Soy impotente.
Ahora que creo que Valeria lee también el blog de Andriu, bueno es que yo lo diga, antes de que sea ella quien lo cuente. Un conocido me explicó el otro día cómo en el "historial" quedan registrados todos mis movimientos en la computadora de Valeria. Y me contó cómo había que hacer para borrarlos. Ayer pude encender a solas la computadora. Quería borrar mi rastro, mis huellas. Pero entonces vi que alguna otra persona había estado entrando a "nada permanece" a horas diferentes de las mías. Galoha tiene sólo tres años y medio. Valeria es la dueña de la computadora y que yo sepa la única persona que tiene acceso a la misma. Se me ocurre pensar si yo mismo soy el que entré al blog en esas horas, sin acordarme ahora. O peor aun: se me ocurre pensar si fui yo el que entré en estado como de sonambulismo, sin ser consciente de lo que hacía.
El caso es que Valeria es una buena mujer. Todavía no la describí, creo. Tiene una belleza ambigua. No es el tipo de las que hacen que un hombre se voltee en la calle y exclame: "Vaya hembrón". Ni tampoco tiene carita de muñeca, ni de princesa, ni unos rasgos perfilados. Su rostro es tirando a regular. Una de esas mujeres anónimas que se cruza uno todo los días en el metro y que en nada llaman la atención. O casi en nada. Porque hay algo especial y único en su mirada. No sé si es el brillo, o la forma de almendra o la melancolía de sus ojos oscuros. Algo en el fondo de su mirada que solo se descubre tras mucho observarla hacen de Valeria, también, una mujer linda.
Pero sobre todo es buena Valeria por haber seguido conmigo después de todo. Yo le ayudo en casa todo lo que puedo. Las mañanas las paso buscando laburo. Me tomo mi tazita de mate y una rebanada de pan con mantequilla y salgo a la calle, entrando a todos los lugares donde leo escrito: "se busca". Luego me tomo un café en algún bar con periódico y apunto las señas de las ofertas en las que puedo encajar. Pero a eso de la una ya estoy de vuelta en casa: limpio la casa, hago la cama, barro, friego, ordeno y hago la comida. También le ayudo con Galoha, con la ducha, cena y cuento. Pero a menudo me pregunto si todo esto es suficiente para compensar las veces que engañé a Valeria.
A los tres meses de mudarme a su casa dejamos de hacer el amor, de coger. Yo no tenía ganas. Era raro y ella pensó que el problema era de ella. Yo siempre había sido muy mujeriego y ella lo sabía. Ya me había descubierto alguna aventurilla con alguna mina, alguna mentira, lo que no bastó para que se echara atrás en su decisión de ponernos a vivir juntos.
Yo también pensé que el problema era ella. La verdad es que me seguía gustando. Ya lo dije: sus ojos lindos y cómo huele a limpio siempre. Pero a la hora de la verdad, cuando nos ibamos a la cama, nada. Aquello no había forma de levantarlo.
Entonces yo volví a las andadas. Quise encontrar en todas esas mujeres a las que ansiaba y perseguía como un depredador lo que con Valeria no conseguía: una erección. Volví a mirar a las mujeres más allá de los ojos y a hablarles más allá de las palabras. Volví a jugar a engatusarlas, a llevarlas a una cama, a un cuarto de baño, a un discreto rincón en un parque. Pero asistí espantado a este horror que me consume por dentro.
Valeria me dio mucho apoyo, mucha comprensión y también dinero. Fue ella la que me pagó las sesiones con un sexólogo: Alfredo. Yo me convertí en un monstruo parecido (y al mismo tiempo muy diferente) al que ustedes ya conocen. Seguía intentándolo sin éxito con Valeria y siempre que podía lo intentaba con la primera mujer que se me pusiera delante y que me pareciera atractiva. Quería curarme no más. El monstruo impotente en que me había convertido quería dejar de ser impotente pero para eso había que ser un monstruo un poco más.
Alfredo me pidió que lo escribiera todo y que dejara esos intentos frustrados de infidelidad, con los que el círculo vicioso en el que había entrado no hacía más que agrandarse al tiempo que hacía a Valeria cada vez más desgraciada. Yo le hice caso en lo de escribir, pero no en lo de dejar de intentar reencontrar mi virilidad en camas ajenas.
