lunes, 29 de marzo de 2010

PeQuEñA AiShA


-Lo llamo así porque es muy viejo para ella.

-No vuelvas nunca a hacerlo, mujer. Es un honor para nuestra familia. Y ya está decidido.

Abu Bakr le había pedido la mano de Aisha y él había zanjado rápidamente sus diferencias con su esposa. Hubiera querido esperar algunos años. Pero Abu Bakr no tenía ninguna intención de esperar algunos años y además era el comerciante más próspero y más respetable de la provincia de Qasim. De modo que el padre sólo tardó un día en consentir la boda de Aisha. Todos los gastos corrieron a cargo del comerciante Abu Bakr, quien se encargó de traer a la aldea a un magistrado de confianza. La única condición del juez fue la de no consumar el matrimonio hasta que la niña hubiese alcanzado la pubertad.

Aisha abandonó la aldea e ingresó en el palacio de Abu Bakr con el asombro y el miedo dibujados en sus grandes ojos negros. Iba vestida de novia y al mirarse en los espejos se preguntaba si era normal que las princesas fueran tan maquilladas. Todo era absolutamente nuevo para ella: el brillo de los azulejos, las albercas somnolientas, la docilidad de los sirvientes, el artesonado de los techos, la melancolía de los patios, el aliento enardecido y sofocante de Abu Bakr.

Él le había permitido llevarse al palacio sus juguetes y sus muñecas, aunque no le había comprado ninguna otra; pero sí sortijas y trajes de gala, piedras de ámbar o amatista, juegos de cama, camisitas finas y lencería en seda, transparencias, encajes y satén. De todas formas ella no necesitaba a ninguna otra muñeca que no fuera la pequeña Srini, a la que arrullaba y le decía al oído: “No tengas miedo. Un día volveremos a jugar con Alí, con tu papá”.

Pero en la aldea también los niños crecían desorbitadamente, a golpe de Corán.

-¿Por qué no puede Alí venir a verme? –le preguntaba ella a sus padres cada vez que éstos eran invitados a palacio.

-Alí se está haciendo un soldado. Olvídate de él –le decían.

Aisha les contó a sus padres un buen día cómo era su nueva vida en palacio y ellos discutieron. Pero el padre volvió a zanjar sus diferencias con su madre:

-Es su marido. Mahoma dijo que un esposo tiene derecho a disfrutarlas desde la cima de sus cabezas hasta la planta de sus pies.

-Pero…

-Y ya te dije hace tiempo que no volvieras a llamarlo nunca así. Su nombre es Abu Bakr.

Aisha le canturreaba a la pequeña Srini: “Se está haciendo un soldado y un hombre de fe. Ya verás que un buen día volveremos a estar juntos los tres”. Sólo hacía falta que Abu Bakr envejeciera un poco más. Es lo que le había dicho su madre: “Sólo así podrás volver a tener pretendientes otra vez”. Sólo así. Alí podría esperar. Ella no quería ser repudiada. También podría esperar y esperar.

Pero pasaron cinco, seis, siete, diez años, y él todavía estaba allí. Con su aliento sofocante y sus obsequios todavía. Hasta que un día aciago acudió su madre para darle la noticia:

-Alí se inmoló, hija mía. Ahora es un héroe para todos.

Aisha se cansó de esperar. Él todavía estaba allí y sin embargo era ya demasiado tarde. Pasó los días contemplando los azulejos de luto y sin brillo. Pasó las noches despierta recorriendo los patios de palacio o acostada junto a él con la mirada perdida en las geometrías funestas que el artesonado dibujaba en los techos de su alcoba. Pensó como en un sueño: en quedarse dormida y en despertarse de repente y en verse junto a Alí. Las praderas serían allí verdes y esponjosas. De los ríos podrían beber leche de burra y miel. Al despertarse, pensó, se encontraría junto a Alí.

A la mañana siguiente los sirvientes la encontraron arrojada a la alberca junto a su muñeca Srini. Respiraba todavía aunque estaba sumergida en un profundo sueño del que parecía imposible rescatarla. El dueño del palacio ordenó traer a los mejores médicos de la ciudad. La joven había estado al borde de la muerte, pero estaba a salvo. Continuó no obstante abandonada a su pertinaz letargo cinco, seis, siete, diez semanas.

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.


5 comentarios:

Montse dijo...

Joooo, para una vez que el haber muerto habría sido un final feliz, vas y la salvas!!! NO ME GUSTA ESE FINAL!!!

Un abrazo, Montse

Andriu dijo...

Montse: la última frase es precisamente LO ÚNICO QUE NO SE PUEDE CAMBIAR. El texto es un ejercicio de clases. La última frase es un famoso microrrelato de Augusto Monterroso. Pues bien, teníamos que ponerla como el final de un relato que nosotros inventáramos, tratando de reconducir todo hacia ese final. Además: ¿crees realmente que la historia está como para rematarla en "happy end"?

Por cierto, la idea y la foto las extraje de este reportaje que alguien me mandó vía e-mail:

http://es.globedia.com/matrimonios-menores-islam

Un abrazo.

Montse dijo...

Acabo de visitar el enlace que pones, es inaceptable lo que ahí se cuenta que pasa. Creo que tiene toda la razón cuando dice que no todo vale, que hay cosas inaceptables. Ahora bien, lo que no me gusta es que da a entender que en Occidente todo está bien y que las violaciones de los Derechos Humanos sólo se producen en el mundo musulmal y eso es etnocentrismo.

Ni etnocentrismo ni relativismo cultural, más bien interculturalismo que es exigir a todas las culturas unos mínimos de justicia establecidos a través del diálogo constante entre todas las razas y todas las culturas y permitir que cada cual viva según su modelo de felcidad siempre y cuando dicho modelo respete los mínimos de justicia que por ahora son los Derechos Humanos.

¡Qué fuerte el tema que planteas! Pasamos de la frivolidad a cosas muy importantes sin pasar por el medio.

Saludos, Montse

Gaby dijo...

Nunca se me hubiera ocurrido relacionar Monterroso y el islam. Me gustó como lo pusiste al final, aunque la chica sea la que sale perdiendo.

Pd. Luego me leo el artículo

Andriu dijo...

Montse: ¡dentro de poco volveré a refrescar todos esos conceptos para mis clases de ética! Palabros aparte, totalmente de acuerdo.

Gaby: me alegro que te gustase la insólita combinación. Para quien conoce el microrrelato de Monterroso el experimento puede sonar un tanto "pastiche".

Un abrazo.