"Aprovecho este momento para contar cosas malas que mis padres no saben y por supuesto dentro del plazo que he fijado al principio de la carta no creo que mi madre / padre me riña por lo que hice hace 12 años. Bueno, en el colegio hacemos (yo y mis amigos) cantidad de gamberradas, mejor dicho hacíamos, porque los dos últimos trimestres nos hemos portado bien. Pero en el primer trimestre si que eramos el terror de séptimo aunque a veces nos echaban culpas de cosas que no habiamos hecho puesto que teniamos la fama. Todo esto me refiero a Isidro, Alberto, Quin y yo, que son con los que mejor me llevo y con los que siempre estoy".
¡Quién iba a decirme a mí, al gamberro de 12 años de 7º A, que acabaría yo de profesor!
¡Quién iba a decirme que acabaría de jefe de estudios!
Ahora parte de mi labor consiste en lidiar con gamberrillos como el que yo fui, con aquellos considerados por profes y alumnos como "el terror de 1º"... ó 2º, ó 3º de ESO.
Y ello me hace reflexionar...
¡Quién iba a decirme que acabaría de jefe de estudios!
Ahora parte de mi labor consiste en lidiar con gamberrillos como el que yo fui, con aquellos considerados por profes y alumnos como "el terror de 1º"... ó 2º, ó 3º de ESO.
Y ello me hace reflexionar...
Siempre fui un alumno estudioso, aplicado, de buenas notas. Dicho con el lenguaje pomposo de las abuelas y de algunos profesores: un alumno brillante.
Siempre lo diré: tuve y he tenido la suerte, la ventaja, el privilegio de ser hijo de profesores.
Hoy todavía sigue siendo cierto que los alumnos con padre o madre dedicados a la enseñanza lo tienen más fácil en la escuela.
Sin embargo, también fui un alumno hablador, juguetón, que me lo pasaba pipa en clase, y del que los tutores apostillaban siempre: "Se despista con sus compañeros".
Y a mis 12 años fui, en efecto, muy gamberro.
La pregunta es:
¿Tan gamberro como los más gamberros de ahora? ¿menos gamberro? ¿más? ¿Quizás ni más ni menos sino gamberro en un sentido diferente?
Siempre lo diré: tuve y he tenido la suerte, la ventaja, el privilegio de ser hijo de profesores.
Hoy todavía sigue siendo cierto que los alumnos con padre o madre dedicados a la enseñanza lo tienen más fácil en la escuela.
Sin embargo, también fui un alumno hablador, juguetón, que me lo pasaba pipa en clase, y del que los tutores apostillaban siempre: "Se despista con sus compañeros".
Y a mis 12 años fui, en efecto, muy gamberro.
La pregunta es:
¿Tan gamberro como los más gamberros de ahora? ¿menos gamberro? ¿más? ¿Quizás ni más ni menos sino gamberro en un sentido diferente?
Recuerdo un año en el que teníamos las tutorías los viernes e invariablemente ese día la tutora nos llamaba a capítulo. Seguramente fue durante ese 7º de EGB al que me refiero en la carta. Cada viernes la tutora nos transmitía las quejas que recibía de nosotros por parte tanto de otros alumnos como del resto de profesores.
Recuerdo cómo nos pasábamos con algunos profesores, como con Mari Carmen, la de matemáticas. Durante ese año teníamos una especie de competición para ver a quién echaba más veces del aula. Aquella competición la gané yo y acaso debido a todas esas clases que perdí, muerto de risa en el pasillo con algún que otro expulsado, las matemáticas ha sido siempre para mí una asignatura árida que con frecuencia se me ha resistido.
En una ocasión nos pusimos de acuerdo para que cuando yo volviera del baño y tocara la puerta, todos los alumnos se levantaran corriendo de su sitio para abrir la puerta al mismo tiempo. Ese día vimos a Mari Carmen enfadada como nunca.
En Educación Física teníamos prohibido correr como bólidos hacia la pila de colchonetas para tirarnos en plancha sobre ellas gozosamente; y precisamente por eso, y por lo blanditas que eran, aprovechábamos cualquier despiste del profesor para lanzarnos en tropel, uno encima de otro.
Hasta que un día la caída en plancha fue algo más aparatosa y multitudinaria de lo habitual y uno de nosotros, Alberto, rompió el cristal de la ventana y se quedó con el pie enganchado a la misma...
Aún me da risa y pena recordar la cara de susto de Alberto cuando entró el profesor al gimnasio y lo vio tumbado en la colchoneta con el pie en alto, cual conejo atrapado en su cepo.
