lunes, 24 de octubre de 2011

CuArTo cOnTaCto


Hay una amalgama de razones que explican, supongo, estos cinco meses de silencio. Hay otra amalgama de razones de signo contrario, que me impulsan a retomar el blog, aunque con cautela. Al final seguiré escribiendo, supongo, pues la falta de tiempo no puede ser sino un pretexto absolutamente eludible, y al fin y al cabo comunicarme y explorar el mundo con la palabra y la imagen me gusta demasiado como para dejar morir sin lucha esta pasión.

Sin embargo, hay un problema que persiste aún, que no he solucionado o dilucidado: los lectores, el público, los amigos, conocidos o simples merodeadores de este blog. En otras palabras: ustedes. Intentaré explicarme.

No concibo NaDa PeRmAnEcE como otra cosa que como una bitácora personal. No es un blog temático: sobre fútbol, sobre filosofía, sobre actualidad o educación. Es un blog personal, bastante variado en su contenido y con mucha miscelánea: amigos, gatos, religión, alumnos, fotos, manías, ficciones, poesía y, por supuesto, el incesante transcurrir del tiempo, que desgasta y barre las cosas en la eterna sucesión de pleamares y bajamares. 

Pero algo hay de común en toda esa miscelánea: Andriu, mi persona, yo. Aunque lo que llega al blog es un porcentaje ínfimo de mi vida, lo cierto es que eso que llega es puro y casi sin filtrar, pues está escrito desde la intimidad de quien se mira al espejo sin voluntad de engañarse a sí mismo. Así he entendido siempre la escritura: como una exploración hacia la verdad, como un descubrimiento íntimo de una realidad que nos tienta y se resiste a ser comprendida; pero también como una confesión y como un acto de comunicación.

Los diarios personales que siempre he escrito, desde que era pequeño, cumplían la primera función: la de nombrar y explorar y conocer el mundo. La posibilidad de publicar todo ello en un blog personal como NaDa PeRmAnEcE satisfizo la inherente necesidad de comunicación o comunión.

¿Comunicación con quién?

Mi primer diario no era de Hello Kitty pero sí tenía una cerradura minúscula para guardar bajo llave los secretos más inconfesables y prohibidos que imaginarse pudiera. Aquel diario con llave me gustaba. Me sentía importante con él, guardián de una valiosísima intimidad que había que proteger de las pérfidas miradas de los posibles espías que pudieran rondar mi dormitorio. Con la llave en mi bolsillo me sentía tranquilo y confiado. (Hoy las cosas han cambiado; los niños de hoy seguramente han oído hablar de Julien Assange y les genera éste más angustia que a los niños de entonces el hombre del saco).

Sin embargo, muy pronto me di cuenta de que lo que quería escribir y de hecho escribía en aquel diario no tenía nada de prohibido, de inconfesable o de tabú. Podría haber escrito por aquel entonces cómo descubrí la masturbación o qué chica de clase me gustaba más (si mi diario hubiera sido de Hello Kitty me hubiera entregado en cuerpo y alma a ese tipo de literatura). Pero tales temas, con ser privados, no me parecían tan interesantes como para dejar de ellos constancia escrita.

No, mis diarios infantiles no eran del género rosa. Sin embargo, lo que escribía en ellos era absolutamente íntimo, pues eran asuntos que me importaban e interesaban de verdad, frente a los cuales yo estaba obligado a posicionarme o definirme, y que brotaban del corazón. Eran íntimos, pero no secretos ni prohibidos. Por eso, poco a poco comencé a ser más descuidado con la celosa llavecita. Poco a poco dejé de utilizarla y fantaseé con que alguien leyera el contenido de esos diarios. (Creo que incluso llegué a imaginarme mi propia muerte y la conveniencia o no de dejar el diario cerrado con llave, para no hacer del todo imposible una lectura póstuma de aquellas páginas de caligrafía infantil). Porque comencé a sentir entonces, creo, la imperiosa necesidad de comunicación con los otros que anida detrás del impulso o compulsión a la escritura.

