2009

miércoles, 15 de abril de 2009

PuLsO TeMbLoRoSo


Me quedo.



En serio:

Me quedo.



Ahora sí que es en serio:

¡¡¡No tengo ni puñetera idea!!!



Siento que ando -y pienso- perdido, como a oscuras.

Creo que nunca me ha costado tanto tomar una decisión.

Desde hace un par de meses se había afianzado en mí la idea de irme, de no repetir otro año aquí en Tyler. Era una especie de corazonada, de sentimiento vago pero con cierta firmeza y cierta promesa de -con el tiempo- terminar consolidándose y cuajar.

Las razones: las excesivas horas de trabajo y puede que también una neumonía que me ensombreció un tanto el humor durante un tiempo (o para ser más precisos: que me dejó asomarme -hipocondríacamente- a esa nada que a todos nos está destinada tarde o temprano; mas quizás temprano, razón por la cual no me pareció razonable pasar otro año tantas horas encerrado en un aula de una Elementary School).

Junto a esa inclinación creciente a irme había en mí un sentimiento contradictorio: no quería irme todavía, ni que pasaran volando estos meses en los que el año crece: despierta, florece y finalmente, con los calores del verano, madura.

No, al contrario: quería que el tiempo transcurriera lentamenmte ahora que -casi- sabía que me iría y que dejaría atrás, quizás definitivamente atrás, todo este mundo de Tyler y alrededores.

Quería verlo ralentizarse y dilatarse; que en su repentino ensanchamiento -como de cadera gringa- cupieran partidos de tenis, paseos por los bosques ya cálidos y en flor, más viajes todavía, cine en inglés, amigos americanos, una compenetración mayor con los españoles.

Ahí estaba yo, casi yéndome ya, mas sintiendo que quedaba todavía algo de jugo que exprimirle a Tyler o, por extensión, a la aventura americana.

Aún así, la cosa estaba más o menos clara.

Hasta me atreví a medirla:

Había un 90% de probabilidades de irme y un 10% de quedarme.

Qué ingenuo fui al tratar de mezclar las matemáticas con las decisiones que uno toma acerca de su propia vida:

Las primeras se fundan en la certeza y la verdad, sus teoremas son demostrables y en su lenguaje cabe hablar de soluciones, resultados, pruebas.

Cuando una vida se bifurca, en cambio, no cabe demostración alguna de que se optó por lo mejor y enfilamos tal o cual camino completamente a ciegas, ignorantes de lo que el futuro nos deparará más allá de dicha encrucijada.

Por cada puerta que abrimos se cierran miles.

O como dice un personaje de una estupenda novela que estoy leyendo:

"Las alternativas son excluyentes y por cada tiene que haber un no"



La semana pasada, creo, aquel equilibrio 90/10 se hizo trizas.

Por una parte, rechazaron mi solicitud para hacer un lectorado en Francia, por haber mandado parte del papeleo fuera de plazo y no del todo en forma.

No tengo intenciones de volver a mi plaza el curso que viene; creo que eso, a estas alturas, sí lo tengo claro.

Lo del lectorado suponía una fuente de ingresos parca pero era compatible con mi idea de regalarme un año para , después de varios de no parar.

Ahora el futuro volvía a ser un lienzo en blanco.

Un lienzo en el que, por lo tanto, todo tenía aún cabida, sí, pero también al mismo tiempo un lienzo en el que nada estaba ahora siquiera bosquejado.

Las dudas anteriores se acrecentaron y la atracción magnética de Tyler comenzó a hacer mella en mi inicial resolución:

-Al fin y al cabo -me decía- quizás estoy siendo injusto con ella.

Tyler era como esa esposa fiel a la que se desdeña por la novedad y el exotismo de las amantes potenciales. Llevaba ya mucho tiempo poniéndole cada fin de semana los cuernos con Dallas, Austin, New Orleans y más recientemente Jefferson y Houston.

¿Acaso le estaba dejado la posibilidad de enamorarme y quererla?