Muchos años más tarde ese mismo gimnasio (que llamábamos el prefabricado) volvió a darle mala suerte a mi amigo Alberto; y volví a reirme de nuevo y a sentir lástima por él. Fue en Carnavales, en una mañana de domingo electoral, previa al sábado de piñata. A Alberto le había tocado ser suplente del vocal de la mesa electoral y tras un largo y arduo proceso de persuasión conseguí convencerlo de que saliera de marcha esa noche y de que siendo el suplente era muy improbable que le tocara quedarse.
Por la mañana, a eso de las 8, entramos al prefabricado, muertos de risa, borrachos, disfrazados él de enfermera y yo de arlequin, o viceversa, exitados por volver después de tantos años a nuestro querido colegio Aneja. En la mesa todo el mundo estaba muy serio, muy aseado y circunspecto. Pese a todo, nosotros entramos allí llenos de júbilo y de buen humor:
-¡Buenos días! Soy el suplente del vocal -dijo la enfermera.
-Y yo el suplente de la consonante -añadí entre risas.
Allí nadie se rió. Al contrario, el presidente le cortó tajante:
-Pues vete a casa a cambiarte porque el vocal no ha venido y debes quedarte tú. Tienes media hora.
A Alberto se le cayó el mundo encima y a ambos se nos convirtió de súbito la borrachera en una resaca en vida y en un sueño y cansancio infinitos. Mientras él se duchaba y cambiaba en casa yo le compré algo de desayuno. Una vez dentro, en la mesa, luchando contra el sueño, recibía periódicas visitas mías cada hora u hora y media. Le había prometido la noche anterior que si el vocal no acudía yo me quedaría con él hasta el final, haciendo guardia, sufriendo la misma penitencia.
¡Qué largas se me hicieron aquellas horas de sol abrasador, disfrazado de arlequín o de enfermera y dando vueltas sin sentido por el patio de mi antiguo colegio, cual presidiario sin rumbo posible!
A eso de las 14 la mirada de mi amigo dejó de destilar tanto odio y me dijo:
-Ya te puedes ir cacho cabrón.
Yo aguanté todavía media hora más, pero me di cuenta de que aquello era absurdo. Vencido por el sueño y la fatiga me fui a casa, soñando con mi cama, con el permiso de mi amigo debajo del brazo...
Recuerdo cómo nos pasábamos con algunos profesores, como con Mari Carmen, la de matemáticas. Durante ese año teníamos una especie de competición para ver a quién echaba más veces del aula. Aquella competición la gané yo y acaso debido a todas esas clases que perdí, muerto de risa en el pasillo con algún que otro expulsado, las matemáticas ha sido siempre para mí una asignatura árida que con frecuencia se me ha resistido.
En una ocasión nos pusimos de acuerdo para que cuando yo volviera del baño y tocara la puerta, todos los alumnos se levantaran corriendo de su sitio para abrir la puerta al mismo tiempo. Ese día vimos a Mari Carmen enfadada como nunca.
En Educación Física teníamos prohibido correr como bólidos hacia la pila de colchonetas para tirarnos en plancha sobre ellas gozosamente; y precisamente por eso, y por lo blanditas que eran, aprovechábamos cualquier despiste del profesor para lanzarnos en tropel, uno encima de otro.
Hasta que un día la caída en plancha fue algo más aparatosa y multitudinaria de lo habitual y uno de nosotros, Alberto, rompió el cristal de la ventana y se quedó con el pie enganchado a la misma...
Aún me da risa y pena recordar la cara de susto de Alberto cuando entró el profesor al gimnasio y lo vio tumbado en la colchoneta con el pie en alto, cual conejo atrapado en su cepo.
Muchos años más tarde ese mismo gimnasio (que llamábamos el prefabricado) volvió a darle mala suerte a mi amigo Alberto; y volví a reirme de nuevo y a sentir lástima por él. Fue en Carnavales, en una mañana de domingo electoral, previa al sábado de piñata. A Alberto le había tocado ser suplente del vocal de la mesa electoral y tras un largo y arduo proceso de persuasión conseguí convencerlo de que saliera de marcha esa noche y de que siendo el suplente era muy improbable que le tocara quedarse.
