sábado, 22 de noviembre de 2008

PaRa UsTeDeS...


...que pueden, pese a encontrarme yo a partir de mañana ausente del blog, de ruta por San Francisco, seguir chateando y manteniendo esta amena cybertertulia.


miércoles, 19 de noviembre de 2008

PoLi CaBrÓn


Después de sopesar pros y contras y de proyectar en la imaginación fines de semana alternativos decidí mandar la garganta al carajo e irme a Dallas. Llené el depósito del coche y tomé la 69, para enlazar con la 20, que desemboca en la 80, en la que la cosa se complica y se mezclan la 30, con la 35, con la 45, con la 75, con la 110...

Llevaba una temporadita de gargantitis, aunque leve, mezclado con catarro.

Lo que ganaba en cinco días a base de tapacuellos, tonsiotrenes y manzanas, lo echaba por la borda de repente en una fiesta de disfraces.

Mi tratamiento era mínimo, poco más del preventivo:

"An apple a day keeps doctor away"

En las últimas dos semanas, no obstante, volví a las andadas:

Volví a las curas de silencio y a apagar el móvil por las tardes.

Volví a llevar en la maleta 2 o 3 pares de calcetines de respuesto.

Volví a comer cosas raras de forma compulsiva: fruta biológica, miel, ajo, genjibre.

En fin, quienes me conocen bien ya saben de lo que hablo.

El caso es que después de una semana de pequeños avances y progresos me levanté el sábado con la sensación de estar ganándole el pulso a la garganta.

Sin flemas, sin dolor y con la voz casi clara y nítida.

Así que me dije:

¡Qué coño! ¡Vámonos pa Dallas!

Allí me esperaban Laura y Julio, que habían subido desde Austin y me habían llamado la noche anterior.

También estaba Josemi, por supuesto, y el resto de profes españoles en Dallas.

Allí estaba la cerveza, el frío, la noche y la vida social.

Es decir, la tentación: los aliados del mal, el ardid con el que había previsto resucitar mi síndrome, mi perdición.

¡Al carajo la garganta! -me dije.

¡Me voy pa Dallas!


¡Qué gozada!

Carreteras anchas y cómodas; música country; un paisaje de granjas y longhorns a los lados de la vía; poco tráfico y dos horas de trayecto para descansar de otros quehaceres, relajarme y disfrutar del placer de la conducción.

Eso iba pensando hasta que, de pronto, desde un arcén de la autopista, camuflada entre arbustos, sale una patrulla de policía que estaba allí apostada, acelera, pone las luces y...

...empieza a perseguirme.

Miro el cuentakilómetros: marca 80.

Mierda: el límite de velocidad en Texas es 70; me lo chivó Pepe hace unos meses al sacarme la driving license.

Esa patrulla va a por mí.

Por un instante, que duró un nanosegundo, pensé si mandar todo lo demás también al carajo: el curro, los días entre semana sin ver el sol sino a través de mi aula, la idiosincracia yanqui...

Sólo hacía falta hacer una cosa: seguir apretando el acelerador.

Peró fue eso, apenas un nanosegundo.

Reduje la marcha y puse el intermitente a la derecha.

El coche de policía se paró a unos 50 metros del mío.

Al rato, salió de la patrullera el mismo poli americano cabrón de las películas, con su sombrero y sus gafas de sol.

Se apostó en la ventanilla del copiloto, a una distancia prudencial del conductor, quien podía perfectamente aprovechar esta ocasión para sacar su revólver y freirlo a balazos.

Me dijo no sé qué en texano.

Me lo volvió a repetir.

Y entonces sí que le saqué el seguro del coche y mi driving license.



Volvió al coche y estuvo un rato allí.

Desde el mío podía oír cómo se comunicaba por radio con alguien.

Tras comprobar que no era de A-L-K-A-E-D-A regresó con la multa para que la firmara.

Estaba conduciendo a 15 millas por hora por encima del límite de velocidad establecido en esa carretera (la 80).

Me hizo un círculo alrededor del juzgado en el que debía presentarme antes del 28 de noviembre a las 10:00 de la mañana.

Le pregunté que qué implicaba eso.

Me dijo que probablemente tendría que pagar una multa y que si no lo hacía podía ir to jail.

