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martes, 29 de septiembre de 2009

pLaNeTa aMeRiCaNo 4


El miércoles pasado un alumno de un instituto de Tyler asesinó a su profesor de música.

Llegó a este blog la primicia gracias a "X", que retransmite anónimamente desde el lugar de los hechos.

Gaby me mandó un enlace con la noticia, para recordarme que no siempre es aburrido y monótono el día a día en Tyler.

La vida transcurre a nuestras espaldas -como escribí hace poco- casi a traición, en esos lugares en los que ya no estamos, de los que nos hemos ido, sin avisarnos ni pedirnos permiso ni tenernos en cuenta.

La vida, y también la muerte.

El quinto capítulo de El planeta americano, el librito de Verdú que me he empeñado en releer y comentar aquí -aunque irregularmente- como pretexto para revisitar Texas y los Estados Unidos desde el recuerdo y desde un abordaje más teórico ya que meramenta vivencial, aborda con datos y estadísticas estos temas, el asunto de la delicuencia y los asesinatos en dicho país.

El capítulo se titula: "El miedo al crimen".



Y empieza así:

"En el centro de Nueva York se erigió a comienzo de los noventa un panel electrónico donde iban restallando los números. Le llamaron el Deathclock, el reloj de la muerte, y marcaba, mientras la gente esperaba en los semáforos o cenaba en un Friday´s, la cifra de asesinatos con armas de fuego que se estaban cometiendo en ese momento en el país. Uno cada 14 minutos aproximadamente, 64 al día, 22.000 al año".

Las cifras que ofrece Verdú a lo largo del capítulo son espeluznantes. Es verdad que no son actuales: el libro es del 96. Pero dudo que la cosa haya cambiado desde entonces drásticamente:

"A punta de pistola son violadas diariamente 33 mujeres y unas 1.100 personas son asaltadas cada 24 horas. En todo el país se cometen al año treinta y cinco millones de actos criminales, 14 millones de los cuales son calificados por la policía como delitos importantes. La tasa de homicidios en Estados Unidos es de 21,9 por cada 100.000 habitantes y año, mientras la de Canadá es de 2,9 y la de Japón del 0,5"




Fotos como éstas ponen los pelos de punta.

Ya hablé en su momento del Lock & Load de Tyler, de la tenencia de armas en USA: de la América cañera.

Es obvio que las altas tasas de criminalidad y de homicidios están vinculadas a esta locura patria por las armas.

Hay muchos ciudadanos norteamericanos que no comparten dicho frenesí. El documental de Michael Moore "Bowling for Columbine" (que no me cansaré de recomendar) es un alegato contra esta pasión armamentística. Pero en general el apoyo a la libre tenencia de armas es la tendencia mayoritaria:

"¿Prohibir la tenencia de armas? Los norteamericanos aprueban en un 70% alguna forma de control, pero se oponen, en un 74%, a la ilegalización. Este derecho está inscrito en la Constitución y grabado en el entendimiento ciudadano que cree más en el principio de la defensa individual que en la protección del Estado, del que recela siempre. El llamado Bill of Rights de 1791, que forma parte de la Carta Magna, dice así: "Para su protección y con el propósito de contar con una milicia bien entrenada, las personas de los Estados pueden tener y llevar armas". Y esta tendencia se ha sostenido con firmeza hasta la actualidad".



Vicente Verdú ofrece datos numéricos relativos a las medidas que se han llevado a cabo para intentar reducir las cifras de criminalidad en los Estados Unidos.

Tales medidas tienen que ver básicamente con una regulación mayor de la tenencia de armas, con la habilitación de nuevos policías y con la construcción de nuevas cárceles y el incremento de plazas en prisiones estatales:

"La tasa de presos por habitante en Estados Unidos es ya la mayor del mundo (...) De 1985 a 1993 se gastaron 32,9 mil millones de dólares en prisiones, lo que supuso aumentar en casi un 70% el espacio carcelario, y la ampliación se estimó todavía insuficiente (...) A finles de los años ochenta el censo penitenciario era de 315.974, pero quince años más tarde la cifra se acercaba al millón cuatrocientos mil".



Y no sólo más cárceles, sino más duras.

