He aprovechado estos días de ocio y convalescencia para devorar los dos primeros tomos de la trilogía de Millenium.
Llevaba un tiempo esquivando Best Sellers:
No leí El Código da Vinci.
Me perdí La sombra del viento y La Catedral del Mar.
Conseguí eludir esos mamotretos ineludibles: Los pilares de la Tierra y El clan del oso cavernario.
Y pasé de largo ante tantos otros: Seda, El Ocho, El médico...
Se trataba, en parte, de jugar sobre seguro: Vargas Llosa, Proust, Javier Marías...
Y se trataba, finalmente, de esta convicción: que en el pasado hay ya suficientes obras de arte literarias de garantizada solvencia y calidad como para estar arriesgando al apostar por el presente incierto.
Pero también es verdad lo siguiente:
Que no es conveniente darle la espalda a tu tiempo.
Que no va conmigo esa pose: el elitismo por el elitismo.
Que para poder juzgar una novela hay que leerla.
Que te han quitado un papiloma de la planta del pie, te han mandado un par de semanas de reposo y en tu casa están esos tres libros de Stieg Larsson, con sus inquietantes ilustraciones en la portada, gritando:
"¡Léeme!"
Llevaba un tiempo esquivando Best Sellers:
No leí El Código da Vinci.
Me perdí La sombra del viento y La Catedral del Mar.
Conseguí eludir esos mamotretos ineludibles: Los pilares de la Tierra y El clan del oso cavernario.
Y pasé de largo ante tantos otros: Seda, El Ocho, El médico...
Se trataba, en parte, de jugar sobre seguro: Vargas Llosa, Proust, Javier Marías...
Se trataba, también, de una cierta rebeldía contra la dictadura invisible del marketing editorial, que encumbra y convierte en éxitos de venta a determinadas obras literarias y sepulta en el olvido a todas aquellas que no han caído en gracia y que en las librerías no llegan nunca a ser expuestas, sino que van directamente al escondite de alguna estantería recóndita.
Y se trataba, finalmente, de esta convicción: que en el pasado hay ya suficientes obras de arte literarias de garantizada solvencia y calidad como para estar arriesgando al apostar por el presente incierto.
Pero también es verdad lo siguiente:
Que no es conveniente darle la espalda a tu tiempo.
Que no va conmigo esa pose: el elitismo por el elitismo.
Que para poder juzgar una novela hay que leerla.
Que te han quitado un papiloma de la planta del pie, te han mandado un par de semanas de reposo y en tu casa están esos tres libros de Stieg Larsson, con sus inquietantes ilustraciones en la portada, gritando:
"¡Léeme!"
Así que a ello me he puesto y he de decir que he pasado un buen rato leyendo los dos primeros tomos.
Es más: hacía mucho tiempo que no caía en mis manos una novela con esa capacidad de enganche, con esa fuerza adictiva, que hace que no quieras cerrar el libro todavía, que hace que tengas que avanzar una página más siempre -como quien en el bar proclama "Venga, la penúltima"-, obligándote a saltarte los horarios del sueño y las comidas.
Podrá decirse lo que se quiera: que su riqueza léxica es limitada, que le sobran páginas o que los personajes no dejan de morderse el labio inferior cuando algo les preocupa, ni de ingerir sandwiches y de beber caffé lattes como posesos.
Pero que un libro -o tres- te atrape de esta forma dice ya bastante a su favor.
No obstante, no quiero hacer una reseña general, sino sacar el bisturí y analizar sólo un detalle: la moral Salander.
Cuando el detective Bublanski le pregunta a Mikael Blomkvist cómo es en realidad Lisbeth Salander, el periodista responde:
-¿De la moral?
No obstante, no quiero hacer una reseña general, sino sacar el bisturí y analizar sólo un detalle: la moral Salander.
Cuando el detective Bublanski le pregunta a Mikael Blomkvist cómo es en realidad Lisbeth Salander, el periodista responde:
-Es una persona muy solitaria y muy diferente a las demás. No le gusta hablar de sí misma. Al mismo tiempo posee una voluntad muy fuerte. Tiene un gran sentido de la moral.
