"El sacerdote se incorporó para coger el crucifijo, y ella, entonces, alargó el cuello como quien tiene sed, y, pegando los labios al cuerpo del Hombre Dios, depositó en él con toda su fuerza expirante el más grande beso de amor que jamás diera. Luego el cura recitó el Miseratur y el Indulgentiam, mojó el pulgar derecho en el aceite y comenzó las unciones: primero en los ojos, que tanto habían apetecido todas las suntuosidades terrestres; después en las ventanas de la nariz, codiciosas de brisas tibias y de aromas amorosos; después en la boca, que se había abierto para la mentira, que había gemido de orgullo y gritado de lujuria; luego en las manos, que se deleitaban en los contactos suaves, y por último en la planta de los pies, tan rápidos cuando corría a satisfacer sus deseos y que ahora ya nunca más caminarían".
(Gustave Flaubert: Madame Bovary)
Imagen: Cleopatra moribunda (Guido Reni).
4 comentarios:
lkjh
A JESÚS CRUCIFICADO PARA ALCANZAR LA GRACIA
DE UNA BUENA MUERTE (1)
Jesús, Señor, Dios de bondad, Padre de misericordia, me presento delante de Vos con el corazón contrito, humillado y confuso, encomendándoos mi ultima hora y la suerte que después de ella me espera.
Cuando mis pies, perdiendo el movimiento, me adviertan que mi carrera en este mundo está ya para acabarse, Jesús misericordioso, tened compasión de mi.
Cuando mis manos, trémulas y torpes, no puedan ya estrechar el crucifijo, y a pesar mío le dejen caer en el lecho de mi dolor, Jesús misericordioso, etc.
Cuando mis ojos, apagados y amortecidos por el dolor de la muerte cercana, fijen en Vos miradas lánguidas y moribundas, Jesús misericordioso, etc.
Cuando mis labios, fríos y balbucientes, pronuncien por última vez vuestro santísimo Nombre, Jesús misericordioso, etc.
Cuando mi cara, pálida y amoratada, cause ya lástima y terror a los circunstantes, y los cabellos de mi cabeza, bañados del sudor de la muerte, anuncien que está próximo mi fin, Jesús misericordioso, etc.
Cuando mis oídos, próximos a cerrarse para siempre a las conversaciones de los hombres, se abran para oír de Vos la irrevocable sentencia que determine mi suerte por toda la eternidad, Jesús misericordioso, etc.
Cuando mi imaginación, agitada de espantosos fantasmas, se vea sumergida en mortales congojas, y mi espíritu perturbado del temor de vuestra justicia, a la vista de mis iniquidades, luche contra el enemigo infernal, que quisiera quitarme la esperanza en vuestra misericordia y precipitarme en el abismo de la desesperación, Jesús misericordioso, etc.
Cuando mi corazón, débil, oprimido por el dolor de la enfermedad, esté sobrecogido del dolor de la muerte, fatigado y rendido por los esfuerzos que haya hecho contra los enemigos de mi salvación, Jesús misericordioso, etc.
Cuando derrame las últimas lágrimas, síntomas de mi destrucción, recibidlas, Señor, como sacrificio expiatorio para que muera víctima de penitencia, y en aquel momento terrible, Jesús misericordioso, etc.
Cuando mis parientes y amigos, juntos alrededor de mí, lloren al verme en el último trance y os rueguen por mi alma, Jesús misericordioso, etc.
Cuando, perdido el uso de los sentidos, desaparezca de mí toda impresión del mundo, y gima entre las postreras agonías y congojas de la muerte, Jesús misericordioso, etc.
Cuando mis últimos suspiros muevan a mi alma a salir del cuerpo, recibidlos como señales de mis santos deseos de llegar a Vos, y en aquel instante, Jesús misericordioso, etc.
Cuando mi alma se aparte para siempre de este mundo y salga de mi cuerpo, dejándole pálido, frío y sin vida, aceptad la destrucción de él como un tributo que desde ahora ofrezco a vuestra divina Majestad, y en aquella hora, Jesús misericordioso, etc.
En fin, cuando mi alma comparezca ante Vos y Vea por vez primera el esplendor inmortal de vuestra soberana Majestad, no la arrojéis de vuestra presencia, sino dignaos recibirla en el seno amoroso de vuestra misericordia, a fin dé que cante eternamente vuestras alabanzas, Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
(1) Compuso estas preces una joven protestante que se convirtió a nuestra Religión católica a los quince años de edad, y murió a los dieciocho en olor de santidad.
Ningún comentario ha suscitado este post, y sin embargo se lo merecen Guido Reni, Madame Bovary (tan querida de Vargas Llosa) y Andriu, que los ha reunido. El pasaje me ha hecho recordar –historieta de abuelete- la anterior oración, que nos hacían leer en silencio, y “meditar”, cuando nos llevaban a hacer “ejercicios espirituales”, hace cincuenta años. No la he olvidado, porque la leí repetidas veces, siendo yo niño, con una mezcla de terror y de morbosa fascinación. Naturalmente, los curas la contextualizaban. No me ha resultado difícil encontrarla en Internet (las nuevas tecnologías al servicio de rancios contenidos); y ahora he conocido –o no lo recordaba- el terrible detalle de que su autora presuntamente fue una muchacha de quince años (quien, mensaje añadido, se habría convertido a la verdadera fe). En estos momentos en los que el blog trata de creencias y de educación religiosa, repito lo que muchas veces habrán oído decir: ¡de buena se libraron! Que los Rouco, los Martínez Camino y otros sedicentes defensores de la vida, pero administradores de la muerte, sigan predicando en sus cavernas y no salgan de ellas.
(P.)
Muchas gracias, P., por la cita-con-miga. Muy trémulo, sí señor.
Un abrazo.
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