miércoles, 2 de septiembre de 2009

pLaNeTa aMeRiCaNo 3


Si hay algo que veneran los americanos de verdad es el dinero.

Quién no -podrá objetárseme.

Pero los americanos lo veneran sin pudor ni disimulo, casi con proselitismo.

El dinero tiene en los Estados Unidos ese atributo divino de la ubicuidad y omnipresencia. Lo encontramos en las conversaciones (cargado el lenguaje de expresiones y frases hechas que aluden a él); en los edificios y el paisaje urbano de las grandes metrópolis; en la naturaleza de la mayor parte de las relaciones y encuentros que tienen lugar entre sus habitantes; en las mentes, de éstos, ya sea como anhelo, propósito, sueño, proyecto, o como frustración, recelo, codicia y dolor por su ausencia.



Hablar allí de dinero y presumir de él no está mal visto, como puede llegar a ocurrir en Europa, cuya tradición moral y religiosa nos legó cierto desprecio por el vil metal, por el materialismo y por la petulancia crematística.

El protestantismo americano, como vimos, casa mucho mejor con el espíritu capitalista del pueblo americano y Vicente Verdú afirma que no existe otra "población que mejor acople el culto a Dios y el amor al dinero".

Esta vez resumiré en un solo post dos capítulos, de temática muy similar, que Verdú ha titulado respectivamente: "El amor al dinero" y "La soberanía del capital".



¿Por qué me fui de Tyler?

¿Por qué más de la mitad de los españoles que participamos en el programa de profesores visitantes en Estados Unidos no repetimos un segundo año?

Me temo que una de las razones principales la expone Verdú en el siguiente párrafo:

"Pocos de los americanos que han conocido la Europa mediterránea dudan en afirmar que aquí la calidad de vida es superior a la de su país. De hecho, ésta fue la respuesta que dieron los americanos residentes en este continente durante el verano de 1995. Cuando se les interrogó sobre diferentes características de las naciones, mencionaron a España en primer lugar si se trataba de escoger un país para vivir bien, pero la emplazaron en el último puesto al calibrar si era apropiada para los negocios (...) Los americanos son trabajadores acérrimos en busca de su prosperidad individual. Cuentanapenas con 10 o 15 días de vacaciones anuales, pero, además, el 38% confesaba en una encuesta de julio de 1995 (Strategic Consulting Research) no haberse tomado un solo día de descanso en 1994. Dos años antes el porcentaje de estos supertrabajadores era del 26%; 12 puntos porcentuales más bajo. No sólo no trabajan menos a medida que crece su renta, sino que cada vez trabajan más. Los republicanos, por mediación de New Gingrich, propusieron en noviembre de 1994 reducir el número de las pocas fiestas anuales a cambio de bajar unas décimas la presión fiscal: una mayoría de los contribuyentes respondió afirmativamente a esta iniciativa. Hay pocas fiestas a lo largo del año, pero parecen sobrarle todavía algunas o todas. Cuando en una encuesta de mayo de 1995 el diario USA Today preguntó a la población qué períodos del año le resultaban más estresantes, el 32% respondió que los holidays, Easter, Thanksgiving, Navidad".

Mis compañeros de trabajo en la escuela se alegraban -o eso creí percibir- cuando llegaba el viernes por la tarde o un día de fiesta o unas vacaciones. Sin embargo, también me sorprendió lo habitual que resultaba verlos ir a trabajar un sábado, un domingo o un día festivo. Cada uno de nosotros teníamos una llave de nuestra aula y era normal ir a la escuela en un día de descanso para sacar adelante trabajo pendiente. Ante la petición del profesorado en este sentido, la directora accedió a dejar abierta los fines de semana la biblioteca del instituto, en que se encontraba la máquina laminadora, la fotocopiadora y materiales de consulta varios.



El poco tiempo libre de que disponen los americanos lo invierten en comprar y consumir.

O al menos, eso es lo que deben procurar las empresas: el resto de americanos que en mientras tanto trabajan.