Los americanos, en su línea: metiendo miedo hasta para ir al baño.



El poli se fue, sin cachearme, sin registrar el coche, sin darme una paliza.

Yo me quedé allí un rato, viendo aproximarse al resto de vehículos a toda pastilla por el retrovisor, oyendo su zumbido de vólido.

Lamenté los 200 dólares de la multa.

Lamenté no haberle sacado una foto al poli.

Lamenté haber perdido 20 minutos y no poder llegar a tiempo a Fort Worth con Josemi y compañía, que querían ver el desfile de longhorns a las 4 de la tarde.

Pero en seguida me recuperé y le di, como de costumbre, la vuelta a la tortilla.

El poli cabrón acababa de salvar una vida, o varias, la mía, u otras.

No sé cuándo:

Quizás ese mismo fin de semana.

Quizás mañana mismo, cuando al ir al curro desista y no me empeñe en pillar en verde también el segundo semáforo del Loop 323.

Quizás más adelante, quién sabe.

Nunca podré saberlo: el poli cabrón cambió el futuro.

Me introdujo en un curso temporal alternativo, en el que se paga más pero se muere más tarde.

Gracias poli cabrón:

¡200 dólares!

Son las vidas más baratas que hubiera podido comprar.



El lunes les conté la historia a mis gansitos.

Para el policía, me ahorré cualquier clase de epítetos.


lunes, 17 de noviembre de 2008

sábado, 15 de noviembre de 2008

sCaRy MoViE


No era todavía la noche de Halloween sino casi la de un sábado cualquiera.

Nos invitaron a una fiesta de disfraces, en Tyler.

No lo pensamos dos veces: entramos al Wall-Mart, pillamos unos disfraces, buscamos la dirección en el mapa y nos presentamos allí ataviados para la ocasión.

Mi garganta intuía que vendría luego una mala temporada: días, semanas de irritación, o penitencia, de flemas y dolor al tragar, de castigo divino, de ahorrar palabras y saliva con los gansitos, de encierro y curas de silencio.

Quizás por eso llegué a la fiesta con ganas de desfasarme un poco y redimirme por adelantado del sufrimiento venidero.



Sobre todo cuando a uno le han dado la bendición apostólica.



Fiesta con mitad españoles y mitad de americanos.

Gran casona, american size.

En este país sólo son pequeñas las aceras y los rones-cola.

Buen ambiente, palique distendido, música bailable, garimbas y sangría.



La careta de plástico hedía a pintura y aguanté poco con ella.



Sólo me la ponía a ratos, para ligar.

La dueña de la casa repartió premios a los mejores disfraces y a mí me tocó uno por llevar el disfraz más "scary".



A ella y su pareja les dieron el galardón al más original.

Ella está disfrada de Beth y veo en la red que también se compraron el disfraz ya hecho.



Beth es la mujer de Dog, el prota de un reality norteamericano en el que un grupo de matones dan caza a fugitivos y perseguidos por la justicia, repartiendo muchas hostias y una moralina redentora final bastante ñoña.

Una pregunta crucial que no les hice era la de si su disfraz era una reivindicación irónica o sincera de estos héroes penitenciarios.



Odón es un profe cordobés veterano, que lleva ya con su mujer 7 años en Tyler.

Se marcaron los dos unas sevillanas de aúpa.



¡Y olé, Ibarra olé, olé, Ibarra olé, olé, olé, olé, olé, olé!



Pepe y Raquel nos deleitaron con su saturday night fever dance.

Son los parientes de Obama a los que hice mención en un post anterior.



El lunes me mandó Odón al correo del cole esta foto que me sacó a hurtadillas, bien entrada la noche, cuando sólo quedábamos los más calaveras.

Juro que no había nadie acuclillado en mi entrepierna.

Sólo recuerdo la mano tendida de alguien:

-Are you leaving? -pregunté.

-No yo, nos vamos todos, esto se acaba, están chapando.

-Joder -
rumié para mis adentros- es que si no ponen la de Sinatra de New York New York nadie se entera.

Pero de hecho la música había terminado hacía un buen rato, todas las luces estaban encendidas y alrededor mío apenas quedaba nadie y el comedor estaba todo recogido, casi listo para tomar el té de las 5 del día siguiente.

