Mostrando entradas con la etiqueta Gatunos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Gatunos. Mostrar todas las entradas

miércoles, 19 de enero de 2011

sArDiNaS JaReAdAs 1

 

 Éste es Lídel, el perrito al que le gustan las salchichas.

Siempre he pensado que la Humanidad se divide en dos clases de personas:

a) los amantes de los perros.

b) los amantes de los gatos.

Los primeros son extrovertidos y sociables; personas alegres a las que les gusta la compañía y las manifestaciones públicas de afecto. Son directos en el trato con la gente, no se guardan casi nada en la recámara. Son confiados y a veces tienen tan poco malicia, o pueden llegar a ser tan simples como dicen las mujeres que somos los hombres.

Los amantes de los gatos son en cambio seres introspectivos, generalmente tímidos, o simplemente con una vocación irrenunciable por la soledad. Necesitan del afecto de los otros, pero en dosis controladas, para evitar el colapso por saturación (y babas). Son más rebuscados, o más complicados, tal y como decimos los hombres que son las mujeres.

Los lectores habituales de este blog saben de sobra por cuál de estos dos mamíferos siento una mayor devoción; y por tanto dentro de qué tipo humano me veo a mí mismo.



Lídel apareció en mi vida (o en mi casa) hace tan sólo una semana. 

Siempre pensé que era el perrito del vecino, un tipo alto y tieso como un mástil, viejo y huraño. Casi siempre que lo veía andaban juntos. Sin embargo, de un tiempo a esta parte Lídel anda siempre solo, recorriendo las calles de arena de La Caleta.

La semana pasada le hice unas carantoñas y se tomó la confianza de subir tras de mí las escaleras de mi casa y colarse en la cocina. Era la hora de la cena, así que abrí la nevera y le fui dando, cachito a cachito, una salchicha alema del supermercado Lidl. El perrito devoraba la salchicha con desesperación de náufrago.

Al día siguiente, a la misma hora, yo llegaba exhausto del instituto (los martes y los jueves doy clase en el nocturno) y a la puerta de mi casa estaba haciendo guardia el perrito del vecino. Pensé en las salchichas alemanas del Lidl, y allí mismo lo bauticé:

-¡Vamos, Lídel, sube, que es la hora de la cena! -le azucé.

Lídel salió escopetado escaleras arriba, en dirección a la nevera: esa noche cayó otra salchicha alemana.

De este modo, noche a noche, se fue construyendo entre Lídel y yo una placentera rutina, como la que van forjando los amantes a lo largo del tiempo.



Pero llegó el día fatídico.

Llegó nuestra primera crisis.

Y es que una de esas noches, en la que llegaba a casa tarde y sin fuerzas para juguetear con Lídel, al abrir la nevera descubrí que el bote de salchichas estaba vacío.

(Sí, lo reconozco: soy de esas personas que terminan un bote o un paquete de algo y lo dejan nuevamente en la nevera, a la espera de que alguien con más iniciativa y resolución acabe por tirarlo a la basura)

Mientras yo miraba con cara de imbécil el bote lleno de ese líquido en el que nadan (cuando quedan) las salchichas, Lídel movía la cola frenéticamente, salivando y extasiado, ajeno a la tragedia que se estaba mascando.

-Ya va, Lídel, ya va -decía, tranquilizador, mientras en mi interior mi cabeza trataba de sacudirse el abotorgamiento y el cansancio para buscar una solución.

Llené un tazón con el líquido amniótico de las salchichas, cuyo olor me pareció tan penetrante, tan asalchichado, que por un momento pensé que a Lídel no le importaría cenar caldo de salchicha, para variar.

Pero Lídel husmeó aquel mejunje y lo rechazó con displicencia.

Registré mi nevera y mi despensa: pasta, papas, frutos secos, yogures, bases de pizza, fruta, queso blanco, pepinillos, dátiles, cereales, leche, berberechos... 

Allí no había nada apropiado para Lídel.



Y entonces vi las sardinas jareadas.

-Si fueras un gato- le dije.

Lídel me miraba expectante, como queriendo comprenderme.

