domingo, 24 de febrero de 2008

CaRtA aL FuTuRo 5


"Hace poco más de un mes mis padres pasaron su dormitorio, que antes estaba al lado del cuarto de la tele a la buhardilla del piso de arriba que estaba vacía y yo que antes dormía con Pablo me he mudado al cuarto que mis padres han desalojado. Mis padres abandonaron el cuarto por los ruidos de la calle y especialmente del ambulatorio que está justo enfrente. Otro cambio importante que ya dentro de poco vamos a realizar es la restauración de la fachada que va a consistir en pintar la pared de la fachada y también abrir puertas en el lugar donde están las ventanas para así alquilar locales. Hay otros arreglos pero que ya sería de segundo grado de importancia como por ejemplo hacer un pequeño baño en el patio y otra mucho más antigua como la realización de la bodega".

Recuerdo los diez primeros años de vida en nuestra nueva casona lagunera como un continuo trajinar de obras y reformas.

He de admitir que el recuerdo, sin llegar a ser traumático, no es grato. Aunque fueran mis padres los más que trabajaban, los más implicados, a los niños también nos tocó arrimar el hombro. Y ello fundamentalmente en plenas vacaciones.

Aunque posiblemente mi memoria magnifique la cuestión, lo cierto es que recuerdo como algo habitual el postergar o cancelar cualquier plan con mis amigos por culpa de las obligaciones para con la reforma de turno: barnizar el balcón, vaciar de escombros el jardín, darle otra mano de pintura a los locales...

En mi ropero siempre hubo varias mudas de eso que llamábamos "ropa de faena".

A veces se me ocurría pensar que mis padres se inventaban nuevas obras en la casa sólo para tenernos ocupados con alguna tarea, con el cumplimiento de algún deber.

A mi padre lo bautizamos mi hermano y yo con un apodo que aún le sigue caracterizando: "El bricópata".

Ahora que reflexiono sobre ello, me doy cuenta de cuán buenos padres fueron en este punto. Desde mucho antes de los años de bricolaje infantil nunca faltó en mi dieta veraniega un Cuadernillo Rubio o un libro de Santillana. Recuerdo mi rebedía al respecto durante un verano en la Caleta, en esta misma casa desde la que ahora mismo escribo (¡qué vueltas que da la vida para llegar al mismo sitio!): "¿Por qué tengo que hacer deberes durante el verano si he aprobado todo?". El argumento no era malo y recuerdo que conseguí con él una victoria a medias: hacer sólo la mitad de lo pactado, cumplir sólo media condena.

Imagino ahora el dilema de mis padres ante mi pataleta y pienso que acertaron, pese a todo, con la solución negociada que adoptaron.

Ahora que reflexiono sobre ello, me doy cuenta de que todas aquellas tareas y trabajos en la casa tenían más que nada una función educativa. Ello, y otras tantas cosas que probablemente no alcanzo a discernir. Mi hermano y yo tenemos, creo, bastante fuerza de voluntad, gran capacidad de trabajo y un sentido de la responsabilidad y del deber más que aceptable.

Posiblemente en aquellos trabajos en casa está en parte el germen de todo ello.

En otro orden de cosas: ¡Cuántas cosas que ya no son ni están hay en estas fotos y en este párrafo!

Mis cálculos al escribir la carta-al-futuro fueron optimistas, pues el "ya dentro de poco" en el que situaba la reforma de la fachada llegó dos años más tarde, en 1991, según reza -con letra de mi padre- la nota aclaratoria del álbum de fotos.

¡Qué tiempos aquellos en que aún dormía con mi hermano, en nuestro cuarto!

El cuarto para mí solo, conquista de mi adolescencia, había sido en un primer momento el dormitorio de mis padres. Se convirtió luego en mi cuarto, en el que devoré tantas lecturas nocturnas, mientras adivinaba por el cristal casi opaco el flexo del cuarto de Pablo apagarse, en el que me quedé toda una noche en blanco con mi amiga Yaiza haciendo láminas de dibujo técnico, en el que aprendí a masturbarme regular y religiosamente, esto es: cada noche.

¿Cómo perdió ese cuarto, luego, al mudarme al entresuelo, toda su identidad? ¿Cómo se convirtió en lo que ahora es: "el cuarto de las dos camas" o "el cuarto de invitados"? ¿Fue algo súbito o en virtud de un proceso gradual e imperceptible?

¡Cuánta arqueología personal me espera en ese cuarto!

Tampoco el exterior al cuarto es el mismo. Para empezar, hace ya tiempo que el Ambulatorio que nombro en la carta ha dejado de estar ahí. Hace ya tiempo que la fachada de casa luce un color diferente, ese azul inconfundible al que nos hemos todos acostumbrado como si siempre hubiera sido igual. Hace ya tiempo que el coche familiar no es ese Peugeot 205 blanco que aparece en la foto. Hace ya tiempo que se acabó de hacer la bodega y el baño del patio que anuncio en la carta como un proyecto inminente.