El roce hace el cariño pero cada fin de semana salía escopetado de aquí.

Por otra parte, todos esos destinos -y tantos otros que quedaban aún vírgenes en el mapa de Texas y "alrededores"- también formaban parte de la aventura americana.

¿Había llegado ya la hora de renunciar a todos ellos?

Comencé a dudar como nunca lo he hecho.

Comencé a hacerme estas preguntas y a responder casi a un tiempo con un y un no.

Para cada pro había un contra y para cada argumento un contrargumento.

Supongo que también para cada anhelo y sentimiento había una amalgama de afectos de signo contrario.

Para cada corazonada encontré, también, una contracorazonada.



Ayer lunes llamé por teléfono a mis padres para hablarles y pensar en voz alta.

Terminé la conversación con la sensación de haber ganado algo de perspectiva, que es lo que se gana desde la distancia, a salvo de esos detalles que a veces enturbian y monopolizan el todo.

Terminé la conversación diciéndome:

Me quedo

Y con cierto sosiego, cierta tranquilidad, cierta paz de espíritu, por fin recobrada.

Hablando pude ordenar mis ideas.

Les dije algo así como:

-Tengo estos motivos para quedarme: a) no he aprendido inglés lo suficiente, o no al menos para haber estado un año en USA viviendo y trabajando (en gran medida debido a factores objetivos -el tipo de vida aquí- pero también en parte por no habérmelo propuesto como un objetivo serio desde el principio); b) Tyler es una plataforma idonéa para hacer viajes que desde España salen un riñón y medio (Estados Unidos y toda Latinoamérica); c) siento que no he terminado de integrarme y de conocer desde dentro la sociedad americana (aunque soy consciente de que otro año tampoco me asegura el conseguirlo). Estos tres motivos se resumen en la idea de que no he terminado de culminar la experiencia y que de irme ésta se quedará inconclusa, a medias, lo cual es posible que me produzca en el futuro cierto arrepentimento por una marcha prematura. Aparte, hay otros dos motivos de carácter diferente, que tienen que ver con la comodidad: d) si me marcho debo empezar ya a desmontar el chiringuito que tanto me ha costado montar: vender el coche, los muebles, darme de baja del banco, aseguradora y mil gestiones burocráticas que me horrorizan; e) el curso que viene todo será más sencillo y tendré que currar menos horas, pues el primer año se invierte mucho tiempo y esfuerzo en cursos, gestiones iniciales y preparación de materiales que para el segundo año ya están elaborados. Puedo, pues, montármelo de otro modo, y sacar más tiempo libre para hacer más y quejarme menos.

Tras haber desglosado los motivos para quedarme, y tras haberlos repetido para no olvidarlos, pasé la palabra a mi otro "yo"; pues si por algo se han caracterizado estas dos semanas ha sido por eso, por el incesante pugilato interior entre dos Andrius irreconciliables y alternantes:

-Tengo estos motivos para irme: quiero leer, quiero escribir, quiero vivir; y por lo tanto no quiero pasarme 9 horas al día en un aula, ni siquiera con gansitos. Quiero llevar a la práctica lo que desde hace años me apetece hacer. La enseñanza -sea en el nivel que sea- es una profesión muy absorbente (o quizás cualquier profesión lo es, je je) y quiero probar por un año a hacer otra cosa. No sé si este es un sólo motivo o muchos entrelazados. Pero en todo caso se trata de un motivo de mayor peso que los anteriores. Por eso me cuesta tanto decidirme, supongo.

Mis padres nunca han querido imponer su criterio. Siempre le han tenido un pánico atroz a decidir por nosotros, por mi hermano y por mí. Si ya cuesta elegir por uno mismo, menuda responsabilidad es ésa de elegir por otros. Así que se limitaron a asentir y a hacer algunas observaciones no del todo tendenciosas.

Sin embargo, algunas de estas observaciones me hicieron ganar -como ya dije- cierta perspectiva.