En noviembre estuvimos en San Francisco e hicimos la visita obligada a La Roca, a la cinematográfica Alcatraz. Creo recordar que nunca llegué a escribir un post al respecto (dedicado a Dracón el filósofo), por falta de tiempo. Lo cierto es que se trata de una visita estremecedora: pertrechado con unos cascos y una audioguía, uno va recorriendo esas lúgubres celdas y pasillos, mientras escucha sobrecogedoras historias de privaciones, de soledad y dureza extrema,s de intentos de fuga memorables. Pero lo que a uno no se le pasa por la cabeza es que muchos años después del cierre definitivo de Alcatraz como centro penitenciario muchísimas cárceles del país comenzaran un endurecimiento progresivo respecto al trato dispensado a los reclusos:

"La evocación a la severidad de la ley la dureza contra el relapso es el argumento más repetido para sanear la situación. Más cárceles y un régimen más estricto dentro de ellas. En Texas empezaron a no dejar fuma a los reclusos y la norma se ha propagado enseguida. En otros lugares han sustituido los televisores en color por aparatos en blanco y negro. En Florence, ejemplo de máxima seguridad, los presos permanecen encerrados 23 horas en un cubículo que sólo recibe la claridad por un pequeño lucernario"

Luego vino Guantánamo.



Verdú es consciente de que el modelo amercano de gestión del crimen no es el único posible:

"Más policías, más penas, más cárceles, más contundencia en la represión, antes que más escuelas o más ayudas sociales para facilitar la integración"

Y es consciente también de que a mayor marginalidad y exclusión social, mayor criminalidad.

Tyler es una ciudad tranquila y segura, pese al crimen referido, que -tengo la impresión- no deja de ser excepcional.

Sin embargo, el planeta americano está plagado de grandes ciudades en las que la pobreza y la marginalidad se mezclan con la riqueza y el lujo tanto como el aceite con el agua. En comunidades pequeñas, como la de Tyler, tal segregación puede no ser tan extrema ni dar lugar a escenarios de criminalidad potencial como los de algunos barrios de Chicago, los Ángeles, Nueva York o Dallas.

En tal segregación dentro de las grandes ciudades, la raza es un factor fundamental:

"El caso de los negros es elocuente. Los negros representan el12% de la población de Estados Unidos, pero componen el 50% de la población penitenciaria. Uno de cada cuatro negros entre los 20 y los 29 años se encuentra en prisión, en libertad condicional o en procesamiento. Significativamente, el homicidio es en la actualidad la primera causa de muerte entre los jóvenes negros (...) El retrato robot de ese nuevo muerto que contabiliza el Deathclock en Nueva York es un joven negro entre los doce y los quince años; y el 95% de las veces su asesino es otro adolescente negro".

Tal que el joven negro de 16 años que asesinó a su profesor de música el miércoles pasado.

Teniendo en cuenta estos números resulta una vez más asombroso y relevante que los Estados Unidos haya elegido por fin a un hombre negro como presidente.

Asombroso y esperanzador.


Fotos: extraídas webs varias, salvo las 3 últimas.


miércoles, 2 de septiembre de 2009

pLaNeTa aMeRiCaNo 3


Si hay algo que veneran los americanos de verdad es el dinero.

Quién no -podrá objetárseme.

Pero los americanos lo veneran sin pudor ni disimulo, casi con proselitismo.

El dinero tiene en los Estados Unidos ese atributo divino de la ubicuidad y omnipresencia. Lo encontramos en las conversaciones (cargado el lenguaje de expresiones y frases hechas que aluden a él); en los edificios y el paisaje urbano de las grandes metrópolis; en la naturaleza de la mayor parte de las relaciones y encuentros que tienen lugar entre sus habitantes; en las mentes, de éstos, ya sea como anhelo, propósito, sueño, proyecto, o como frustración, recelo, codicia y dolor por su ausencia.



Hablar allí de dinero y presumir de él no está mal visto, como puede llegar a ocurrir en Europa, cuya tradición moral y religiosa nos legó cierto desprecio por el vil metal, por el materialismo y por la petulancia crematística.

El protestantismo americano, como vimos, casa mucho mejor con el espíritu capitalista del pueblo americano y Vicente Verdú afirma que no existe otra "población que mejor acople el culto a Dios y el amor al dinero".

Esta vez resumiré en un solo post dos capítulos, de temática muy similar, que Verdú ha titulado respectivamente: "El amor al dinero" y "La soberanía del capital".



¿Por qué me fui de Tyler?

