
Tan pronto como llegamos a México, un 7 de de marzo, día en el que cumplía años mi padre, el de Gaby y el de mi alumna Yessenia, nos instalamos en el amplio y confortable piso de Alberto y Bea y nos sentimos como en casa.
Hasta allí, hasta el DF, nos habia llevado la
Edición 2009 del
Amigo Invisible.
De justicia era culminarla cuanto antes, con la apertura de mis regalos, dos meses después de la celebración general del anual acontecimiento en la villa de San Cristóbal de La Laguna.

Alberto lo grabó todo en video, disfrutando de los regalos que me tenía preparados, al tiempo que atesorando material audiovisual para afrontar las futuras ediciones del Amigo Invisible.

Atacó al corazón con los primeros regalos: fotos de aquellos viajes inolvidables en nuestra adolescencia tardía.

Imágenes de una amistad duradera, enriquecida a lo largo del tiempo y a través de sus incontables y memorables episodios; tal que este último viaje a México.

Luego -siempre instalado en la vena sentimental- prosiguió con esos "productos de la tierra", que tan lejos nos queda a ambos:
Café el Caracol
Más canario que eso: el gofio.

Cada regalo llevaba su paliquito de rigor, su presentación, su misterio.
(Al fondo, queridos lectores a los que les encana ampliar las fotos y fijarse en la marginalia de los posts, se puede ver, radiante, impoluto, acogedor, con sus puertas abiertas de par en par al nuevo huésped: el cuarto de las pajas)

Luego los regalos serios: un catálogo de una exposición en la que participó (o fue el comisario) Alberto.
El artista: Manuel Felguérez.

Aunque tengo aquí muy poco tiempo para leer, lo que escriben los colegas tiene prioridad absoluta, así que leyendo el texto de Bertux me enteré de que el tal Felguérez fue uno de los puntales que introdujo el arte abstracto en la tradición pictórica mexicana, tan instalada en el realismo (aunque a veces mágico) figurativo.

Alberto seguía filmando, yo leyendo y abriendo regalos...
Qué sensación más extraña la de esta edición del Amigo Invisible, fragmentada, dividida en dos, con este coletazo y cierre tan tardío.
O quizás fue la demostración palpable de que pese a las distancias y ausencias el Amigo Invisble podía seguir su curso, continuar, perpetuarse.

Bea es redactora jefe de
Glamour y por lo tanto creo que tuvo bastante que ver en este regalo.

Y para despertar al personal, aletargado aún por el jet lag, para exaltar más aún si cabe la amistad, para probar el milagroso elixir nacional, nada mejor que una botellita de esa bebida mexicana que la planta de maguey hace posible.

Las notitas me iban conduciendo a abrir armarios o puertas y a descubrir nuevos regalos que señalarían el rumbo de esta noche de bienvenida...

Una guitarrita mexicana, de apariencia similar al timple canario.

Y un sombrero de mariachi, por si quedaba alguna duda respecto adonde habíamos ido a parar.

Faltaba el regalo manual.
El cabrón de Alberto me había dicho por la tarde:
Prepárate esta noche, he preparado una buena, alguien va a venir...
El guión escrito me mandaba abrir la puerta de la casa para encontrar el último regalo.
Por un momento pensé:
¿Santi? ¿Nico?
Pero enseguida lo descarté: demasiado surrealismo.
(Queda apuntada la idea, no obstante, para futuras ediciones)

Abrí la puerta y...
¡hélas!
¡Sorpresa!
¡Tronar de guitarras, guitarrones, violines y trompetas!
¡Juan Felipe y sus marichis!
¡La orquesta Meteeeeeeeeeeeeoro!
¡Ándale, ándale, ándale!

Alberto se redimió con su regalo postrero.
La cara de todos era un poema.
¡Jajajajaja!

Los mariachis entraron con el animado ritmo de
Guadalajara, cuya letra había impreso Alberto para cantarla a dúo conmigo.

Pronto se animó el cotarro.
Se olvidó el jet-lag a ritmo de ranchera y de tequila.
¡Guadalajara hermosaaaaaaaaaaa!

Convertimos el saloncito en una improvisada pista de baile.

El sombrero rulaba de cabeza en cabeza.
La alegría estallaba como una supernova, a años luz de Tyler y de Tenerife...
¡Y arriba las chivas!
¡Cuidadín, cuidadín, que viene el baile del tiburón!
Bailábamos y cantábamos los temas como si los conociésemos de toda la vida.
(Ilusiones fruto del tequila, me temo)

Dicha desatada.
Bienvenida apoteósica.
Prometedor preludio de lo que habría de venir.