viernes, 29 de enero de 2010

jueves, 28 de enero de 2010

jueves, 21 de enero de 2010

DiVeRtiMeNtO LiTeRaRiO


Me voy a Barcelona en unas horas: vuelvo el lunes.

Les dejo un pequeño divertimento literario para quienes quieran entretenerse mientras tanto.

En la última clase del máster el profesor Eloy Tizón nos repartió 93 comienzos memorables de novelas y nos pidió que eligiésemos uno de ellos y que continuáramos la historia a nuestro gusto pero tratando de adoptar el mismo tono que esa primera frase...

Casi al mismo tiempo X desde Tyler me pedía exactamente que hiciese lo mismo a partir de la siguiente frase:

"Cómo olvidar esos sábados de primavera cuando, al atardecer, el olor de esos primeros calores se cuela por los abiertos balcones y ventanas..."

Todo el mundo tiene en algún momento u otro las ventanas abiertas a la nostalgia.

Así que a quien le apetezca asomarse durante este fin de semana por esas ventanas puede participar en este ejercicio literario, en este divertimento.

La única norma es la de empezar el texto con el comienzo de X.

En cuanto a la extensión, es libre, pero si el texto es muy largo Blogger no les dejará publicarlo en un sólo comentario. No hay problema: cortar y pegar desde un documento de word y asunto resuelto.



Yo como me voy de viaje me he apresurado a dejar lista la tarea.

Y en homenaje a X va esta vuelta allí, al lejano west:

Cómo olvidar esos sábados de primavera cuando, al atardecer, el olor de esos primeros calores se cuela por los abiertos balcones y ventanas, como anticipos o implacables centinelas del inminente fuego del verano texano. Pese a Madrid y al frío, que han convertido aquellos meses pistoleros y agringados en un país remoto, imaginario o soñado, todavía vuelven a mí ciertas imágenes y sensaciones de aquel far west, tan peculiar, tan suyo, tan simple y tan difícil de entender.


Era el calor precisamente –prematuro aún en primavera- el que me reconciliaba con el misterio de la naturaleza indómita y exuberante, y dilataba y abría como poros los balcones y ventanas de uno mismo: a la gran llanura, al espacio sin fin, a la selva en miniatura en Faulkner Park, a los bichos y alimañas, al aroma paradójico de la rosa tyleriana en un país que ha abolido los olores, a las tardes gigantes bajo un sol que se oculta y se desangra más al oeste todavía.


Estuviste allí. Cómo olvidarlo. Cruzaste a pie Broadway Avenue. Compraste Golden Graham en el Brookshire. Tu GMC Envoy te dio una y mil vueltas por el Loop 323. Comiste ribs en el Texas Roadhouse, hamburguesas en el Frydays y catfish en Red Lobster. Bebiste margaritas en On the Borders con la gozosa fruición de lo inmoral. Sacaste dólares en el drive trought del Bank of America para ponerlos en circulación y trasladarlos por ejemplo a la caja del Starbuck, de los Carmike Cinema o de cualquiera de las tiendas del French Quartier. En definitiva no sólo estuviste allí. También viviste, para colmo, muy a la americana (salvo cuando cruzaste a pie Broadway Avenue).


Me ha parecido un buen síntoma que a la hora de enumerar todos aquellos establecimientos e imperios en los que compré y consumí, consumí, consumí, la memoria me fallara y haya tenido que buscar sus nombres en internet.


Hay gansitos y recuerdos que no se olvidan tan fácilmente. Estas navidades me topé con una foto de todos ellos, con Mr. Fajardo. Repasé mentalmente todos sus nombres y apellidos: ¡Me acordaba de todos!


Cómo olvidar esos sábados, el primer calor de la naturaleza… y todo lo demás.




AgUdEzA LiTeRaRiA


¿Sabrías identificar el origen del siguiente fragmento?

Llamadme Ismael. Soy un hombre de cierta edad. Cruzar fronteras es mi profesión. Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Todas las familias felices se parecen unas a otras; cada familia desdichada lo es a su manera: Mañana, en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá”

(...je je...)


Foto: Chema Madoz

miércoles, 20 de enero de 2010

martes, 19 de enero de 2010

AmOrEs iMpOsiBLeS 3


Esta mañana al levantarme descorrí el foscurí de la ventana y el paisaje al completo estaba exaltado y eufórico, como en estado de gracia: los edificios, las antenas, las calles aún mojadas, los cúmulos del cielo. Decidí que era un buen día para estrenar mis nuevos zapatos de charol. Por el pasillo estuve a punto de chocar con un tipo gris y solemne:


-¿Adonde vas?


-¡Me voy a la calle a disfrutar del día!


-Pero si hace un tiempo de perros. Abrígate y no cojas frío.


(Qué fastidio)


-Y ya que sales, anda ten, que así haces algo útil.


