domingo, 28 de febrero de 2010

ViDa SiLeNCiOsA


"Observemos nuestra vida. Si alguno de nosotros contara el tiempo en que habla con los demás a lo largo del día se daría cuenta de que es sólo unos cuantos minutos, casi nunca una hora entera. Supongamos, con mucha generosidad, que nuestra "habla" de un día entero alcanza una hora; eso supone un silencio diario de nada menos que veintrés horas. Si ocho las pasamos durmiendo, quedan otras quince en que no utilizamos la palabra. En fin, que pasamos el noventa por ciento de nuestra vida sin decir palabra, encerrados en nosotros mismos. Y, sin embargo, durante ese silencio ocurren muchísimas cosas. Casi todo. Actuamos, tomamos decisiones, pensamos. Pero también hacemos cosas de las que ni siquiera nos percatamos. Por ejemplo, nos tragamos el miedo, refrenamos la ira, fantaseamos, juzgamos, nos impresionamos, controlamos las emociones -o las buscamos-, nos sentimos descontentos o contentos, alejamos nuestras angustias, metabolizamos las malas noticias, nos aceptamos, nos rechazamos, etc. Dentro del silencio nos volvemos más niños o nos confesamos lo inconfesable, hablamos con Dios, no nos avergonzamos de nuestros impulsos, no nos aterrorizan los tabúes, deseamos lo que nos prohíben los demás, nos entran ganas de matar, de hacer el amor, de escapar... Y todo eso mientras estamos sentados en un vagón de metro, cruzamos una calle, tomamos un café en un bar, aguardamos en la sala de espera, nos miramos en el espejo con el peine en la mano, encendemos un pitillo..."


(Vicenzo Cerami: Consejos a un joven escritor)


viernes, 26 de febrero de 2010

SeRáS Yo


Todo empezó cuando los dos hombres dejaron de hablar y se quedaron mirándonos fijamente. El que teníamos delante lucía una melena rizada y unas gafas redondas desde las que nos escrutaba atentamente, a unos y a otros. Al segundo hombre lo sentíamos en la retaguardia: su respiración flemática, el aroma dulzón a tabaco de pipa y una voz grave y cavernosa que había cesado casi al mismo tiempo que la del primer hombre. Al encontrarse detrás de nosotros, ignorábamos su aspecto. Sin embargo yo me imaginaba que era el dueño de la casa y que era un hombre audaz y corpulento, aunque de corazón noble.


A ambos lados podía sentir la presencia inmóvil de mis siete hermanos y un poco más atrás la de los demás: tíos, primos mayores, obispos y, por supuesto, mi madre y, junto a ella, mi padre, el rey. Yo estaba justo delante suyo y por un momento imaginé que era él quién me empujaba desde atrás y me obligaba a dar dos pasos al frente, sin ni siquiera poder ofrecer algo de resistencia. Pero aquella calidez gordezuela no podía proceder del tacto gélido y mayestático de mi padre, sino a todas luces de las yemas de los dedos del hombre que fumaba en pipa.


Al descubrirme de repente tan solo y sin escolta comprendí que había llegado por fin la Gran Ocasión. El obispo de mi madre era un ser singular, supersticioso: sólo pisaba suelo negro y se movía en largas y veloces diagonales para evitar contacto alguno con la otra mitad del pavimento. Él había hablado por primera vez, como un profeta, de este momento. Me había anunciado: “Ya sabrás qué hacer cuando llegue la Gran Ocasión. Tendrás solamente que dejarte llevar”.


Dejarme llevar… El hombre de la pipa me había empujado por detrás y allí estaba yo, completamente aislado en medio de la nada, blanco sobre blanco.


Y de repente se precipitó hacia mí: casi me atropella, de no haberse detenido a tiempo, negro sobre negro. Era como yo, pequeño y calvo, suave, redondeado… pero del color del azabache. Recordé las palabras de mi madre: “Los sabrás reconocer cuando los veas. No los confundas, hijo mío. Ellos son nuestro negativo”. Y mi tío Roque: “Aprende a odiarlos. Ataca siempre y déjate llevar. Tus primeros pasos habrán de ser dos. Odia y ataca”. Y ahora estaba allí uno de ellos, idéntico a mí, frente contra frente, negro contra blanco.