¿Por qué más de la mitad de los españoles que participamos en el programa de profesores visitantes en Estados Unidos no repetimos un segundo año?

Me temo que una de las razones principales la expone Verdú en el siguiente párrafo:

"Pocos de los americanos que han conocido la Europa mediterránea dudan en afirmar que aquí la calidad de vida es superior a la de su país. De hecho, ésta fue la respuesta que dieron los americanos residentes en este continente durante el verano de 1995. Cuando se les interrogó sobre diferentes características de las naciones, mencionaron a España en primer lugar si se trataba de escoger un país para vivir bien, pero la emplazaron en el último puesto al calibrar si era apropiada para los negocios (...) Los americanos son trabajadores acérrimos en busca de su prosperidad individual. Cuentanapenas con 10 o 15 días de vacaciones anuales, pero, además, el 38% confesaba en una encuesta de julio de 1995 (Strategic Consulting Research) no haberse tomado un solo día de descanso en 1994. Dos años antes el porcentaje de estos supertrabajadores era del 26%; 12 puntos porcentuales más bajo. No sólo no trabajan menos a medida que crece su renta, sino que cada vez trabajan más. Los republicanos, por mediación de New Gingrich, propusieron en noviembre de 1994 reducir el número de las pocas fiestas anuales a cambio de bajar unas décimas la presión fiscal: una mayoría de los contribuyentes respondió afirmativamente a esta iniciativa. Hay pocas fiestas a lo largo del año, pero parecen sobrarle todavía algunas o todas. Cuando en una encuesta de mayo de 1995 el diario USA Today preguntó a la población qué períodos del año le resultaban más estresantes, el 32% respondió que los holidays, Easter, Thanksgiving, Navidad".

Mis compañeros de trabajo en la escuela se alegraban -o eso creí percibir- cuando llegaba el viernes por la tarde o un día de fiesta o unas vacaciones. Sin embargo, también me sorprendió lo habitual que resultaba verlos ir a trabajar un sábado, un domingo o un día festivo. Cada uno de nosotros teníamos una llave de nuestra aula y era normal ir a la escuela en un día de descanso para sacar adelante trabajo pendiente. Ante la petición del profesorado en este sentido, la directora accedió a dejar abierta los fines de semana la biblioteca del instituto, en que se encontraba la máquina laminadora, la fotocopiadora y materiales de consulta varios.



El poco tiempo libre de que disponen los americanos lo invierten en comprar y consumir.

O al menos, eso es lo que deben procurar las empresas: el resto de americanos que en mientras tanto trabajan.

Por eso consumir allí es -fue- tan sencillo y cómodo.

"Ser consumidor en Estados Unidos -dice Verdú- es disfrutar de un universo de ofertas, rebajas, saldos, y disponer de un afinado sistema contra el fraude en la calidad"

Y de facilidades.

Lo que en un primer momento me pareció ser una gasolinera, resultó ser una sucursal del Bank of America. No había que bajarse del coche para sacar dinero, ni para ingresar un cheque o revisar el saldo o los últimos movimientos, como no había que hacerlo para pedir una hamburguesa, un helado o un medicamento en una farmacia con "drive-through".

Para realizar cualquier compra no era preciso disponer de efectivo y en cualquier Starbuck o gasolinera te servían un café que podías pagar con tarjeta de débito.

Recuerdo jugar un partido de tenis contra Pepe: él estrenaba tenis, notó tras el partido que le apretaban, fuimos a cambiarlo y no le pusieron ningún inconveniente. Por otra parte, en casi todos los establecimientos te devolvían el dinero si uno no quedaba satisfecho con el producto.

En bares y restaurantes, en cafés, en cajas de supermercado, en tiendas y en cualquier otro tipo de establecimientos el trato al cliente era y es -al menos en Texas- exquisito.

El cliente allí siempre tiene la razón y continuamente hay ofertas, promociones y reclamos para seducirlo y atraerlo -mientras no trabaja- a las puertas de un mall.



Apenas hay ocio gratuito en Estados Unidos.



-Me lo compró mi mamá en la Wal-Mart, maestro -era la frase más característica de mis alumnos.

O:

-Estuve con mis papás en la Wal-Mart, maestro.

El Wal-Mart como templo pagano del consumo, catedral del deseo y del gasto.