Mi padre me parafraseó de un modo singular:

-Así que en definitiva, el dilema se traduce en elegir entre: a) Año "sabático" ya, el curso que viene; o b) Año "sabático" dentro de dos años, tras haber culminado tu aventura americana en Tyler y tras haber perfilado y concretado un poco más qué vas a hacer en ese año "sabático".

Es decir, la segunda opción no significaba cerrar ninguna puerta, no implicaba un "no" ni una renuncia, sino tan sólo un aplazamiento, una demora, una prórroga.

Esta nueva perspectiva (al fin y al cabo las mismas piezas del puzzle, las mismas manchas de color, los mismos motivos, pero en otra disposición) me inclinaron por primera vez hacia esta nueva idea con la que comencé a escribir el post:

Me quedo.



Hoy ha vuelto todo a nublarse o a cegarme con nuevos estímulos: un madrugón doloroso, unas páginas sobre el pensamiento de Schopenhauer, un mail chantajista de Santi, un mirar continuo a las horas del reloj dentro de clase, una visión desencantada de Tyler.



Hoy otro futuro válido se me antojó y comenzó a perfilarse.

Quizás lo más prudente, lo más razonable, sea lo que acordé conmigo mismo ayer lunes:

Quedarme otro año en Tyler para no irme con esa espinita de insatisfacción, sino habiendo redondeado la experiencia y -si es preciso- odiando esta ciudad y sus habitantes, pero llevándome por lo menos esta certeza... Quedarme en Tyler y desde aquí perfilar mejor el plan para el año siguiente: adónde ir, qué hacer, qué estudiar, en qué trabajar. Para muchas de estas cosas hay plazos y hace falta cierta previsión para conseguirlo.

Quizás sea lo más prudente, sí.

O quizás no.



Quizás ya tienes 32 años, casi.

Quizás no estás como para seguir postergando planes.

Quizás el futuro a dos años vista es demasiado futuro.

Quizás lo razonable de tan cicatero se vuelve irrazonable en algún punto.

Schopenhauer escribió:

"Podemos comparar la vida con una tela bordada cuyo lado derecho vemos durante la primera mitad de la existencia, y el revés, en la segunda. El revés no es tan hermoso, pero sí mucho más instructivo porque nos permite advertir cómo se entrelazan los hilos en la trama"

Quizás ya estoy de pleno en esa segunda mitad de la existencia.

O quizás no, quizás me encuentro en ese punto crucial y decisivo en el que los hilos de la trama se disponen a formar uno u otro paisaje o escenario.

Quizás es ahora, y no dentro de un año, cuando los nudos de la trama han de amarrarse para conformar ese cariz determinado que uno quiere que tenga esa tela bordada que es la vida de uno.



Así que sigo igual, en tierra de nadie, sin tener ni puñetera idea de qué hacer, alternando la cara y la cruz, el haz y el envés de esta difícil decisión.

En navidades escribí un relato autobiográfico sobre mi experiencia en Tyler: al protagonista la directora de su escuela lo encerraba en un cuartucho y le daba 30 minutos para firmar o no la renovación por un curso escolar más. El relato es un agobiante monólogo interior de un sólo párrafo en el que el protagonista baraja pros y contras sin poder decantarse por una u otra opción. Al final firma, sin saber muy bien qué firma, atosigado por tantas dudas e incertidumbre, incapaz de hacerlo -por agotamiento- de un modo cabal y racional, pues para cada razón encuentra una contrarazón... y el tiempo apremia.

El viernes 24 de abril tengo que firmar ese papel y no pensé en su momento que aquel relato tendría un carácter profético.

Queda una semana y creo que no firmaré nada hasta el final, hasta el último día.

No lo echaré a cara o cruz.

Tendré algo pensado.

Me arriesgaré y me atreveré a ser yo quien elija, no la gravedad.

Pero firme lo que firme, de algo estoy seguro:

Lo haré con pulso tembloroso.



lunes, 6 de abril de 2009

MeXiCo CiTy


Ricardo lo ha adivinado, a la primera y con exactitud de filólogo.