Así que nos fuimos, ávidos de juerga.

Pero eran ya las 3 de la mañana: el último bar de Tyler llevaba ya dos horas cerradas.

Volvimos a Dovetree Appartments Pepe, Raquel y yo, resignados.

De repente, al pasar por delante del gimnasio, vimos la luz encendida y un tipo dentro corriendo en la cinta.

Y pensé: a surrealista no me gana nadie.



Lo planificamos todo:

Debíamos entrar de uno en uno, como si no nos conociéramos de nada, con un intervalo de tres minutos entre cada uno de nosotros.

Debíamos fingir naturalidad y no reirnos por nada del mundo.

Pepe entró el primero y se puso a subir escalones en la máquina del fondo.

Yo entré luego, con la careta puesta, y me puse a hacer pesas.

El tipo debió quedarse a cuadros pero no mostró sorpresa ni miedo ni un amago si quiera de estarse descojonando por dentro.

Al revés, naturalidad: me vio luchando con la máquina para intentar cambiarle el peso y me ayudó señalándome la palanca adecuada.

En Texas son amables hasta con los monstruos.



Finalmente entró Raquel, que se sentó en uno de los aparatos y se puso a observarnos a los tres.

El vecino cachas corría cada vez más rápido y no apartaba la mirada del horizonte de espejos cruzados del gym.

Yo por dentro me estaba meando de risa, pero la careta me servía de refugio.

Ninguno de los tres se descojonó.

Bueno, ninguno de los cuatro: el musculitos parecía que se iba a salir de la cinta pero no esbozó ni una sonrisa.

Creo que habría visto muchas pelis de Tarantino y estaría un poco acojonado.

Raquel tenía pinta de ser la jefa:

Chiquitita y sádica.

Pepe el tipo gracioso, al que le gusta cortar dedos, disecarlos y hacerse llaveros con ellos.

Yo era el monstruo, la cosa, un ser totalmente chalado, capaz de todo, repudiado desde su infancia por la sociedad, odiado al tiempo que temido, que había encontrado el calor del hogar en este trío macabro y sanguinario para el que la matanza y el crimen se habían convertido no sólo en una diversión sino en una forma de vida.

Al final, según lo pactado, nos fuimos del gym uno a uno, sin asesinar a nadie.

Caminamos por separado hasta el coche y una vez dentro me quité la careta y nos empezamos a reír hasta sentir dolor en las abdominales.

Al dia siguiente tenía agujetas allí.

Y no fue por los cinco minutos de pesas.


miércoles, 12 de noviembre de 2008

sábado, 8 de noviembre de 2008

bUrBuJa aMeRiCaNa


Del primer debate McCain-Obama me enteré de casualidad, caminando por Fort Worth, uno de esos fines de semana en los que cogimos carretera y manta y nos escapamos de Tyler.

Vimos la portada de periódico y Pepe comentó:

-Estuve hablando con mis padres y me preguntaron que si había visto el debate.

Fue entonces cuando empecé a mosquearme un poco y a pensar en lo de la burbuja.

Los padres de Pepe habían visto el debate, o resúmenes del debate, o los habían leído en algún periódico.

Mis padres, no me cabe duda -pensé- también lo habrán hecho.

No sé, será que esta tarde no me siento del todo en forma, pero mi resumen de aquella primera visita a Fort Worth que hago ahora es la siguiente:

"Nos fuimos a Fort Worth a gastar gasolina y hartarnos de costillas a la barbacoa".

Bueno, exagero y seguramente soy injusto con ese fin de semana.

A veces me gusta autoflagelarme un poco.



El caso es que, dejando aparte ciertas curiosidades, como camisetas, gorras, pegatinas y toda esa clase de parafernalia, creo que no he estado tan ajeno a la campaña electoral como ahora que vivo aquí en los Estados Unidos de América.

