"Ahoramismo mi hermano Pablo está en casa de un amigo; Jorge, casi siempre está en casa de éste. Últimamente esta obsesionado con el dinero porque quiere comprarse un coche teledirigido y yo y él hacemos trabajos para que mama ypapa nos den donero. Uno de esos trabajos puede ser arreglar la huerta puesto que esta fatal, llena de amorseco, escombros, sisternas viejas que mi padre guarda con afán, trozos de tea etc..."
Anoche nos fuimos a la cama con el susto en el cuerpo. Habíamos ido todos a cenar carne a la piedra, en uno de esos sitios de Madrid que nunca defraudan. Luego mis padres se fueron a acostar, pues había que madrugar mucho para coger el vuelo hoy tempranito (todavía me dura el jet-lag, mezclado con resaca y falta de sueño). Pablo, Estefanía y yo nos fuimos a un bar cubano de Plaza de España a tomarnos "la arrancadilla".
Cuando venía de la barra y acababa de sentarme en la mesita que habíamos ocupado con la tercera ronda de rones y mojito, ocurrió. Apareció mi hermano, que había ido al baño, con un chorro de sangre que le manaba desde la coronilla y le lamía todo un costado del rostro, hasta quedarse coagulada en los intersticios de la incipiente barba.
Estaba serio, súbitamente preocupado, pero sereno:
-Vámonos -dijo- me he dado un golpe y no paro de sangrar.
Bajamos las escaleras del garito, abriéndonos paso entre la gente, lo cual fue fácil, pues todos se apartaban ante la visión de la cara ensangrentada de mi hermano. Afortunadamente, al salir a la calle, un taxi en la puerta del bar aguardaba de modo providencial.
-Al hospital, a urgencias, por favor, se ha dado en la cabeza y no para de sangrar.
Un cliente se bajó del taxi: ignoro si había terminado su carrera o si cívicamente nos cedió su turno. Fue todo muy rápido, muy confuso y la embriaguez para colmo lo ralentizaba y difuminaba aún más.
El taxista era el típico taxista de Madrid: nos pidió que no le mancháramos de sangre la tapicería y se indignó porque nos faltaron unos céntimos al dejarnos en el hospital. Yo saqué a Pablo del taxi y lo acompañé adentro, mientras Estefanía discutía con aquel profesional del volante.
Atendieron enseguida a Pablo. Le curó la herida una enfermera. Mientras esperábamos al cirujano en la salita, junto a otra pobre gente que llevaba allí una eternidad (a juzgar por la intensidad de sus suspiros) me sentí bien. Estaba allí, junto a mi hermano, semi-ebrios ambos, algo trastornados por lo ocurrido, pero contentos de que no hubiera sido nada grave; apenas eso: en susto en el cuerpo.
La verdad es que mi hermano no ha dejado de darse golpes y sufrir pequeños accidentes o roturas de huesos durante toda su vida. Es un poco gato y su cuerpo es de un plástico dócil pero resistente. Se ha caído desde lo alto de unas escaleras, se ha roto una clavícula cogiendo olas, se ha abierto la cabeza pisando un rastrillo. Lo de anoche fue sólo un episodio más.
Nos llevamos seis años y creo que siempre fue precoz en todo, o al menos más precoz que yo. Pese a la diferencia de edad, hemos jugado mucho juntos de pequeños. Yo hacía el papel de hermano mayor; y el me seguía, por lo general, encandilado.
Nos disfrazábamos y nos sacábamos fotos. Hacíamos dieta y deporte juntos (retrospectivamente intuyo que tuve un brote de
vigorexia adolescente). Inventábamos juegos y expresiones, un lenguaje propio.
Durante una época fui su héroe y su modelo, como suele serlo todo hermano mayor.
Tengo recuerdos de cómo poco a poco dejaba de serlo y buscaba y encontraba nuevos estímulos sugestivos que no fueran su hermano mayor. Muchas veces me metía con él o le exigía lo que no podía pedírsele a un niño de su edad. Por otra parte, crecía y su mundo se iba haciendo mayor. Era inevitable que tarde o temprano encontrase sus propias vocaciones y afinidades, ajenas a mí.
Aunque a veces lo había sentido como un fardo, que se empeñaba en seguirme en mis juegos, en venir con mis amigos o primos de mi edad, cuando fue él quien tomó la iniciativa de crecer por su cuenta, me sentí celoso, posesivo, egoístamente traicionado.
En esa alusión a Jorge puede que hubiera ya cierto recelo y envidia:
"casi siempre está en casa de éste". En la misma carpeta azul en la que se encontraba esta
carta al futuro había un poema de la misma fecha dirigido a mi hermano, en el que le recriminaba todo el tiempo e interés que le dedicaba a la televisón. Jorge, la tele, el fútbol: esos nuevos mundos que iba descubriendo Pablo le convertían cada vez menos en el hermano pequeño.
