viernes, 15 de agosto de 2008

HaMbUrGuEsA SaGrADa


Ahora que estoy en Tyler, la ciudad de las iglesias y de las mujeres con ostentosos crucifijos en el pecho (cubierto), me acuerdo de aquel pintoresco almuerzo en Nueva York en el que religión y fast food se entrelazaron tan estrechamente que mi hamburguesa llegó a antojárseme comida con propiedades beatíficas, como a los cristianos se les antoja el cuerpo de Cristo esa oblea, esa hostia de pan ázimo.

Aunque esta vez la cosa iba de judíos.

Nos extrañó ver en las paredes estrellas de David y otros diseños poco frecuentes para tratarse al fin y al cabo de una hamburguesería.

Pero a poco que empezamos a fijarnos nos dimos cuenta:

¡Todo allí era judío!

Repartidos por todo el local había pequeños ejemplares en hebreo, supongo, de la Torá, supongo.

Los clientes que entraban y salían llevaban algunos signos distintivos, como la kipá o los tirabuzones.



¡Incluso la Coca-cola era diferente!

El camarero nos mostró cómo la tapa de la botella llevaba el signo distintivo (una especie de "c") indicando que dicho "alimento" o producto podía ser expedido en comercios judíos sin peligro de violación de la ley judía.

Y es que José, por inconsciencia o por irreverencia, se había atrevido...

¡a pedir una cheeseburguer!

El camarero, que aparte de mexicano era de lo poco que había allí que no fuera judío, nos explicó que la carne no podía mezclarse con la leche y que por tanto podía pedir la hamburguesa con lo que fuera excepto con queso o excepto con, por supuesto, cerdo.

Al parecer en la Torá quedó dicho que:

"No cocinarás el cabrito en la leche de su madre"

Pero se ve que el día que lo explicaron algunos nos fugamos de la clase de religión.



El camarero nos trajo este pan, esta ensalada de col y estos pepinillos gigantes.

Por la cara.

Es decir, que pides la hamburguesa y, mientras se cocina, te traen este "aperitivo" para abrir boca. No me había tomado ni la mitad y ya estaba casi lleno...

El caso es que mientras tanto el camarero entró en confianza, básicamente tras decirle nosotros que no éramos judíos, pese a la longitud de mis patillas, que en un primer momento le había llevado a error.

El pobre hombre andaba muy despistado:

¡Menuda pinta de españolitos llevábamos (yendo a almorzar a las 4 de la tarde)!

De las anécdotas que nos contó el camarero me quedo con ésta:

Un día el local estaba a reventar de gente, era hora punta. Una de las funciones de los camareros es la de vigilar que no entre nadie de la calle con comida. Lo cual se traduce en realidad en: que no entre nadie con alimentos prohibidos, tal que leche o un bocata de lomo o de serrano. Pero ese día, como decía, aquello estaba a reventar. Así que a nuestro dicharachero camarero se le coló aquel hombre que, insensato, se sentó en una mesa del fondo con su vaso de café con leche traído de la calle...

¡Dios se apiade de él y de toda la gran manzana de la ciudad de Nueva York!

El caso es que ocurrió lo peor: el vaso se volcó y el café con leche se derramó.

El camarero se dio cuenta.

El dueño del local se dio cuenta.

Los clientes se dieron cuenta.

El dueño del local se dio cuenta de que los clientes se habían dado cuenta.

Así que ni corto ni perezoso recorrió su local hasta llegar al lugar del infractor y sin mediar palabra cogió en peso la mesa, la sacó del local y la tiró violentamente a la calle, deshaciéndose en pedazos.

Luego entró, volvió junto al herético y atónito cliente y le gritó:

"No quiero leche en mi local ¿entiendes? Por ser la primera vez, no te voy a hacer pagar la mesa, pero quiero que lo entiendas para la próxima vez: ¡No quiero leche en mi local!"

Cuando terminó de contarnos la anécdota me dieron ganas de aplaudirle.

Ese día el dueño del local perdió un cliente, pero se ganó la fidelidad de por vida de los judíos allí presentes.


Las hamburguesas llegaron y nos pusimos bonitos.

Ese día nos ocurrió algo insólito:

Caminamos, pateamos, recorrimos Manhattan de arriba abajo, bebiendo agua como descosidos, con una sed mortal, como de diáspora.

Pero el hambre no llegaba, no retornaba, como si esa función vital, esa necesidad, la de alimentarnos, hubiera desaparecido.

Esa noche ninguno de nosotros pudo cenar; tal era el hartazgo.

A la mañana siguiente, en el desayuno, apenas pudimos probar bocado.

Todavía hoy me pregunto qué diablos tendría aquella hamburguesa sagrada y superenergética.


5 comentarios:

Carse dijo...

¿Te has planteado escribir un libro?

Mínimo tendrías un lector, yo.

Me gusta mucho leer y enterarme de tu aventura.


Saludos

Southmac dijo...

Es una pena que haya tanto fanatismo en el mundo.

Anónimo dijo...

Es alucinante el tamaño y la cantidad de comida y yo me pregunto que cuáles son las causas de ese derroche, de esa exageración, de esa exhibición de abundancia en bares y en supermercados según has contado. Y encima, y además el fanatismo con la comida....The United Estates, of course, something different!!!
Me acordé con tu relato de la peli Super size me, un mes, un mes, comiendo todas las comidas en Mc Donals, sería muy muy duro.
Desde aquí reivindico el tomate, la lechuga y las berenjenas.
Besitos.
Castora.

Anónimo dijo...

Tú sigue, sigue acumulando caloría tras caloría de alimentos grasientos y fast food. Ya te vaticinó el buen Ricardo el descuido de tu IMC. Pero nada, tú sigue, sigue así, acumulando calorías...
La voz de tu conciencia gastronómica.

Andriu dijo...

Gracias, Albatros. Los que no tenemos ni tiempo ni dinero ni posibilidad de escribir un libro... pues eso, tenemos un blog. Aunque sí, me lo he planteado, como lo del árbol y el hijo. Pero todo a su debido tiempo...

Sí, Southmac, debe haber mucho fanatismo en el mundo para que en algunos sitios se priven de un buen jamón de jabugo...

Pues sí, Castora, aquí todo es talla XXL, desde los crucifijos hasta el papel higiénico. Y pienso en Super-Size-Me cada vez que entro en un supermercado o restaurante.

Uff, qué cargo de conciencia gastronómica. Entre ésta y Ricardo, por una parte, y el bombardeo diario de ofertas, ocasiones e invitaciones a comer desmesuradamente por otra, voy a terminar esquizofrénico...

Bueno, de la comida, ya habrá ocasión de hablar con más detalle...