El Wal-Mart y todas las grandes superficies semejantes como segundo hogar, mejor aún: como segunda naturaleza, donde las estaciones y diferentes festividades lo hacen mudar y mutar, como si de un paisaje natural se tratase:

"La primavera, el verano, la fiesta de Navidad, San Valentín, el Memorial Day, el Thanksgiving son fiestas que comienzan a hacerse sentir meses antes de que se cumpla la onomástica. Cada festividad desprende hacia sus dilatadas vísperas un aura de la qe se obtiene valor explotable. En cada momento del año, casi sin excepción, se alza en el horizonte la visión reforzada de un día famoso de cuyo advenimiento se llenan felizmente los comercios, los anuncios y las ofertas de los grandes almacenes. Ya en julio se reciben catálogos para las compras de Navidad, y por septiembre se invita a no demorar las compras de Christmas".



Ya cité un día a Enric González en otro post sobre esos nuevos templos o catedrales contemporáneas: los rascacielos, que, según él "fueron creados para impresionar, para demostrar el poderío de una empresa o de un magnate y para atraer clientes con la singularidad del edificio".



Pero lo más asombroso de Tyler fue sin lugar a dudas salir de Tyler y visitar las ciudades y pueblos colindantes o lejanas, pero siempre idénticas: Kilgore, Longview, Marshall, etc.

Y es que en todas se repetían, clónicos, los mismos establecimientos, las mismas firmas:

"De una punta a otra de América el paisaje cambia, los habitantes son mormones o episcopalianos, negros, anglosajones o asiáticos, pero todos al salir por las carreteras y cruzar por sus urbes se reconocen partícipes de una misma nación a través e la repetición de los signos de las grandes firmas. Sin comparación con Europa, en Estados Unidos las grandes sociedades y los magnates trenzan la cotidianidad de una épica compartida (...) La práctica ausencia de cocina americana se sustituye por esta común alimentación industrial a cuya mesa se sientan millones de comensales dentro y fuera de casa. Si se trata de una pizza, Pizza Hut espera con la misma receta desde el este al oeste y en casi cualquier cruce. El pollo frito de Kentucky, los Wendys, los Friday´s repiten su presencia desde una punta a otra. McDonald´s cuenta con más de medio millón de empleados dispuestos a servir la misma clase de hamburguesa, y los Dunkin Donuts, 7-Eleven, los Acme, los Sears, los Macy´s, los Gap, ofrecen iguales productos de alimentación, de limpieza o de vestido vaya uno por donde vaya".



Vicente Verdú disfruta relacionando los fenómenos culturales en apariencia más dispares, con tal de ver confirmada y reforzada su tesis:

"Incluso la religión a través de sus diferentes sectas y para-churches compone un conjunto que no tiene empacho en manifestarse en un lenguaje económico más allá de las insinuaciones del alma: `Los miembros de la St. John´s Lutheran Church de San Francisco tienen garantizada la devolución de su dinero -dice un folleto-. Los feligreses -se agrega- pueden entregar a la iglesia su donativo por un período de 90 días, y si piensan que en ese tiempo no han recibido los favores que han solicitado o se reconocen decepcionados con las predicaciones y los oficios, pueden recuperar sus entregas´. El programa se llama `God´s Guarantee´ y el pastor arguye que su confianza en Dios es tan profunda que no ve peligros financieros en esta política de reintegros".



Como consecuencia de todo lo anterior, los Estados Unidos de América es una nación rica, pero desigualmente rica.

No hay más que pasearse por la zona sur de Tyler y adentrarse luego en algunas zonas del norte. Un lector o lectora anónimo o anónima de este blog escribió un comentario hace unos días -desde Tyler- describiendo ese paso del sur al norte como el ingreso en una nueva e insospechada realidad y comparó esa experiencia con la de Alicia cuando atraviesa el espejo y descubre allí un inesperado mundo.

"La diferencia entre el 5% de la población más rica y el 5% de la población más pobre es un múltiplo de seis en Gran Bretaña, de tres en Suecia. En Estados Unidos el múltiplo es de quince. Un 46% de la riqueza nacional está en manos del 1% de los americanos y la concentración no se detiene. Los ricos son ricos como emperadores, los pobres lo son como pobres de Calcuta. No será raro que bajo este sistema se produzca el contraste entre grandes mansiones en el extrarradio y barrios miserables a pocas millas".



