domingo, 25 de marzo de 2007

TiEmPo sUbJeTiVo 2

En el post anterior Kapuscinski contrastaba el carácter maleable y subjetivo de la concepción que los africanos tienen del tiempo con la idea que los "europeos" tenemos de esta -reza el diccionario- magnitud física: absoluto, objetivo y exterior al sujeto.

Esto vale para Newton, y para nuestra concepción de sentido común. Sin embargo, también es europeo Kant, del que recordará cualquiera que lo haya sufrido en bachillerato su definición del tiempo como una "forma a priori de la sensibilidad", lo cual venía a resumirse en que el tiempo no es una realidad exterior e independiente del sujeto que conoce, sino una condición que éste impone a todo aquello que ha de ser conocido. Se trata no de una cualidad o propiedad del mundo, de la realidad exterior a nuestro entendimieno, sino de una forma, de una condición bajo la cual tiene lugar el conocimiento. El entendimiento impone a todo aquello que se nos presenta la siguiente constricción o camisa de fuerza: su sometimiento a este mecanismo férreo aunque subjetivo: el tiempo.

Siempre me ha costado entender u otorgar verosimilitud a esta piedra de toque de la filosofía de Kant, desde que se la oí por primera vez a mi profesor de filosofía en COU hasta hoy mismo (en que me toca enseñarla), pasando por mi examen de oposición en que tuve que exponerla. Resulta muy difícil tomarse en serio la afirmación de que el tiempo es algo subjetivo y no por tanto una propiedad del universo. Incluso si se entiende ese carácter subjetivo como algo compartido, propio de la especie humana: como algo intersubjetivo. Me resisto a pensar que lo que había antes del hombre y lo que habrá después de él no sea tiempo. Aunque hablar aquí de "antes" y "después" implica dar por sentado lo que precisamente se pone en solfa. Y Kant me diría aquí que eso se debe a que no me queda más remedio que hablar y pensar de ese modo (utilizando categorías temporales) pero que eso sólo es un síntoma que delata la marca de fábrica de nuestro entendimiento.

No obstante, incluso si nos declaramos detractores de Kant en este punto, sí que hay un sentido en que la idea del tiempo como algo subjetivo cobra toda su validez. Es el que le otorga al hablar de los africanos Kapuscinski, o al que se refiere ese cambio de mentalidad de la sociedad peruana en el post anterior y que tiene su origen en la invención del reloj mecánico y su profusión durante la revolución industrial como emblema del capitalismo.

Para los africanos (acaso también para el occidental precapitalista) el tiempo sólo pasaba o corría o transcurría cuando algo en el mundo tenía lugar, sucedía, cambiaba: una nueva estación, una celebración ritual, una arruga. Sólo los acontecimientos indicaban que el tiempo había fluído. Con la generalización del reloj, con la familiarización con este artilugio que implica el llevarlo atado a la muñeca como un apéndice, se hace posible que pase el tiempo sin que ocurra nada (como no sea el mero registro que implica el desplazamiento de una manecilla, la aparición de un nuevo dígito o la cantinela de una alarma). No importa la intención subyacente que pueda ver en esta transformación el historiador social: disponer de un mecanismo con el que el patrón poder azuzar a los obreros y encomiarles a llenar este receptáculo vacío que marca el reloj (pongamos por caso: 35 minutos) con las más diversas actividades o acontecimientos (enroscar 3000 tornillos, apretar 600 tuercas, dar 300 martillazos). Lo que importa es el efecto que este cambio de hábitos creó en nosotros, occidentales: la idea de un tiempo objetivo exterior a nosotros, que nos constriñe, que nos encorseta, que nos impone una determinada servidumbre.

Es a esta servidumbre a la que escapa aún el hombre africano que describe Kapuscinski en "Ébano". La misma que pretende afianzar ahora el gobierno peruano con su campaña "La hora sin demora".

miércoles, 14 de marzo de 2007

TiEmPo sUbJeTiVo 1

Esta tarde escuché una noticia insólita. El gobierno de Perú ha emprendido una guerra, una cruzada, una campaña contra la impuntualidad: un mal endémico al parecer de la sociedad y de las instituciones peruanas, así como de la mayor parte de países latinoamericanos.

El presidente Alan García hizo repicar ayer al mediodía las campanas de la plaza mayor de Lima, en un acto en el que se sincronizaron los relojes y se puso en marcha la campaña bautizada "La hora sin demora".

En la ceremonia se exhibió un ataúd con el rótulo "muerte a la hora Cabana", en alusión a la localidad donde nació el ex presidente Alejandro Toledo, considerado un tardón empedernido. Mientras por estas latitudes se discute en torno a la recuperación de la memoria histórica los políticos peruanos se reprochan no llegar nunca en hora.

La impuntualidad, la tardanza, la demora: un mal, un vicio, un lastre del que no se salvan otros países del continente. Así, entre los colombianos circula el refrán: "después de la gente, lo que más se pierde en el país es el tiempo". En Perú se lo han tomado en serio. En palabras de Max Hernández, secretario general del acuerdo nacional entre partidos y empresarios y gestor de la campaña: "Queremos acabar con una costumbre muy arraigada, el tardón es como si se creyera que es dueño del tiempo, queremos que la gente tome conciencia de que el tiempo es un recurso no renovable".