"Obviamente" -como diría Zerolo- eso se debe en buena medida a circunstancias personales, que se me antoja ahora resumir, escolarmente, en forma de factores:

a) Los profesores españoles vistantes en USA somos una especie sometida a un régimen de semiexplotación laboral y burocrática, a la que le queda poco tiempo libre para interesarse o participar en actividades de carácter político que sólo muy indirectamente afecten a su trabajo.

b) Mi nivel de inglés hace que lo poco que haya oído en la radio o en la TV sobre la marcha de la campaña se haya quedado en una idea general y algo difuminada sobre la materia.

c) La política no es uno de esos temas que suelen animar las conversaciones entre americanos.

d) En el estado de Texas lo dicho en el punto anterior cobra aún mayor énfasis si cabe.

Así pues, me temo que me encuentro atrapado, dentro de una burbuja doble.

Una burbuja personal:

Ayer estuve a punto de comprarme unas nike.

Y una burbuja social, más amplia y habitada, llena de dioses, sonrisas, horas de trabajo y calorías:

La burbuja americana.



Aquí en Tyler, por otra parte, no hay apenas debate político.

Todos -me temo- votan a McCain.



O quizás no.

Quizás es sólo una impresión mía, fruto de algunas experiencias fragmentarias y poco representativas.

El otro día fuimos a una fiesta de disfraces, en donde había españoles y americanos.

Había alcohol, baile y hasta homosexuales.

Vamos, que para tratarse de Tyler, la fiesta se salía un poquito del canon.

La dueña de la casa y anfitriona debía de estar cerca de los sesenta, pero bailaba como la que más y tenía una marcha y energía encomiables. Llegado un punto de la noche cesó la música y convocados en el salón empezó a repartir regalos a los disfraces que más le habían gustado. Raquel y Pepe llevaban un atuendo floriado años 60 con unas pelucas negras rizadas a lo Jackson Five, así que recibieron algún tipo de premio: a los más cachondos o más divertidos o no recuerdo qué. El caso es que la anfitriona los bautizó allí, sobre la marcha, como the Obama´s relatives (parientes de Obama), por lo de la peluca, y al darles el regalo en público hizo la broma siguiente:

-Así y todo, voy a concederles este premio, pese a ser parientes de Obama.

Es decir, que incluso aquella gente -pensé allí- pensaba votar republicano, o al menos simpatizaba y mostraba cierta complicdad con los comentarios anti-Obama.



Pero volviendo a lo de la burbuja, nunca pude imaginar que las imaginarias promesas anticipatorias de vivir y ser testigo en vivo de una campaña electoral intensa, apasionante y en apariencia crucial para USA y el resto del mundo... se verían tan defraudadas.

El curso pasado (pues los profesores -como los niños- medimos el paso del tiempo con la magnitud "curso"), en Lanzarote, almorzaba un día sí y otro también en el bar Andalucía. Allí me cocinaba Chari comidita sana y sabrosa y me servía Claudia la mesa estupendamente. Si no comía con mi prima lo hacía leyendo EL PAÍS, propiedad del bar.

Joder, recuerdo que casi cada día había una noticia, reportaje o artículo de opinión sobre Obama (o, dada la fecha, Clinton).

Vamos, que estaba puestísimo acerca de lo que pasaba aquí.

Hablaba de ello con mi prima y le decía:

-Qué ganas tengo de estar allí y vivir in situ estas elecciones.

Tenía la impresión de no conocer bien al candidato demócrata, de no saber qué había detrás de esa figura mediática con tanto gancho, que estaba consiguiendo erigirse en el símbolo de las minorías discriminadas, en el símbolo del cambio, en el símbolo del progreso y la salida del bache en el que parecía haber encallado el pueblo americano.

Esa misma impresión tengo hoy, acaso acrecentada.

Tenía la esperanza de acceder a un lugar privilegiado de acceso a la información y el conocimiento sobre la materia en cuestión y recelaba del testimonio de segunda -o tercera- mano de los periodistas y reporteros de EL PAÍS.

El pasado domingo compré el periódico por primera vez desde que llegué a USA.

Sí, toda una burbuja: también empecé a leer el primer libro de ficción desde que estoy aquí.

Faltaban sólo dos días para las elecciones y me enteré leyendo el periódico -bueno, exagero un poco- que la cosa estaba cantada:

Obama tenía todas las de ganar y el "yes, we can" tenía visos de convertirse en el "yes, we did".



