sábado, 22 de agosto de 2009

SiN RuMbO


Hoy me acordé de esta foto.

Quizás porque cayó en mis manos ese libro de Vicente Verdú que leí hace años, mucho antes de sospechar que acabaría todo un curso viviendo en los Estados Unidos: "El planeta americano".

Releí el primer capítulo y me dije: voy a releerlo de nuevo, qué maravilla.

Y también me dije: voy a empezar un apartado en el blog con un post por cada capítulo y con citas con miga y con fotos de las que he ido acumulando durante un año y no sé cómo hacerlas revivir de algún modo y que no mueran de olvido en un disco duro.

Pero estos días de encierro no paro de comenzar cosas: lecturas, proyectos, películas, series televisivas... de un modo omnímodo, mas sin estar seguro de si llegarán a buen puerto.

Lo mismo ocurre con este post, que he empezado sin saber a ciencia cierta que rumbo toma y a qué puerto llega, si es que a alguno llega finalmente.

Me encuentro en un estado de indolencia y volubilidad total y absoluta.

Vivo sin horarios: me acuesto a eso de las tres y me levanto bien entrada la mañana.

Me apalanco en la tele y me abrumo con la cantidad de canales del Plus: quiero verlos todos y al mismo tiempo ninguno.

Es raro:

Me quedo alelado viendo una carrera rompe-rodillas retransmitida en euskera. Si alguno de los corredores se expresa en español le ponen los subtítulos en el idioma vasco.

Luego un canal de baile: enseñan salsa, vamos con el mango, muy bien, un, dos, tres, mango otra vez y vuelta a la chica con el brazo derecho. Mecachis: y yo con el papiloma.

Al jazeera cuenta cómo los periodistas en Irak no reciben información alguna de la policía y les ponen trabas y obstáculos a su trabajo.

Decido volver a quitarle el sonido en versión original a La Tapadera: una vez compruebo que Tom Cruise tiene voz de mariquita quiero enterarme un poco de la trama.

En la andaluza un culebrón.

En la gallega un noticiero en galego.

En la 5, o en la 3, no recuerdo, lo mismo son, siguen dándole vueltas a lo mismo: Belén Esteban, su padre, su hija, el padre de la Campanario, la susodicha y todos los comemierdas de la prensa del corazón: a estos paparazzis yo, que soy de naturaleza pacífica, los empalaba vivos.

Y así hasta que un reflujo de voluntad me llega al cerebro y apago la tele.

Deambulo: es un decir, más quisiera yo.

Deambulo con el pensamiento, que no tiene vendas ni gasa ni le hago curas cada seis horas. Aunque pienso que igual no le vendría mal. O sea, divago, vagueo, me dejo mecer por las horas y me dejo seducir por el primer estímulo que se me presente.

Y entonces me acuerdo de la foto y la busco y la subo al blog y me pongo a escribir todo esto.

O quizás no.

Quizás no fue el libro de Verdú sino el propio tiempo.

Me explico: esta semana he estado recordando mi vida en Texas más que lo que lo he hecho en los últimos dos meses, desde que me vine.

He tenido que mandar algunos correos al colegio y llamar a los apartamentos donde me quedé por haberse quedado algunos asuntos sin cerrar.

He hablado por teléfono con Pepe y con Raquel.

He buscado en el Facebook al resto de españoles en Tyler, que han vuelto a España, como yo, y los he agregado como amigos.

Me he puesto a ver una vez más fotos de mis niños, los gansitos.

Joder: sólo ahora me doy cuenta de que lo del libro de Verdú no ha sido sino un síntoma más y no el desencadenante de nada.

Y es que puede que basten dos meses para trasladar todas esas vivencias al pasado remoto en el que los recuerdos ya sólo llegan a nosotros impregnados del baño de nostalgia que nuestra memoria le otorga a lo que resulta ya irrecuperable.

Y así, de repente, como un fogonazo de los que duelen, me asalta el recuerdo de esta foto y de esa noche, en la que no ocurrió nada particular, o sí.

