Esta mañana al levantarme descorrí el foscurí de la ventana y el paisaje al completo estaba exaltado y eufórico, como en estado de gracia: los edificios, las antenas, las calles aún mojadas, los cúmulos del cielo. Decidí que era un buen día para estrenar mis nuevos zapatos de charol. Por el pasillo estuve a punto de chocar con un tipo gris y solemne:
-¿Adonde vas?
-¡Me voy a la calle a disfrutar del día!
-Pero si hace un tiempo de perros. Abrígate y no cojas frío.
(Qué fastidio)
-Y ya que sales, anda ten, que así haces algo útil.
El papelito sólo tenía palabras aburridas: pan, aceite, leche, servilletas, peras, bicarbonato... Salí de casa contrariado pero mientras bajaba a la calle con el carrito de la compra al hombro, mis pies, acaso envalentonados por el charol y el cuero liso y brillante de mis nuevos botines, hicieron una graciosa circunvolución –casi un retruécano- y de repente me vi bajando de tres en tres los escalones.
En vez de dirigirme al mercado enfilé la calle del Limón en dirección contraria y sólo me detuve hasta llegar al parque del Templo de Debod, para ver atardecer. Faltaban todavía ocho o diez horas, así que hice tiempo escuchando a un saxofonista, luego a un acordeón y cuando éstos se fueron me entretuve dando vueltas al parque y rondando a algunas parejas de enamorados, de las que iba coleccionando fragmentos de una conversación de amor que iba yo hilando y recomponiendo en mi imaginación.
Eran de pronto ya las seis y media, casi sin darme cuenta. Llegó ese instante en que el astro rey representaba su gran número, tiñendo todo el horizonte de naranjas, ocres, magentas, bermellones. La barandilla del extremo oeste del parque estaba atestada de turistas con bufandas y de fotógrafos que, asomados a esa platea, se hacían un hueco como buenamente podían, a fuerza de codazos, para contemplar e inmortalizar en sus retinas u objetivos el tan manido espectáculo.
Entonces me di la vuelta y vi a una muchacha solitaria recostada en un banco, con un librito de versos entre las manos. Me fijé en el modo en que abría y cerraba sus cálidos labios al recitar para sí misma los poemas. Éstos se plegaban como un acordeón y acto seguido volvían a desplegarse como la cola de un gran pavo real. “Labios acompasados –pensé- que recorren certeramente la geografía de esos versos”. La muchacha no dejó de leer ni siquiera cuando la estirada sombra de mi silueta se le fue aproximando lenta pero inexorablemente. Animado por el infatigable taconeo de mis botines de charol me senté junto a ella sin saber qué decirle y cuando sus labios húmedos se detuvieron oí salir estas palabras de los míos:
-Tú eres mi amor, pero todavía no lo sabes, pues no ha ocurrido aún. Fuiste a un futuro en el que yo estaba solo y triste porque nunca te conocí y me dijiste que estarías esperándome en el pasado, sentada en un banco del Templo de Debod, leyendo versos. Con esa visita que hiciste al futuro me ayudaste a cambiarlo, me diste una pista. Y ahora me toca a mí cumplir con mi parte.
Y entonces me acerqué a la muchacha con los ojos ciegos pero calculando desde la tiniebla encendida de mis párpados cerrados el punto exacto de aterrizaje de ese primer beso de amor. Pero -¡clash!- recibí a cambio una sonora bofetada en la mejilla izquierda.
Quise explicarle mis razones, hacerme inteligible para ella.
Quise entender su bofetón.
Le expliqué, entonces, que su tortazo -más que un obstáculo- era un buen comienzo, un buen presagio: toda gran historia de amor termina tarde o temprano en decepción y está trufada de momentos de tristeza, llanto y odio. En nuestro idilio habíamos empezado por el final. Ahora por delante sólo nos quedaban los placeres y los goces, las mieles del amor.