Quise abalanzarme contra él, tirarlo al suelo, demostrar que había aprendido a odiarlos. Pero desde atrás sentí que alguien saltaba y se colocaba casi a mi altura. Sentí los cascos de su montura, era mi primo: “Lo tengo a tiro. Tú no puedes hacer nada. Atacas oblicuamente. Sólo déjate llevar”. Si me fijaba en la mirada del hombre de las gafas podía ubicar con precisión la posición de mi primo. Pero en seguida éste empezó a saltar de un lado a otro, matando y esquivando al mismo tiempo.


Yo seguía inmóvil y absurdo, incapaz de odiar y mucho menos de matar, mientras a mi alrededor tenía lugar el juego de muertes y venganzas. Pero volví a sentir de nuevo aquellos dedos que me alzaron en volandas y que me hicieron avanzar un paso más y después otro. Delante de mí se abría un pasillo y entonces recordé aquella canción de cuna de mi madre: “Serás yo, pequeño, un día serás yo”. Era un pasillo hacia aquel lugar del que me había hablado ella tantas veces: “Me darás vida nuevamente. Será el lugar del sacrificio. Tu padre, el rey, nos necesita”.


Porque en efecto estábamos solos. Habían caído los obispos, uno por uno, mi tío Roque y su gemelo, mis siete hermanos, mis primos a caballo y hasta la dama: ella, mi madre. Así que enfrenté el odio en la mirada del hombre de las gafas y recorrí solo aquel pasillo hasta el final.



Fue entonces que sentí aquella caricia de sus dedos sobre mi cuarzo y un beso húmedo y aromático en mi fría testa. Volví a oír su ronca voz como de gruta:


-Pido dama.


Y mi madre, muerta y blanca, regresó radiante y viva, como yo mismo, transfigurado en ella, al auxilio del rey, mientras en mi cabeza, o en la suya, resonaba aún aquella alegre cantinela, aquella nana: “Serás yo, pequeño, un día serás yo”.




Foto: Flevia

jueves, 25 de febrero de 2010

pOsTs CaRaCoLa


Saco fotos que guardo, confiando en que tarde o temprano surja el texto apropiado.

Lo bueno de las fotos es que casan con innumerables textos.

Y eso es tambien lo bueno de los textos: que casan con innumerables fotos.

Por ejemplo, ésta.

Hoy me he levantado con un punto de resaca de ginebra.

(Me pregunto si estaré entrando en una nueva etapa en mi vida: fase gin. He tenido varias fases: vodka, whisky, ron... Sí, así también se pueden medir los años. Es un criterio tan legítimo como otro cualquiera... Qué consciente soy de que este tipo de comentarios, este paréntesis, esta verborrea que asoma como un molusco desde dentro de su concha... es de lo que trata este post)

Hace un par de semanas estuve con un amigo que hacía años que no veía. Hablamos de todo un poco. Y en una de éstas me soltó: "¡Vaya bemeta que pillaste para ir a Cáceres!". Me sorprendió bastante que leyera mi blog. Me dijo que seguía las crónicas texanas y que ahora se metía de vez en cuando. Salió a relucir una palabra: "Exhibicionismo". Que no sé si la pronuncié yo primero, o fue él.

Creo que desde que comenzó el año no he escrito ningún post de los de antes. Me refiero a esos post que eran una especie de carta abierta o mail colectivo, en los que contaba cosas que me ocurrían, sitios a los que iba, conversaciones que tenía, ideas que se me pasaban por la cabeza o extravagancias como la de mear en el bol del desayuno...

En el 2010 he continuado escribiendo en el blog, casi a diario, pero medio emboscado en una caracola de mar. He colgado Sólo-Fotos. He subido algún video casero. He reciclado ejercicios del master. He transcrito citas curiosas o literarias... Si he contado o expresado sentimientos o experiencias personales lo he hecho de un modo indirecto y sutil.

(Por cierto, ahora mismo, mientras escribo, llueve)

Si se ha oído mi voz es porque se ha leído entre líneas o se ha aguzado el oído para descifrar ese susurro que se escapa desde lo más hondo de la concha.

(¿Exhibicionismo? ¿Narcicismo? Dudas)

No sé, supongo que este post es una excepción, una debilidad, una concesión a la resaca.

Lo cierto es que un impulso verborreico por exhibirse y contar lucha en mí contra otra tendencia a la contención, a la prudencia y al pudor.

Y la literatura ayuda enormemente: Esto es mera ficción, Éste no soy yo.

Este 2010 ha comenzado con posts caracola.

Y me pregunto si es que he comenzado a madurar, a desarrollar un sentido de la privacidad sobrevenido, a envejecer...