¿Comunicación con quién, con qué otros?

El problema no resuelto (ahora que no escribo diarios cerrados con llave sino blogs abiertos) son los otros, es decir: ustedes. Y no me refiero a ustedes en concreto, los que ahora mismo están leyendo este post, sino al conjunto de lectores o espectadores reales y potenciales que un blog posibilita.

Los otros de un blog son a veces voyeurs silenciosos. Otras veces son comentaristas fieles. O esporádicos visitantes. O críticos acérrimos, o trolls (afortunadamente NaDa PeRmAnEcE no ha tenido ninguno). A veces son completos desconocidos y a veces amigos del alma, o cualquiera de las casi infinitas posibilidades que caben en la gama comprendida entre ambos extemos.

Quien posee un blog lo sabe, pero yo nunca he terminado de acostumbrarme a esta particular relación que los otros de un blog introducen entre uno mismo y lo que escribe. En ocasiones he desnudado mi alma aquí mismo, en algún post, y me he quedado tan ancho. Otras veces, en cambio, me he mostrado reservado, pudoroso, críptico o esquivo. En ocasiones he sucumbido a la tentación de satisfacer a los lectores del blog, y les he dado lo que querían (o creía yo que querían): entradas breves, videos y alguna que otra confesión escabrosa. Otras veces me he rebelado contra ello, y he escrito acerca de lo que realmente me apetecía, sin eludir los textos interminables o los temas menos mediáticos. Siempre me he encontrado haciendo equilibrio entre Andriu y los otros, entre la exploración expresiva y la comunicación, entre ustedes y yo.

Empecé este post diciendo que hay una amalgama de razones que explican estos cinco meses de silencio (y que hay otra amalgama de razones de signo contrario, que me impulsan a retomar el blog). Parte de esas razones para el silencio tienen que ver con la perplejidad que me producen los otros, ustedes, y mi indecisión en cuanto a si proseguir o no con el blog ha tenido que ver, en parte, con esa relación ambivalente que el autor de un blog mantiene con sus lectores y comentadores.

Supongo que seguiré así, sin terminar de acostumbrarme a escribir en un blog (pese a haber comenzado a hacerlo en febrero de 2007), sin dejar de sentirme fascinado por esa extraña relación que uno crea con los otros, ustedes, cuando los goznes del candado ceden y la cerradura salta en pedazos porque aquel diario con llave infantil es Historia y se ha transformado en un blog personal abierto -y expuesto- al resto del mundo.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegra muchísimo que hayas decidido seguir con este diario "público".
L.

Ricardo dijo...

¡Menos mal que no me has clasificado a mí entre los trolls! (O en una categoría peor "troll con moco"). Bueno, ya parece con este "cuarto" que has salido definitivamente del "letargo". Abrazos.

jane dijo...

Todo buen filósofo -y tú lo eres- sabe que la vida es lenguaje y comunicación y siempre se ve a sí mismo en relación con el otro.
He estado esperando este momento, tu vuelta a la casa de campo. En ella (o al otro lado) estamos los otros y, entre ellos, yo. Cuando tú quieras, seguiremos compartiendo contigo reflexiones, risas, tristezas, aventuras o eventos, y disfrutando de NaDa PermAnece. Merece la pena.
Un abrazo.

Andriu dijo...

A mí también me alegra que te alegre, L. Ya ves que he bajado considerablemente el ritmo de publicación ;P

Ricardo: No conozco esa especie de trolls. Tranquilo: no te incluyo dentro de ese grupo. Además, Silvio Lombardi nos inmunizó a todos contra los trolls.

Jane: muchas gracias por tus palabras y apoyo. En lo de que yo soy un filósofo te has pasado. Eso son cosas que les decimos a los alumnos para animarlos a "aventurarse a pensar" (que diría Savater). Pero sí, tienes razón en lo de que los otros son nuestro espejo. Y un blog se puede convertir por ello a veces en una casa de los espejos. Y ya se sabe: ¿quién llena su casa de campo de espejos?

Un abrazo.

jane dijo...

Un filósofo.