Por la mañana, a eso de las 8, entramos al prefabricado, muertos de risa, borrachos, disfrazados él de enfermera y yo de arlequin, o viceversa, exitados por volver después de tantos años a nuestro querido colegio Aneja. En la mesa todo el mundo estaba muy serio, muy aseado y circunspecto. Pese a todo, nosotros entramos allí llenos de júbilo y de buen humor:
-¡Buenos días! Soy el suplente del vocal -dijo la enfermera.
-Y yo el suplente de la consonante -añadí entre risas.
Allí nadie se rió. Al contrario, el presidente le cortó tajante:
-Pues vete a casa a cambiarte porque el vocal no ha venido y debes quedarte tú. Tienes media hora.
A Alberto se le cayó el mundo encima y a ambos se nos convirtió de súbito la borrachera en una resaca en vida y en un sueño y cansancio infinitos. Mientras él se duchaba y cambiaba en casa yo le compré algo de desayuno. Una vez dentro, en la mesa, luchando contra el sueño, recibía periódicas visitas mías cada hora u hora y media. Le había prometido la noche anterior que si el vocal no acudía yo me quedaría con él hasta el final, haciendo guardia, sufriendo la misma penitencia.
¡Qué largas se me hicieron aquellas horas de sol abrasador, disfrazado de arlequín o de enfermera y dando vueltas sin sentido por el patio de mi antiguo colegio, cual presidiario sin rumbo posible!
A eso de las 14 la mirada de mi amigo dejó de destilar tanto odio y me dijo:
-Ya te puedes ir cacho cabrón.
Yo aguanté todavía media hora más, pero me di cuenta de que aquello era absurdo. Vencido por el sueño y la fatiga me fui a casa, soñando con mi cama, con el permiso de mi amigo debajo del brazo...
También respecto a otros compañeros fuimos un poco malos.
Teníamos nombretes para todos: Víctor era el vampiro (por lo mal que tenía la dentadura); Alberto Manuel era Pumuki (por lo enano e infantil que era); José Esteban era el empollón por antonomasia pero todos lo llamábamos el leche por el color de su piel.
Monica-ca, Dani caballo, Carlos higo pico, Lalo-Lalona, Patri la gorda...
A veces me pregunto si a lo que hacíamos hoy se le llamaría acoso.
Éramos malos, aunque no malísimos.
A veces me pregunto si a lo que hacíamos hoy se le llamaría acoso.
Éramos malos, aunque no malísimos.
De eso me doy cuenta al recordar cómo nunca sentí ni mostré agresividad alguna hacia mis profesores y, sobre todo, cuán insólita e inconcebible me resultó verla en ciertos alumnos, muy pocos y raros, a los que todos temíamos.
Por ejemplo, nunca podré olvidar el enfrentamiento entre El Rata, el matón indiscutible que repetía o tripitía octavo cuando nosotros estábamos en quinto o sexto (y que actualmente está en silla de ruedas por un accidente de tráfico) y La Mala, la cuidadora del comedor con más mala leche que haya tenido el colegio.
No recuerdo el origen del rifi-rafe, sólo el final, el desenlace:
Tras una bronca de La Mala hacia los alumnos de la mesa en que comían El Rata y los suyos, éste se dio la vuelta y le espetó:
-Eres una coneja.
La Mala se acercó de nuevo a la mesa, cargada como estaba con dos jarras llenas de agua, y sin pronunciar ni una sola palabra, sin que se le tensara el más mínimo músculo de la cara, vació el contenido helado de una de las jarras sobre la cabeza díscola de El Rata.
Todo el comedor estalló en una risa colectiva y en una competición de aplausos y silbidos. Aquello sirvió de catarsis colectiva y de resarcimiento para todos aquellos que en una u otra ocasión habíamos sido víctimas de los abusos e intimidaciones de El Rata y de su inseparable secuaz El Frankestein.
Por ejemplo, nunca podré olvidar el enfrentamiento entre El Rata, el matón indiscutible que repetía o tripitía octavo cuando nosotros estábamos en quinto o sexto (y que actualmente está en silla de ruedas por un accidente de tráfico) y La Mala, la cuidadora del comedor con más mala leche que haya tenido el colegio.
No recuerdo el origen del rifi-rafe, sólo el final, el desenlace:
Tras una bronca de La Mala hacia los alumnos de la mesa en que comían El Rata y los suyos, éste se dio la vuelta y le espetó:
-Eres una coneja.
La Mala se acercó de nuevo a la mesa, cargada como estaba con dos jarras llenas de agua, y sin pronunciar ni una sola palabra, sin que se le tensara el más mínimo músculo de la cara, vació el contenido helado de una de las jarras sobre la cabeza díscola de El Rata.