"En la actual producción social norteamericana los ciudadanos pobres se corresponderían con los montones de residuos que las fábricas vierten en sus entornos creando masas de contaminación. Los pobres son detritus, se abandonan como stocks improductivos en las aceras, quedan quietos en las esquinas de las barriadas negras, se alcoholizan en las reservas indias, forman parte del aire tóxico en los tugurios de las urbes".

Semejante pobreza en exhibición sólo la vi en San Francisco, aunque supongo que debido a que tanto en Tyler como en mis viajes sólo me moví por las zonas escaparate de las ciudades.

Verdú escribe su libro en el año 1996 y algunas de las tendencias que apunta han ido acentuándose desde entonces de forma vertiginosa.

El nuevo presidente del planeta americano, Barack Obama, se perfila no obstante como un hito y un punto de inflexión en dichas trayectorias ciegas u obtusas. Ojalá no me equivoque. Pero lo cierto es que a pesar de haber dado muestras de su profundo americanismo, de pertenecer a este imperio que describe Verdú -con cierta fascinación y cierta ironía-, Obama está intentando propiciar cierto viraje, cierta rectificación, en esta senda en ocasiones tan poco digna de alabanza del planeta americano.



martes, 25 de agosto de 2009

pLaNeTa aMeRiCaNo 2


"No hay nación en todo el mundo con mayor porcentaje de práctica religiosa, ni país con más parroquias por habitante. Si existe un pueblo en el que la vida pública se encuentra empapada de regiosidad, ese pueblo es Estados Unidos. Un 60% de la población asiste a los oficios semanalmente, y nueve de cada 10 americanos ignoran la especulación de que "Dios ha muerto". El 75% reza una o más veces al día. El 28% una hora o más. En cada momento arrecian las soflamas religiosas en la radio o en la televisión".

El segundo capítulo del libro de Vicente Verdú, del que he extraído este fragmento, lleva por título: "El amor a Dios".



A lo largo de este capítulo el autor aborda diferentes aspectos de la religiosidad del pueblo americano. Explica cómo desde sus orígenes el país se fundó sobre las bases de unas creencias religiosas muy sólidas y vinculadas a su proyecto de colonización de un nuevo mundo. Los protestantes europeos que llegaron a lo largo del siglo XVII a este vasto continente lo hicieron bajo la creencia de los antiguos israelitas de la tierra prometida. Debido a la diversidad de credos religiosos, no se institucionalizó ninguna confesión religiosa oficial o hegemónica, pero sí el carácter religioso del Estado: "la religión no era un asunto privado sino público; la fe y el Estado constituían un solo e inseparable hormigón". Como ocurrió en Europa por esas mismas fechas, la tolerancia como concepto moral y político nació en primera instancia como tolerancia religiosa, esto es: como el deber de respetar otros credos religiosos diferentes al propio y favorecerlos a todos por igual. Sin embargo, ello no implicaba todavía una tolerancia hacia los no creyentes, agnósticos o ateos:

"Así, la primera Toleration Act de 1649, que fomentaba la convivencia de todos los credos y sancionaba a quien usara un lenguaje políticamente incorrecto (llamar a alguien "puritano", "herético" o "cismático"), castigaba a la vez con dureza a quien negara a Dios o se atreviera a blasfemar".



Verdú también explora la diferencia específica de la religiosidad norteamericana, que recuerda a las tesis del famoso ensayo de Weber titulado La ética protestante y el espíritu del capitalismo. En efecto, la religión en Estados Unidos, en contra de lo que ha ocurrido en Europa y fundamentalmente en los países de mayoría católica, aparece vinvulada a la idea de progreso económico, de triunfo material y éxito financiero a través del trabajo y a una simbología mucho más liuminosa y optimista que la concepción oscurantista y trágica más propia del catolicismo:

"En Norteamérica no existió el espíritu que Europa heredó del Medievo. La idea de un Dios perfecto ante el cual el creyente se dispone a orar arrobado por la perfección divina fue reemplazada por la concepción de un Dios capataz que, en la edificación de su reino, necesitaba de súbditos como eficientes albañiles, proveedores, ingenieros o empresarios. Honrar a Dios significa trabajar a su servicio mejorando los frutos de esta tierra, generando riqueza, vendiendo, haciéndose millonario. Los grandes magnates se han librado en Estados Unidos de la insidia que en España o en Italia rodea a los acaudalados (...) Los triunfadores son hijos favoritos de Dios: nada parecido a las angosturas católicas que esperan a los ricos en el ojo de la aguja o al lema de que los últimos serán los primeros. La existencia se despliega como un azulado horizonte a conquistar y nadie otea y menos rastrea un sentido trágico en la vida (...) Dios exige actividad. La Nación lo reclama, el individuo a través del self-improvement puede y debe alcanzar las metas que se proponga. Gran parte de la energía optimista americana y la autoconfianza en su sistema está impregnada de esta aura que sobrevuela desde la vida laboral a las maniobras castrenses".