-¿De la moral?
-Sí. Una moral absolutamente propia. No puedes engañarla para que haga algo en contra de su voluntad. En su mundo las cosas son, por decirlo de alguna manera, o "correctas" o "incorrectas".
El detective debió de quedarse un tanto descolocado: investigaba a Salander como sospechosa de un triple asesinato.
El personaje de Lisbeth Salander es una de las grandes bazas de la trilogía de Larsson. Es lo que se dice un personaje mito, de esos que quedan grabados en la memoria del lector aun mucho tiempo después de haber olvidado el argumento de la novela.
A ello contribuye, supongo, su estética: piercings, tatuajes, su mirada de odio azabache y su cuerpo delgado y adolescente de poco más de metro y medio.
A ello contribuye el poseer unas dotes excepcionales que poco o nada combinan con su apariencia física y su biografía de niña marginada y con problemas en todos los frentes: memoria prodigiosa, conocimientos informáticos extraordinarios, dotes excepcionales para la investigión... y rapidez y pericia en el arte del boxeo.
Pero lo que creo que en el fondo hace de Lisbeth Salander un personaje memorable y querido es su moral:
El personaje de Lisbeth Salander es una de las grandes bazas de la trilogía de Larsson. Es lo que se dice un personaje mito, de esos que quedan grabados en la memoria del lector aun mucho tiempo después de haber olvidado el argumento de la novela.
A ello contribuye, supongo, su estética: piercings, tatuajes, su mirada de odio azabache y su cuerpo delgado y adolescente de poco más de metro y medio.
A ello contribuye el poseer unas dotes excepcionales que poco o nada combinan con su apariencia física y su biografía de niña marginada y con problemas en todos los frentes: memoria prodigiosa, conocimientos informáticos extraordinarios, dotes excepcionales para la investigión... y rapidez y pericia en el arte del boxeo.
Pero lo que creo que en el fondo hace de Lisbeth Salander un personaje memorable y querido es su moral:
Frente a lo que suele ser característico de la moral, considerada como un conjunto de normas , ideales y prácticas compartidas por las que se rige una sociedad o grupo humano, Lisbeth Salander parece obedecer a un código propio, absolutamente personal e idiosincrático, que ha ido germinando en su cerebro, o en su corazón, o en sus tatuajes, a golpe de trauma y desengaño a lo largo de su oscura biografía.
Su moral es única como un tatuaje (bueno, hace ya tiempo que hasta los tatuajes han empezado a fabricarse en serie) y goza del salvaje y peligroso -aunque refrescante y vigoroso- atractivo del grito de guerra nietzscheano.
Para empezar, Lisbeth es atípica en las pequeñas cosas del carácter y en las comúnmente llamadas normas de urbanidad. O para ser más exactos: Lisbeth no sabe qué coño puede significar eso de la urbanidad.
En las relaciones con los demás es hermética, introvertida, escueta y un verdadero témpano de hielo. Parece inasequible a las emociones y a las muestras de afecto.
Si alguien le cae bien, se limita a ser respetuosa, brevemente correcta, aunque sin dejar de ser seca. Si alguien le cae mal (y ello a veces depende de su caprichoso arbitrio) se lo hace saber con una mirada homicida y unas palabras directas y cortantes.
A Lisbeth no le gusta gastar saliva ni se le da bien tratar con la gente. Por eso no da las gracias, ni se despide, ni saluda si no es necesario.
Lisbeth se mete en la cama de un hombre sin preguntar ni preguntarse del todo a sí misma el por qué.
De un hombre, o de una mujer.
La moral Salander tampoco entiende de etiquetas y convencionalismos sociales en materia de sexo o de amor.
¿He dicho amor?
Lisbeth es un animal herido, que esconde un secreto, o varios.
Lisbeth se nos antoja un ser al que han mutilado y defraudado mil y una vez.
Lisbeth es dura como la piedra y fría como el acero, pese a su aspecto fragil y enclenque, pero una llama le quema las entrañas.