Entonces me encontré a Andriu (bueno, a su celular) en el Templo de Debod, se lo devolví y te quedaste tan agradecido, Andriu, que me prometiste escribir un post sobre nosotros en tu blog. Yo no sabía bien lo que era un blog todavía ni tú sabias quienes éramos nosotros. Porque aquella mina con la que vos me viste en el Templo de Debod no era Valeria, sino una, otra, con la que había quedado por internet. Si hubiera estado con Valeria también habrías visto a Galoha con nosotros.
Después de leer tu blog te pedí el favor de que me dejaras escribir en él. Por cierto, no me lo leí todo como te dije. Pensá que Valeria me controla mucho el uso que le doy a la computadora y me resulta difícil leer páginas prohibidas, como las de citas con desconocida,s siendo suya la computadora. Te dije no más que leí todo tu blog para halagarte y así hacer más fácil que aceptaras mi propuesta de colaboración. Perdoná si te molestó esta mentira. Tu blog se convirtió también en una de esas páginas prohibidas para mí. Entonces empecé a contar esos encuentros sexuales: el metro, Halloween. Pero eran pura fabulación. No se me empina. Y mi querida Valeria, que quizás vaya a leer todo esto dentro de un rato, lo sabe demasiado bien.
El caso es que Valeria es una buena mujer. Todavía no la describí, creo. Tiene una belleza ambigua. No es el tipo de las que hacen que un hombre se voltee en la calle y exclame: "Vaya hembrón". Ni tampoco tiene carita de muñeca, ni de princesa, ni unos rasgos perfilados. Su rostro es tirando a regular. Una de esas mujeres anónimas que se cruza uno todo los días en el metro y que en nada llaman la atención. O casi en nada. Porque hay algo especial y único en su mirada. No sé si es el brillo, o la forma de almendra o la melancolía de sus ojos oscuros. Algo en el fondo de su mirada que solo se descubre tras mucho observarla hacen de Valeria, también, una mujer linda.
Pero sobre todo es buena Valeria por haber seguido conmigo después de todo. Yo le ayudo en casa todo lo que puedo. Las mañanas las paso buscando laburo. Me tomo mi tazita de mate y una rebanada de pan con mantequilla y salgo a la calle, entrando a todos los lugares donde leo escrito: "se busca". Luego me tomo un café en algún bar con periódico y apunto las señas de las ofertas en las que puedo encajar. Pero a eso de la una ya estoy de vuelta en casa: limpio la casa, hago la cama, barro, friego, ordeno y hago la comida. También le ayudo con Galoha, con la ducha, cena y cuento. Pero a menudo me pregunto si todo esto es suficiente para compensar las veces que engañé a Valeria.
A los tres meses de mudarme a su casa dejamos de hacer el amor, de coger. Yo no tenía ganas. Era raro y ella pensó que el problema era de ella. Yo siempre había sido muy mujeriego y ella lo sabía. Ya me había descubierto alguna aventurilla con alguna mina, alguna mentira, lo que no bastó para que se echara atrás en su decisión de ponernos a vivir juntos.
Yo también pensé que el problema era ella. La verdad es que me seguía gustando. Ya lo dije: sus ojos lindos y cómo huele a limpio siempre. Pero a la hora de la verdad, cuando nos ibamos a la cama, nada. Aquello no había forma de levantarlo.
Entonces yo volví a las andadas. Quise encontrar en todas esas mujeres a las que ansiaba y perseguía como un depredador lo que con Valeria no conseguía: una erección. Volví a mirar a las mujeres más allá de los ojos y a hablarles más allá de las palabras. Volví a jugar a engatusarlas, a llevarlas a una cama, a un cuarto de baño, a un discreto rincón en un parque. Pero asistí espantado a este horror que me consume por dentro.
Valeria me dio mucho apoyo, mucha comprensión y también dinero. Fue ella la que me pagó las sesiones con un sexólogo: Alfredo. Yo me convertí en un monstruo parecido (y al mismo tiempo muy diferente) al que ustedes ya conocen. Seguía intentándolo sin éxito con Valeria y siempre que podía lo intentaba con la primera mujer que se me pusiera delante y que me pareciera atractiva. Quería curarme no más. El monstruo impotente en que me había convertido quería dejar de ser impotente pero para eso había que ser un monstruo un poco más.