El papelito sólo tenía palabras aburridas: pan, aceite, leche, servilletas, peras, bicarbonato... Salí de casa contrariado pero mientras bajaba a la calle con el carrito de la compra al hombro, mis pies, acaso envalentonados por el charol y el cuero liso y brillante de mis nuevos botines, hicieron una graciosa circunvolución –casi un retruécano- y de repente me vi bajando de tres en tres los escalones.


En vez de dirigirme al mercado enfilé la calle del Limón en dirección contraria y sólo me detuve hasta llegar al parque del Templo de Debod, para ver atardecer. Faltaban todavía ocho o diez horas, así que hice tiempo escuchando a un saxofonista, luego a un acordeón y cuando éstos se fueron me entretuve dando vueltas al parque y rondando a algunas parejas de enamorados, de las que iba coleccionando fragmentos de una conversación de amor que iba yo hilando y recomponiendo en mi imaginación.


Eran de pronto ya las seis y media, casi sin darme cuenta. Llegó ese instante en que el astro rey representaba su gran número, tiñendo todo el horizonte de naranjas, ocres, magentas, bermellones. La barandilla del extremo oeste del parque estaba atestada de turistas con bufandas y de fotógrafos que, asomados a esa platea, se hacían un hueco como buenamente podían, a fuerza de codazos, para contemplar e inmortalizar en sus retinas u objetivos el tan manido espectáculo.


Entonces me di la vuelta y vi a una muchacha solitaria recostada en un banco, con un librito de versos entre las manos. Me fijé en el modo en que abría y cerraba sus cálidos labios al recitar para sí misma los poemas. Éstos se plegaban como un acordeón y acto seguido volvían a desplegarse como la cola de un gran pavo real. “Labios acompasados –pensé- que recorren certeramente la geografía de esos versos”. La muchacha no dejó de leer ni siquiera cuando la estirada sombra de mi silueta se le fue aproximando lenta pero inexorablemente. Animado por el infatigable taconeo de mis botines de charol me senté junto a ella sin saber qué decirle y cuando sus labios húmedos se detuvieron oí salir estas palabras de los míos:


-Tú eres mi amor, pero todavía no lo sabes, pues no ha ocurrido aún. Fuiste a un futuro en el que yo estaba solo y triste porque nunca te conocí y me dijiste que estarías esperándome en el pasado, sentada en un banco del Templo de Debod, leyendo versos. Con esa visita que hiciste al futuro me ayudaste a cambiarlo, me diste una pista. Y ahora me toca a mí cumplir con mi parte.


Y entonces me acerqué a la muchacha con los ojos ciegos pero calculando desde la tiniebla encendida de mis párpados cerrados el punto exacto de aterrizaje de ese primer beso de amor. Pero -¡clash!- recibí a cambio una sonora bofetada en la mejilla izquierda.


Quise explicarle mis razones, hacerme inteligible para ella.


Quise entender su bofetón.


Le expliqué, entonces, que su tortazo -más que un obstáculo- era un buen comienzo, un buen presagio: toda gran historia de amor termina tarde o temprano en decepción y está trufada de momentos de tristeza, llanto y odio. En nuestro idilio habíamos empezado por el final. Ahora por delante sólo nos quedaban los placeres y los goces, las mieles del amor.


Así que me levanté y me puse enfrente suyo, haciéndole sombra, en eclipse con el sol, que le había estado iluminando con destellos de anhelo la mirada:


-No te preocupes, amor –le dije- es mucho mejor así. Ya nos hemos quitado de encima el purgatorio.


Ella debió de dejar de reprimirse entonces. Pues me propinó -¡clash!- otro guantazo más, certero y doloroso. Con odio rencoroso en la mirada me soltó:


-¡Estoy harta de ti! ¡Llevo ya trece años esperándote aquí! ¡Ya no te quiero más!


El sol ya se había puesto y yo me quedé todavía un rato más allí de pie, viendo cómo me abandonaba la solitaria muchacha de anhelante mirada, con su breve poemario entre las manos.


Y con cierta renuencia y pesadumbre, después de una jornada agotadora de giros de tacón y graciosos puntapiés, mis gastados zapatones de charol emprendieron el regreso, cuesta arriba, por la escarpada calle del Limón, mientras leía con tristeza: pan, aceite, leche, servilletas, peras, bicarbonato...



lunes, 18 de enero de 2010

domingo, 17 de enero de 2010

DiViNo TeSoRo


A qué vienes ahora,
juventud,
encanto descarado de la vida?
¿Qué te trae a la playa?
Estábamos tranquilos los mayores
y tú vienes a herirnos, reviviendo
los más temibles sueños imposibles,
tú vienes para hurgarnos las imaginaciones.

De las ondas surgida,
toda brillos, fulgor, sensación pura
y ondulaciones de animal latente,
hacia la orilla avanzas
con sonrosados pechos diminutos,
con nalgas maliciosas lo mismo que sonrisas,
oh diosa esbelta de tobillos gruesos,
y con la insinuación
(tan propiamente tuya)
del vientre dando paso al nacimiento
de los muslos: belleza delicada,
precisa e indecisa,
donde posar la frente derramando lágrimas.