Todo el comedor estalló en una risa colectiva y en una competición de aplausos y silbidos. Aquello sirvió de catarsis colectiva y de resarcimiento para todos aquellos que en una u otra ocasión habíamos sido víctimas de los abusos e intimidaciones de El Rata y de su inseparable secuaz El Frankestein.
Aquel día fueron muchos los que odiamos un poquito menos a La Mala.
Aquellos fueron sin duda unos años maravillosos, trufados de anécdotas inolvidables.
Hoy me cuesta trabajo entender la aversión que tantos alumnos sienten hacia el colegio.
Y cuando como jefe de estudios me sorprendo a mí mismo indignado y cabreado por alguna perrería cometida en el Blas, traigo de nuevo a la memoria mis gamberradas de pubertad, e intento así ser más comprensivo, más indulgente o condescendiente.
Aquellos fueron sin duda unos años maravillosos, trufados de anécdotas inolvidables.
Hoy me cuesta trabajo entender la aversión que tantos alumnos sienten hacia el colegio.
Y cuando como jefe de estudios me sorprendo a mí mismo indignado y cabreado por alguna perrería cometida en el Blas, traigo de nuevo a la memoria mis gamberradas de pubertad, e intento así ser más comprensivo, más indulgente o condescendiente.
7 comentarios:
Yo en 7º. de E.G.B. era un gamberro de tomo y lomo y además en un colegio de curas. El que sacara muy buenas notas me daba una cierta protección, porque si además de gamberro eras mal estudiante...En 7º. partimos una tarde el ventanuco de madera del tío de la papelería que había dentro del colegio. Lo odiábamos porque no te perdonaba ni una peseta. Ere un tacaño de muchísimo cuidado. ¡Y mira que le habíamos dado balonazos a esa ventana!. La partimos de la siguiente manera:
Desde el patio, y aprovechando que estaban abiertas las ventanas de los cursos de párvulos y 1º. de EGB, robamos todos los trabajos de plastilina de los chiquitines e hicimos una bola tremenda que pesaría, por lo menos, 8 ó 10 quilos. Después, a modo de ariete, entre 4 de nosotros arrojamos la bola con todas nuestras fuerzas al ventanuco y lo partimos. Salimos corriendo. Nunca nos cogieron. En otro ocasión partimos a patadas los trabajos de Pretecnología de otro grupo y se quedó toda la clase llena de maderas y de restos de metales, papeles, etc.
En 7º. me expulsaban de clase frecuentemente. Aún recuerdo el día que, expulsados Germán, Javier y yo, por la tarde, pareció que el destino de los tres se había puesto de acuerdo porque todos nosotros teníamos gases. No veas la de pedos que nos tiramos, a cual más fuerte, y, claro, descojonados de risa, el profe salió y nos abroncó. Pegábamos el culo a la puerta para que los de dentro pudieran oírnos.
Pero 8º. de EGB se llevó la palma de nuestras chulerías. Al "Chincheta" (el de inglés, porque era bajito y cabezón) lo teníamos frito. Una vez mi tutor me expulsó de la clase, porque explicándonos la guerra civil española y la dictadura de Franco, cada vez que decía "España", "Franco", "José Antonio", "Alzamiento Nacional", etc, yo decía "¡Viva!". Teníamos todos los del final de la últimas mesas de la esquina de la clase ambientadores de coche, porque cada vez que "El Cabeza" se tiraba un pedo, los sacábamos y los movíamos, con el consiguiente cachondeo del resto de la clase. Respondíamos a los profesores y nos poníamos "chulitos". El último día de clase antes de las vacaciones de Navidad, llegué por la tarde borracho a las clases porque estuve con otros compañeros de litrona (ahora se llama "fenómeno botellón").Fue mi primera borrachera, con 13 años.
Lo tengo clarísimo: mis niños/as del insti son muchísimo menos gamberros/as que lo éramos nosotros.
Ahora, hago mía tu frase, Andriu:
"Y cuando como jefe de estudios me sorprendo a mí mismo indignado y cabreado por alguna perrería cometida en el JAG, traigo de nuevo a la memoria mis gamberradas de pubertad (y adolescencia), e intento así ser más comprensivo, más indulgente o condescendiente".
Mis compañeros/as me dicen que soy muy blando y demasiado indulgente con el alumnado, que menos diálogo y más expulsiones. Me pregunto, ¿eran ellos/as alumnos/as modélicos/as o es que se han olvidado de su pasado?
Un abrazo.