-Si fueras un gato todo sería más fácil.

Lídel agachó las orejas. Una especie de gemido se escapó de su interior.

-¿Y por qué no? -le dije-. ¿Por qué no ibas a ser tú capaz de comer sardinas?

Y así, con suma precaución, le partí una porción de sardina jareada. Lídel la olisqueó y se abalanzó sobre ella, casi con mayor entusiasmo que hacia las salchichas a las que lo tenía habituado.



No he vuelto a hacer una compra en Lidl. Así que, hasta la fecha, el perrito Lídel sigue cenando cada noche sardinas jareadas.

Entre los dos se ha restaurado la vieja rutina y el pescado salado ha hecho posible esta dulce reconciliación.



 Hay personas extrovertidas, y de una jovialidad sencilla: son los amantes de los perros.

Hay otras personas que se sienten más cómodas en el ensimismamiento de sus soledades: son los que aman a los gatos.

Pero Lídel es un perro al que le gustan las sardinas jareadas.

Así que es muy probable que las cosas no resulten ser tan simples como parecen.

Y que cada persona sea un misterio, una incógnita, un enigma.

jueves, 24 de junio de 2010

jueves, 10 de junio de 2010

miércoles, 26 de mayo de 2010

domingo, 23 de mayo de 2010

miércoles, 3 de febrero de 2010

bEsTiA pErEsOzA



"El gato mira la tertulia como si le diese sueño la conversación"

(Ramón Gómez de la Serna: Greguerías)



miércoles, 13 de enero de 2010

martes, 12 de enero de 2010

sábado, 9 de enero de 2010

viernes, 8 de enero de 2010

lunes, 12 de octubre de 2009

SeReNo PrEsEnTe


"Los animales encuentran mucha más satisfacción que nosotros en la mera existencia; esta última satisface a la planta absolutamente; y al hombre según su grado de estupidez. En consecuencia, la vida del animal contiene menos dolor, pero también menos placer, que la humana. Ello se debe ante todo al hecho de que, por una parte, el animal está libre del cuidado y la preocupación, con su inevitable tormento; mas, por otra, también a que le falta el recurso de la verdadera esperanza, lo cual le impide, por ende, beneficiarse, merced al pensamiento, de la anticipación de un gozoso futuro y de su deliciosa secuela de fantasmagorías, alimentada por la facultad imaginativa, que son fuente de la mayor y mejor parte de nuestros placeres y alegrías; en este sentido, pues, el animal carece de esperanza. Si esos dos sentimientos le faltan, es porque su conciencia está restringida a lo intuitivamente percibido y, por tanto, al presente".



"El animal es la encarnación del presente; de ahí que sólo experimente el temor y la esperanza por referencia a objetos ya dados en la percepción intuitiva del presente y, por tanto, en fugasísimos momentos; mientras que la conciencia del hombre tiene un horizonte intelectual que abarca la totalidad de la vida e incluso la sobrepasa. Consecuencia de ello es que, en comparación con el hombre, los animales parecen ser realmente sabios en un respecto: en su sereno e imperturbado goce del presente. La ostensible paz de que disfruta su ánimo frecuentemente humilla al nuestro, atormentado de continuo por sus propios pensamientos y cuidados".



"Mas ni siquiera los placeres debidos a la esperanza y la anticipación, que acabamos de analizar, nos han sido otorgados gratuitamente. Pues cuando un hombre, valiéndose de la imaginación y la esperanza de una satisfacción venidera, disfruta de algo por anticipado, pierde luego cierto caudal de placer real en el momento en que lo consigue, y la cosa misma le satisface ya bastante menos. El animal, por el contrario, está libre de ese placer anticipado como también del descontento que luego lo acompaña, y disfruta por tanto de la realidad presente en su integridad y sin menoscabo. Y también sucede que los males presionan sobre el animal descargando sobre él solamente su peso propio y real, mientras que en nosotros el temor y la previsión (...) multiplican a menudo ese peso por diez".

(Arthur Schopenhauer: Sobre el dolor del mundo, el suicidio y la voluntad de vivir)


sábado, 8 de agosto de 2009