O a beber gin-tonics.


miércoles, 24 de febrero de 2010

FoRmAciÓn cOnTiNuA


Considero que en la vida no se pueden decidir las cosas a tontas y a locas. Aquí donde me ve, tan arreglado y tan sin tacha, le confesaré un defecto: no aguanto a la gente que no es coherente y que hace las cosas sin pensar en las consecuencias, en el futuro vaya. Sí, lo reconozco: con esa gente soy inflexible. Espere, espere, no me malinterprete. Con esto sólo quiero decir que, por ejemplo, en el día de mañana, a mis hijos pienso educarlos en base a estos principios. Rectitud. Responsabilidad. Ya me entiende. No, no, es una manera de hablar: no tengo hijos. Pero fíjese, a esto mismo me refería antes cuando le decía que había que pensar en el futuro. Hay quien se cree que comprar un hijo, quiero decir, tener un hijo (o una hija, vaya), es como comprarse una tortuga o un canario. Déjeme que le cite una frase de Michael Levine, sí, sí, da igual que no lo conozca, verá como le gusta. Dice así: Tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo en que tener un piano no lo vuelve pianista. Pero en fin, a lo que íbamos, me estaba preguntando usted por ese puesto de auxiliar administrativo. ¿En dónde es? ¿En un banco? ¿En un despacho? No es que me muera de ganas por conocer todos los detalles. Pero es que ya me imagino a mis padres al volver a casa, pidiéndome un resumen exhaustivo de todo. Cada día a la hora del almuerzo me toca dar parte de las novedades, aunque haya pasado toda la mañana en mi habitación, estudiando. Porque no se crea que me dedico a perder el tiempo, no. Recuerde lo que le dije hace un momento: responsabilidad y rectitud ante todo. Es verdad que siempre hay tiempo para la literatura fantástica, los puzzles y el ajedrez online, mi verdadera pasión. Sí, ahí está, en efecto. Lo he puesto al final del currículo, en la última página, pero en realidad nada me impediría dedicarme a ello profesionalmente. Pero volvemos al principio: a tontas y a locas no se pueden hacer las cosas. Y a mis futuros hijos quiero darles todas las oportunidades. Así que lo primero es lo primero y ya puede usted leer y comprobar que no he perdido el tiempo en todos estos años de formación. ¿Que el apartado de experiencia laboral está en blanco? Mírelo por el lado bueno: cuando me consigan ustedes un trabajo acorde con mis capacidades e intereses lo asumiré libre de vicios y de malas costumbres. Tabula rasa, no sé si me entiende. Fíjese en cambio en el otro apartado: el de estudios y formación académica. Ya ve, ya ve que cursos no me faltan. Con 39 años no soy ningún yogurín pero mire, déjeme que le enseñe mi tarjeta. ¿A que suena bien? Nicanor Contreras, JASP. Me la mandó a hacer un antiguo compañero de Facultad. Lo de JASP viene de “Joven Aunque Sobradamente Preparado”. No sé donde está la gracia del asunto, la verdad. Me lo encontré hace unos años y el pobre estaba más que avejentado. Me preguntó que en qué curraba y yo le dije que en nada. Le hablé de mis nuevos estudios y proyectos de futuro. De lo importante que resultaba la preparación. De lo competitivo que se había vuelto el mercado. Al final nos intercambiamos los teléfonos y unos días más tarde me llamó y cuando quedamos me hizo entrega de un tarjetero que él mismo había encargado para mí con mil ejemplares como ésta. Nicanor Contreras, JASP. Suena realmente bien. Y sin embargo él se estuvo riendo toda la tarde… ¿Cómo dice? Sí, claro que veo que hay más gente esperando. Descuide, que me hago cargo. Pero ya sabe lo que se suele decir: las prisas son malas consejeras. Eso es lo que le respondo a mi madre siempre que (como cada mañana) me pregunta: ¿Ya fuiste hoy a la oficina de empleo? A veces pienso que viven un poco obsesionados, siempre dándole vueltas a lo mismo. ¿Y tus nietos, madre? –le argumento yo, desde mi cama- ¿no te sabe mal que tus futuros nietos carezcan de un padre con formación? Un hijo analfabeto ¿es eso lo que quieres? Entonces apago el portátil y me pongo a estudiar algo. Y ya ve, por mi currículo debo de ser algo así como el sueño y el anhelo de cualquier suegra. Y de cualquier empresario o jefecillo. Que tal y como están las cosas lo que falta en cualquier negocio es eso: cerebros, ideas, pensamiento. Hoy en día en la empresa privada hay un déficit de inteligencia y a los filósofos se los rifan. Así que, mire usted, no se lo tome a mal pero me da la impresión de que esa vacante de auxiliar administrativo de la que me habla me va un poco estrecha. Además, necesito mi tiempo para pensármelo. Ya le dije que en la vida no se pueden decidir las cosas a tontas y a locas.