Hoy he vuelto al Wal-Mart (alma y centro neurálgico de la burbuja), donde el lunes me gradué la vista y me compré unas lentillas y unas gafas nuevas.

Entré a la consulta del oftalmólogo y le dije:

-Congratulations!

-Why that?

-Because of Obama´s victory.

El lunes me había sorprendido cómo el hombre tenía toda la consulta empapelada de anuncios a favor de Obama, incluida su bata, en la que llevaba pegada una chapa de obamaníaco.

Me divertí extrapolándolo a España: mi oculista con una chapa de Rajoy o de Zapatero o, peor aún, de Paulino Rivero.

Me pregunto qué habrá detrás de esta filiación política tan explícita:

La raza, quizás. El buen hombre es negro y sin duda alguna Obama ha sabido sacar provecho de su ambigua negritud.

Es todo un símbolo el que un negro se haya podido convertir en presidente de los Estados Unidos. Y es una circunstancia que celebro.

Pero su negritud no le hace acreedor de ningún valor o aptitud adicional como político o, para el caso, presidente.

También es negra Condolezza Rice.

¿Será acaso su estrategia económica lo que habrá seducido a los americanos?

No lo creo.

Obama sólo tiene a su favor en este punto el pertenecer al partido demócrata, ajeno en principio al desaguisado de la crisis financiera en marcha, ante la cual sólo parece razonable pedir responsabilidades -en todo caso- a la administración Bush.

Y es que el mensaje de McCain de que los planes económicos de Obama son irreales y de que va a subir los impuestos de forma desorbitada ha tenido, me parece, cierto calado en la opinión pública.

Una oyente de una emisora de Tyler decía el otro día en antena que tenía mucho miedo de Obama porque su modelo era el del socialismo y, ya se sabe, apelar al socialismo en USA es como mentar al maligno en persona.

Claro que a las emisoras de radio de Tyler hay que echarles de comer aparte.

Quizás por eso he tenido la impresión, probablemente falsa, de que uno de los temas centrales de la campaña ha sido la postura de ambos candidatos frente al aborto.

¡Es tanto lo que han estado cacareando al respecto desde la onda los curas, prelados y pastores durante los últimos meses!

Pero no, me resisto a pensar que un tema como el del aborto pueda decidir unas elecciones.

La raza, la economía, el aborto... ¿qué hay de la guerra?

A este respecto, supongo que se puede decir que donde más adeptos ha ganado Obama ha sido fuera de su país, en Europa y resto del mundo.

Aquí en casa, tiene que andar con pies de plomo si de lo que se trata es de Afganistán e Irak, Al-Qaeda o el militarismo en general.

Aquí en casa, el veterano de guerra McCain ya se ha arrallao un millo tan sólo por serlo.

Anoche en la tele veía un reportaje hablando de cómo ciertas armerías habían visto aumentar vertiginosamente la venta de armas tras la victoria de Obama. Se entrevistaba a algunos clientes, auténticos chalados que parecían sacados de un documental de Michael Moore, pontificando y profetizando que Obama estaba dispuesto a prohibir la venta y tenencia de armas, razón por la cual había que montar un fortín en casa antes de que eso ocurriera.

Al parecer, Obama había hecho unas declaraciones en la radio hace casi un año en las que mostraba poca simpatía hacia el acceso libre a las armas del pueblo estadounidense. Algo después, en mayo, había tranquilizado a la ANR con unas contradeclaraciones...

A lo que voy: que estar en contra de la guerra de Irak no resulta necesariamente popular aquí en Estados Unidos.

De hecho, Obama no está en absoluto en contra de la guerra contra el terrorismo; si acaso sólo en contra de la guerra de Bush en Irak.

¿Qué hay, pues, detrás de esa marea, de esa moda, de esa obamanía que parece haber conquistado al mundo e incluso al pueblo americano?

Anoche vi por fin el discurso de Obama en Chicago tras su victoria en las urnas.

¡Qué poder de seducción!

¡Qué elocuencia!

¡Qué saber estar!

¡Qué dominio de la retórica!

¡Qué arte para penetrar el alma americana y conmoverla!

¡Qué americanada!

Obama podía convencer a la izquierda y el centro europeos -pensé- y al resto del mundo con ciertas posturas anti-bush y con una cierta promesa de izquierdización o europeización de la política norteamericana.

