"Los forasteros en Nueva York somos reconocibles porque vamos por la calle mirando hacia el cielo con la boca abierta. A algunos se les pasa en unos días. Otros llevamos la nuca encajada entre los omóplatos durante meses.
Soy de los que se emboban con los rascacielos, quizás porque me producen vértigo, o porque son las catedrales contemporáneas y están para eso, para embobar a gente como yo.
No existen razones económicas o urbanísticas que justifiquen la existencia de torres altísimas; cuando las hay, son marginales o sobrevenidas. Hubo rascacielos en cuanto la técnica permitió construirlos y el invento del ascensor llegó a ser lo bastante seguro como para resolver el acceso a los pisos elevados: se hicieron porque al fin pudieron hacerse. Los primeros rascacielos fueron creados para impresionar, para demostrar el poderío de una empresa o de un magnate y para atraer clientes con la singularidad del edificio. Las cosas funcionan más o menos igual hoy día.
Cuando ya hay muchos rascacielos en una zona, como en el centro de Manhattan, siguen construyéndose aunque no resulten especialmente altos ni interesantes, porque cualquier cosa inferior a cien metros parecería la caseta del perro.
Hay también, ahora, argumentos de tipo económico y jurídico para construir edificios muy altos, pero no están directamente relacionados con el precio de los solares. En Nueva York, una cosa es la propiedad del suelo y otra la propiedad del aire, y muchas veces pertenecen a gente distinta.
El aire, es decir, el derecho de edificación sobre un solar a partir de cierta altura, puede ser tan caro o más que la tierra. Una vez se dispone de aire y tierra, hay que negociar con las autoridades una enorme cantidad de licencias.
Cuando el promotor concluye este proceso, que aquí simplificamos porque tampoco se trata de hacer un master en urbanismo, sólo resulta rentable una mole con un montón de pisos. Pero porque el montaje es así, no porque la escasez de espacio resulte angustiosa".
(Enric González: Historias de Nueva York)
3 comentarios:
Es realmente IMPRESIONANTE. Me siento como si estuviera allí.
Saludos, forastero.
Sí que lo es. Acaba uno con tortícolis.
Un saludo, conejero.
¡Ja,ja! ¡Qué gracia, Andriu! Mi hermana ha estado en Nueva York este verano y también venía fascinada con la cotización del suelo aéreo. ¡Y yo que creía que la propiedad del espacio aéreo era del Estado y del Ejército! Vaya, vaya.
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