El hombre de acción y el hombre de contemplación se complementaban el uno al otro.
El hombre de acción había probado todos los medios de comunicación imaginables para -surcando mares, cielos, desiertos- alcanzar nuevos lugares inimaginables. La angustia de no haber días suficientes para conocerlos todos invadía sus noches.
El hombre de contemplación viajaba con los libros y con el pensamiento. Había frecuentado y amado todos los géneros literarios y discutido todas las doctrinas filosóficas. Pero cada día llegaba a sus manos un nuevo ejemplar, un nuevo hallazgo. La angustia de no haber días suficientes para leerlos y meditarlos todos concienzudamente invadía sus noches.
El uno tenía don de gentes, gustaba a las mujeres y a los niños. Seducía con facilidad a las masas aunque también era capaz de desarmarte en las distancias cortas. Le gustaba el vino y la comida, el buen sexo, la espontaneidad.
El otro era tímido e introvertido. Solitario. Hermético, críptico, casi inaccesible. A menudo filosofaba a destiempo. Se volvía grave cuando los demás reían.
El hombre de acción gastaba su tiempo en trivialidades, pero no sufría por ello. Hacía de todo en muy poco tiempo, a gran velocidad, pero sin percatarse de nada. También los sonámbulos recorren muchos metros en sus andanadas nocturnas, mas sin enterarse.
El hombre de contemplación se levantaba, desayunaba y toda la jornada -hasta quedar dormido, de nuevo, al terminar el día, con un libro abierto entre las manos- la pasaba en casa enfundado en un albornoz a cuadros y unas pantuflas raídas, sin salir de su breve casucha. Y sin embargo abismos insondables, goces extáticos, atroces temores, remansos de dicha y dolorosas punzadas de melancolía lo escoltaban hasta acabar exhausto al final del día.
El hombre de acción y el de contemplación.
Uno y otro conformaban la cara y el envés de uno y el mismo individuo.
El hombre de acción había probado todos los medios de comunicación imaginables para -surcando mares, cielos, desiertos- alcanzar nuevos lugares inimaginables. La angustia de no haber días suficientes para conocerlos todos invadía sus noches.
El hombre de contemplación viajaba con los libros y con el pensamiento. Había frecuentado y amado todos los géneros literarios y discutido todas las doctrinas filosóficas. Pero cada día llegaba a sus manos un nuevo ejemplar, un nuevo hallazgo. La angustia de no haber días suficientes para leerlos y meditarlos todos concienzudamente invadía sus noches.
El uno tenía don de gentes, gustaba a las mujeres y a los niños. Seducía con facilidad a las masas aunque también era capaz de desarmarte en las distancias cortas. Le gustaba el vino y la comida, el buen sexo, la espontaneidad.
El otro era tímido e introvertido. Solitario. Hermético, críptico, casi inaccesible. A menudo filosofaba a destiempo. Se volvía grave cuando los demás reían.
El hombre de acción gastaba su tiempo en trivialidades, pero no sufría por ello. Hacía de todo en muy poco tiempo, a gran velocidad, pero sin percatarse de nada. También los sonámbulos recorren muchos metros en sus andanadas nocturnas, mas sin enterarse.
El hombre de contemplación se levantaba, desayunaba y toda la jornada -hasta quedar dormido, de nuevo, al terminar el día, con un libro abierto entre las manos- la pasaba en casa enfundado en un albornoz a cuadros y unas pantuflas raídas, sin salir de su breve casucha. Y sin embargo abismos insondables, goces extáticos, atroces temores, remansos de dicha y dolorosas punzadas de melancolía lo escoltaban hasta acabar exhausto al final del día.
El hombre de acción y el de contemplación.
Uno y otro conformaban la cara y el envés de uno y el mismo individuo.
2 comentarios:
Puntualización de Ahmed.
No se puede "contemplar" con un libro en las manos. Se podrá leerlo, reflexionarlo, meditarlo, pero no "contemplar". Para "contemplar" se requiere un espíritu andarín y montañero como el de Nietzsche, con el que subir a las alturas , a las cumbres, donde no hay más compañía que la del águila y más ruido que el del viento.
Una puntualización muy platónica.
En efecto: ¿cómo iba a alcanzarse la "contemplación" (el grado superior de conocimiento) mediante un instrumento tan trivial como un simple libro? Hace falta una experiencia más intensa y reveladora; acaso, como mínimo, la experiencia del diálogo; aunque preferentemente algo menos pedestre. Sí, sin lugar a dudas esa cumbre nietzscheana es un buen escenario.
Puede que tengas razón. La dicotomía entre ambos caracteres es una especie de vaga intuición, una idea poco razonada y contrastada. Por eso sólo he querido expresarla mediante el lenguaje impreciso, ambiguo aunque sugerente de la literatura. La dicotomia no está a prueba de un examen analítico.
Tienes razón: por mucho que el "hombre de contemplación" pueda "viajar" con un libro en las manos, es verdad que su conocimiento del mundo y de sí mismo (perdón: me faltó dios) no dejará de ser un tanto libresco, valga la obviedad. Hace falta más garra. Ya lo decía Nietzsche: "En la escuela de la vida, lo que no me mata me hace más fuerte". También más sabio.
Mi intención fue romper una lanza a favor de la idea de que la aparente inactividad del lector en realidad puede traducirse en una vida mucho más rica, variada e intensa que la del cosmopolita "hombre de acción". Una lanza a favor del pensamiento, que, de este modo, se convierte en acción (poniendo a prueba así mi dicotomía). Fichte hubiera estado de acuerdo -creo- con esta visión.
Los libros nos pertrechan a veces de ese "espíritu andarín y montañero" tan caro a Nietzsche.
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