martes, 23 de febrero de 2010

FaLsOs ReCuErDoS









CiTaS CrUzAdAs



"Escuché a Borges decir que recordaba que una tarde su padre le había dicho algo muy triste sobre la memoria: "Pensé que podría recordar mi niñez cuando por primera vez llegué a buenos Aires, pero ahora sé que no puedo, porque creo que si recuerdo algo, por ejemplo, si hoy recuerdo algo de esta mañana, obtengo una imagen de lo que vi esta mañana. Pero si esta noche recuerdo algo de esta mañana, lo que entonces recuerdo no es la primera imagen, sino la primera imagen de la memoria. Así que cada vez que recuerdo algo, no lo estoy recordando realmente, sino que estoy recordando la última vez que lo recordé, estoy recordando mi último recuerdo. Así que en realidad no tengo recuerdos ni imágenes sobre mi niñez, sobre mi juventud"

(Enrique Vila-Matas: París no se acaba nunca)



"Pues la memoria, en vez de un ejemplar duplicado, siempre presente ante nuestros ojos, de los diversos hechos de nuestra vida, es más bien un vacío del que de cuando en cuando una similitud actual nos permite sacar, resucitados, recuerdos muertos"

(Marcel Proust: En busca del tiempo perdido. La prisionera)


lunes, 22 de febrero de 2010

SuBe BaJa


Subimos


Y subimos


Y nos ves escalar


A ritmos discordantes:


El viejo lentamente y vencido,


Aferrado con fuerza a la baranda y con miedo


De caerse. La juventud malgastando de tres en tres tus peldaños,


Los días que le sobran, los amores, las ilusiones locas del futuro en el ático.


Peldaño


A peldaño


Cada día nos ves


Exhalar fatigados,


Remontar con esfuerzo tu recta


Anatomía de esquinas y de ángulos muertos.


Testigo muda, te burlas de nosotros pues aunque hagamos el amor


En el zaguán (y también pis), no se arruga tu piel como la nuestra ni triste sientes frío.


Tú permaneces siempre inmóvil, escalera, mientras nosotros subimos.


Tú eres esfinge y calendario cruel, mientras subimos.


Y asistes impasible a este espectáculo


Irónico mientras nosotros


Bajamos y


Bajamos.




domingo, 21 de febrero de 2010

sábado, 20 de febrero de 2010

SaN VaLeNtiN


Nunca llegué a hablarte de las tortugas ni de mis colecciones ni de Carolina. Antes de que lo abras me gustaría contártelo. Cada una de mis colecciones tiene una razón de ser, aunque desde fuera puedan parecer ridículas. A Carolina nunca le gustó una de ellas: mi colección de latas de sardinas. La había comenzado durante un viaje a Portugal que hicimos juntos. Íbamos de camping y nos alimentábamos de latas y de pan, o de bocadillos que nos hacíamos con lo que había en las latas. Era el final del verano. Y al abandonar Coimbra tuve la amarga certeza de que no volvería nunca a Portugal con Carolina. Entonces decidí no abrir nuestra última lata de sardinas, volver a España con ella en la mochila.


Meses más tarde tuve que explicarle a Carolina que había empezado a coleccionar latas de sardinas. Ya te las enseñaré: cilíndricas, ovaladas, rectangulares, las tengo de todas las formas y colores. En España apenas fabrican latas de sardinas historiadas ni hay tradición de adornarlas con motivos marineros ni de ninguna otra clase, como hacen en Portugal, en China o en Marruecos. Por eso le terminé explicando a Carolina que mis latas de sardinas eran meros souvenirs de aquellos países a los que había viajado: una especie de compendio de mi pasión aventurera.


Fue entonces que trajo a casa Carolina aquellas dos tortugas, en otro catorce de febrero: “Tengo una sorpresa este año: abre el paquete”. Eran dos tortugas de agua, pequeñas y torpes. Carolina había comprado también una isla de plástico con una palmera y un segmento de mar artificial en el que las tortugas podrían retozar y jugar a sentirse libres. Carolina me recordó mi personalidad meticulosa y detallista y me aseguró que yo sería feliz cuidando de las tortugas.