En el resto del capítulo Vicente Verdú hace un recorrido histórico en el que toma el pulso a la religiosidad norteamericana hasta nuestros días. Señala etapas o acontecimientos a modo de mojones en el camino, como el fortalecimiento del sentimiento religioso -del que carecía el bloqe comunista- durante la guerra fría; o el brote de anticlericalismo durante la época hippie, ligado al descubrimiento por parte de la juventud a nivel mundial del hedonismo, el individualismo y el consumismo; o el modo en que cualquier movimiento social, iniciativa o empresa llevada a cabo por los norteamericanos parece en último término estar emparentada con un sustrato religioso del que parece imposible sustraerse:

"Los mismos hippies, como bien se recuerda, eran una iglesia con sus salmos, sus inciensos, sus hábitos sus ritos. No sólo los hippies. Con extraordinaria facilidad cualquier movimiento adquiere en Norteamérica un tono religioso. Una nueva confesión empezó con la admonición ecologista que Rachel Carson emprendía en The Silent Spring (1963), donde la defensa de los bosques, los ríos, los coyotes o las ballenas constituyó materia sagrada. La batalla contra los fumadores, contra el aborto, la defensa de los derechos de los minusválidos, de los enfermos de sida, de los homosexuales, el feminismo o el caritarismo segregan flujos religiosos".

En este tipo de análisis, desde una perspectiva global y multidisciplinar, reconocemos el genuino talento de Vicente Verdú para relacionar fenómenos sociales en apariencia aislados y autosuficientes.



Releer este libro está resultando una experiencia interesante y un ejercicio práctico de comprobación a través del recuerdo de cada uno de los enunciados e ideas en él formulados. Este año en Tyler, ciudad situada en el Bible Belt, en plena hebilla del cinturón bíblico, me ha dotado de una serie de experiencias y vivencias que confirman tod esto que apenas intuía y que Verdú relata magistralmente.

Hablaré, únicamente, de Green Acres.



Esto no es un cybercafé, ni un centro de convenciones, ni una sala de conferencias, ni...

Es el hall de la macro iglesia de Green Acres, la sexta iglesia baptista más gande del mundo, sita en el corazón de la espiritual ciudad de Tyler.



Asistir a un oficio religioso en Green Acres es una experiencia única, por muy descreído que uno sea.

Es tan grande y tanto el aforo que la inaguración del curso escolar hubo de celebrarse allí, pues no había en toda Tyler otro local que albergase a todos los miembros del distrito escolar: profesores, administradores, chóferes, personal de mantenimiento, de limpieza, de cocina, etc... Sólo en estra super iglesia baptista cabíamos todos y allí se celebró, con mucha pompa, solemnidad, artificio y sentimentalismo el comienzo del curso escolar 2008-2009.

Luego volví dos veces más: un día de misa cualquiera y para el concierto de Navidad.



La iglesia tiene capacidad para 3.000 personas y al ser tan grande hay dos pantallas enormes en las que uno ve de cerca los gestos del pastor o predicador, del cantante de turno, o de quien quiera que se encuentre en el -cómo llamarlo-: ¿escenario?



El coro canta y en la pantalla uno puede leer y cantar como si de un karaoke se tratara.

En esta foto una de las mujeres que canta era compañera en mi escuela y cada viernes antes de comenzar las clases, a las 7:45, organizaba rezos, o misas, o algo parecido en su aula. Cada semana nos enviaba un mail a los profesores invitándonos a tan sugerente actividad. Un día me paró por un pasillo y me soltó:

-"Mr. Fajardo, mañana vamos a rezar por los alumnos de 1º, ¿tiene algún rezo en particular que hacer al respecto?"

No recuerdo lo que contesté, pero aquello me dio mucho miedo.



Sin embargo, en la escuela pública norteamericana no existe la asignatura de religión.

