viernes, 22 de mayo de 2009

InSoMnE FrAgOr


A muchas millas de todo,



en medio de un desierto cuyas arideces me hicieron sentirme en Lanzarote: feliz,



se encuentra, insólita e incongruente, incluso verde, la ciudad de Las Vegas.



Las Vegas es la ciudad de las bodas sobrevenidas y las capillas horteras.



Las Vegas es la ciudad del pecado.

La gente prefiere decirlo así:

"What happens in Vegas, stays in Vegas"



Las Vegas es la ciudad del entretenimiento.



Y la ciudad de los hoteles fastuosos, de postín.



Eso sí: al fondo, siempre están las tragaperras.



Al fondo de las estatuas de emperadores romanos, siempre su cantinela insomne y su fulgor hipnotizante.



Al fondo, o en primer plano.



Pues las vegas es, ante todo, qué perogrullada, la ciudad del juego.



Cientos de casinos y hoteles y hoteles-casino la conforman y hacen ser lo que es.

Ruleta, apuestas deportivas, poker, blackjack, dados y tragaperras son las principales atracciones; el exquisito menú de los cientos de miles de ludópatas que anegan las salas de juego.



¿¡Qué esto no puede ser hermoso?!

No has probado esta embriaguez, esta hipnosis, esta droga.



Míralos: no les hace falta nada más.

Tuve un amigo -que el no frecuentarnos ha convertido ya en un conocido- que estuvo enganchado a las tragaperras.

Salíamos un par de amigos a dar una vuelta: cine, cerveza y a las dos en casa.

Todos se iban de retirada menos él, que se iba de cacería, a atracar cualquier tragaperras de bar; o viceversa.

Recuerdo retazos de conversación con él, cuando se atrevió a contarnos su problema: hablábamos yo, la Razón, y él, la Pasión, un diálogo de besugos.



El juego es Pasión y fascinación por el azar.

Más allá de la técnica y la experiencia, más allá de las matemáticas, que acotan el terreno mediante el placebo de las probabilidades, más allá de todo ello, se encuentra, irreductible y diáfana, constantemente mentada y anhelada, madre, reina y diosa de los casinos, esa estrella, esa bendición, esa epifanía:

La Suerte



Ya desde el aeropuerto, lleno de tragaperras, quise probarla.



Una vez allí, unas horas antes, nos bajamos de internet las normas de la ruleta, el poker, los dados y el blackjack.

Éramos novatos pero en mi bagaje contaba con unas cuentas novelas de caballería que, aun desconociendo las normas del juego, me habían enseñado lo que es capaz de sentir un jugador:

La última noche de Dostoyevsky
, El jugador y Doña Flor y sus dos maridos.




En Las Vegas, en el medio del desierto de Nevada y Arizona, se trafica con dinero y sueños.

En Las Vegas hay una puerta que conduce al cielo y otra al infierno:

Y ello lo decide un as de picas, un bonus en las tragaperras o una bolita caprichosa que se detiene en el 17 negro.

En Las Vegas todo se vende, el alma está devaluada y no hay más dios que la Suerte.



En Las Vegas está Roma.



Está Paris.



Y Venecia.

¿Pastiche?

¡Por supuesto!

Mas sólo aquí puede ser hermoso lo hortera.

Una ciudad -novela, cuadro, película- es hermosa cuando tiene espíritu y esencia, cuando sus piezas componen un todo con cierta coherencia estética interna, cuando todo combina y queda perfectamente hermanado, como si hubiera sido creado de un mismo parto:

Así quedó Lanzarote, gracias al maridaje del volcanismo con César Manrique.

Tal es Barcelona, con su modernismo y su Gaudí.

La autenticidad de Las Vegas radica, por contra, en su espíritu de simulacro y copia, de emulación de nuevo rico.

Cuando en Tacoronte o en La Matanza de Acentejo a un vecino se le ocurre poner en su balcón columnas salomónicas, no nos queda más remedio que llevarnos las manos a la cabeza:

¡Qué magada!

Pero en Las Vegas hasta el mismísimo Baldaquino me parecería de buen gusto, esto es: en armonía con el espíritu de la ciudad.

Las Vegas no tiene Historia pero la fortuna que sus casinos prometen puede comprar -o reproducir a escala- cualquiera de esos edificios medio en ruinas que la vieja Europa conserva.

Las Vegas es la creencia en la omnipotencia del dinero y en que con él se pueden cancelar las fronteras en el espacio y en el tiempo.

Las Vegas es la ciudad del nuevo rico: su ignorancia es desprecio inconsciente por la Historia, al reducir una civilización a un monumento y al colocarlo como decorado de un salón de tragaperras.

Por eso sólo en Las Vegas queda bien este potaje arquitectónico en la misma avenida: el Coliseo, el puente de Brookling, una pirámide egipcia y el escenario paradisíaco de una playa tropical.



Anochece sobre Las Vegas.

En primer plano, Nueva York.

Muy al fondo, la soledad del desierto.

Por doquier, el insomne fragor de las tragaperras y el juego.


7 comentarios:

Montse dijo...

Flipante!! No las vegas sino tu capacidad de generar intriga e interés por lo que escribes, sea del tema que sea.

Por lo que cuentas, podríamos concluir que todo el poder de Las Vegas está en su precio, y ese poder se acabará cuando aparezca una nueva "Las Vegas" que pueda comprar la antigua.

Mientras tanto, las y los que no valoramos las cosas por su precio sino por su valor, seguiremos apreciando otras cosas.

Un abrazo, Montse

Andriu dijo...

Muchas gracias, Montse, me alegra que te guste. Más que en el dinero, en el juego es donde reside el encanto de Las Vegas. He intentado ponerme en la piel de un adicto y tratar de buscarle un punto de romanticismo a esta ciudad hortera y materialista, je je.

Un abrazo.

jane dijo...

Otro libro: "Veinticuatro horas de la vida de una mujer" de Stefan Zweig. Para los que no jugamos ni a la lotería la literatura es un buen sustituto para comprender esa adicción. Debe haber sido un viaje muy instructivo. Un abrazo.

Andriu dijo...

Es verdad, Jane, se me quedó esa novelita en el tintero. Aunque de Stefan Zweig sin duda lo mejor es "La piedad peligrosa".

Un abrazo.

Yaiza dijo...

Andriu, en la foto emperchado pareces un cadidato del PP a las elecciones al Parlamento Europeo. Menuda performance!!!
Sería un buen disfraz para los próximos carnavales.

Besos.

Y.

Andriu dijo...

Jajaja, sí, Yai, tengo toda la pinta, con esa camisa color rosa que se me antoja tan de dechas, pese a todo. La chaqueta me la dejé olvidada en la habitación del hotel ;( así que en Carnavales tendré que volver a disfrazarme de puta o de argumento ontológico.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

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