Debía darles de comer tres veces al día y cambiarles el agua cada dos. Comían vorazmente pequeñas gambitas deshidratadas que cagaban casi al instante: nunca vi digestiones tan breves. En cuanto yo me daba la vuelta el exiguo paraíso artificial en que nadaban las tortugas se llenaba de excrementos y Carolina me decía: “¿Pero no les has cambiado el agua?”.


Mi colección de latas de sardinas aumentaba a medida que crecían las tortugas. Yo le decía a Carolina: “¿Has visto ésta que me han traído de Chile? ¡Ojalá pudiéramos ir!”. Y ella replicaba: “No entiendo cómo no les has puesto nombre todavía”. Y yo: “¿Nombre a las latas?”. Y ella: “¡A las tortugas, animal!”.


Pero es que apenas podía diferenciar cuál era cuál. ¿De qué servía bautizarlas? Regordetas, viscosas, insaciables las dos, me era imposible distinguir una de otra. Mientras más comían, más engordaban y cagaban, lo que me había obligado a trasladarlas a una pecera de treinta litros de océano. Ahora cambiarles el agua no era tan sencillo. Había que cogerlas con la mano y trasladarlas temporalmente a la bañera: a veces me mordían, pues confundían mis dedos con palitos de cangrejo o trozos de beicon. Luego había que vaciar la pecera mediante baldes y un tubo de plástico por el que yo absorbía y apartaba mi boca antes de que me llegara el torrente de agua pútrida y caca de tortuga. Finalmente con un estropajo y detergente limpiaba las paredes enmohecidas de la pecera y volvía a llenarla con otros treinta litros de agua pura. Carolina me daba un casto beso en los labios al final de toda esta operación.


Pero yo seguía entusiasmado con mi colección de latas de sardinas y ella no me lo perdonó: Perú, Brasil, Suecia, Nigeria, Turquía, Filipinas… Así que un día al regresar de un fin de semana en casa de mis padres me encontré con que Carolina había regalado todas mis latas de sardinas a las monjas descalzas del convento de las Catalinas. En una nota me había dejado escrito: “No puedes irte y desentenderte de las tortugas, ya hablaremos”. Pero no hablamos. Yo tenía guardada aparte mi primera lata de sardinas, la de Coimbra. Las dos tortugas seguían vivas pero tenían hambre, mucha hambre. Decidí abrir la lata y darles una sardina. Llevaban dos días sin probar bocado. Dos sardinas. Daba gusto verlas engullirlo todo sin masticar. Tres sardinas. Mis tortugas eran insaciables. Cuatro, cinco, seis sardinas. Les di toda la lata y se lo comieron todo sin rechistar. Cuando volvió a casa Carolina no hablamos. Y las dos tortugas flotaban inertes hasta reventar en el agua podrida de escabeche y de deposiciones.


Carolina me dejó y yo no volví a tener tortugas pero sí una nueva colección de latas de sardinas, que tarde o temprano me gustaría enseñarte. Pero ahora que ya te lo he contado todo y que sabes de mis colecciones y de mis tortugas y de Carolina, me gustaría que lo abrieras por fin. Abre el paquete sin miedo, que no muerde; o quizás sí: tiene forma de tortuga ¿no? o acaso, también, de lata de sardinas.




miércoles, 17 de febrero de 2010

DoS bEsTiAs


"La oruga es una ola que avanza tierra adentro"

(El Cizaña)

"La oruga es una antorcha incinerando manecillas"

(Rbc)

"La oruga es un final y un principio"

(Gaby)

"La oruga es la mariposa acomplejada"

(Andriu)

"Aquello que para la oruga es el fin del mundo, para el resto se llama mariposa"

(from Wali)



"La inspiración es un (zo)penco que trae cola"

(Rbc)

"El equinopez es el colmo del caballito de mar"

(Andriu)



eJeRciCiO iNtErAcTiVo


Bueno, bueno, bueno...

El blog es una bestia más ¿lo sabían?

A veces coge impulso y avanza veloz como un guepardo.

Y otras veces se arrastra lento y lacónico como una oruga, o se detiene.

Eso ha ocurrido en las últimas semanas, con un bestiario homenaje a las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, que fui dosificando en entregas diarias, escaso alimento me temo para lectoras más voraces, lo cual me alegra.