Pero para convencer al pueblo americano hacía falta algo más que eso.

O algo muy diferente a eso.

De hecho, creo que Obama y McCain han jugado a lo mismo.

A ofrecer una imagen:

Y aquí el chico negro se ha impuesto al veterano de guerra.

A ofrecer un relato:

Un negro presidente es la confirmación del sueño americano.

A explotarlo y desarrollarlo en forma de epopeya:

Yes, we can!

A apelar al patriotismo del pueblo americano y su destino y esencia:

Desde el segregacionismo hasta Pearl Harvor, desde el sufragio universal hasta las crisis económicas; logros y derrotas, obstáculos y propósitos, lucha y esperanza, todo eso ha conseguido aunar Obama (o sus directores de campaña) al apelar al "Yes, we can".

Es perfecto: eso en publicidad se llama "transferencia". Del mismo modo que los valores e imagenes de paz familiar, calor del hogar y cálido amor del anuncio se traducen en -y transfieren a- un sobre de sopa Maggie, los retos y logros del pueblo americano durante el siglo XX han quedado resumidos en la marca Yes, we can, cuyo último episodio no es sino la elección de Barack Obama presidente.

Han jugado al juego del personalismo político:

Desde abuelas hasta hijas pasando por esposas de los candidatos.

Y por encima de todo, han apelado a Dios, último símbolo o sentimiento, segunda patria del pueblo americano:

Qué pedestre y circunspecto me suena ahora el "Españoles, gracias y buena suerte" de Zapatero al compararlo con la solemne y altisonante despedida de Obama: "Thanks you, God bless you and make God bless the United States of America"

En la burbuja americana todos tienen muy claro cuál es el pueblo elegido.

En la burbuja americana grande es América y el mundo no tanto.

En la burbuja americana todo es posible.

Obama lo ha dicho:

"We will change the world!"




lunes, 3 de noviembre de 2008

PaRa aLbATrOs...


...que no sabe lo que es un grafitti de verdad ni que su ex profe es un ninja bloguero que lo va fotografiando todo"

sábado, 1 de noviembre de 2008

Mi CoLeGiO


A las cosas se les coge cariño.

Y los colegios son cosas.

En USA se trabaja muchísimo. No sé si la cosa tiene que ver, de nuevo, con la religión, como explicó en su momento Max Weber. Lo cierto es que también en mi escuela las maestras -que son mayoría- y maestros curramos un huevo.

Hacemos muchas horas "extras" en la escuela.

Y ya se sabe, el roce hace el cariño.

Y el cariño -unido a cierto sentimentalismo típicamente americano- inspiró a alguien a escribir esta canción, cuya letra está colgada en una de las paredes de la biblioteca del cole.



Mi colegio es algo cutre, algo pobretón, desde el punto de vista material.

Sus alumnos son de una extración socioeconómica baja. No hay apenas blanquitos, un 7% tan solo. El resto son hispanos y morenitos. La ciudad de Tyler, como tantas otras, está segregada racialmente. En el norte residen los negros y gran parte de los hispanos. En el sur los blancos. Los colegios de Tyler son, por tanto, el resultado de esta segregación geográfica.

En los últimos años han construido coles nuevos, tanto en el norte como en el sur de la ciudad: impecables, limpios y luminosos.

Nuestro cole es muy viejo y la necesaria ampliación del mismo durante los últimos años ha consistido en construir más aulas portátiles como éstas, más portables (cuya pronunciación es "porabols").

La semana que viene se elige presidente de los Estados Unidos de América.

Pero también hay una especie de referendum a los ciudadanos de Tyler: se les preguntará si están a favor de una subida de impuestos para costear la construcción de nuevos colegios.

Nuestro cole está entre los 7 candidatos a ser beneficiarios de ello.

Es decir, puede ser que durante este curso escolar nos mudemos a un flamante y lustroso edificio, recién construido.

Me asombra la velocidad con la que estos protestantes son capaces de construir un colegio.



Aunque pobretón en lo material, en cuanto a lo humano estoy bastante satisfecho.

El equipo directivo es muy currante y muy profesional.

