viernes, 19 de junio de 2009

lunes, 15 de junio de 2009

sábado, 13 de junio de 2009

úLTiMaS SeMaNaS


Al final, incluso a los objetos se les coge cariño.



Tuvimos que venderlo todo.

Los apartamentos en Estados Unidos, por lo general, se alquilan completamente vacíos, sin amueblar. Por eso son tan comunes los garage sale, en los que uno vende de todo a precio de ganga.

La gente se muda y necesita venderlo todo, dejar el apartamento vacío. Al mismo tiempo, quien acaba de llegar necesita hacer el camino inverso: amueblar su nueva casa.

Fue divertido:

Raquel tenía una Biblia en venta: una edición de cuero muy cara y con estuche incluido.

Tyler no dejó de mostrar su esencia hasta el final: no importaba quien se acercara a nuestro puesto, lo primero que miraban y manoseaban era la Biblia de Raquel.

También fue lo primero que se vendió: la compró un chico de unos treinta años que se fue leyéndola, ensimismado.



Luego hicimos otro garage sale en la escuela, con los restos.

Había que deshacerse de todo así que esta vez dejamos que el comprador pusiese el precio.

El resto lo regalamos.



Las últimas semanas fueron muy intensas.

También en lo emocional.

Disfruté de mis últimos días con los gansitos.



Sólo después del último día con ellos, cuando tuve que desmantelar el aula para dejársela preparada a la siguiente maestra, me invadió una tristeza infinita.



Tuve que tirarlo todo a la basura.



Y todos los objetos que iba tirando llevaban incorporada una historia, un recuerdo, una anécdota, un momento que con el tiempo se hizo feliz.



Algunos no quisieron llevarse a casa su foto colgada del poster de los cumpleaños: prefirieron dejársela al maestro para que no los olvidase nunca.

Aunque una cosa es verdad:

¿Sabrán mis gansitos lo que significa nunca?



Otros me dejaron sus monitos, con los que contábamos cada mañana cuántos alumnos habían venido a clase ese día.

Nunca supe porqué los llamaron desde un principio monitos.

Tampoco recuerdo cuándo, cómo ni por qué empecé a llamarlos yo también así: monitos.



A los objetos se les coge cariño.

Con las personas es diferente:

A ellas se les quiere.


jueves, 11 de junio de 2009

lunes, 8 de junio de 2009

HuMiLdAd CóSmiCa


Tenía una cuenta pendiente con Yosemite.

Una cuenta en forma de post.

Tenía una cuenta pendiente con la América verde, o rocosa: con la Améria salvaje.

Una cuenta pendiente con el Gran Cañón, también; supongo.



Ya es hora de saldarla y quedar en paz con la american beauty.

Ya es hora de narrar -o simplemente evocar- la belleza de aquellos días de regreso a la naturaleza.

Fue en noviembre, durante aquel viaje a San Francisco, que alquilamos un coche y una cabaña en pleno corazón del Yosemite National Park.



Los profesores españoles visitantes en Estados Unidos solemos empezar por las ciudades: New York, San Francisco, Chicago, Washington.

Y luego pasamos a los parques naturales.

O al menos ese es el esquema mental con el que uno inicialmente llega.

Luego se da uno cuenta de que en este país joven, casi adolescente, sin Historia, las grandes ciudades son menos interesantes e impresionantes que los espacios naturales.

Así que antes de la visita a San Francisco nos reservamos dos noches en esta cabaña, lejísimos de cualquier Jack in the box, MacDonalds, Taco Bell, Chili´s, Applebees o Wendys; apartados de cualquier gasolinera Chevron, Shell, Fina o Loves; sin cobertura de teléfono ni cajeros automáticos a varias millas a la redonda.

Sólo rodeados de árboles y más árboles y aún más árboles; de día.

Y de estrellas y más estrellas y requetemás todavía; de noche.



Arrojados al mundo de lo natural.

Sólo la estela de un avión, en el cielo, nos recordaba que el siglo XXI y toda su civilización existían, allá lejos: más allá del bosque.



Hay que vivirlo.

Da igual que tus padres te llevaran de pequeño a todas las caminatas de senderismo de su instituto.

Da igual que hayas andado por las Cañadas, por el barranco de Masca, por Taganana, por la Esperanza, por el risco de Famara hasta Yé, por la Graciosa hasta las Conchas, por el Guiniguada, por la Caldera de Taburiente, por Garajonay, por el Pinar o por las kilométricas playas de Pájara.

Da igual.

Basta que hayas vivido tres meses en Estados Unidos, en una de sus ciudades sin plazas ni aceras ni pasos de cebra, en una de estas autovías con casas, en uno de estos polígonos industriales con gente y censo.

Basta esa experiencia para que, de pronto, un simple paseo por el bosque se convierta en una experiencia casi mística.

Como dejó dicho KSO:

"Lo que sería el colmo del sumo placer, imagina estornudar y correrte a la vez"

Pues eso, lo del paseo campestre: algo parecido.



Sacamos fotos de esas que son todas iguales, en serie, como si ante nosotros no estuviera un árbol sino el Empire State, la torre Eiffel, la Mona Lisa o la Victoria de Samotracia.

Hay fotos que hay que sacar, aunque uno sepa que el resultado no será más que un torpe remedo del original, una copia infiel.



Y es que ante nosotros se alzaba la secuoya gigante: un mastodonte vegetal, un coloso de madera, un ejemplar de la especie natural más grande del mundo.



Imposible captarla en toda su longitud.



¿Dónde cesa su tronco y se llega a un fin: la copa?

Allá donde se encuentran las paralelas, supongo.



Me acordé de Evita, la hippie, compañera de la facultad.