Esa llama está hecha de venganza y de rencor hacia los hombres que no aman a las mujeres.
De esa herida emana su fuerza inagotable y su acción justiciera contra los hombres malos.
Esta lucha la emprende Lisbeth como cruzada personal, al margen de la ley, a ser posible violándola, o simplemente burlándose de ella.
Lisbeth comienza a ser un personaje verdaderamente irresistible moralmente cuando nos damos cuenta de que toda su hosquedad y su aparente misantropía quedan desmentidos por su afán de reparación del mal y por su búsqueda de la justicia.
Una búsqueda, eso sí, a su manera, tomando los atajos de la ilegalidad y haciéndole un corte de manga a todo el aparato policial, legal y jurídico del Estado, que en su momento la dejó en la estacada.
Para empezar, Lisbeth es atípica en las pequeñas cosas del carácter y en las comúnmente llamadas normas de urbanidad. O para ser más exactos: Lisbeth no sabe qué coño puede significar eso de la urbanidad.
En las relaciones con los demás es hermética, introvertida, escueta y un verdadero témpano de hielo. Parece inasequible a las emociones y a las muestras de afecto.
Si alguien le cae bien, se limita a ser respetuosa, brevemente correcta, aunque sin dejar de ser seca. Si alguien le cae mal (y ello a veces depende de su caprichoso arbitrio) se lo hace saber con una mirada homicida y unas palabras directas y cortantes.
A Lisbeth no le gusta gastar saliva ni se le da bien tratar con la gente. Por eso no da las gracias, ni se despide, ni saluda si no es necesario.
Lisbeth se mete en la cama de un hombre sin preguntar ni preguntarse del todo a sí misma el por qué.
De un hombre, o de una mujer.
La moral Salander tampoco entiende de etiquetas y convencionalismos sociales en materia de sexo o de amor.
¿He dicho amor?
Lisbeth es un animal herido, que esconde un secreto, o varios.
Lisbeth se nos antoja un ser al que han mutilado y defraudado mil y una vez.
Lisbeth es dura como la piedra y fría como el acero, pese a su aspecto fragil y enclenque, pero una llama le quema las entrañas.
Esa llama está hecha de venganza y de rencor hacia los hombres que no aman a las mujeres.
De esa herida emana su fuerza inagotable y su acción justiciera contra los hombres malos.
Esta lucha la emprende Lisbeth como cruzada personal, al margen de la ley, a ser posible violándola, o simplemente burlándose de ella.
Lisbeth comienza a ser un personaje verdaderamente irresistible moralmente cuando nos damos cuenta de que toda su hosquedad y su aparente misantropía quedan desmentidos por su afán de reparación del mal y por su búsqueda de la justicia.
Una búsqueda, eso sí, a su manera, tomando los atajos de la ilegalidad y haciéndole un corte de manga a todo el aparato policial, legal y jurídico del Estado, que en su momento la dejó en la estacada.
"Ella estaba tramando algo de lo que no deseaba hablar. Estaba convencido de que iba a oponerse a lo que Lisbeth estuviera maquinando, pero confiaba lo suficiente en ella como para saber que, fuera lo que fuese, posiblemente se tratara de algo Jurídicamente Dudoso, pero de ningún delito contra las Leyes de Dios. Porque, a diferencia de casi todos los demás, a Holger Palmgren no le cabía la menor duda de que Lisbeth Salander era una persona con principios morales. El problema era que su moral no siempre coincidía con lo estipulado por la ley".
Y es que aquí reside, en mi opinión, uno de los aciertos de este personaje: encarna ese anhelo de justicia más allá de la ley, ese espíritu de rebeldía y transgresión ante un orden jurídico injusto o, en este caso, inoperante y corrupto, que a lo largo de la Historia ha dado lugar a tantos mártires y, al mismo tiempo, a tantas conquistas morales.
Y es que aquí reside, en mi opinión, uno de los aciertos de este personaje: encarna ese anhelo de justicia más allá de la ley, ese espíritu de rebeldía y transgresión ante un orden jurídico injusto o, en este caso, inoperante y corrupto, que a lo largo de la Historia ha dado lugar a tantos mártires y, al mismo tiempo, a tantas conquistas morales.