Alfredo me pidió que lo escribiera todo y que dejara esos intentos frustrados de infidelidad, con los que el círculo vicioso en el que había entrado no hacía más que agrandarse al tiempo que hacía a Valeria cada vez más desgraciada. Yo le hice caso en lo de escribir, pero no en lo de dejar de intentar reencontrar mi virilidad en camas ajenas.
Entonces me encontré a Andriu (bueno, a su celular) en el Templo de Debod, se lo devolví y te quedaste tan agradecido, Andriu, que me prometiste escribir un post sobre nosotros en tu blog. Yo no sabía bien lo que era un blog todavía ni tú sabias quienes éramos nosotros. Porque aquella mina con la que vos me viste en el Templo de Debod no era Valeria, sino una, otra, con la que había quedado por internet. Si hubiera estado con Valeria también habrías visto a Galoha con nosotros.
Después de leer tu blog te pedí el favor de que me dejaras escribir en él. Por cierto, no me lo leí todo como te dije. Pensá que Valeria me controla mucho el uso que le doy a la computadora y me resulta difícil leer páginas prohibidas, como las de citas con desconocida,s siendo suya la computadora. Te dije no más que leí todo tu blog para halagarte y así hacer más fácil que aceptaras mi propuesta de colaboración. Perdoná si te molestó esta mentira. Tu blog se convirtió también en una de esas páginas prohibidas para mí. Entonces empecé a contar esos encuentros sexuales: el metro, Halloween. Pero eran pura fabulación. No se me empina. Y mi querida Valeria, que quizás vaya a leer todo esto dentro de un rato, lo sabe demasiado bien.
Ya está, ya lo dije.
12 comentarios:
Vaya, Silvio, francamente no sé cómo tomarme todo esto. Leí el post por la mañana y no supe qué decir, ahora creo que tampoco. Espero que todo esto no sea una forma de burlarte de nosotros. O bueno, quizás espero que sí lo sea. Si no lo es, buena suerte, ánimo y hazle caso a Alfredo, tu terapéuta, o sexólogo.
Un fuerte abrazo.
Esta persona o personaje de ficción, Silvio, siempre ha escrito cosas que me parecieron un poco fantasiosas y en algunas cosas, noto cierta incoherencia...
Andriu:
¿A QUÉ JUGÁS? ¡¡¡No entiendo lo que pretendés!!!
REPITO:
¿¿¿A QUÉ JUGÁS???
Che, Lombardi: ¿por qué te enfadás? Tú me imitás y yo a ti. Es sólo un juego, como decís, un vuelo de mi imaginación. No te lo tomés a mal.
Por cierto: ¿qué hacés despierto a estas horas? Pensé que sólo escribías de amanecida.
Un abrazo.
Andriu:
ESTO NO ES JUEGO, ES MI HISTORIA. ME QUIEREN MATAR Y VOS TE DIVERTÍS.
A TODOS:
Este post no lo escribí yo, sino Andriu. Y es mentira todo. No soy impotente.
ADIÓS.
Ein?
Silvio: ahora eres tú al que no le gusta el trabajo en equipo. Al fin y al cabo somos contribuyentes ¿no?. He tratado de escribir un post imitando tu estilo, con esa misma foto del tipo con el periódico que tanto te gusta y con tus historias sobre Valeria, Alfredo y compañía. La firma es lo único que no puedo imitar. No tengo ya la contraseña de tu identidad de gmail así que no puedo publicar firmando "escrito por Lombardi". Pero tendrás que reconocer que si no es por ese detalle el post hubiera dado el pego. Lástima que no quieras continuar por ahí la historia, me pareció que lo de la impotencia te daba un perfil más humano. Quizás es que realmente tu historia no es una historia de ficción, no sé. Sigue tú con lo tuyo, que yo seguiré con lo mío.
Un abrazo, machote.
joDer, yo que venía del buen rollito de la fiesta...
(Andriu, ahora sí que le habías devuelto el favor. Yo pensaba que leía a Silvio y me empezaba a caer bien, pero nada, no quiere echar ni una partida)
Un abrazo (he dejado colgada la envidia cochina en el perchero...ya no estoy picada, que ahora tienes a un mosqueado de los de verdad, de los que acojonan que no veas)
Rbc
Otro abrazo, Rbc.
Joder, Andriu, me la clavaste hasta el fondo, pensé que era Silvio...ni miré la firma.
Carse, fue una broma inocente nada más.
Publicar un comentario