Debí imaginar que a este amigo y profesor de griego no se le escaparía nada que tuviera que ver con la mitología grecolatina.



En efecto, fue en la ciudad de México, y no en Madrid, donde saqué estas fotos de la Cibeles II, cuya existencia desconocía.

Casi pude oír de fondo los acordeones de la Plaza Mayor, oler los churros y porras de un cafetín castizo, sentir el bramir de aquella otra ciudad.



Al tercer o cuarto día, no recuerdo, pillamos un bono para recorrer la ciudad en una de estas guaguas turísticas.



Fue una buena idea: la ciudad de México no es lugar para recorrer a pie. No al menos en una semana: son tantos los barrios, las plazas, las zonas y edificios de interés cultural, que resulta inabarcable si uno no está motorizado.

Por otra parte, el tráfico es demencial y esta guagua -me pareció a mí- sólo transitaba por las arterias y avenidas de la ciudad más descongestionadas.



Finalmente (para terminar de autojustificar esta guirufada) el día estaba estupendo para recorrer las calles del Monstruo en un segundo piso descapotable.



El tour guagüístico nos enseñó una faz de la ciudad que no pudimos apreciar durante los primeros días en Coyoacán:

Grandes avenidas y ramblas.



Modernas torres de diseño.



Un urbanismo de geométrico trazado, típico de la zona financiera de las grandes urbes.



Arte en la calle; muchas esculturas que -a diferencia de en USA- no necesariamente homenajeaban a los caídos en tal o cual guerra.



Yaiza y Sergio iban pasando de todo.

Se trajeron de España el i-pod con toda la discografía de Andy y Lucas y apenas socializaron.



Justo enfrente, a la izquierda del HSBC, el ángel de la independencia.



Al fondo, detrás del tío bueno ese, podemos ver -queridos pasajeros- el Zócalo o plaza de la Constitución, que se extiende a los pies de la fachada de la Catedral.



No lejos del Zócalo están las ruinas del Templo Mayor, antiguo lugar de culto del pueblo azteca, ubicado en el centro de la antigua ciudad de México-Tenochtitlan.



Dicho centro era también el ombligo del universo.

¿Qué sociedad o cultura de este hiperpoblado y viejo planeta no fue (o sigue siendo aún) pretencioso y ombliguista?



Junto a las ruinas, que me decepcionaron mucho, el museo del Templo Mayor, en donde gracias a la reconstrucción, elaboración y explicación de los residuos materiales de tiempo sepultado, aquellas piedras anodinas y mudas se llenaron de sentido y grandeza.



Aunque bastante más pequeño y modesto que el impresionante Museo de Antropología -al que sin embargo no dedicamos más de una hora y media- hicimos un barrido en profundidad, de unas tres horas, del museo del Templo Mayor.



México-Tenochticlan en primer plano, arrasada por los españoles y por el tiempo.

Al fondo, la Catedral desde atrás, símbolo de la invasión de otras gentes y otros dioses.



Quedó algo, sí, supongo, de aquellos indios, grabado en helicoidal ADN, conservado cual preciosa herencia en soporte biológico.

México es un crisol de razas, sí, pero sin esfuerzo se distingue en las facciones de algunos de sus habitantes ese legado de los últimos aztecas.

Por una vez ganó la carne y la sangre a la piedra y el metal, gracias a la subsunción de los individuos en ese escuálido consuelo que es la identidad colectiva.



En la otra orilla del Zócalo se encuentra el Palacio Nacional, sede del gobierno federal.



Si no viniera de Texas me hubiera sorprendido tanto patriotismo y tanta bandera.

¿Seremos en España los únicos tímidos y acomplejados?




Un, dos, papa y arroz, un dos, papa y arroz...

O al menos eso es lo que decían los militares de mi infancia cuando desfilaban.



Vale, no tiene el encanto de la catedral de La Laguna...

No está el quiosco de la gordi, ni el Gorys, ni el bocapapa, ni Sastrón, ni todos esos locos maravillosos que parece haber barrido Ana Oramas (o su sucesor) por arte de birlibirloque.