Así que me levanté y me puse enfrente suyo, haciéndole sombra, en eclipse con el sol, que le había estado iluminando con destellos de anhelo la mirada:
-No te preocupes, amor –le dije- es mucho mejor así. Ya nos hemos quitado de encima el purgatorio.
Ella debió de dejar de reprimirse entonces. Pues me propinó -¡clash!- otro guantazo más, certero y doloroso. Con odio rencoroso en la mirada me soltó:
-¡Estoy harta de ti! ¡Llevo ya trece años esperándote aquí! ¡Ya no te quiero más!
El sol ya se había puesto y yo me quedé todavía un rato más allí de pie, viendo cómo me abandonaba la solitaria muchacha de anhelante mirada, con su breve poemario entre las manos.
Y con cierta renuencia y pesadumbre, después de una jornada agotadora de giros de tacón y graciosos puntapiés, mis gastados zapatones de charol emprendieron el regreso, cuesta arriba, por la escarpada calle del Limón, mientras leía con tristeza: pan, aceite, leche, servilletas, peras, bicarbonato...
11 comentarios:
Me suena, me suena, me suena...¿ya lo había leído?
Cheli: es que me gustan las pelis de mamporros y los cuentos -¡plash!- con bofetadas. Ahora en serio: no sé, sin las bofetadas sería una historia diferente: no habría teoría del purgatorio primero, ni sorpresa del lector cuando ella dice lo que dice tras los dos bofetones...
Gaby: reciclé un amago historia que había escrito hace unos meses y la transformé y adapté. Lo que leíste fue el la idea en germen.
Un abrazo.
Bonito cuento. Me hace pensar en la de cosas que nos perdemos mientras esperamos. Cuando llega el momento siempre echamos la vista atrás y nos preguntamos ¿qué he hecho durante todo este tiempo en el que he estado esperando? Y en ocasiones nos revelamos contra su llegada, culpándole de todo lo que no hicimos.
Un abrazo
Y.
Un poco gastado lo del regreso del futuro, no?
Por lo demas bien
SalU2
Me encantó.
¿No se pueden esperar sorpresas desde el presente? A mí tampoco me gustan los viajes al futuro...¿Tanto esperar algo concreto para nada? Me encanta el cuento, pero...me deja fatal. Muak.
También me encantó.
Qué bueno disponer de tu tiempo para manejarlo como quieras.
Un beso con morriña.
Castora
A mí también me gustó: los zapatos de charol como un lujo infantil, la escapada al templo, los colores del atardecer y hasta las bofetadas. No esperaba tampoco la frase de ella. Muy bueno.
Yaiza: interesante interpretación. Para serte sincero ni yo mismo sé DEL TODO lo que he querido expresar con este cuento. Gracias por todo.
X: sí, no lo niego, hasta el punto de que me parece un poco pastiche. Pero es que el prota está como una cabra.
Carse: me alegro.
Muak: ya desde el título has de hacerte una idea de que el final no es tipo Disney, supongo.
Castora: no me quejo, no.
Jane: muchas gracias.
pd: el cuento es otro ejercicio de clase. Había que escribir un texto imitando la prosa de Baudelaire. De ahí la atmósfera levemente poética, el ánimo exaltado estéticamente, el odio hacia la normalidad y normatividad burguesa y su mundo ordenado de convenciones sociales, la racionalidad como "desplazada" delextravagante personaje, etc. El final era un final feliz, mucho más insípido. Fue Eduardo Vilas, profe y dire del Hotel Kafka, quien me sugirió la genial reacción de la chica.
Un abrazo.
¡Se te dan mejor los gatos que las chicas que leen poesía! ;)
Yo no diría imposible imposible... Por eso me gustan tanto los jueves: la víspera todo puede suceder. Y sucede.
Los gatos son mi especialidad. Con las chicas que leen poesía soy un verdadero desastre.
Suerte mañana.
Un abrazo.
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