Lisbeth es la que se salta la Ley para conseguir la Justicia.
Esta postura es muy peligrosa y haríamos mal si nos quedáramos embelesados por ella. Más allá de la frívola rebeldía sin causa tan propia de la adolescencia, la ley ha de ser respetada y defendida, en tanto en cuanto ha sido -indirecta y tácitamente- refrendada por todos los que vivimos en sociedades con regímenes democráticos.
(Bueno, o al menos esto parece un buen punto de partida)
Imagino que este tipo de afirmaciones cobran todavía más fuerza y sentido a medida que nos desplazamos hacia el norte de Europa y nos alejamos de la permisividad mediterránea, la picaresca española y la liberalidad del espíritu latino.
Supongo que en la reglamentada y concienciada sociedad sueca, en donde aterrizaron las novelas de Larsson, este rasgo de anarquía e irreverencia para con la ley del personaje de Salander debió de ser mucho más indigesto -o más sorprendentemente estimulante- que en latitudes más meridionales, en donde estamos más acostumbrados a los abismos entre la teoría y la práctica.
Pero para contrarrestar esta propuesta de libertarismo e individualismo moral, el autor de la trilogía ha añadido a su cóctel un poco de Mikael Blomkvist, el periodista intrépido e idealista, cuyos fines terminan confluyendo con los de Lisbeth Salander, pero cuyos medios son bastante más ortodoxos y circunscritos a la letra de la ley (aunque no siempre).
Y ya que ha aparecido Mikael, terminemos este perplejo retrato de Salander hablando del amor.
Hay quien ha dicho que "Larsson es patológicamente malo" y que en su novela no hay lugar para el amor. Las palabras de Donna Leon, escritora de novela negra, son concretamente las siguientes:
"Su actitud es un agravio al amor humano, a las relaciones humanas. Todos los contactos sexuales son violentos o fuera de límites, no hay pasión en el libro, tan sólo pasión por violencia o por venganza"
En este punto me pondré del lado del muerto, con perdón.
Esta postura es muy peligrosa y haríamos mal si nos quedáramos embelesados por ella. Más allá de la frívola rebeldía sin causa tan propia de la adolescencia, la ley ha de ser respetada y defendida, en tanto en cuanto ha sido -indirecta y tácitamente- refrendada por todos los que vivimos en sociedades con regímenes democráticos.
(Bueno, o al menos esto parece un buen punto de partida)
Imagino que este tipo de afirmaciones cobran todavía más fuerza y sentido a medida que nos desplazamos hacia el norte de Europa y nos alejamos de la permisividad mediterránea, la picaresca española y la liberalidad del espíritu latino.
Supongo que en la reglamentada y concienciada sociedad sueca, en donde aterrizaron las novelas de Larsson, este rasgo de anarquía e irreverencia para con la ley del personaje de Salander debió de ser mucho más indigesto -o más sorprendentemente estimulante- que en latitudes más meridionales, en donde estamos más acostumbrados a los abismos entre la teoría y la práctica.
Pero para contrarrestar esta propuesta de libertarismo e individualismo moral, el autor de la trilogía ha añadido a su cóctel un poco de Mikael Blomkvist, el periodista intrépido e idealista, cuyos fines terminan confluyendo con los de Lisbeth Salander, pero cuyos medios son bastante más ortodoxos y circunscritos a la letra de la ley (aunque no siempre).
Y ya que ha aparecido Mikael, terminemos este perplejo retrato de Salander hablando del amor.
Hay quien ha dicho que "Larsson es patológicamente malo" y que en su novela no hay lugar para el amor. Las palabras de Donna Leon, escritora de novela negra, son concretamente las siguientes:
"Su actitud es un agravio al amor humano, a las relaciones humanas. Todos los contactos sexuales son violentos o fuera de límites, no hay pasión en el libro, tan sólo pasión por violencia o por venganza"
En este punto me pondré del lado del muerto, con perdón.