Probablemente me comporté a veces como el perro del hortelano.
No sé, creo que nunca lo hemos hablado detenidamente. Éstas son, por otra parte, sólo las sombras de una amistad entre hermanos en la que no encuentro más que luces.
Ahora esos seis años de diferencia se han borrado.
Hace seis años compartimos piso en Madrid, antes de empezar yo a trabajar.
Fue uno de los años más felices de mi vida.
Para ilustrar este párrafo de la carta al futuro, dedicado a mi hermano, he estado revisitando viejos álbumes de fotos.
Me he reído mucho y también me he emocionado.
Soy joven aún pero me he sentido anciano ojeando esas fotos.
Por la tarde hemos ido a visitar a una anciana de 86 años a su casa -mi abuela- y le he llevado de regalo un pequeño álbum con las fotos del cuarto cumpleaños de Pablo. Aparece ella algo más joven, radiante de felicidad, dando palmas jubilosa mientras mi hermano sopla las velas.
Le ha encantado el regalo y la he notado alegre y triste al mismo tiempo mientras pasaba las páginas del álbum.
He pensado que igual me he sentido yo esta mañana ante la avalancha de recuerdos que esas fotos me han traído: alegre y triste.
Me ha asustado comprobar todo lo que cuentan esas fotos a quienes allí estuvieron y han sido testigos y protagonistas de lo que ha venido luego.
Cada una de esas fotos son, también, vistas retrospectivamente, otras cartas al futuro.
6 comentarios:
¡Qué sensibilidad la tuya! ¿Le has dicho a Pablo que lea esto? Se sentirá orgulloso de su hermano mayor.
Sigo leyéndote encantada. Pero ¿no estás un poco agobiado con el inexorable paso del tiempo? No sé, da la impresión de que quisiera pararlo.
Un saludo, Montse
GRANDE
Comparto una sensacion parecida con mis hermanos pequeños.
Si no recuerdo mal, tu hermano también se quedo trabado en una silla plegable y se rompio la barbilla..
Me quedo con la intriga de lo que le paso en el baño.
Un beso
Mi comentario va en otra línea. Espero que tu hermano se encuentre bien y que aquel golpe se haya quedado ya en una anécdota. Por cierto, hace unos días me pegué un hostiazo en la ducha y un poquito más y no lo cuento. Un abrazo. Ricardo.
Montse: no se lo he dicho, ya se pasará por aquí, aunque es del género "lector silencioso". ¿No sabías que aquí dejan comentarios 2 o 3 pero que el número de lectores supera al del blog de Buenafuente? En serio, te sorprendería saber la de peña que está obsesionada con eso del tiempo ;)
El cizaña: ¡qué buena! ¡Cómo pude dejarme en el tintero la de la silla plegable! ¡Si es que mi hermano podría escribir una antología de gajos memorables!
Ricardo: sí, afortunadamente no fue nada, hablé hoy con él y se encuentra ya perfectamente. Y ten cuidado también: pon una alfombrilla de esas que se llenan de hongos a los 3 meses pero que salvan vidas. No es cuestión de dejar al J.A.G. sin jefe de estudios por un jaboncillo...
Un saludo a los tres.
pd: se acabaron las vacaciones, snif, snif...
Hola nene, aunque veo que tarde, me he emocionado mucho leyendo este post.
Al menos a mí -y cada vez más frecuentemente- me angustia comprobar la velocidad a la que cambia todo (las cosas, las personas, las vidas) y la sensación de sentir que esos momentos que han marcado una infancia, se puedan desvanecer. Afortunadamente, lo único (y más importante) que mitiga esta dolorosa sensación es poder echar la vista atrás y, como decías, ver solo luces, ahí es cuando te das cuenta de que, de algún modo, hay ciertas cosas que nunca se esfumarán...
Porque "la cama de los dinos", "la libertad del asa" o esa danza absurda alrededor de la mesa cuando se avecinaba una bronca, nunca se desvanezcan... muchos besos!
Ja, ja, ja... Gracias por recordarme lo de "la libertad del asa", Opal, enano pimentón, siesque-siesque, Pafri.
A ver si lo de la melancolía por el tempus fugit va a ser algo de familia...
En cualquier caso, cuando vuelvas a casa te recomiendo prudencia: los álbumes de fotos que hay en "el cuarto de las 2 camas" son una bomba de relojería.
Y hablando de heridas: ¿qué tal la coronilla?
Un abrazo enorme, nene.
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