Mi padre, por otra parte, se adivina en la foto más joven, más lozano, pese a que su resistencia a los estragos del paso del tiempo le haya valido siempre entre sus amigos el cariñoso y elogioso sobrenombre de Dorian Gray.

Qué regalo envenenado le escribí a mi yo futuro con tan solo 12 años...



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Bellos recuerdos, sin duda. Yo también, con el paso de los años, he valorado las cosas que mis padres me obligaban a hacer y que me disgustaban porque me quitaban tiempo para jugar o para estar con mis amigos (incluído el cuadernillo del verano, que yo rellené siempre sin gusto religiosamente) Al igual que tú me alegro ahora de haber sido educado en una cultura del esfuerzo y la responsabilidad. Un abrazo fuerte, Andriu. Por cierto, ¿qué te pareció el tranvía del centro de Sevilla?

Andriu dijo...

Pues sí. Supongo que tú también habrás tenido ocasión de darle vueltas a este tema de cómo ser padre y cómo educar a un hijo a raíz de los modelos y antimodelos que se perciben desde nuestro observatorio laboral.

Me gustó mucho el tranvia, aunque sólo lo contemplé como peatón. También la guardia montada a caballo que se ve al fondo a la derecha de la foto. Me sorprendió gratamente el silencio de las calles del centro de Sevilla. El tiempo estuvo estupendo y había mucha gente en la calle y sin embargo ¡qué tranquilidad! ¡qué calma! ¡qué silencio!

En Tenerife la puesta en marcha del tranvía estuvo precedida por mucha crítica social y ciudadana anti-coalición-canaria, entre la que me incluyo. No obstante, ahora que está terminado, hago un poco de autocrítica y digo:

-¡Qué gozada!

Igual no fue tan mala idea... A veces nos oponemos a cualquier iniciativa debido a que viene de donde viene. Será lo escaldado que está ya uno...

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Nuevamente sacas de mí mis recuerdos. Primero: a mí también me inculcaron la cultura del esfuerzo y de colaborar en la economía familiar. Teníamos una tienda y había que colaborar en ella siempre que pudiéramos, así que eso de tomar el aperitivo, ir a la piscina a las horas que iban casi tod@s y pasarse los veranos sin hacer nada no iba conmigo. Yo tenía que estar en la tienda, coser cortinas... (y menos mal que se me daba bien porque así me libré de vendimiar, ¡no soportaba las viñas, ahí sí que no llegaba!) Y sí, a veces pienso que eso nos ha hecho ser tan responsables como somos pero también me ha hecho ser a veces demasiado responsable. Por ejemplo, estudié en Madrid y siempre que podía regresaba a mi pueblo para echar una mano a mis padres. Creo que cada edad tiene lo suyo y que si volviera a nadar sería un poco más gamberra, sinceramente.

Segundo: ¡Madre mía, septiembre del 91! Acababa de terminar mi carrera y quedaban unos meses para enamorarme de Tenerife. En marzo del 92 fue a Tenerife de viaje fin de carrera (por qué acabé un año y fui de viaje al año siguiente te lo explico si quieres). Siempre había sentido una atracción especial por Canarias y sus gentes, no conocía nada pero mis hermanas que jugaban al voley habían coincidido muchas veces con canarios/as en las concentraciones y me contaban cosas que despertaron esa atracción en mí. Y por fin, llegué a Canarias, aterricé en el sur de Tenerife y sentí una descepción brutal. No era lo que yo esperaba. Afortunadamente, conocí a un lagunero, me escapé con él por la isla y descubrí la auténtica Tenerife, no la de los hoteles, la playa y el sol sino la de sus gentes. Me encantó y desde entonces he vuelvo más de 15 veces. Hasta que decidí conocer el resto de las islas, ahora sólo me falta El hierro.

Me gusta leerte porque me haces recordar. Con respecto a lo de la carta anónima, ¡No sabe ella lo que se perdió! En fin, así es la vida, un abrazo, Montse

Anónimo dijo...

Yo lo sufri en los dos aspectos, por tu poca disponibilidad y porque alguna vez me cogio tu padre para impregnar de aceite la Tea.

Te atreverias a escribir otra carta al futuro y leerla dentro de 17 años?

Andriu dijo...

Les respondo con la tele en "MUTE" en medio del descanso de "El debate": qué previsible y decepcionante está siendo, por cierto.

Montse, vaya, 15 veces son muchas veces. La número 16 sabes donde puedes quedarte, aunque vas a tener que aprender a cocinar esa caldereta de cordero. El sur de las islas, especialmente de las capitalinas, causa más tristeza que otra cosa. Bravo por ese lagunero que te ofreció una visión más genuina.

Vaya cizañita, qué abusador mi padre; no bastándole con sus hijos, también reclutó a mis amigos para sus bricopatías.

Ya lo pensé, lo de la carta, pero me da un poco de yu-yu eso de mandarle una a mi yo de 47 años. ¿A ti no? Oye, te llamo en breve que el día 11 de marzo estoy en Barna (uff, más yu-yu: acabo de caer en la fecha en cuestión... ¿este año hay elecciones, no?).

Un abrazo, que vuelvo al apasionante pugilato.