Por eso consumir allí es -fue- tan sencillo y cómodo.

"Ser consumidor en Estados Unidos -dice Verdú- es disfrutar de un universo de ofertas, rebajas, saldos, y disponer de un afinado sistema contra el fraude en la calidad"

Y de facilidades.

Lo que en un primer momento me pareció ser una gasolinera, resultó ser una sucursal del Bank of America. No había que bajarse del coche para sacar dinero, ni para ingresar un cheque o revisar el saldo o los últimos movimientos, como no había que hacerlo para pedir una hamburguesa, un helado o un medicamento en una farmacia con "drive-through".

Para realizar cualquier compra no era preciso disponer de efectivo y en cualquier Starbuck o gasolinera te servían un café que podías pagar con tarjeta de débito.

Recuerdo jugar un partido de tenis contra Pepe: él estrenaba tenis, notó tras el partido que le apretaban, fuimos a cambiarlo y no le pusieron ningún inconveniente. Por otra parte, en casi todos los establecimientos te devolvían el dinero si uno no quedaba satisfecho con el producto.

En bares y restaurantes, en cafés, en cajas de supermercado, en tiendas y en cualquier otro tipo de establecimientos el trato al cliente era y es -al menos en Texas- exquisito.

El cliente allí siempre tiene la razón y continuamente hay ofertas, promociones y reclamos para seducirlo y atraerlo -mientras no trabaja- a las puertas de un mall.



Apenas hay ocio gratuito en Estados Unidos.



-Me lo compró mi mamá en la Wal-Mart, maestro -era la frase más característica de mis alumnos.

O:

-Estuve con mis papás en la Wal-Mart, maestro.

El Wal-Mart como templo pagano del consumo, catedral del deseo y del gasto.

El Wal-Mart y todas las grandes superficies semejantes como segundo hogar, mejor aún: como segunda naturaleza, donde las estaciones y diferentes festividades lo hacen mudar y mutar, como si de un paisaje natural se tratase:

"La primavera, el verano, la fiesta de Navidad, San Valentín, el Memorial Day, el Thanksgiving son fiestas que comienzan a hacerse sentir meses antes de que se cumpla la onomástica. Cada festividad desprende hacia sus dilatadas vísperas un aura de la qe se obtiene valor explotable. En cada momento del año, casi sin excepción, se alza en el horizonte la visión reforzada de un día famoso de cuyo advenimiento se llenan felizmente los comercios, los anuncios y las ofertas de los grandes almacenes. Ya en julio se reciben catálogos para las compras de Navidad, y por septiembre se invita a no demorar las compras de Christmas".



Ya cité un día a Enric González en otro post sobre esos nuevos templos o catedrales contemporáneas: los rascacielos, que, según él "fueron creados para impresionar, para demostrar el poderío de una empresa o de un magnate y para atraer clientes con la singularidad del edificio".



Pero lo más asombroso de Tyler fue sin lugar a dudas salir de Tyler y visitar las ciudades y pueblos colindantes o lejanas, pero siempre idénticas: Kilgore, Longview, Marshall, etc.

Y es que en todas se repetían, clónicos, los mismos establecimientos, las mismas firmas:

"De una punta a otra de América el paisaje cambia, los habitantes son mormones o episcopalianos, negros, anglosajones o asiáticos, pero todos al salir por las carreteras y cruzar por sus urbes se reconocen partícipes de una misma nación a través e la repetición de los signos de las grandes firmas. Sin comparación con Europa, en Estados Unidos las grandes sociedades y los magnates trenzan la cotidianidad de una épica compartida (...) La práctica ausencia de cocina americana se sustituye por esta común alimentación industrial a cuya mesa se sientan millones de comensales dentro y fuera de casa. Si se trata de una pizza, Pizza Hut espera con la misma receta desde el este al oeste y en casi cualquier cruce. El pollo frito de Kentucky, los Wendys, los Friday´s repiten su presencia desde una punta a otra. McDonald´s cuenta con más de medio millón de empleados dispuestos a servir la misma clase de hamburguesa, y los Dunkin Donuts, 7-Eleven, los Acme, los Sears, los Macy´s, los Gap, ofrecen iguales productos de alimentación, de limpieza o de vestido vaya uno por donde vaya".