Volvía de Dallas, a la que había ido por el cumpleaños de Gaby en este chevrolet alquilado: acababa de vender mi coche.

Era el último domingo del curso escolar y acababa de decidir no ir a trabajar al día siguiente, pues me quedaban sick days por pedir y tenía miles de gestiones que resolver todavía.

Así que de Dallas me fui directamente a la escuela, sin pasar por casa, para preparar el folder al sustituto.

La cosa me llevó un par de horas y salí de allí, del colegio, a las 23:30 de un domingo de junio.

No había cenado ni probablemente tenía en casa nada que no andara caducado así que estacioné el chevy de alquiler en ese descampado en que se convierte el aparcamiento del Wal-Mart a esa hora.

No sé qué fue lo que sentí entonces que me llevó a sacar de la guantera la cámara para inmortalizar el momento.

Quizás el silencio de la noche.

O la sensación de libertad de estar rompiendo mi encorsetada rutina.

O esta nostalgia anticipada -que ahora actualizo y se convierte en retrospectiva- por mi inminente vuelta a España, de donde acaso nunca jamás volvería.

El caso es que saqué la foto y entré al supermercado.

Para mi sorpresa había bastante gente, para ser Tyler y ser las doce de la noche.

Sentí por primera vez la crisis de la que hablaban los periódicos, al ver la fauna humana que compraba a esas horas.

Me fijé en los tatuajes, en las ropas, en la obesidad, en la negritud, en la mexicanidad, en las caras y en su cansansio y su tristeza.

Descubrí el submundo de la ciudad de Tyler, invisible para mí en mis visitas diurnas a los establecimientos siempre felices del sur de la ciudad, donde vivían los blancos, como en otro universo.

Hice la compra con un nudo en el estómago y con cierto sentimiento de culpa.

A diferencia de lo que ocurría por el día, sólo había dos cajas abiertas, ante las cuales había dos filas larguísimas de clientes, que esperaban con resignación.

Las cajeras eran lentas y no regalaban al cliente una sonrisa, un saludo, una frase cordial, como es norma en cualquier negocio americano en el que se trabaja de cara al público.

Ya eran más de las doce y la fila no se movía.

De repente, tan sólo unos metros delante mío, unos ojos negros se quedaron clavados en mí:

¡Era Junior!

Era Junior: José Luis, el nuevo alumno que se había incorporado a clase en el tercer trimestre.

Estaba vestido de calle, es decir, sin el uniforme.

Iba con unas cholas que dejaban ver unos pies manifiestamente sucios y vestía una camiseta negra de Spiderman cinco tallas mayor que él: parecía un camisón.

Comprendí su pobreza: sólo la imaginaba y daba por sentado.

Sus papás estaban allí, y el bebé, de meses acaso.

La madre me saludó en la distancia, como avergonzada.

El padre ni me miró.

Éste intentó pagar con algo que se me antojó un cheque, pero no pudo. Sacó efectivo del bolsillo de un chándal raído y los perdí de vista.

Cuando pude al fin pagar y dirigirme de camino al coche, dirigí la mirada al interior del Mac Donald´s que había en la entrada, o salida, del Wal-Mart.

Allí estaban Junior y su familia, cenando, a las 12:40 de un domingo.

Me pregunté si el resto de mis gansitos también estaban expuestos a sufrir estos horarios.

Sentí pena por Junior y me sentí ridículo al recordarme amonestándolo por estar distraído, jugando y molestando.

Al día siguiente mi sustituta pasó lista, pero Junior no estaba.


19 comentarios:

Carse dijo...

Joder...

Dracón el filósofo dijo...

Asco de verano: el calor y la modorra que nos entra a todos hace que comprenda el estado en que te encuentras...

Prefiero el invierno, con toda sinceridad...

Respecto a lo de tu alumno.... sin palabras...

Montse dijo...

Con respecto a lo de Junior, sólo me sale un "¡joder!" como han dicho más arriba.