Pero mola.

Mazo.



De cerca impresiona todavía más, con toda esa filigrana en piedra.

Ésta es el Sagrario, anexa a la Catedral; de estilo plateresco.

Para más detalles les remito a Ricardo, experto en estas lides, creo.



Por dentro, las iglesias tenían mucha más vidilla que en España.

No es que fuera Tyler, pero bueno, había movimiento.



Y hablando de movimiento, Sergio e Isidro se entretuvieron con este péndulo gigante, que señalaba las sucesivas palpitaciones del edificio a lo largo de los años.

Los terremotos y el subsuelo blando y fangoso de la ciudad hacían -y hacen- de la Catedral un edificio inquietantemente móvil.

Uno ingeniero, otro aparejador: lógico que se entretuvieran un rato hablando de pernales, paralajes, poleas, plomos, archivoltas y otros palabrejos que yo, que no tengo ni puñetera idea de nada de esto, me estoy inventando sobre la marcha.



Las chicas, mientras, se entretuvieron con literatura pía.

Vicky repasaba los pasajes más emotivos de la parábola de San Nicolás de Tolentino.



Yaiza en cambio, empezó por el Génesis, pero como no tenía ocho marcadores de colores diferentes para subrayar se acabó cansando a la tercera página.



Yo me puse a platicar con este buen hombre, que se empeñó en contarme el final de The Reader, pero en voz bajita, para que nadie nos oyera.



Barroco-rococó-chanel nº5, por lo menos.

Joder, trabajo de chinos.



Y a este individuo, que se casó por la Iglesia, el cura de la Aldea va a anularle el matrimonio, por listillo y por tomarse a guasa todo lo sacro.

Yo al menos, que no estoy bautizado, estoy ya echado a perder.

Pero, tú, Isi, hombre de dios...



Y luego está Coayacán, nuestro barrio, por el que paseamos con Alberto y Bea, disfrutando de sus plazas, de su mercado, de sus gentes y su tranquila algarabía de barrio.



La Delegación de Coyoacán, donde viven Bea y Alberto, es una zona con historia, residencial y al tiempo animada, con museos, librerías, parques y excelentes sitios para comer.



Alberto, Jefe de los Museos de Arte de toda el Área Metropolitana, accedió a oficiar de guía en esta ocasión.



Viejas casonas.



Parques con encanto.



Una clase de baile en la mañana del domingo.

(Igualito que en Tyler)



-Déjeme un poquito de nopal, señora, para ver a qué sabe.

-Vale, pero ten cuidado no se te vaya a caer el zumito antigripal que llevas ahí.

Mmmmm...



Una charla agradable, unas risas, un alto en el camino.



Una misa católica.

(Hartito de baptismo que estaba ya)



Un "bolero" callejero; típica escena del México contemporáneo y de la España de hace un par de décadas.



Un anuncio electoral: en unas semanas se celebraban elecciones de ámbito local.



Arte callejero.



Se trataba de un homenaje a los Volswagen de antes.

(AVISO INTERNO: Esta foto tiene copyright, así que se prohibe su difusión, copia o utilización con miras a la próxima edición del Amigo Invisible)



Ese escarabajo amarillo perteneció hace muchos años a mi amigo Santi. Marcó una época dorada de nuestra juventud; época de pelos largos, Jhonny Walker y apoteosis lagunero pre-diáspora.



Ciudad de México, con sus colosos.



Con sus edificios emblemáticos, tal que el Palacio de Bellas Artes.



Más hermoso, si cabe, desde las alturas.



Ciudad de México, más variada, más rica, más impredecible de lo que hube imaginado.



Tu despedida es esta mancha amarilla y difusa en mi memoria, como de enjambre somnoliento y zumbón; desde el avión.

Ahí te quedas, testigo burlona de esos millones de destinos encontrados que te habitan.

Apenas te conocí, más te tomé aprecio, creo.

Vuelvo a mi pequeña Tyler, tan conocida, tan previsible y, sin embargo, todavía, tan extraña y lejana.