Vicente Verdú disfruta relacionando los fenómenos culturales en apariencia más dispares, con tal de ver confirmada y reforzada su tesis:

"Incluso la religión a través de sus diferentes sectas y para-churches compone un conjunto que no tiene empacho en manifestarse en un lenguaje económico más allá de las insinuaciones del alma: `Los miembros de la St. John´s Lutheran Church de San Francisco tienen garantizada la devolución de su dinero -dice un folleto-. Los feligreses -se agrega- pueden entregar a la iglesia su donativo por un período de 90 días, y si piensan que en ese tiempo no han recibido los favores que han solicitado o se reconocen decepcionados con las predicaciones y los oficios, pueden recuperar sus entregas´. El programa se llama `God´s Guarantee´ y el pastor arguye que su confianza en Dios es tan profunda que no ve peligros financieros en esta política de reintegros".



Como consecuencia de todo lo anterior, los Estados Unidos de América es una nación rica, pero desigualmente rica.

No hay más que pasearse por la zona sur de Tyler y adentrarse luego en algunas zonas del norte. Un lector o lectora anónimo o anónima de este blog escribió un comentario hace unos días -desde Tyler- describiendo ese paso del sur al norte como el ingreso en una nueva e insospechada realidad y comparó esa experiencia con la de Alicia cuando atraviesa el espejo y descubre allí un inesperado mundo.

"La diferencia entre el 5% de la población más rica y el 5% de la población más pobre es un múltiplo de seis en Gran Bretaña, de tres en Suecia. En Estados Unidos el múltiplo es de quince. Un 46% de la riqueza nacional está en manos del 1% de los americanos y la concentración no se detiene. Los ricos son ricos como emperadores, los pobres lo son como pobres de Calcuta. No será raro que bajo este sistema se produzca el contraste entre grandes mansiones en el extrarradio y barrios miserables a pocas millas".



"En la actual producción social norteamericana los ciudadanos pobres se corresponderían con los montones de residuos que las fábricas vierten en sus entornos creando masas de contaminación. Los pobres son detritus, se abandonan como stocks improductivos en las aceras, quedan quietos en las esquinas de las barriadas negras, se alcoholizan en las reservas indias, forman parte del aire tóxico en los tugurios de las urbes".

Semejante pobreza en exhibición sólo la vi en San Francisco, aunque supongo que debido a que tanto en Tyler como en mis viajes sólo me moví por las zonas escaparate de las ciudades.

Verdú escribe su libro en el año 1996 y algunas de las tendencias que apunta han ido acentuándose desde entonces de forma vertiginosa.

El nuevo presidente del planeta americano, Barack Obama, se perfila no obstante como un hito y un punto de inflexión en dichas trayectorias ciegas u obtusas. Ojalá no me equivoque. Pero lo cierto es que a pesar de haber dado muestras de su profundo americanismo, de pertenecer a este imperio que describe Verdú -con cierta fascinación y cierta ironía-, Obama está intentando propiciar cierto viraje, cierta rectificación, en esta senda en ocasiones tan poco digna de alabanza del planeta americano.



5 comentarios:

Montse dijo...

"Para conseguir una economía sana hemos creado millones de hombres enfermos", diría Fromm.

Los estadounidenses son materialistas y el resto del mundo tratamos por todos los medios de imitarlos, así que...

¡Qué bien viven algunos! Aprovéchate. Un abrazo, Montse.

PD: Yo también creía que eran gasolineras y me decía y qué tienen que ver las gasolineras con el tema del post, hasta que agrandé la foto y me percaté

Andriu dijo...

Sí, ese es el problema de la macroeconomía, que en comparación una vida humana es algo muy pequeño.