Creo que fue ella quien me habló una vez de que en su familia abrazaban a los árboles... los querían y los sentían.

Abracé a la gran conífera y pensé:

"Evita, que suerte tuviste, que fuiste criada en un bosque de secuoyas"


Son los árboles más grandes del planeta, los que más rápido crecen y también los más longevos.



Agunos ejemplares pueden alcanzar los 4.000 años de vida.

En esta reproducción del interior del tronco cada anillo señalaba un acontecimiento histórico: la construcción de la Acrópolis, la muerte de Cristo, el viaje de Colón, la Declaración de Independencia, el primer alunizaje...

Estados Unidos, repito, no tiene Historia; tiene secuoyas.



Gran secuoya: el árbol típicamente americano, del país en el que todo es XXL.



Great sequoia: the biggest, the tallest, the oldest.



Gran secuoya: que nadie le busque la rima graciosa.



Tras miles de años en pie, acaban casi siempre desplomándose debido a su masivo peso.



Imposible rodear su tronco siendo sólo cuatro y uno más para sacar la foto.



¡Abracemos los árboles!

¡Salvemos las secuoyas!

¡Viva Chanquete!

Parecemos de Greenpeace o, por lo menos, la baronesa Thyssen.



Recorrimos parte del Parque en coche, viendo el bosque desfilar a ambos lados de la carretera.



Aunque hacía fresco, los días estuvieron despejados.

Yosemite Park cambia su faz con cada estación, como si se tratara de un lugar diferente: lo comprobé a través de las postales.



Creo recordar, no obstante, que la secuoya es un árbol de hoja perenne.

No sé, tengo en mente un paisaje nevado lleno de árboles de navidad en blanco y verde.

Lo pude haber visto en alguna postal; o haberlo soñado.



Cielos azules y millones de árboles abajo respirando, ajenos a todo.



El Parque Nacional es inmenso.

En dos días no da tiempo sino de hacerse una ligera idea de los diferentes paisajes que alberga.



Tiene ríos y lagos.



Una catalana, un toledano, una gallega, dos, un canario... sacando fotos algo embobados y nadie más alrededor; ni un alma.



El agua en calma, cual laguna Estigia.



Y toda esa agua aprovechada y encauzada en una enorme presa.



Y esto: bueno, un breve momento de publicidad y autopromoción del blog.



Yosemite tiene cascadas, largas como una secuoya.



Y riberas donde espejea el follaje cambiante de los árboles.



Descansando a la vera de un camino vimos a este ciervo.



Fui increible tropezarnos con este huidizo animal, que apenas se inmutó con nuestra presencia.

Esa misma noche se nos cruzó un zorro y luego un oso por la carretera, fugaces y fantasmales debido al efecto de las luces del coche.

¡Qué de animales hubiéramos visto de haber estado algo más de dos días!



Por la tarde la Tierra rotó y sus sombras se desplegaron lentamente sobre el valle.



El reino de la sombra fue avanzando, como una marea, trastocándolo todo.



Quedarse en el interior de Yosemite Valley una vez que el sol lo ha abandonado es como quedarse a solas con el valle, en un cara a cara, expuesto y vulnerable a los rigores de lo natural.



Sólo en la roca más alta se aprecia todavía esa frontera viva que hace menguar inexorablemente el imperio de la luz.



Aquí todo es desproporcionado: también las rocas.



Aunque para rocas las del Gran Cañón.

A cinco horas en coche de Las Vegas: visita obligatoria.

Pasamos sólo una noche allí.

Me faltó tiempo para meterme en situación, creerme que estaba donde estaba, sentirme un indio navajo o un colono buscador del oro del Colorado...

Siempre lo que falta es tiempo, caray.



Tiempo para contemplar la quietud del paisaje muerto.

Tiempo para captar su inmensidad, para detener la mirada en cada pliegue de la roca.

Tiempo para escuchar la propia respiración como única excepción al silencio circundante.

Tiempo para pararse a sentir el lento pero imparable transcurrir del tiempo.



De los verdores de la gran secuoya a estas arideces del Gran Cañón.

De la Palma a Lanzarote.



Sobrevolar el Gran Cañón...

Hay tours en avioneta y en helicóptero, pero eran algo caros y quisimos reservar algo de dinero para Las Vegas.



Atardeció por fin, llegando casi a refrescar.

El sol comenzó a teñir la roca con su paleta de colores cálidos.

El Gran Cañón se dispuso a morir, una vez más.

Este capricho en roca que es el Gran Cañón no es sino eso: la escenificación material del cambio y del paso del tiempo.

Tras cientos de miles de años de infatigable erosión la roca no deja de cambiar y transformarse...



...por los siglos de los siglos: amén.

Y es que me lo advirtieron:

"Cuando vayas al Gran Cañón vas a fliparlo. Yo fui y al ver el paisaje, me dije: esto sólo puede haberlo hecho un Dios"

También a la vuelta oí la misma idea. La profesora de Música, la que oganiza misas todos los miércoles a las 7:30 de la mañana en su clase, me dijo:

"Beautiful trip, Mr. Fajardo, I can´t believe there are people who have been to the Grand Canyon and still don´t believe in God"

Me pregunté si la señora tendría el poder de leerme la mente.

Lo cierto es que mi caso debe de ser de esos sin solución: recalcitrante y crónico, inasequible a la conversión.

Tras casi un año viviendo en Tyler y tras una puesta de sol en el Gran Cañón sigo sin creer en él.



Lo que no quita para que me siga asombrando con la inmensidad del mundo.

Lo que no excluye el sentir que en todas partes hay belleza y misterio.

Lo que no impide estar convencido de que, pese a todo, la humildad cósmica es la perspectiva vital más lúcida y razonable.