Acaba de tocar a la puerta un hombre alto y extraño, con sombrero.
Ha preguntado por el propietario de la casa. Le he dicho que no estaba. Ha preguntado que cuándo podría hablar con él. Le he contestado que no vivía en Madrid sino en Tenerife. Me ha preguntado que quién era yo. Le he preguntado que quién era él. Me ha preguntado que si últimamente había ocurrido algo en la casa que quisiera yo mencionar. Un sudor frío me ha recorrido la espalda. Me ha dicho que era el presidente de la comunidad de propietarios del inmueble. Yo le he dicho que era el sobrino de los propietarios del piso. Me ha vuelto a preguntar que si había notado algo extraño en la casa. Su mirada no me ha inspirado confianza: le he contestado que nada, que no. Se me ha quedado mirando fijamente y en silencio. Ha vuelto a insistir. Le he dicho que sí, que estaba seguro de lo que decía. Me ha dicho que de acuerdo, pero que si cambiaba de opinión no tenía más que ponerme en contacto con él, piso 1º 2. Y que tuviera al corriente a mis tíos de cualquier novedad. Le he dicho que no entendía a qué novedad se estaba refiriendo. Y entonces él me ha dicho:
-Joven, esté atento a los números. Son muy importantes.
Se ha ido y he cerrado la puerta nuevamente. Me he acordado de algo, de una imagen, de una conversación. Me he acordado de Ángel. Este fin de semana se han estado quedando en casa unos amigos: Ángel, Nena, Mikel y Nayra. Sólo pasaron dos noches y las otras dos se fueron a un hotel. Por la mañana de una de ellas Ángel me dijo que un hombre con sombrero había entrado al salón en mitad de la noche y había vuelto a salir.
Era eso lo que había recordado. Luego he abierto la puerta bruscamente. Ya no estaba el señor, alto y extraño. Pero sí su sombrero, colgado en la pared.
-Joven, esté atento a los números. Son muy importantes.
Se ha ido y he cerrado la puerta nuevamente. Me he acordado de algo, de una imagen, de una conversación. Me he acordado de Ángel. Este fin de semana se han estado quedando en casa unos amigos: Ángel, Nena, Mikel y Nayra. Sólo pasaron dos noches y las otras dos se fueron a un hotel. Por la mañana de una de ellas Ángel me dijo que un hombre con sombrero había entrado al salón en mitad de la noche y había vuelto a salir.
Era eso lo que había recordado. Luego he abierto la puerta bruscamente. Ya no estaba el señor, alto y extraño. Pero sí su sombrero, colgado en la pared.
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