Y te vemos llegar: figuración
de un fabuloso espacio ribereño
con toros, caracolas y delfines,
sobre la arena blanda, entre la mar y el cielo,
aún trémula de gotas,
deslumbrada de sol y sonriendo.

Nos anuncias el reino de la vida,
el sueño de otra vida, más intensa y más libre,
sin deseo enconado como un remordimiento
-sin deseo de ti, sofisticada
bestezuela infantil, en quien coinciden
la directa belleza de la starlet
y la graciosa timidez del príncipe.

Aunque de pronto frunzas
la frente que atormenta un pensamiento
conmovedor y obtuso,
y volviendo hacia el mar tu rostro donde brilla
entre mojadas mechas rubias
la expresión melancólica de Antínoos,
oh bella indiferente,
por la playa camines como si no supieses
que te siguen los hombres y los perros,
los dioses y los ángeles
y los arcángeles,
los tronos, las abominaciones...
.


(Jaime Gil de Biedma: Himno a la juventud)


sábado, 16 de enero de 2010

ArQuiTeCtURa DoMéSTiCa


Da vértigo asomarse.


Da vértigo sentarse aquí en Madrid, en esta habitación desangelada, sin alma y sin pasado, volver la mirada hacia uno mismo, dejar hablar a la existencia densa, y asomarse.


Del edificio Tama (¿seguirá en pie?), los cuentos de mis padres cada noche, al borde de la cama: el gato con botas, Ruidoquerito, el enano Pimentón, y sobre todo esas historias –otra más, otra más- que ellos mismos inventaban y prolongaban hasta que se iba la luz y yo me llevaba todo esos mundos luminosos a la penumbra del sueño.


De la casa de Guajara (calle Ucanca, ay, 69) la tarta y mi llantina. Antes de soplar las velas, el brazo de Guillermo el zascandil aterrizó en medio de la tarta y se apoderó de aquel rectángulo de chocolate que decía “Felicidades Andrés”. Yo me bajé de la silla y entre el tumulto de niños me abrí paso y lo perseguí corriendo por los pasillos de la casa. Al alcanzarlo, sólo estaba él, lleno de migas y ahíto: ni rastro de lo otro. Hoy es mi amigo, un hombre manso y cuerdo. Pero al asomarme a la casa de Guajara, antes de todo el universo de bicis y gatos y árboles frutales y juguetes y tardes de gamberradas en la calle y falso miedo al carbón el seis de enero, antes de todo eso, está aquella persecución a vida o muerte, en pos de aquel manjar minimalista, que no probé: “Felicidades Andrés”.


Da vértigo asomarse a todo ello.


Y de la casa azul (que fue blanca, amarilla, salmón), la casa de mis padres, la que a pesar de estar ahí es con mucho, de entre todas, la que más duele (pues es parte de mí y yo soy parte de ella): ¿qué decir? ¿cómo guardar el equilibrio cuando hay mil añicos de mí mismo en cada cuarto, en cada cama, en cada esquina? Elijo un mueble: el sofá a rayas del cuarto de estudios. En él leí acerca de Swann y sus amores, en él dormí la siesta acompañado de un gato (Mayco, Roldán, Tigre, Sabrina) y me reconcilié con una antigua novia, en un fin de semana interminable en que todos se habían ido de viaje y la casa olía a sexo. En el sofá de rayas me agarró una tarde por el cuello un arrebato como éste de nostalgia y lloré y reí simultáneamente ante mis padres atónitos, sin saber por qué, ni yo ni ellos.


Da vértigo asomarse a todas estas casas de uno mismo, desde esta habitación, algo desangelada, un poco triste.



viernes, 15 de enero de 2010

MaMá PaTo



"Sin duda ha sido una excelente amiga de sus amigos, lo cual significa que no se habrá abstenido nunca de decirles, a cada uno, lo que no le pareciera bien de ellos. En eso consiste la lealtad también, en procurar que quienes uno quiere no se equivoquen demasiado o no se tuerzan, cuando uno cree que lo están haciendo"

(Javier Marías: "Los 100 años de una amiga")


jueves, 14 de enero de 2010

CiErTa EsQuiZoFrENiA


"De hecho, a menudo amar, a medida que uno crece, es ir desarrollando cierta esquizofrenia, porque por un lado el cerebro enciende las alarmas y avisa de las trampas que uno mismo se pone; pero, por otro, el corazón se emperra en seguir a lo suyo, encendiendo el mundo de colores y deshojándose como una trémula alcachofa"

(Rosa Montero: "Corazones de alcachofa", EL PAÍS Semanal)

miércoles, 13 de enero de 2010

martes, 12 de enero de 2010

domingo, 10 de enero de 2010

sábado, 9 de enero de 2010

viernes, 8 de enero de 2010

jueves, 7 de enero de 2010

miércoles, 6 de enero de 2010

ChOCoLaTe ViRtuAL...


...para Montse, Rbc y todos los que no pudieron asistir este año.


lunes, 4 de enero de 2010

sábado, 2 de enero de 2010