Estoy muy bien desaprendiendo tanto respecto a esa fiebre trabajadora.

Un abrazo.

pd: Sí, por eso no me gusta reducir su tamaño.

Ricardo dijo...

¿Sabes, Andriu, que ahora que sé que estás aquí leo los post de temática norteamericana con otra actitud distinta? Es como si la misma comida me supiera distinta por comérmela en casa o en el campo, o algo así. No sé, es una sensación extraña.

Sobre el consumismo y la compra compulsiva. Voy al Mercadona, me paro frente a las tabletas de chocolate negro de 55%, 70%, 85% de cacao, "relambiéndome" del gusto. Pienso: "Me voy a comprar una o dos" (porque me encanta el chocolate negro). Y justo después pienso: "Este producto no me hace falta. En realidad, es una compra innecesaria y superflua".
Sin llegar a esta posición extrema mía, creo que deberíamos vigilar nuestro consumo. Creo que, por desgracia, SE ASOCIA CANTIDAD DE CONSUMO CON CALIDAD DE VIDA. ¿Cuánto te costó la siesta con Mayco?, ¿por cuánto te salió el baño en Bajamar? ¿A cómo sale la hora de sonrisas con unos amigos? ¿Es muy caro comtemplar la luna, que mañana estará llena? ¿Y el abrazo de hoy con un antiguo alumno que me he encontrado?
Un abrazo (gratis)

X dijo...

Lamentablemente esas diferencias se hacen también presentes en el sistema educativo. No hablo ya de los (no sé cómo llamarlos), ¿alumnos?, ¿estudiantes?, ¿pupilos?, si no de la estructura del sistema en sí. Es para reflexionar que en Tyler, mientras unos ocupan elegantes aulas, limpias (Rise, por ejemplo), otros están en sucios barracones llenos de polvo y suciedad. Esos pulcros colegios del sur, son ocupados por estudiantes blancos, y, curiosamente los barracones (portables)del norte (Orr, Griffin) por negros e hispanos.
Me produjo una profunda tristeza que, mientras muchos niños, repito, están en sucios barracones donde las cucarachas son asiduas seguidoras de lo que allí enseña el/a maestro/a, en la presentación oficial del curso, los principals y la curia mayor del tailer aiesdí se paseara, con acompañamiento de bandas de música y cheerleaders, en lujosos coches descapotables. Estoy seguro de que con lo gastado en esa presentación se acababa con todos los barracones de las escuelas de Tyler.
Y por último, otra gran diferencia está en los sueldos de los trabajadores. De los 30 a 40 mil anuales de media de un maestro nuevo, a los 100 mil mensuales del superintendente y su grupo directivo.
Y, para colmo, nos intentan llevar a la confusión, pues todo lo explican con datos estadísticos muy aptos para la manipulación: medias, medias ponderadas, campanas de Gaoss, medianas, modas..., que lo que hacen es disfrazar y atraer al centro esos polos tan radicalmente separados. En una cena uno de esos jefes del distrito me lo justificaba todo con esos datos estadísticos, hasta que ya un poquito hasta ahí de todo le contesté:"sí, todo lo que tú quieras, pero si tú te comes dos pollos y yo ninguno, la estadística dirá que nos hemos comido un pollo cada uno..."
Se quedó meditabundo, se le torció un poco el gesto y casi se le caen las gafas. Mano de santo.
Me temo que pende la espada de Damocles sobre mí.
SalU2

AnDrÉs dijo...

Ricardo, pues sí, es una sensación extraña esa que me comentas... Trataré de reflexionar sobre ello. Vaya, menos mal que al fin explicas por qué te resistes a comer -o comprar- chocolate. Tienes razón: lo que cuesta no es igual a lo que vale algo. Para todo lo demás, mastercard.

X: Muy interesante lo que cuentas. Por cierto, en un año no hay más barracones en Orr: "nos" están haciendo nueva escuela.

Un abrazo.