Cuando me voy por las tardes a horas intempestivas y paso por la office a garabatear la hoja de firmas, siempre le digo a la directora:

-Don´t work too much, it´s too late!

Ella casi siempre me responde:

-I´m just leaving, I´m leaving...

Pero sigue pegada al ordenador o al teléfono, quién sabe cuánto tiempo más.

Aparte de eso, todavía no he sido víctima de la suerte de fiscalización cercana al acoso que sufren muchos profesores en otras escuelas por parte de sus directores.

En las escuelas de USA es habitual que los directores y jefes de estudio entren en las aulas de los profesores para evaluar el proceso de enseñanza aprendizaje.

A veces entran y salen y apenas están allí un minuto, el tiempo suficiente para comprobar que el profesor está impartiendo la materia que reza su horario o para asegurarse de que el está colgado en la pared el social contract que el profesor firma con sus alumnos a principio de curso.

Otras veces la visita o walk trought dura más tiempo y la evaluación es más exhaustiva.

Una vez ralizada, el director o directora envía al profesor dicha evaluación por correo electrónico.

A mí esta práctica docente me parece etupenda.

¡Ojalá ocurriese lo mismo en las aulas españolas!

Con ello se evitaría el que ciertos profesores incumplieran sistemáticamente con los mínimos criterios de calidad en perjuicio de los alumnos.

Y se evitaría el que los equipos directivos estuviesen a veces en la inopia en relación a lo que de verdad importa en un centro educativo, a saber: aquello que se produce -o no se produce- en el interior de las aulas, a través de la relación entre el alumnado y sus profesores.

Hablo del aprendizaje, o la educación, de aquéllos.

Pues bien, en otros colegios de Tyler, a los que han sido destinados otros profes visitantes españoles, los cargos directivos abusan histéricamente de este mecanismo de sana supervisión que son los paseos o visitas a las aulas.

Abusar es para mí entrar dos o tres veces al día, o pretender que los niños estén inmóviles y mudos cuando entre alguien, o corregir al profesor en cuestiones marginales.

Abusar es para mí el que haya compañeros que estén trabajando en tensión y bajo presión debido a los paseos de sus superiores.

Abusar es para mí el que algunos de estos compañeros tengan que recurrir a estratagemas como las de pactar una contraseña con los niños que, al ser pronunciada, haga a los niños cuasi-petrificarse y adoptar una actitud modélica.

El profesor quiere que el director vea un clima perfecto de aprendizaje y el director quiere que los que vienen de vez en cuando del distritro también lo vean.

Cuando se llega a estos extremos y todo se hace en vistas a la imagen, a la exhibición del producto, quienes salen perdiendo son los niños.

Pero que nadie se alarme: esto es sólo la deformación o degeneración en la que puede llegar a desembocar una práctica educativa que considero intachable.



Por otra parte, aunque hay a quien le pueda resultar algo falso y fingido el entusiasmo, la jovialidad y la propensión a la emotividad de los americanos en su trato social, a mí me resulta divertido y además lo valoro.

¿A quién no le gusta que un día cualquiera, tal que ayer, le dejen a uno un clavel rojo y una bolsa de golosinas en el casillero?

Ayer fue Halloween, vale, pero da igual.

Siempre hay una efeméride, una excusa para que nuestra councellor (una figura que equivaldría en España a una mezcla de psicóloga y vicedirectora) nos deje a los profesores un pequeño detalle, la mayor de las veces comestible y altamente energético, para agradecernos el trabajo que estamos haciendo o para felicitarnos por cualquier circunstancia de la que no éramos conscientes.

Yo vengo de una isla, Tenerife, en la que los taxistas casi te escupen cuando entras como cliente en su coche y en la que en muchos bares el camarero te recibe y coge la comanda con cierto desprecio, como si estuviera haciéndote un favor.

¿Cómo no iba a valorar estas cursilerías?



Quizás por eso lo de las banderas no me lo tomo muy en serio, es decir: no me revuelve las entrañas.

Hay que entenderlo, joder: yo vengo de un país en el que la bandera produce cierta alergia.

Cuando me vine, Zapatero todavía andaba intentando convencer a su izquierda de que nuestra bandera no era tan mala al fin y al cabo y que había que aprender a quererla un poquito e incluso a mostrarla sin complejos de ningún tipo.