Y es que creo que el género de la novela policiaca no es el lugar más apropiado para encontrar -y menos exigir- el amor, o la pasión amorosa. Al contrario, se trata de un género en el que la mirada del escritor se cierne sobre los aspectos más sombríos y oscuros del corazón humano. Las pasiones que rigen la novela policiaca son, precisamente, las de la ambición, el miedo y la venganza. El amor se desenvuelve mejor en otro tipo de pastos literarios, tal que el de la novela de aventuras o sencillamente la novela romántica.
Pero no queda ahí mi defensa de Larsson en este punto: hay algo más.
Hay una pequeña llama que se enciende.
Hay un diamante en bruto incomprensible en el corazón de piedra de Salander.
Hay una evolución en este personaje con vida, un despertar de algo extraño, que desconoce y le es ajeno, pero ante lo cual no puede ser indiferente, por mucho que se esfuerce.
Hay algo que le crece adentro, como un animalito, y que finalmente, como no podía ocurrir de otra forma en una novela negra, le rompe el corazón.
A eso yo le llamo amor.
En el artículo de EL PAÍS leemos que: "La autora confiesa que no llegó a terminar el primer libro de la trilogía de Millenium: Por la repugnancia que me producía. No hay calidez humana, los sentimientos son ajenos a mí".
Y es que ya lo dije al principio:
Para juzgar una novela hay que leerla.
Hay una pequeña llama que se enciende.
Hay un diamante en bruto incomprensible en el corazón de piedra de Salander.
Hay una evolución en este personaje con vida, un despertar de algo extraño, que desconoce y le es ajeno, pero ante lo cual no puede ser indiferente, por mucho que se esfuerce.
Hay algo que le crece adentro, como un animalito, y que finalmente, como no podía ocurrir de otra forma en una novela negra, le rompe el corazón.
A eso yo le llamo amor.
En el artículo de EL PAÍS leemos que: "La autora confiesa que no llegó a terminar el primer libro de la trilogía de Millenium: Por la repugnancia que me producía. No hay calidez humana, los sentimientos son ajenos a mí".
Y es que ya lo dije al principio:
Para juzgar una novela hay que leerla.
11 comentarios:
Yo ya me los empapé...y El ocho, El Médico, Los pilares de la tierra...y hasta los de Harry Potter. No hay que cerrarse a ningún tiempo. Seguramente los genios de la literatura del pasado también hubiesen sido bestsellers hoy. Qué hay de malo en compartir gustos con un grupo elevado de seres humanos? "Yo soy así,...y además no voy al cine, no viajo a sitios turísticos y no compro bestsellers..."
Yo también las he leído, aunque reconozco que no me han convencido. Pero me ha gustado tu análisis. Recúperate ;)
Rbc
Anónimo, es verdad, no hay que cerrarse a nada, ya lo dije. El genio siempre tuvo fama de incomprendido, sobre todo en su tiempo. Lo único malo de las fiebres consumistas de best sellers es que tienen mucho de arbitrario: las editoriales discriminan y seleccionan por qué obras van a apostar fuerte cada temporada. Es la sensación de que los best sellers se fabrican "desde arriba". Aunque si tú lees best sellers sin comprarlos no contribuyes a que sean best sellers. Todo lo más, best readers.
Gracias, Rbc, ando más cojo que House (aunque de mejor humor). La tercera no creo que la lea ahora; intercalaré algo de por medio, puede que una biografía de la Coixet, jajaja.
Un abrazo.
No soy muy de leer best-sellers aunque como casi todo Dios, me he leído el Código y la saga de Harry Potter
Por cierto, el personaje de Salander, al menos en lo que a caracter y forma de ser se refiere, se me parece muchísimo...
Un saludo
seguro que en la auto-biografía de mi querida Coixet, erudita cultivada donde las haya, encontrarás miles de alusiones "casuales" a Sartre, Nietzsche...
(mejor te sacas la peli de Elegy y x lo menos le ves las PEras a nuestra pestiño PE y a Gandhi-Kingsley ;)
Lo de pestiño es sólo porq yo sí tengo la mala leche de House, y claro, le tengo envidia por jamona...no me gustaba pero la ví en Vicky Cristina Bcn y me pareció que lo bordaba.