Jajaja... Joder, Ricardo, me has dejado el blog atufado con olor a pedo, pero me he reído de lo lindo.
Leyéndote me he ido acordando de otras perrerías que hice con esa edad y más tarde, que hacen parecer niñerías a las que relato en el post.
Tienes toda la razón: nuestros alumnos son verdaderos angelitos comparados con los terroristas que fuimos.
Como jefe de estudios me revienta el vandalismo gratuito, del tipo:
a) que obstruyan los urinarios de los baños para que se inunden y tengamos que cerrarlos; b) que descoloquen la pizarra (o la puerta del aula) y la dejen en el suelo; c) que arrasen con un aula, pintándola, tirando al suelo mesas y sillas, rompiendo las cortinas; d) que vacíen el extintor...
A quién no.
Y sin embargo, participé en actos de vandalimo gratuito que convierten a los del Blas en meras travesuras:
Un verano nos colamos en el colegio francés de Tafira (por una ventana) y robamos de todo (material escolar y juegos de ordenador). Nos fuimos corriendo cuando saltó la alarma, borrachos de adrenalina.
También en Tafira, justo enfrente de la casa de mi abuela (donde nos conocimos), hubo una guardería (ahora es un centro para menores en situación de riesgo y desamparo). Allí nos colamos otro verano (o el mismo), con mi primo Castitor, un laja de mucho cuidado, y arrasamos con todo: pintamos las mesas y las paredes con témperas y rotulador, tiramos al suelo todos los trabajos que habían paciente y amorosamente realizado los peques durante el curso y, finalmente, dejamos nuestro broche final: una cagada encima de la mesa.
Sí señor, éramos malos, muy malos, y escatológicos...
Visto lo que cuentas y lo que cuento, cuando pase por mi despacho algún alumno reincidente le voy a soltar:
-¡Ten cuidadito que como sigas por ese camino vas a acabar de jefe de estudios!
Ahora en serio: hicimos locuras y maldades pero supimos arrepentirnos de las peores y rectificar más adelante.
A algunos alumnos les pregunto: ¿por qué hiciste eso? ¿cómo se te ocurrió? ¿en qué estabas pensando? Son preguntas que podría hacerle al niñato adolescente que destrozó aquel aula de prescolar en Tafira hace una eternidad. Son preguntas cuya respuesta me produce verdadera curiosidad.
El otro día uno de esos alumnos me respondió: "No sé, profé, no sé que me pasó: estoy loco".
La respuesta me pareció sincera y bastante cuerda.
Un abrazo.
Hoy, viernes 16 de mayo, este es el resumen de las incidencias del alumnado sucedidas en mi insti:
- Varios/as alumnos/as (8 en total)llegaron retrasados, después de las 8:10 h. y se quedaron sin clase la primera hora.
- A una alumna de 3º. de ESO le "intervino" el móvil la profesora porque lo sacó en la clase.
- Un alumno fue expulsado de la clase porque cuando el profesor llegó estaba tirando una goma de las que se ponen de pulseras en la muñeca, desde dentro de la clase hacia fuera, hacia el pasillo.
- Otro alumno fue expulsado por moverse con una silla arrastrándola y haciendo ruido en vez de haberse levantado (seguro que de todos modos lo hubieran expulsado por levantarse)
- A 2 alumnos los vinieron a recoger sus padres/madres por encontrarse enfermos.
Entre la ESO y el Bachillerato suman casi 800. En fin, de risa.
Entiendo que la "intervención" del móvil, y las dos expulsiones hubieran podido evitarse. Un alumno arrastra una silla, solución: "Gonilla, expulsado de la clase". Los/as profesores/as me dicen que la situación está muy mal, que no hay disciplina, y que no se toman medidas.
En fin, de risa.
Andriu estoy asombrada con esas gamberradas de la Aneja y del colegio de Tafira. Y es ahora cuándo me entero, yo que te conozco como si te hubiera parido!!!
Seguiré con las lecturas.
Un beso.
CASTORA
Hola Castora, pues la verdad es que me dejas desconcertado: ¿quién eres? El nombre es de la familia pero en masculino.
Los castores son mamíferos roedores, grandes arquitectos, tienen mucho tesón, luchan contra corrientes de agua potentes. Me gustan los castores pero soy del sexo femenino y el nombre es marca de la familia, efectivamente.
Te dejé también un mensaje en Adios Lanzarote.
Un beso.
¡Vaya, sí que sabe esta chica de biología! Jejeje
Un beso.
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