Con respecto al estado en que te encuentras, yo sentía y hacía cosas parecidas la semana pasada. Menos mal que este final de agosto va a ser distinto, Menorca y Madrid-blogueer CIO van a ser mi salvación. Cada vez me gusta menos agosto, este año será diferente y a partir de ahora intentaré hacer todo los agostos distintos. Se estaban convirtiendo en melancólicos y tontones y eso no me gusta nada.

Espero que tus curas vayan genial, nos vemos en Madrid.

Un abrazo, Montse

Gaby dijo...

Da un poco de alivio saber que, por momentos, las fotos te traen los 12 meses que fue tu vida estadounidense :) Y bien sabes que todavía tienes muchas fotos llenas de historias que contar.

Ojalá tomes rumbo pronto.

Anónimo dijo...

En momentos de zozobra, ponte esa canción que siempre te salva (DALE CAÑAAAAAA), arréglate, sal -en bici- a comerte el mundo (cometelo de hecho)y say "cheese"- Mira qué requeteguapo has quedado...
Bueno Andriu, al menos tú consigues crear algo bonito de los momentos chungos, y parece q te empeñas por buscarle algo de sentido a lo ilógico, y bueno, supongo q eso es algo, ¿no?
Un abrazo, Rbc

(ya vamos tres jo-der)

Andriu dijo...

Carse: ¿eso es el inicio de algún aforismo filosófico que desconozco?

Dracón, yo soy de espíritu veraniego, aunque aquí encerrado en casa no existen las estaciones ("afortunado tú" -dirás).

Montse: la verdad es que llevo un agosto muy "hikikomori", sí señora. Te diré que cada mañana le pongo una velita a San Papilomo, para que me cicatrice de una vez el asunto y que estoy empezando a ponerme nervioso porque el miércoles se acerca y en este estado veo muy chungo lo de Madrid.

Gaby: nada se olvida ni se pierde, aunque la memoria es caprichosa y trae las vivencias a la orilla de la conciencia más tarde o más temprano. Ejem... ¿se puede ser más cursi?

Rbc, joder, te hice casi y me lo bebí.

Un abrazo.

Carse dijo...

El principio y el final de un aforismo muy poco conocido de un filósofo argentino cuyo nombre tiene una rima consontante con pomelo y hay que ser muy bajo para conocerlo.

Para descrubirlo tienes que saber algo de "humor" argentino (entre comillas porque muy graciso no es)


Saludos

Gaby dijo...

No me extraña nada lo que escribiste y que la memoria (en especial la tuya) es muy caprichosa. ¿Tú, Andrés -porque es así como te conocí- cursi? Mmmm...bueno, a veces.

Seguro que no nos tienes envidia a los que mañana comenzamos con el nuevo ciclo escolar. No sé si te dije pero ahora me toca ser maestra de quinto grado de lectura, así que volveré a tener a los mismos niños (o pre pubertos).

Gaby

Andriu dijo...

Gaby: ¡ánimo mañana! Al menos ya los conoces, aunque sé que eso para ti no es ventaja alguna. Vaya, eso sonó a puñaladita en público :(

Carse, estoy muy espeso para el acertijo. No hablo argentino, vale: ¿cuál es el chiste?

Carse dijo...

-¿Conocés a Marcelo? Pues agachate y conocélo...

-Andáte a joder...


-Papá, ¿por qué nadie me quiere conocer?

-No lo sé Marcelo, no lo sé.

El nombre es Marcelo, padre de Lautaro, el chiste horrible y las tildes colocadas para imitar el acento argentino.

Andriu dijo...

Gracias por la aclaración... Sí, la verdad es que no le pillo mucho la gracia. Yo soy más de Manolo Vieira.

Un abrazo.

Carse dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Carse dijo...

Estuvo por Lanzarote hace poco...

Por cierto a tu comentario contesté en mi blog.



Saludos

Andriu dijo...