Cambio de escenario: Ryszard Kapuscinsky, en su libro "Ébano" del que se ha extraido el texto que compone el post anterior, describe lo que él considera las diferentes concepciones del tiempo de europeos y africanos. No puedo evitar volverlo a citar:

"El europeo y el africano tienen un sentido del tiempo completamente diferente; lo perciben de maneras dispares y sus actitudes también son distintas. Los europeos están convencidos de que el tiempo funciona independientemente del hombre, de que su existencia es objetiva, en cierto modo exterior, que se halla fuera de nosotros y que sus parámetros son medibles y lineales. Según Newton, el tiempo es absoluto: "Absoluto, real y matemático, el tiempo transcurre por sí mismo y, gracias a su naturaleza, transcurre uniforme; y no en función de alguna cosa exterior". El europeo se siente como su siervo, depende de él, es su súbdito. Para existir y funcionar, tiene que observar todas sus férreas e inexorables leyes, sus encorsetados principios y reglas. Tiene que respetar plazos, fechas, días y horas. Se mueve dentro de los engranajes del tiempo; no puede existir fuera de ellos. Y ellos le imponen su rigor, sus normas y exigencias. Entre el hombre y el tiempo se produce un conflicto insalvable, conflicto que siempre acaba con la derrota del hombre: el tiempo lo aniquila.

"Los hombres del lugar, los africanos, perciben el tiempo de manera bien diferente. Para ellos, el tiempo es una categoría mucho más holgada, abierta, elástica y subjetiva. Es el hombre el que influye sobre la horma del tiempo, sobre su ritmo y su transcurso (...) El tiempo aparece como consecuencia de nuestros actos y desaparece si lo ignoramos o dejamos de importunarlo. Es una materia que bajo nuestra influencia siempre puede resucitar, pero que se sumirá en estado de hibernación, e incluso en la nada, si no le prestamos nuestra energía (...) Traducido a la práctica, eso significa que si vamos a una aldea donde por la tarde debía celebrarse una reunión y allí no hay nadie, no tiene sentido la pregunta:
"¿Cuándo se celebrará la reunión?". La respuesta se conoce de antemano: "Cuando acuda la gente".

La anécdota peruana y este fragmento de "Ébano" demuestran dos cosas.

En primer lugar, que con la campaña "La hora sin demora" el presidente Alan García da un paso adelante en la "europeización" de la concepción del tiempo de los peruanos. En la voluntad de someter a los "tardones" al esquematismo y el rigor de los horarios, en su intento de rentabilizar ese "recurso no renovable"se percibe el zarpazo homogeneizante de la globalizacón, que asimila modas, ritos, creencias y -ahora- formas de entender y vivir el tiempo, bajo el dictado de la lógica del beneficio económico. Al parecer, el ex presidente ecuatoriano Lucio Gutiérrez ya había emprendido una campaña similar a la de Alan García "porque ese mal -leo en prensa- causaba pérdidas de 2.300 millones de dólares anuales a su país". Sólo el dinero puede explicar el hecho de que un gobierno se afane en travestir parte de la idiosincracia de un país.

Lo segundo que cabe colegir de lo anterior, la segunda reflexión a la que invitan las palabras de Kapuscinski y la nota periodística, tienen que ver con la idea de la subjetividad del tiempo.

Pero este post está creciendo demasiado. Ha llegado la hora de añadir un número al encabezado del post y cerrarlo de modo abrupto e inconcluso con un:

Continuará...

domingo, 11 de marzo de 2007

PaTeRaS NóMaDaS


"La población de África no era sino una gigantesca y enmarañada red que, cubriendo todo el continente y hallándose en constante movimiento, fluía y se entrelazaba, se concentraba en un lugar y se dispersaba en otro. Una tela multicolor. Un tapiz abigarrado.

Esta forzada movilidad de la población ha hecho que en el interior de África no haya ciudades antiguas, tan antiguas -como las de Europa o de Oriente Medio- que se hayan conservado hasta hoy. Otra situación parecida -una vez más a diferencia de Europa y de Asia-: un gran número de comunidades (algunos dicen que todas) ocupa territorios en que no ha vivido antes.

Todos han llegado de otros lares, todos son inmigrantes. África constituye su mundo común, pero dentro de sus fronteras, ellos se han desplazado, la han pateado durante siglos (en muchas partes del continente este proceso dura hasta hoy). De ahí el impactante rasgo de esta civilización: su provisionalidad, su carácter de algo accidental, su falta de continuidad material. La choza levantada tan sólo ayer hoy ya no existe. El campo cultivado hace tan sólo tres meses hoy es tierra baldía.

La continuidad que sí goza aquí de buena salud y cimenta diferentes comunidades es la de las tradiciones y ritos tribales y el profundo culto a los antepasados. De ahí que, más que una comunidad material o territorial, el africano se siente ligado con sus allegados por una comunión espiritual".

