Francis Fukuyama proclamaba hace décadas el fin de la historia, que él identificaba con la consolidación y triunfo en el mundo del modelo capitalista de las modernas sociedades democráticas. Tras la caída del muro de Berlín y el fracaso del llamado socialismo real, la expresión de Fukuyama se veía reforzada con un contenido político: el de el fin de las ideologías.
Ahora que China -el coloso, el gigante asiático, el "centro del mundo" según la milenaria percepción de sí mismos de los propios chinos- "despierta", "se abre", esto es, abraza el capitalismo, ahora que parece que cobra más valor que nunca la profecía de Fukuyama del fin de las ideologías, se torna más urgente y necesario que nunca buscar alguna alternativa a este fatum, alguna vía de escape, alguna corrección al sistema cuyas "contradicciones" denunció desde el primer momento la ortoxia comunista y hora vive en carne propia la sociedad china.
Yang Wu, un antiguo campeón de kung-fu, y su esposa, Wu Ping, han finalmente aceptado una indemnización de 95.000 euros por el derribo de su casa para la construcción de un gran centro comercial. Llevaban desde el 2004 rechazando todas las ofertas recibidas y algo más de un año con su casa sitiada por las palas y grúas que habían vaciado literalmente las inmediaciones de suelo y transformado su morada en un islote suspendido casi en el vacío, en un bastión erguido frente al maremágnum de la especulación.
Las casas cuyos habitantes se resisten a abandonarlas, impelidos a ello por el gobierno, reciben en China el nombre de "casas-clavo". No son un fenómeno aislado. La demolición de la denominada por EL PAIS (04/04/07) "casa del clavo" no constituye un acontecimiento pintoresco e insólito, aunque sí visualmente impactante, sino la punta del iceberg de un fenómeno en pleno auge fruto de la cada vez más imparable "modernización": la especulación con el suelo. La fachada de las grandes ciudades chinas cambia a una velocidad galopante. Allí donde había hasta hace poco manzanas o barrios enteros de hogares construidos con la lentitud de los siglos y según la disposición de la arquitectura tradicioal china (callejuelas más o menos laberínticas y estrechas, escenario de la vida social y el intercambio humano, donde poder no sólo comprar y vender, sino también lavarse el pelo o jugar a las damas) ahora encontramos grandes avenidas ruidosas e inhóspitas, pobladas de grandes edificios comerciales y calcadas de las grandes metrópolis occidentales.
La destrucción de una determinada disposición urbanística implica necesariamente la destrucción de un determinado tipo de costumbres y hábitos: así como la adopción de otros de recambio. Una de las cosas que más me fascinó de los chinos en China fue, junto a su capacidad de trabajo, su entrega versátil, variada y generalizada al disfrute del ocio y el tiempo libre. Chinos jugando a las cartas, al dominó o a las damas en plena calle. Chinos volando cometas. Chinos haciendo ejercicio e incluso bailando. Chinos sesteando y chinos charlando. Todas estas actividades las desarrollaban en la calle, lugar de encuentro y comunión con el prójimo. Y todas ellas eran absolutamente gratuitas. Me asombró -por contraste con nuestra sociedad capitalista y rica- la capacidad que tienen los chinos de disfrutar de su tiempo libre sin pagar. Y me pregunto si los grandes centros comerciales que vienen a sustituir a las últimas casas-clavo pervertirán dicha costumbre y harán esclavos a los chinos del ocio de pago al que estamos acostumbrados los occidentales.
Ahora que China -el coloso, el gigante asiático, el "centro del mundo" según la milenaria percepción de sí mismos de los propios chinos- "despierta", "se abre", esto es, abraza el capitalismo, ahora que parece que cobra más valor que nunca la profecía de Fukuyama del fin de las ideologías, se torna más urgente y necesario que nunca buscar alguna alternativa a este fatum, alguna vía de escape, alguna corrección al sistema cuyas "contradicciones" denunció desde el primer momento la ortoxia comunista y hora vive en carne propia la sociedad china.
Yang Wu, un antiguo campeón de kung-fu, y su esposa, Wu Ping, han finalmente aceptado una indemnización de 95.000 euros por el derribo de su casa para la construcción de un gran centro comercial. Llevaban desde el 2004 rechazando todas las ofertas recibidas y algo más de un año con su casa sitiada por las palas y grúas que habían vaciado literalmente las inmediaciones de suelo y transformado su morada en un islote suspendido casi en el vacío, en un bastión erguido frente al maremágnum de la especulación.
Las casas cuyos habitantes se resisten a abandonarlas, impelidos a ello por el gobierno, reciben en China el nombre de "casas-clavo". No son un fenómeno aislado. La demolición de la denominada por EL PAIS (04/04/07) "casa del clavo" no constituye un acontecimiento pintoresco e insólito, aunque sí visualmente impactante, sino la punta del iceberg de un fenómeno en pleno auge fruto de la cada vez más imparable "modernización": la especulación con el suelo. La fachada de las grandes ciudades chinas cambia a una velocidad galopante. Allí donde había hasta hace poco manzanas o barrios enteros de hogares construidos con la lentitud de los siglos y según la disposición de la arquitectura tradicioal china (callejuelas más o menos laberínticas y estrechas, escenario de la vida social y el intercambio humano, donde poder no sólo comprar y vender, sino también lavarse el pelo o jugar a las damas) ahora encontramos grandes avenidas ruidosas e inhóspitas, pobladas de grandes edificios comerciales y calcadas de las grandes metrópolis occidentales.
La destrucción de una determinada disposición urbanística implica necesariamente la destrucción de un determinado tipo de costumbres y hábitos: así como la adopción de otros de recambio. Una de las cosas que más me fascinó de los chinos en China fue, junto a su capacidad de trabajo, su entrega versátil, variada y generalizada al disfrute del ocio y el tiempo libre. Chinos jugando a las cartas, al dominó o a las damas en plena calle. Chinos volando cometas. Chinos haciendo ejercicio e incluso bailando. Chinos sesteando y chinos charlando. Todas estas actividades las desarrollaban en la calle, lugar de encuentro y comunión con el prójimo. Y todas ellas eran absolutamente gratuitas. Me asombró -por contraste con nuestra sociedad capitalista y rica- la capacidad que tienen los chinos de disfrutar de su tiempo libre sin pagar. Y me pregunto si los grandes centros comerciales que vienen a sustituir a las últimas casas-clavo pervertirán dicha costumbre y harán esclavos a los chinos del ocio de pago al que estamos acostumbrados los occidentales.
5 comentarios:
Apaguen el puto aire acondicionad! Ni ideologías, ni gigante asiático ni puñetas...da igual el origen (Hong Kong; beijin, Sanghai...) todos los putos amarillos tienen el aire acondicionado encendido.ANDRÉS! Apoderate del mando!
Lo que comentas del aire acondicionado es totalmente relevante como comentario a esta entrada: una China capitalista (en la que todos gocen del nivel de vida y gasto energético semejantes a los de cualquier occidental; aire acondicionado incluido) supone uno de los mayores retos ecológicos a nivel planetario. Y no está el horno (climático) para bollos...
Por otra parte, te pregunto: ¿quién no se separó del tapacuellos y chaqueta subida durante la primera semana -calurosísima- en Shangai?
Si es que... cría fama y échate a dormir.
No está china llena de abanicos? Que se dejen de aire acondicionado
sobre la fama....cria cuervos....NO HOMBRE..que sabes bien que algunos somos de la cofradia del gargantismo, pero no somos el párroco.jajaja
Tienes razón. En tales lides soy el Sumo Pontífice.
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