¿he escrito "recÚperate"? joer, necesito más dosis de Isabelita, q no aprendo nada, leches!!
Bueno, que no te compres el Fotogramas que ya te cuento yo... ;)
Rbc
seguro que en la auto-biografía de mi querida Coixet, erudita cultivada donde las haya, encontrarás miles de alusiones "casuales" a Sartre, Nietzsche...
(mejor te sacas la peli de Elegy y x lo menos le ves las PEras a nuestra pestiño PE y a Gandhi-Kingsley ;)
Lo de pestiño es sólo porq yo sí tengo la mala leche de House, y claro, le tengo envidia por jamona...no me gustaba pero la ví en Vicky Cristina Bcn y me pareció que lo bordaba.
¿he escrito "recÚperate"? joer, necesito más dosis de Isabelita, q no aprendo nada, leches!!
Bueno, que no te compres el Fotogramas que ya te cuento yo... ;)
Rbc
y soy tan humilde como nuestra diva y comento por duplicado, para no pasar desapercibida...sorry
Rbc
DRacón, tú eres más educado.
Rbc, jajaja, error mío el volver a mentar a la Isabelita de los Cojones (como la llamaría Salander). Intentaré ver estos dias la de Elegy, por lo de las per..., por lo de las citas esas de Sartre y de Nietzsche.
Chica Fotogramas, una pregunta sobre la de Woody: la vi en versión original y me quedó una pregunta. En algunas escenas Bardem y Pe hablan en español y la americana no se entera un pijo de lo que están diciendo. Bardem le dice a Pe que no hable en español, que la otra no se entera. Y yo me pregunto: ¿Cómo coño hicieron esto al doblar la peli al español? Qeda muy absurdo que se pasen toda la peli hablando en español y de repente el Bardem le dice a Pe: "No hables en español, que la americana no entiende". ¿Sabes cómo lo resolvieron los dobladores? ¿Sabes cómo lo hubiera hecho Isabel Coixet?
Un abrazo.
Ya te puedes imaginar cómo lo resolvieron: todo en español, y el agudo espectador que se las apañe como buenamente pueda...lo de las tra(ducc)iones tiene su miga, muchas veces ya te pegan un cambalache de flipar sólo en el título...por no hablar de la moda de coger el título original en cuestión y añadirle una posdatita, me parto... (ejemplo: Brokeback Mountain: en terreno vedado) Toma ya. Alegría.
A curarse!
Rbc, querida: ayer alquilé 3 pelis para superar el encierro y una era Elegy (aunque el libro en que se basa se llama "The dying animal"). Y la verdad es que me gustó bastante. Ya sé que no es una peli de sábado por la noche antes de salir de fiesta pero no sé, debe ser que llevo dentro un punto sensiblero y depresivo. Menuda pareja haríamos la Coixet y yo juntos. Parece que el tema del tiempo, la enfermedad y la muerte también es una constante en su cine ("Mi vida sin mí" trata de lo mismo, en parte). Me gustó el modo de abordar el personaje masculino: un viejo que se niega a envejecer, que le siguen atrayendo las mujeres y no se resigna a pasar página y que, pese a todo, tiene miedo. Y el personaje de Pe, que se come la cámara una vez más, tanto como maja vestida, como de maja desnuda, al final, cuando posa para Kingsley. Me gustaron los diálogos y las relaciones personales que se establecen entre todos los personajes. En mi opinión el mérito de esta peli y de otras de Coixet es el siguiente: saber abordar situaciones que rozan el terreno de lo cursi y de lo pedante, sin llegar a caer en ninguna de las dos cosas. Ese equilibrio no es nada fácil... Aunque seguro que ahora me haces una parodia del asunto en plan Pescanova y me desmontas la teoría.
Un abrazo.
pd: Lo de Brokeback Mountain podría haber sido peor. Imagínate que lo traducen por "Rompiendo traseros en la montaña".
¿Quién dijo que no hqy qmor entre Salander y el periodista?
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