(Ryszard Kapuscinski: Ébano).

sábado, 3 de marzo de 2007

bLaS cAbReRa

Cuando hace casi tres años consulté la web de la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias para conocer el Centro de destino que me había sido adjudicado, el resultado de la búsqueda "IES Blas Cabrera Felipe" apenas desvió mi atención de lo primordial: dónde estaba ubicado, de qué tipo de alumnado se nutría, qué se sabía del claustro de profesores... El insigne físico lanzaroteño pasó por delante de mis narices absolutamente desapercibido.

Vivimos rodeados de recuerdos y homenajes en forma de nombres de calles, plazas, avenidas, fundaciones, centros de enseñanzas, o directamente placas, bustos o estatuas a los que no les prestamos la más mínima atención. Ahí están, casi siempre reforzando su presencia con la contundencia del mármol, del granito, del bronce o del acero. Y sin embargo son invisibles para nosotros.

En el año 2002 la ciudad de La Laguna le rendió un homenaje al célebre canario y el IES Cabrera Pinto plantó en el jardincillo de su fachada, con el antiguo convento de San Agustín, quemado, al fondo, este busto y esta placa. Debajo, guillotinada por la foto, la siguiente cita:

"Alejado por el destino de las peñas donde vine a la vida y sentí el impulso que ha determinado mi actuación futura, desearía estimular a mis jóvenes paisanos para la realización de una obra que honre a España" (16 de mayo de 1934)

Una cita muy edificante y apropiada para las puertas de un instituto, aunque mucho me temo que esos "jóvenes paisanos" que las franquean apresuradamente a las 8:15 y luego más veloces aún a las 14:15 poco habrán de reparar en las palabras de este carcamal de bronce del siglo pasado. Con ocasión de este homenaje Javier Muguerza pronunció una conferencia en el salón de actos del instituto, en la que no recuerdo haber visto a nadie en edad de ser "joven paisano" o alumno del centro y en la que abordó la dimensión política y moral del personaje, que le obligó -como a tantos otros republicanos- a abandonar España y exiliarse de esas "peñas donde vin(o) a la vida". Podríamos pensar que "el destino" que lo alejó de las islas no es otro que el zarpazo feroz de la guerra civil, si no fuera la cita del año 34 (y su fuga a México tres años más tarde).

El caso es que yo también fui, como Blas, alumno del Cabrera Pinto, en Tenerife (en su momento, único instituto de Canarias). Y que ahora trabajo en un instituto de Lanzarote que lleva su nombre. Y que en mi ruta diaria a pie desde casa atravieso la calle Blas Cabrera Felipe. Y que con sólo desviarme un par de manzanas me tropiezo con esta estatua en bronce de cuerpo entero de Blas Cabrera Felipe acalorado bajo el fuego de Arrecife con su plúmbea chaqueta y blandiendo en su diestra un libro imperturbable al azote de los elementos, que lo distingue y le otorga un perfil profesoral.

A los pies del monumento, de la estatua, hay 12 placas conmemorativas del nacimiento del prestigioso paisano, todas con fecha del 20 de mayo, incrustadas en la piedra a razón de una por año, desde el 1995 en que se erige el monumento hasta el 20 de mayo de 2006, último aniversario registrado. Siempre es alguien diferente quien rescata a Blas Cabrera del olvido, de eso que dio en llamar Javier Marías "la negra espalda del tiempo": El Cabildo, Ayuntamiento y Amigos de la Cultura Científica en 1995; el Gobierno de Canarias en 1996; la Universidad Complutense y la Menéndez Pelayo en 1997; el Gobierno de Cantabria (fue rector de la Universidad Internacional de Verano) en 1998; la Universidad de Las Palmas en 1999; la Universidad de La Laguna en el año 2000; la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en el 2001; el Instituto de España en 2002; el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en 2003; la Real Academia Española en 2004; la Academia de Ciencias e Ingenierías de Lanzarote en 2005 y, por último, el Instituto de Estudios Canarios en 2006. Ignoro a qué institución le toca hacerse cargo de la onomástica del 2007. Lo que sí sé es que lo va a tener chungo a la hora de encontrar un hueco libre en el que adosar su correspondiente placa.

Todos ellos lo recuerdan y celebran su legado. Impiden que se convierta en nada bajo el peso cataclísmico de la Historia. Insuflan vida a sus legajos. Oxigenan sus hipótesis, sus intuiciones brillantes, sus hallazgos geniales, al revisitarlos. Vivifican y se hacen cargo de una obra que de otro modo quedaría exangüe y huérfana.

De este modo luchan contra el tiempo. Como lo hace el escritor que inmortaliza sus vivencias, intuiciones y anhelos. Como completa su labor el lector una vez que aquél ha muerto, tras entregarle -con su obra- el testigo de esta carrera contra el tiempo.

Y sin embargo... todos mueren. Como muere Blas Cabrera.

Cuando escruto las cuencas de sus ojos rellenas de bronce y distingo en el arroyo blanco que baja desde su calva el líquido excremento de una tórtola, lo confirmo: todos mueren. Incluso Blas Cabrera.