No les hace falta: este pasillo con murales infantiles en las paredes pertenece a Green Acres, que alberga en su interior una escuela dominical, en la que los papás y mamás dejan a su prole mientras ellos van a misa, o de compras.



Recorrí aquellas aulas impecables y bien dotadas y conté más de veinte.



Aquello era a nivel de infraestructura una escuela en toda regla, y no meramente un anexo del templo en donde impartir la catequesis.



Más allá de los amables murales infantiles, más allá de la luminosidad y amplitud del edificio, más allá de la amabilidad y pulcritud de los presentes, más allá del optimismo dominical que lo impregnaba todo, creí percibir algo siniestro.

Fui con Raquel y antes de salir de casa por la mañana, vestido de domingo, vestido de iglesia, le dije: "Sólo espero que no nos vea nadie del colegio". No sólo se trataba de que era mi primera vez, una suerte de desvirgamiento religioso, sino que temía ocurriera lo que efectivamente terminó ocurriendo.

Nada más llegar nos tropezamos con tres o cuatro profesores de la escuela y con uno de Ciencias, muy entusiasta y simpático, que al vernos nos dio abrazos, nos regaló sonrisas y comentarios amables, nos presentó a varios amigos y nos agradeció que hubiéramos venido a Green Acres.

Salimos de allí conmovidos por la magnitud del espectáculo, del rito multitudinario y exageradamente emotivo, de la pasión que parecían ponerle los asistentes a todo aquello. En suma: asombrados por haber entrado al cogollo, al corazón, al núcleo del alma de la sociedad de Tyler, que hasta la fecha se nos había resistido.

Las dos semanas siguientes el profesor de Ciencias no paró de darnos abrazos por los pasillos de la escuela y de dedicarnos sonrisas y comentarios cariñosos. Nos creía convertidos.

Pero le fallamos.

Tan pronto se percató de que no pensábamos dar continuidad a nuestras visitas dominicales a Green Acres su relación con nosotros cambió brúscamente y dejó de hablarnos y casi de saludarnos.

Volvimos a sentirnos out, excluídos, fuera de esa comunidad de la que -por unos minutos, con la brevedad de un abrazo- creímos formar parte.

A dios gracias.




domingo, 23 de agosto de 2009

pLaNeTa aMeRiCaNo 1


El planeta americano es un librito de Vicente Verdú que leí hace años y que me resultó particularmente lúcido y esclarecedor. Su tarea es la de radiografiar ese país, los Estados Unidos, del que tanta influencia recibimos en todos los ámbitos de la vida. Tarea nada fácil, incluso si el autor confiesa de antemano que "tampoco este libro aspira a la objetividad y sólo a la objetividad" y que "el texto que sigue es también apasionado y de un sujeto sujeto a un punto de vista".

Sus páginas me parecieron -y me parecen hora que empiezo a releerlo- tan brillantes y jugosas que mi mayor recomendación es la de hacerse con el libro e hincarle el diente directamente. Mientras tanto, me he propuesto hacer una serie de entradas resumiendo, comentando, citando o ilustrando el libro mientras lo releo. Eso sí, no doy garantía alguna de dar la brasa hasta el final ni de ser exhaustivo. Mi voluntad se halla baja de forma y mi estado anímico se debate entre la súbita exaltación y el perezoso desencanto que impide llevar a término cualquier clase de empresa.

El libro fue publicado en 1996 y esta década transcurrida desde entonces ha dejado obsoletas algunas pocas de sus tesis o ideas. Así por ejemplo, las relativas a la economía. Pero en su conjunto el retrato global sigue teniendo la misma vigencia que cuando se escribió.



El primer capítulo se titula El orgullo americano. Y no busquen dobles sentidos, por favor, que la cosa no va del rollo homo.

Ya hablé hace meses de lo orgullosos que están los texanos de su estado y de su país. En realidad este sentimiento es extrapolable al conjunto de estados (unidos). Verdú habla en este capítulo de lo difícil que puede resultar hallar unos rasgos comunes, una idiosincracia particular o un retrato de lo que implica ser norteamericano cuando se trata de una tierra que ya desde sus inicios y luego ininterrumpidamente a lo largo de su historia hasta llegar al presente -en que esta circunstancia no se interrumpe- alberga en sí y se constituye con grupos humanos heterogéneos procedentes de los más diversos lugares del planeta. La sociedad norteamericana se ha nutrido de inmigrantes más que cualquier otra: y ese proceso continúa. Comparándolo con Europa el autor sostiene:

"Mientras en Europa se distingue todavía entre los europeos y los inmigrantes, en América todos son a la vez americanos e inmigrantes. Mientras en Europa el guiso parece acabado y helándose, la comunidad en Estados Unidos se encuentra en plena fase de cocción"

Sin embargo, pese a la heterogeneidad de los ingredientes, si el guiso es posible es debido a que todos aquellos que arribaron a Estados Unidos desde sus países de procedencia renunciaron en cierto modo a la marca de su denominación de origen para embutirse en una nueva identidad caracterizada por el amor y el orgullo por la nueva patria, por la nueva nación de acogida, que con sus mitos, sus ideales y su simbología desplazaría y sepultaría en el olvido la antigua:

"América sería como una combinación de todo el mundo para la mítica composición de un nuevo mundo, y llegar a ser norteamericano no significaría tanto adquirir una nacionalidad como abrazar una mitología superior. En el pasado se pudo ser rumano o vietnamita, pero ahora, una vez allí, se es de América. Su capacidad de absorción y metabolización dentro de ella es paralela a su potencia de seducción fuera".

Casi como un corolario de este orgullo americano, Vicente Verdú argumenta e ilustra convincentemente cómo a los americanos no les interesa lo más mínimo lo que pueda ocurrir más allá de sus fronteras. Son ignorantes e incultos en geografía. Los informativos son ombliguistas y su miopía va de lo local a lo nacional mas sin trascender apenas este límite. No les gusta viajar, salvo en el interior de los Estados Unidos:

"Los ecos de yankee go home no pueden corresponderse mejor con lo que desea la familia americana: go home. No hacer viajes trasoceánicos celebrar su Thanksgiving en el encerramiento hogareño, hacer su vida sin tener que vérselas con la barahúnda de una humanidad circundante hablando lenguas diferentes, haciendo invocación a sus milenarias civilizaciones y oponiendo ideas complejas, al cabo enrevesadas e improductivas, al pragmatismo y la claridad".

Todo esto lo pude experimentar en persona desde el exiguo -aunque sospecho que representativo- observatorio de la provinciana ciudad de Tyler, Texas. Los profesores americanos que conocí apenas viajaban fuera del estado de Texas y por lo general carecían de pasaporte. Algunos de los que sí habían realizado viajes trasoceánicos o al extranjero lo hacían por motivos religiosos y de evangelización. Eran profundamente hogareños y amantes de su familia, de su casa, de su mascota, su chimenea y su barbacoa. Algunos me demostraron un desconocimiento en geografía o historia más allá de toda capacidad de sonrojo, como la profesora que me preguntó si en África había grandes ciudades y a la que no le sonaba la ciudad de El Cairo, o Cairo city. O aquel paleto, aquel redneck borrachín que en una barbacoa quiso sentar cátedra sobre las notables diferencias entre el español de España y el que hablaban en México: "El español que tú hablas es el correcto ¿verdad? el que procede del latín?".

Para los americanos el resto del mundo no existe y las fronteras de su país son también las fronteras de su planeta.



Pero la expresión que otorga título al libro tiene otros sentido añadidos. No sólo se trata de que para los americanos su país es una totalidad autosuficiente: un planeta. No sólo se propone Verdú a lo largo de su ensayo describir esas gentes de ese planeta, como quien redactas unas crónicas marcianas. También la expresión planeta americano alude a la consabida americanización del mundo:

"Unas veces son las políticas de los Bancos Centrales, otras la institución del Jurado, las privatizaciones de empresas públicas, los modelos del mercado de trabajo, el sistema impositivo; otras son los malls, la música, el vestido, la comida rápida, los mimetismos de sus deportes o espectáculos".

Miremos para donde miremos, nos resulta fácil encontrar a nuestro alrededor evidencias de esta expansión o difusión cultural, de la que somos víctimas acríticas la mayor de las veces, imitadores inconscientes.

"Sin algaradas, retirando las tropas y cerrando las bases militares, los norteamericanos están llevando actualmente a cabo la colonización más eficaz de todas las épocas. Las familias toman Kellogg´s en el desayuno y comen Oscar Mayer a la hora de la cena, pero en el intermedio, de la mañana ala noche, reciben impactos mediáticos, discusiones éticas y sanitarias, órdenes financieras, programas de software, idolatrías y mercancías norteamericanas".