Así que pongámonos de nuevo manos a la obra.

Y les toca a ustedes:

El ejercicio interactivo que les propongo es el de inventar una frase al estilo de las grueguerías de Ramón Gómez de la Serna para cualquiera de las dos fotos de este post (o para ambas).

A la primera bestia pueden llamarla "oruga" o lo que ustedes gusten (a un pañuelo lo llamé yo "handkerchief-lado")



A la segunda bestia también pueden bautizarla a su antojo.

Insisto: pueden optar por una, por otra, o por ambas.

En el próximo post publicaré las fotos con las greguerías que ustedes inventen y que vayan mandándome en los comentarios a dicho post.

A ser posible, las grueguerías deben ser enunciados breves, concisos.

¡Buena suerte!


martes, 16 de febrero de 2010

martes, 9 de febrero de 2010

bEsTiA ReWiNd


"La inmortalidad del cangrejo consiste en andar hacia atrás, rejuveneciéndose hacia el pasado"

(
Ramón Gómez de la Serna: Greguerías)


bEsTiA dEsCLaVaDa



"El cocodrilo es un zapato desclavado"


(Ramón Gómez de la Serna: Greguerías)


lunes, 8 de febrero de 2010

bEsTiA SiLvEsTrE



"El ciervo es el hijo del rayo y del árbol"


(Ramón Gómez de la Serna: Greguerías)


domingo, 7 de febrero de 2010

bEsTiA PeTriFiCaDa


"Los arcos del triunfo son elefantes petrificados"

(
Ramón Gómez de la Serna: Greguerías)



sábado, 6 de febrero de 2010

bEsTiA fiEL



"El ladrido es el eco de sí mismo"


(Ramón Gómez de la Serna: Greguerías)


viernes, 5 de febrero de 2010

bEsTiA VoLaDoRa


"La gaviota rema en su vuelo"

(Ramón Gómez de la Serna: Greguerías)


jueves, 4 de febrero de 2010

bEsTiA EsTiLiZaDa



"La jirafa es una grúa que come hierba"

(
Ramón Gómez de la Serna: Greguerías)


miércoles, 3 de febrero de 2010

bEsTiA pErEsOzA



"El gato mira la tertulia como si le diese sueño la conversación"

(Ramón Gómez de la Serna: Greguerías)



martes, 2 de febrero de 2010

bEsTiA MaRiNa


"El langostino huele todo a mar"


(
Ramón Gómez de la Serna: Greguerías)



lunes, 1 de febrero de 2010

HaNdKeRcHieF - LaDo


El Handkerchief-lado es cuadrado pero imprevisible en su comportamiento. Se alimenta de lágrimas, mocos, sudor, motas de polvo, y también de sangre. Es del color de los ojos de Carolina y por las noches se pliega dócilmente sobre sí mismo y permanece en el cajón de las bufandas, los echarpes y las pañoletas, junto a los suyos. Entonces sufre alucinaciones y sueña locamente que su piel ingrávida está recubierta –como por escamas- de fulgurantes y coquetas lentejuelas. Pero su solo atractivo es un bordado sobrio que lo circunscribe por sus cuatro lados como una frontera.


Y sin embargo algunas veces sale a hurtadillas a la calle impregnando el aire con colonia de fulana.


El Handkerchief-lado puede pasar toda su vida sin comer ni beber. Y sin embargo cuando bebe retiene para sí –como un dromedario- todo el líquido que ingiere: lluvia, el café de la mañana y hasta el vaho que empaña la lente de unas gafas antes de una película. Hoy por la mañana se ha hartado de semen.


Dicen que es cuando el gato se va que bailan los ratones. Y al volver a casa anticipadamente y examinar el verde descorrido del Handkerchief-lado en el cesto de la ropa sucia no he podido evitar imaginármelo como un pequeño ratoncito travieso que corretea y huye sigiloso por la casa, tan inquietante y tan cuadrado y tan impredecible no obstante en su comportamiento. Porque con el Handkerchief-lado uno no sabe nunca a qué atenerse. Tan pronto se enrolla sobre sí mismo cual esterilla como se despliega y se expande como la cola de un pavo real o se agita y contonea graciosamente en el aire.


Hace unas horas sin ir más lejos se ha introducido abruptamente en la boca de su dueña, Carolina, y con sus cuatro esquinas y su alocado sueño de lentejuelas ha desalojado de allí todo su aliento. Hasta que ella por fin ha dejado de moverse.