El caso de la izquierda española es también un poco patológico en cuanto a la bandera, pero por defecto.

La última Eurocopa ha puesto las cosas un poco en su sitio.

A saber: que elegir un símbolo común y compartido por todos los españoles es una ficción que puede llevar aparejada sentimientos y emociones colectivas positivas y que celebrarlas en torno a ese paño no debería avergonzarnos.



Aún así, el caso de la omnipresente no deja por ello de ser patológico, por exceso.

Incluso, creo, para otro tipo de miradas: no españolas o españolas de derecha.



Al final uno está a lo que está: currando, en el ajo.

Y se olvida de las banderas.



Llevo tres años con una seria adicción a los post-it amarillos.

Y la cosa, parece, tiene visos de continuar.



Entre tanto trabajo a veces hago una breve incursión a mi correo de hotmail y allí compruebo si alguien querido me ha dejado un nuevo comentario en el blog o me ha enviado un mail.

No he probado a abrir mi blog desde el cole, por eso de no dejar rastros.



Los pasillos son como los de cualquier cole de Primaria: cambiantes, fluctuantes, siempre al albur de los nuevos trabajos y creaciones de los peques.



Ayer colgamos, a la carrera, estas pumkins de Halloween...



...mientras que las de la clase de Mrs. Muñoz llevan ya semanas colgadas.

Detesto la anticipación y planificación en el calendario.

Prefiero la improvisación y por eso desespero a cualquiera que quiera preparar conmigo un viaje.



Por estos pasillos también marchan los alumnos de mi escuela, con milimétrico paso.

Aunque cada día que pasa la disciplina en las filas se relaja.

Mi fila empezó relajada, casi desde el primer día.

A veces me desespero, a veces me resigno, a veces digo:

-Qué coño, que anden como les dé la gana, pobres criaturas...

Pero entonces pasa una de las jefas de estudio y le echa un broncazo al bailarín de turno, mientras me mira como artífice y responsable último de tanta indisciplina.

Vale, lo reconozco, no es relax total lo que se respira en mis escuela...



En realidad, si digo que la escuela es cutre y vieja y pobre ello es sólo o sobre todo porque los profes veteranos de aquí así lo dicen.

Bueno, y también porque esta semana pude visitar otra escuela de Tyler, más reciente.

Pero si tengo que ser sincero creo que no está tan mal.

Y bueno, al lado del IES Blas Cabrera Felipe, mi último instituto, es un centro de lujo.



La cafetería o comedor, en donde almuerzan los alumnos, tiene los colores de otra bandera: la canaria.

Cuando entro me reprimo y aguanto las ganas de entonar una folía o un sorondongo.



En la biblioteca también hay un cartel que dice:

Parents are important.



Desde la escuela se intenta atraer a los padres con diversas actividades y programas.

Sospecho que con más o menos el mismo éxito que en España.



Mi colegio es bilingüe.

Toda la información oficial está en ambos idiomas, inglés y español.

En cada nivel hay una o dos clases en las que se imparte enseñanza bilingüe. Ya hablaré más adelante acerca de cómo están concebidos estos programas bilingües.

Hace poco creamos un Club de Español, Mrs. Chavez y yo, para enseñar español a los profes del cole que pudieran estar interesados.

Ella es la Instructional facilitator (una figura que equivaldría en España a una mezla de orientadora y jefe de estudios) y es una organizadora nata.

En la primera reunión, informativa, había ya 16 profesores interesados en aprender español: todo un éxito.

Ya hablaré del desarrollo de este Club más adelante, cuando haya algo sustancial que comentar.

Por ahora, me ilusiona más de lo que pensé en un primer momento.

Y me ha suscitado una idea o pálpito, revelador o inquietante, según se mire:

Quizás lo mío no es la docencia, sino la organización de personas en torno a una serie de actividades de carácter cultural...



Alguien dejó este graffitti en una puerta del cole: una profesora que estuvo por aquí hace tres años.

No puedo asegurar si yo también dejaré en las paredes del cole un tatuaje similar.

Ni cuándo.

Repito lo dicho en otro post:

"Imaginar futuros alternativos produce vértigo"