miércoles, 19 de diciembre de 2007

WiNtEr TiMe



Durante mi infancia siempre quise haber podido leer o escuchar algo parecido a esto que ahora mismo se lee en la web de nuestra Consejería de Educación:

"Educación mantiene para mañana, miércoles, la suspensión de las clases en las Islas orientales y anuncia la reanudación de la actividad en las Islas occidentales.

Ante la declaración de alerta por fenómeno meteorológico adverso de viento y lluvia, la Consejería de Educación, Universidades, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, siguiendo las recomendaciones de la Dirección General de Seguridad y Emergencias, mantendrá mañana, miércoles, la suspensión de las clases en los centros educativos de las Islas orientales (Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura). Asimismo anuncia que mañana se reanudará la actividad lectiva y extraescolar en las Islas occidentales (Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro).


Se recomienda a toda la comunidad educativa seguir a través de los medios de comunicación las novedades que se puedan producir, así como mantener en todo momento las medidas de prevención que facilita la Dirección General de Seguridad y Emergencias."

En mi infantil egotismo llegué a desearle en mi fuero interno la muerte a cualquier personalidad de renombre, a cualquier mártir por la Patria, con tal de que las autoridades decretasen uno o más días de luto nacional.

"¿Cuántos días de noviembre sin ir al cole tuvieron los niños que se beneficiaron de aquel día 20 del año 75?" -me preguntaba a mí mismo, con envidia y deleite, como el homeless que escudriña desde el frío pretil del invierno el escaparate a través del cual ricos comensales se dan un festín de langosta y caviar bajo la circunspecta mirada del maitre.

Si mis pensamientos no hubieran sido algo privado e inaccesible, sino de dominio público, si hubiera osado traducirlos en portada de revista satírica, a mí también me habrían multado, o algo peor.

La salud de quienes nos gobernaban por aquellos tiempos fue siempre robusta y férrea, razón por la cual todas mis esperanzas y anhelos infantiles se depositaron en los inhóspitos, húmedos y en ocasiones gélidos inviernos de la villa de San Cristóbal de La Laguna, a la sazón escenario de mis días de colegio.

"¡Si por una vez nevara!" -pensaba y rezaba, pese a no creer mucho en ese tipo de comercios con lo divino, ni en ningún otro, mas no excluyendo de antemano, por agnóstico prurito, ninguna posibilidad, ninguna alternativa.

Pero sólo llegaba, a veces, a granizar: antesala de la dicha y del paraíso prometidos.

Supongo que este deseo infantil, el de quedarse en casa en un día de colegio porque el mal tiempo obliga a las autoridades a cerrar las escuelas, es una especie de ideé fixe anclada en lo más profundo del inconsciente colectivo de los niños, una constante incorporada a la "esencia de niño", una marca genética.

Y hasta ayer suponía que, como siempre, sólo unos cuantos elegidos -los niños de los llamados países nórdicos, esa zona del mundo que siempre ponemos como referente y modelo de todo- se habían podido beneficiar del asunto del mal tiempo y habían visto sus atávicos deseos y anhelos cumplidos, realizados, colmados.

Nosotros, niños de otras latitudes más cálidas, siempre nos quedábamos a punto, con la miel en la boca, frustrados ante una inclemencia de borrascas mediocres, que no hacía tambalearse al aparato implacable y tenaz del sistema educativo.

Otros niños -ay- de latitudes más desfavorecidas ni siquiera gozaban de ese derecho que en nosotros era un deber. Pero ese es otro cantar: el punto de vista del adulto aún sin formar.

Pero ayer se ha roto al fin la maldición vigente durante mi infancia.

Quizás la clave está en el cambio climático.

Quizás se debe a la prudencia política tras "el Delta".

Quizás es que en España nos vamos homologando poco a poco y hemos adquirido por fin derechos de la infancia hasta la fecha aún por conquistar.

El caso es que ayer en la clase de ética, cuando les repartí a los alumnos la circular dirigida a los padres, informándoles de que las actividades extraescolares de tarde se habían suspendido en toda Canarias y que debían estar atentos a los medios de comunicación para saber si se suspenderían o no las clases de hoy miércoles, pude ver en el brillo de sus miradas la misma alegría anticipada por la imaginación fabuladora, la misma dicha contenida, el mismo anhelo feroz que de niño tantas veces experimenté, con ocasión de una racha de tiempo invernal.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿No echaste de menos en aquellos momentos ser niño para poder expresar la alegría que sentías por haberse cumplido un antiguo sueño? Claro, eras el profe, y no estaba bien unirte a la alegría colectiva, ¡ay! Más de una vez, no por estas cuestiones sino por otras, me han invadido las ganas de dejarme llevar por la adolescente que hay en mí uniéndome al jolgorio de la clase. A veces lo hago, pero que no se entere nadie, jaja.

Un saludo, Montse

Andriu dijo...

Hola Montse,

Claro que lo eché de menos.

La verdad es que no hubiera sido muy apropiado que el profe se subiera a su mesa presa de un ataque de entusiasmo y empezara a dar alaridos de felicidad... pero te juro que es lo que me pedía el cuerpo.

Seguro que hay una inversa para esa expresión tan elocuente que dice: "La profesión va por dentro".

Algo así como: "La fiesta va por dentro".

Pues eso mismo.

Un saludo.