Me puse el sombrero y salí escaleras abajo corriendo detrás del hombre.
Pero al llegar a la puerta del 2º 2 escuché una música de piano y me quedé un instante allí parado, pensando qué hacer.
Recordé entonces a la vecina del 2º, a la amiga de Christian que se había ofrecido a entregarle ella misma su correspondencia. Había pasado muchas veces por delante de su puerta y había escuchado la música del piano. No tenía ninguna prisa por devolverle el sombrero al hombre alto y extraño. Es más, pensé que podría ser una buena idea preguntarle a la amiga de Christian si conocía a aquel hombre.
Toqué el timbre. Dejó de sonar el piano. Esperé medio minuto y al fin apareció en la puerta un señor mayor en albornoz.
-¿Qué quiere, joven?
-¿Está...? Vaya, suena muy bien el piano ¿es usted quien lo toca?
-Soy yo ¿a quién busca?
-Verá... a su hija.
-Está usted equivocado. No tengo ninguna hija.
-Entonces a...
-Vivo solo ¿entendido? Le ruego que no me haga perder mi tiempo. Buenas tardes.
Toqué el timbre. Dejó de sonar el piano. Esperé medio minuto y al fin apareció en la puerta un señor mayor en albornoz.
-¿Qué quiere, joven?
-¿Está...? Vaya, suena muy bien el piano ¿es usted quien lo toca?
-Soy yo ¿a quién busca?
-Verá... a su hija.
-Está usted equivocado. No tengo ninguna hija.
-Entonces a...
-Vivo solo ¿entendido? Le ruego que no me haga perder mi tiempo. Buenas tardes.
La puerta volvió a cerrarse. Un minuto después la música de piano se había reanudado.
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