Mándame el enlace. Sólo tengo la dirección de tu blog con videos (Chacho Matrix es la última entrada). No encuentro el de volando a tres palmos del suelo (o algo así). ¿Qué hay de el del vocablo de la semana, o del día? ¿has seguido con él?

Estoy muy fuera de onda, como ves.

Carse dijo...

http://elblogdecarse.blogspot.com/

X dijo...

En algún sitio de este blog (o como leche se llame esto) escribiste que Tyler no es más que una carretera. Quizás una carretera circular y otra recta que la corta en 2 puntos, uno al norte y otro al sur.
El día que vi por primera vez el downtown de Tyler cierto sentimiento de anguistia me invadió. "Amenaza de bomba nuclear", pensé, y todo el mundo salió por patas...
Los alumnos tuvieron que escribir algo sobre ellos para que la nueva maestra les conociera. Lo que J. escribió cayó en mis manos: "Es probable que no vuelva a la escuela. Mi papá fue detenido y por no tener papeles deportado a Mexico desde la cárcel. Allí tiene ahora una nuevqa mujer. Mi mamá cuida de mis 3 hermanos pequeños y menos de mí, así que me parece que una tia mía ha pedido mi custodia..." y así seguía aquel trozo de papel, recogiendo atrocidades que una niña a sus 10 años no tiene que vivir. "J" viene pintada a clase. Sé que la maestra no se lo permite, pero aún así intenta colar siempre unos granos de purpurina sobre su cara. Lleva siempre unos zapatos negros, sucios, de esos de princesita que se sujetan al pie por una tira de cuero que pasa por encima del tobillo... Siempre que la veo me pregunto cómo hará en PE...

Andriu dijo...

Vaya, X, me dejas intrigado: ¿quién eres? En cualquier caso veo que conoces muy bien todo esto de lo que estoy hablando: la 69 o Broadway, las miserias de nuestros alumnos, las clases de PE...

Y es verdad lo que dices: creo que ninguno de mis alumnos tuvo un contexto familiar tan chungo, pero sí me constan que otros compañeros sí tuvieron alumnos en situaciones tan precarias. Junior no es el único.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Todos los días, cuando lo atravieso, pienso que el downtown es un enorme espejo que, como Alicia hizo, lo atravieso siempre a las 7 y cuarto. Es entonces cuando puedes ver lo que hay detrás, la trastienda, la imagen real de lo que hay allí y que hasta que no lo atraviesas no lo puedes ver, pues antes sólo ves el reflejo de lo que hay detrás ¿un mundo feliz?...
Tnego un amigo que vive en el campo y dice que necesita ir a Madrid a menudo y que nada más llegar necesita meterse el tubo de escape de unos de los autobuses de la EMT en la boca y dar una fuerte bocanada, porque si no lo hiciera moriría de un ataque de salud. Pues bien, el leer tus textos ha supuesto esa bocanada que me ha permitido no morir en este Tyler puro y limpio.
Un saludo

Andriu dijo...

Jajaja, muy gráfico tu amigo, y tú. Pero es verdad. Yo en realidad me fui de Tyler con la sensación de no haber traspasado ese espejo y de haber pasado un año en una especie de decorado o universo de ficción.

Recuerdo una tarde que salía para Dallas. Me paré en una gasolinera que hay en la 69, casi llegando a a 20, para comprar algo de beber. Aparqué y junto a mi coche había dos chicas con pintas de yonqui. Una se bajó y me pidió dinero, la otra me miraba atontada, fumada, inyectada, quién sabe. Aquello fue todo un revulsivo, una revelación: "¡Drogatas en Tyler!".

Sé que los hay, que los habrá, es decir, que los debe de haber. Nuestras escuelas y nuestros alumnos son posiblemente nuestros mejores lazarillos para conducirnos a esa otra Tyler del otro lado del espejo.

Pero cada día la ciudad se me antojaba más escurridiza y falaz, maquilladísima cada mañana, cual presentadora televisiva: saludable, abstemia, limpia, sonriente, amable, pulcra, segura.

Ya me entiendes.

Un abrazo.